Pepe Barahona Fernando Ruso

“Compromiso de permanencia: Uno. No abandonaré el hogar por un plazo de 24 horas, en caso contrario, pa’ Posadas con lo puesto. Dos. Acataré las órdenes del macho alfa, si no son coherentes, lo denuncio y no pasa nada. Tres. En caso de que me ponga loca y haya tercera personas (niños) serán de índole exclusiva del macho alfa. Cuatro. Si no estoy de acuerdo con algo, se aplicará cualquiera de los tres capítulos anteriores”.

El día que Carmen —nombre ficticio, pide no revelar su verdadero nombre— leyó el contrato que su marido escribió delante de ella quiso creer que era una broma. Algo macabra, pero una broma. Dudó, según su relato, cuando él insistió para que lo rubricara. Ella seguía atónita. No podía creer que aquel chico, próximo a la treintena, con el que acababa de contraer matrimonio, hubiese podido redactar un “compromiso de permanencia” que la dejaba al margen de cualquier toma de decisión, incluidas las que pudieran afectar a unos hijos que todavía no habían nacido.

Ahora Carmen sabe que no fue una broma. Lee y relee los cuatro puntos escritos en el reverso de un mantel de papel de un local de comida rápida y ve cómo las pocas palabras que contenía han ido definiendo el devenir de sus últimos meses. “El contrato es una declaración de intenciones”, explica la hermana de Carmen. “Y se está viendo ahora”.

En Posadas, un pequeño pueblo cordobés de unos 7.500 habitantes situado en el Valle Medio del Guadalquivir, todos conocen el litigio que Carmen mantiene con su todavía marido. Cuchichean los vecinos que es injusto que una de las suyas lleve 17 días sin ver a sus hijos, de uno, dos y tres años. Culpan los más indiscretos a un joven de Montilla al que veían por las calles de su pueblo cuando este cortejaba a Carmen, un año mayor que él e hija de una humilde familia del municipio.

La madre pasando frente a la concentración promovida por la Plataforma contra la Violencia de Género de Córdoba en las puertas de los juzgados de Posadas. Fernando Ruso

Algunos fueron testigos de su boda, celebrada en 2013 después de año y medio de novios; recuerdan también los bautizos y cómo poco a poco fueron perdiéndole la vista a Carmen, que pidió reducción de jornada en su trabajo de La Carlota para cuidar de sus hijos en Montilla, a donde se mudó con su ya marido. “Era una casa de 400 metros cuadrados, en mitad del campo, con la faena que eso tiene”, apunta la hermana de Carmen, que hace las veces de portavoz.

Porque Carmen apenas habla. Está delgada, más de lo habitual, y con el ánimo consumido. Se la ve absorta, ida, con la mirada puesta en la nada mientras que su hermana relata por ella la pugna que esta mantiene con su marido, que dejó el domicilio familiar un día sin previo aviso.

Uno: “No abandonarás el hogar por un plazo de 24 horas, en caso contrario, pa’ Posadas con lo puesto”

“Las cosas no iban bien”, puntualiza Carmen. Desde entonces, ambos se han intercambiado una decena de denuncias, siete de ella por tres de él, de los más dispares motivos. Ya bien fuese por la escolarización de los hijos, por la custodia de los menores, la esperada de divorcio o malos tratos, llegando Carmen a pedir una orden de protección por lo que ella entiende como coacciones por parte de su todavía marido.

La última, por la que ambos han comparecido recientemente en el Juzgado de Instrucción Número Uno de Posadas, tiene a sus hijos como protagonistas. La madre denunciaba los 17 días que lleva sin verlos; el padre, que han sido muchos los intentos de entregárselos y que ella se ha negado reiteradas veces. Al final, el juez, instando a ambas partes a firmar un acuerdo, ha dictaminado que la custodia de los menores del matrimonio sea de Carmen y ha especificado un régimen de visitas para el padre, que verá a sus hijos los martes y jueves y fines de semana alternos. En todo momento, admiten las partes, ha primado el bien de los menores.

Gracias a esa firma, Carmen podrá ver a sus hijos. “A mis pollitos”, como ella les dice cariñosamente. “Imagínate cómo estoy, después de 17 sin ver a mis niños y acostumbrada a verlos todos los días”, explica la joven.

El documento, que según la madre de los niños, el marido escribió autodenominándose 'macho alfa'. Fernando Ruso

En el salón de su casa, Carmen roza con la mano uno de los tantísimos retratos de los menores y explica a EL ESPAÑOL que por fin podrá celebrar su cumpleaños. “Cumplí 36 el 29 de julio y no pude verlos, ni siquiera hacer una videollamada”, narra rota. Por eso ya prepara la tarta y las 36 velas para este fin de semana.

