Masood Khalili, embajador de Afganistán en España, tiene una mala suerte tremendamente buena. Pocas personas pueden contar que han sobrevivido a las heridas de dos atentados de yihadistas suicidas. El primero, el 9 de septiembre de 2001 –dos días antes de los ataques del 11-S en Nueva York y Washington con aviones secuestrados–, ocurrió en la provincia afgana de Tajar cuando un equipo de falsos periodistas belgas de origen marroquí que eran sicarios de Al Qaeda se hicieron estallar y mataron al mítico líder antitalibán Ahmed Shah Masud, junto al que Khalili, su amigo, estaba ese día traduciendo la entrevista con los supuestos reporteros armados con cámara-bomba. Así lo recuerda Khalili para EL ESPAÑOL en una conversación por Skype desde Estados Unidos, antes de reincorporarse a su embajada en Madrid. “Sufrí quemaduras en el 90 por ciento del cuerpo. Sólo sobreviví yo en la habitación. Lleno de sangre, preguntaba: ‘Por favor, decidme, ¿me muero?’”.
“A los dos días, cuando desperté en el hospital, me informaron del 11-S. Pregunté a mi familia, '¿qué ha pasado con los dos chicos que venían de Marruecos?'. 'Murieron'. Y le dije a mi hijo Mahmud: 'Si ves a alguien de su familia, perdónalos. No busques venganza. Lucha contra el terrorismo en nombre de la justicia, no en nombre de tu padre'”, relata el diplomático, de 67 años.
El magnicidio contra Shah Masud del 9-S de 2001, que se considera el prólogo de los atentados del 11-S (este sábado y el lunes cumplen su 16º aniversario respectivamente), dejó a Masood Khalili ciego del ojo derecho y sordo del mismo lado. La metralla y el fuego de la explosión redibujaron su cuerpo y su cara con cuatro centenares de minúsculas cicatrices.
Dieciséis años después, su segundo atentado lo sufrió el sábado 3 de junio de 2017 en Kabul, donde un comando de terroristas suicidas asesinó a 19 personas e hirió a unas 120 al inmolarse entre la multitud que asistía a un funeral en presencia del primer ministro, Abdullah Abdullah, evacuado a salvo. Resulta que, como un eslabón más en una cadena de brutalidad interminable, el difunto al que despedían en el cementerio, Salem Yzadyar, hijo del portavoz adjunto del Senado, era uno de los jóvenes que habían perdido la vida en los choques de la víspera entre manifestantes y policías. Pedían la dimisión del gobierno por la inseguridad en Kabul después del atentado suicida con camión bomba que días antes, el miércoles 31 de mayo, había matado a 150 personas y herido a más de 500 en el acceso a la Zona Verde, donde se concentran las embajadas, sedes gubernamentales y edificios de la misión militar de la OTAN Apoyo Decidido.
Cuatro asesinos suicidas en el funeral
“Era el funeral por uno de los ocho o nueve chicos jóvenes que habían muerto en las manifestaciones, Salem Yzadyar”, rememora Khalili. “Lo conocía bien, era un chico fantástico. Había ocho o diez filas en el funeral, unas cuarenta personas por fila. Yo me encontraba en la primera. Estábamos de pie muy apretados, hombro con hombro, como un muro. Se habían infiltrado cuatro terroristas suicidas. Explotaron tres y a uno lo detuvieron. Uno de ellos estaba detrás, creo que en la segunda fila. El hombre que dirigía el funeral paró, escuché una bomba y caí al suelo. Me sangraba mucho la cabeza, por la explosión y por la caída. Tenía una herida profunda, la cabeza me estuvo sangrando tres días. Me había impactado metralla y trozos de piedra. Perdí la visión de un ojo en la primera bomba [de 2001], y esta segunda me empeoró la vista. Durante varias semanas no he podido ver”.
