Lucien Perot y Olivier Boudin era “dos hombres sin historias”. Dos amigos que murieron de manera simultánea mientras compartían una cena estival en el jardín de Pépère, apodo con el que todos conocían a Lucien, en la pequeña comuna de Authon-du-Perche, al noroeste de Francia.
Fallecieron con la mesa puesta: tres platos y algunos cubiertos sobre un mantel de cuadros blancos y rojos. Frijoles, queso camembert, una baguette y un chuletón de ternera a la parrilla componían el menú veraniego de Pépère y Olivier, íntimos amigos desde hacia años. La muerte se los llevó antes de que pudieran arrebañar sus platos, en mitad de la cena, en la terraza ajardinada de Lucien, donde le gustaba convidar a sus camaradas.
La mañana del 3 de agosto, la vecina de Pépère no se extrañó al ver, desde su ventana, a Lucien recostado sobre la mesa, convencida de que ambos amigos se recuperaban de una cena bañada en alcohol. Fue al mediodía cuando se percató de que Olivier yacía en el suelo, a pocos metros de Pépère. “Sobre las 12, empecé a preocuparme. Me acerqué y grité. No obtuve respuesta alguna, no se sobresaltaron. Fue entonces cuando sospeché que estaban muertos”, relató al diario L’Écho républicain. Así descubrió la macabra escena que desconcertó al vecindario de esta comuna 1.220 habitantes.
Los cuerpos de Pépère y Olivier no mostraban ningún signo de violencia. ¿Envenenamiento? ¿Suicidio colectivo? ¿Intoxicación por un brote de botulismo? Fueron algunas de las hipótesis sobre la inédita muerte de Pépère y Olivier. Sin embargo, la autopsia confirmó lo improbable. Lucien Perot, de 69 años, se atragantó al tratar de engullir un trozo de carne de 44 gramos, “este hombre carecía de una parte de su dentadura, por lo que no pudo masticar correctamente, además, tenía una tasa de alcohol en sangre de 2,45 gramos por litro de sangre. Esta alcoholización aguda pudo favorecer la falsa ruta alimentaria”, reveló el fiscal de la República de Chartres al dar a conocer los resultados de la necropsia.
Olivier Boudin, de 38 años, sufría cardiomegalia, “su corazón pesaba 500 gramos –cuando el peso normal del corazón de un hombre es de 300 gramos- tenía un corazón demasiado frágil, hipertrofiado, probablemente por un consumo excesivo de alcohol”, explicó el magistrado. Así, Olivier sufrió un ataque cardiaco al ver como su fiel amigo se ahogaba atragantado, un exceso de emoción que acabó con su vida.
La muerte concomitante de Pépère y Olivier es digna de una novela negra. “La extraordinaria muerte de dos amigos”, titulaba el diario L’Écho républicain; “El affaire de una cena fatal”, rotulaba el semanario Le Point… Titulares propios de una saga de suspense con un desenlace insólito. Una vez resuelto el misterio de sus muertes, queda preguntarse por Pépère y Olivier, dos amigos sobresaltados por el deceso en una apacible noche de verano.
Lucien Perot, Pépère para los amigos
Lucien Perot era originario de La Ferté-Bernard, una pequeña comuna en el departamento de Sarthe, donde trabajó toda su vida en Socopa, una fábrica de trasformación de productos cárnicos, ironías de la vida... Hace cuatro años, ya jubilado, Lucien compró la modesta vivienda unifamiliar en Authon-du-Perche, donde le gustaba darse cita con sus amigos. “Pépère era muy amable. Le gustaba recibir en su casa. Saludaba a todo el mundo. Ayudaba a los vecinos cuidándoles sus gatos”, relataba su vecina al diario Le Parisien.
Su apodo, Pépère, no parece fortuito, el apelativo hace referencia a un tipo “tranquilo, cómodo, pausado”. Adjetivos que parecen ajustarse a la perfección a Lucien Perot, también conocido como Lulu entre sus allegados. “Era un buen abuelo, muy agradable, algo triste en algunas ocasiones, pero hacía su vida y esto le parecía suficiente”, recuerda François -interrogado por el periódico Le Parisien-, el dueño de Point du jour, uno de los bares que Pépère y Olivier frecuentaban de manera habitual en Authon-du-Perche.
Lucien parecía haberse “perdido un poco en el alcohol en el momento de su jubilación, y de su divorcio, no sé en que orden”, relata un pariente lejano al diario parisino. Desde su mudanza a Authon-du-Perche, Pépère se encontraba bajo la tutela de la Unión Departamental de Asociaciones Familiares (UDAF), una institución francesa encargada de defender los intereses materiales, morales y financieros de las familias, desde adultos discapacitados a la protección social de menores, ante los poderes públicos.
Pépère y Olivier “eran dos hombres sin historias (…) no participaban en las actividades de la comuna, tampoco eran miembros de las diferentes asociaciones locales”, explica Patrice Leriget, alcalde de la localidad, al diario L’Écho républicain. Una ausencia que no impidió que Pépère y Olivier fueran queridos por su vecindario, “apreciábamos mucho a Lulu (Lucien), necesitaba el contacto humano. Los dos amigos venían a menudo a tomar algo”, recuerda el patrón del Bon Coin, otro de los bares frecuentados por la pareja de amigos.
Olivier Boudin, una relación “padre-hijo”
Olivier Boudin, de 38 años, también era originario de La Ferté-Bernard, allí conoció a Pépère, donde comenzó una relación de amistad en la que la diferencia de edad nunca fue un problema. Olivier se encontraba en el paro, lo que le permitía ir y venir desde Ferté-Bernard a Authon-du-Perche, a unos veinticinco minutos de distancia, para visitar a Lucien.
“Tenían una bonita relación de padre-hijo (…)”, asegura la vecina que encontró los cuerpos sin vida de los dos amigos, en las páginas de L’Écho républicain. “No se privaban de la bebida –relata otro vecino- pero esto no les convertía en tipos malos…”.
Pocas eran las personas que sabían que Olivier sufría de cardiomegalia, una anomalía del corazón que puede ir acompañada de insuficiencia cardiaca crónica o de diversos tipos de miocardiopatías, una enfermedad poco o nada compatible con el consumo de alcohol. “Olivier nos había comentado que tenía una enfermedad, pero sin dar más detalles”, recuerda uno de los clientes del bar Bon Coin.
Los habitantes de la comuna de Authon-du-Perche habían adoptado al dúo de amigos, unidos por una “relación casi filial”, según relatan quienes les conocían. “No tenían enemigos, tenían una vida simple”, insiste la vecina de Pépère.
Así, no era raro que Pépère y Olivier se dieran cita para compartir una buena comida, una buena compañía, una buena conversación en el modesto jardín de Lucien. “Escuché que hacían una pequeña fiesta con barbacoa y música, como una noche de verano normal”, relata la mujer que descubrió la trágica escena.
Una escena rocambolesca descrita por el alcalde de la localidad al diario Le Parisien: “Sus rostros parecían tranquilos, daba la impresión de que estaban dormidos (…) Alrededor todo estaba en su lugar, los platos estaban llenos. Como si el tiempo se hubiese detenido súbitamente”.
Y así fue, la solución del enigma de la muerte de Pépère y Olivier corrobora que la parca se los llevó aquella noche, de manera casi simultánea, de manera accidental, cuando el dúo de amigos compartían la que sería su última cena.