La casa de Carmen es un reguero de vecinas, que suben a la habitación de la joven para colmarla de abrazos por las buenas noticias. Aunque tanto ella como el resto de sus familiares se muestran desconsolados por lo que vaticinan será el inicio de una larga batalla judicial. “Hoy no ha terminado nada, ¿acaso alguien cree que esto quedará aquí?”, puntualiza la hermana.

De las muchas causas pendientes, sigue su curso por la vía penal la demanda por malos tratos, en la que se aporta el contrato de permanencia que “el macho alfa” redactó para vertebrar la convivencia familiar. Como acto de buena fe y aconsejada por su abogado, Carmen ha retirado la petición de orden de protección, que desglosaba como prueba fundamental el citado “compromiso de permanencia”. Una de las demandas del marido para alcanzar el tan ansiado acuerdo.

Dos: “Acataré las órdenes del macho alfa, si no son coherentes, lo denuncio y no pasa nada”

“La transcripción de las condiciones de permanencia dejan traslucir, a poco que se quiera entender, una persona dominante, controladora y posesiva, poco transigente con los demás, sin dudas sobre sí mismo, con seguridad e implacable en sus decisiones: solo él decide, solo él manda, es el principio y el fin y solo él tiene razón”, explica el escrito presentado en el juzgado.

La madre es recibida por miembros de la plataforma contra la violencia de género de Córdoba, familiares y vecinos a su salida de los juzgados de Posadas (Córdoba). Fernando Ruso

Carmen relata cómo poco a poco ha sido apartada de su familia. Narra cómo ha vivido los últimos meses en una casa en mitad del campo en la que unas cámaras de seguridad instaladas en el salón y demás dependencias de la casa vigilaban todos sus movimientos. Carmen cuenta que vivió insegura, sin saber quiénes podían ver esas imágenes. Por eso recurría a los suyos para que durmieran con ella. Por eso fueron muchas las noches que junto a ella se quedó su madre o alguna de sus hermanas. Hasta que un médico firmó una recomendación: Carmen necesita un entorno familiar seguro, estable y tranquilo. Y se marchó a Posadas a la casa de su madre.

“Ha aguantado mucho, aislada, porque no quería que sus hijos vivieran en un entorno de padres divorciados, porque nuestros padres se separaron hace 25 años”, concreta la hermana de Carmen.

Maricarmen, su madre, explica a EL ESPAÑOL que nadie mejor que su hija para saber que no puede negar a su padre el ver a sus hijos. “Y no se niega, al igual que él tampoco se puede negar —apunta la abuela de los menores—, porque en estos 17 días nos ha machacado”.

“No, mamá —interrumpe Carmen—, nos ha machacado, pero, sobre todo, ha machacado a mis hijos, a los que ha privado de una madre”. Y se echa a llorar.

Tres: “En caso de que me ponga loca y haya tercera personas (niños) serán de índole exclusiva del macho alfa”

A la salida de los juzgados, diligente, el todavía marido de Carmen descerrajaba un contundente “hablarán los abogados”. Minutos después, su abogado, el cordobés Fernando Bajo, explicaba a EL ESPAÑOL que su defendido estaba contento por el acuerdo alcanzado. Sobre todo, por la retirada de la petición de orden de protección. “Aquí ha habido un uso indebido de la violencia de género y eso es lamentable”, sentenciaba el letrado.

Según su tesis, su defendido niega conocer y, mucho menos, haber redactado el ya conocido “compromiso de permanencia”. “No está fechado, ni firmado y la letra no se corresponde con la de mi cliente, no la reconoce”, asegura Fernando bajo. “Tenemos pruebas demoledoras y claras que desmontan ese documento”, añade. “Es falsa”, añade.

El documento, que según la madre de los niños, el marido escribió autodenominándose 'macho alfa'. Fernando Ruso

El letrado, que admite a este periódico que podría iniciar actuaciones judiciales contra la madre de los tres menores, critica la “publicidad innecesaria” que se le ha dado a unos “hechos lamentables”. Y sostiene que todo es una estrategia de Carmen para hacerse con la custodia de los menores y poder llevárselos de Montilla, “el pueblo en el que nacieron y en el que tienen fuerte arraigo”.

Y se muestra firme: “El maltratador que lo sea, que lo pague; quien denuncie en falso, que lo pague también”.

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Cuatro: “Si no estoy de acuerdo con algo, se aplicará cualquiera de los tres capítulos anteriores”

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