¿Se desmayó? “No. Estaba despierto. Totalmente consciente”. ¿Qué vio? “Estaba cubierto de sangre, pero al principio no sentía dolor. Veía a la gente que gritaba, corría, escapaba. Había alrededor de mí unas seis personas en el suelo, sangrando. Otras dos, muy heridas. Un chico lloraba diciendo que su hermano estaba muerto. Todo fue muy rápido. En cinco minutos ya me habían metido en un coche”, describe el embajador afgano en España. El ataque, como los anteriores, se atribuyó a la red Haqqani, a la que vinculan con los talibanes afganos y los servicios secretos de Pakistán (ISI, por las siglas en inglés de Inter-Services Intelligence). Los talibanes afganos, que negaron su implicación en el atentado del cementerio, son sobre todo musulmanes suníes de etnia pastún, con lazos con Pakistán. Atacan a los afganos de etnia tayika y lengua darí (persa), como el propio Khalili, y otras minorías. “Era la segunda vez en mi vida que sufría un atentado. Mi familia estaba muy enfadada. Pero les dije: 'No generalicéis, no permitáis que los terroristas nos desunan, cualquiera que sea nuestra fe'”.
Masood Khalili, musulmán liberal, dice que lucha contra “dos enemigos globales, el cáncer y el terrorismo de los fanáticos” sean del signo que sean, pero ahora sobre todo los que usan el nombre del islam. La guerra oncológica lo ha llevado a Virginia, Estados Unidos, donde han operado al menor de sus tres hijos, de 31 años, de un cáncer de colon. Allí, al lado de su cama en el hospital, se enteró por la CNN y la BBC de los atentados de Las Ramblas de Barcelona y Cambrils, que siguió en directo durante horas. Lo sintió como un golpe personal por ser el embajador en España y porque se puede poner fácilmente en la piel de las víctimas y de sus familiares y amigos. “¡Ha sido un ataque asqueroso, inhumano! Contra gente inocente. Fue un ataque contra todo el mundo. ¡Cualquiera podía estar allí!”.
Consejo a las víctimas: “Que busquen justicia, no venganza"
¿Qué les recomienda a los heridos y a los familiares de las víctimas en los atentados en Cataluña, y en cualquier parte del mundo? ¿Cómo hizo él para levantarse de nuevo y superar el impacto físico y psicológico de los ataques, o para aprender al menos a convivir con sus secuelas? Khalili recurre a su experiencia de superviviente del terror yihadista para responder: “No es fácil. Hay mucho dolor en sus corazones. Sus corazones han ardido. Nadie lo puede sentir como ellos. Lo recordarán siempre. Yo les recomiendo que alberguen esperanza y amor en su corazón, no odio. Que busquen justicia, no venganza. La venganza se basa en el odio, y el sentimiento de odio te hace sufrir. Es importante no tener odio en el corazón, porque te mata cada minuto que pase, y no quiero morir a cada minuto. Yo no busco venganza personal. Así pasarás la vida sufriendo. No es fácil, parece idealismo, pero hay que hacerlo”, dice el superviviente Khalili. “Que tengan fe, y no me refiero a la religión. El destino está en sus manos para ser felices”.
También recomienda no sucumbir al rechazo indiscriminado contra los musulmanes, una reacción de odio que paradójicamente lo condenaría también a él, un musulmán suní que ha sido víctima dos veces de los fundamentalistas: “Les diría, 'no generalicéis'. Es entendible este sentimiento [de islamofobia] hacia esta gente, pero no es aceptable. Los afganos somos millones de musulmanes y llevamos veinte años sufriendo por estos fanáticos. ¡Hemos perdido a tantas personas! No es la religión, no es la fe. Mi hermana lloraba el otro día cuando me hirieron, y le dije: 'No, no vamos a ser unos fanáticos como ellos'”.
Después del atentado de 2001, Masood Khalili volvió a su puesto de embajador en la India (luego fue a Turquía y de allí, desde 2011, a España) y emprendió, cuenta, una campaña constante de lucha didáctica contra el fanatismo que lo ha llevado a dar numerosas conferencias, sobre todo ante el público joven, el que más le gusta. A los estudiantes les suele decir que combatir hoy el fundamentalismo terrorista islámico es como luchar antes contra los nazis y el comunismo estalinista. “No hay que perder nunca, nunca la esperanza. Porque el mal no puede durar mucho”, anima.
Desde su puesto de sabio observador aconseja además “permanecer unidos y apoyar a tu gobierno y fuerzas de seguridad lo máximo que puedas”, y denunciar cualquier movimiento sospechoso de los grupos yihadistas, “que están en todas partes y en ninguna, infiltrados como serpientes”. “No esperes que la Policía actúe: piensa qué puedes hacer tú. Tienes que denunciar. Es un deber. Nosotros también debemos estar en todas partes y decirles a los fanáticos que no van a ganar”.
Subraya Khalili que ese “deber” de levantarse contra los extremistas atañe “en primer lugar a la comunidad musulmana en Europa”. “Es su primera obligación, porque son también los primeros que lo sufren. Los musulmanes deben ser los primeros en levantarse y denunciar, no porque seamos musulmanes, sino porque somos seres humanos. No podemos permitir el fanatismo. El fanatismo no tiene sexo, etnia, religión. Es fanatismo. Es un mal para la humanidad. Pero los musulmanes, especialmente, deben levantarse”.
Avisa al gobierno español de que tiene que “controlar más las mezquitas” para evitar que se adueñen de ellas sospechosos que prediquen la violencia. Cree que los llamamientos del Estado Islámico y otros grupos yihadistas a 'reconquistar' el antiguo dominio sobre el Al Ándalus ibérico no supone una mayor amenaza para España puesto que “hay ataques en todas partes”. A su juicio, la inmensa mayoría de los musulmanes entiende que la propaganda belicosa sobre Al Ándalus “es basura para atraer a otros chicos estúpidos”. “Los musulmanes quieren que España siga siendo un lugar pacífico”, tranquiliza.
El aumento del terrorismo suicida en Afganistán
Está vivo. Redivivo por partida doble. Muchos querrían tener la papeleta de buena mala suerte de Masood Khalili para enfrentarse a la lotería criminal del terrorismo en uno de los países más violentos del mundo, donde reina la guerra casi sin tregua desde hace más de cuarenta años. La intervención militar extranjera iniciada a raíz de los atentados de Al Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono en Estados Unidos va a cumplir 16 años. La OTAN mantiene desplegados a 13.000 soldados, 20 de ellos españoles, con el objetivo de apoyar al gobierno afgano frente a los fundamentalistas talibanes (y ahora también contra el Estado Islámico), antiguos anfitriones de los campamentos yihadistas de Osama Bin Laden. Pero pasa el tiempo y la violencia, en vez de cesar, se ha recrudecido: sólo en la capital, Kabul, han caído 1.000 víctimas entre muertos y heridos en los primeros seis meses de 2017, el 94% por ataques suicidas. El presidente estadounidense, Donald Trump, planea enviar más tropas.
Afganistán es junto a Irak y Siria uno de los países que más padece la violencia yihadista. La propia embajada española en Kabul, 'hermana' de la de Khalili en Madrid, fue objetivo directo de un asalto en diciembre de 2015 en el que mataron a dos policías españoles. El juez Santiago Pedraz ha archivado esta semana la querella contra el embajador español de entonces, Emilio Pérez de Agreda Sáez, y su segundo, Oriol Solá, al entender que los diplomáticos no fueron responsables de la falta de protección de la legación.
Masood, hijo de un patriarca de la poesía afgana en lengua persa, Khalilullah Khalili, es también escritor. En 2016 publicó en España un libro, Los susurros de la guerra (Alianza Editorial), con parte de sus diarios personales de cuando, como jefe político del partido Jamiati Islami (Sociedad Islámica, en persa), viajaba en los años 80 por las montañas nevadas de Afganistán movilizando clandestinamente a los guerrilleros locales tayikos, los muyahidines, contra las tropas soviéticas que habían ocupado el país en defensa del gobierno comunista afgano.
De los bombardeos rusos salió ileso. Pero en Kabul, donde pasa temporadas, sigue amenazado de muerte por los talibanes desde 2001. En el verano de 2016, los servicios de inteligencia afganos interceptaron mensajes que revelaban un plan para atentar contra cinco casas. Una de ellas era la suya.
Un año después, este junio le alcanzaron por azar en el entierro de un muchacho. No tuvo tanta buena mala suerte su amigo Najib Kohtany, que murió en el ataque suicida con el camión bomba de tres días días antes, el más letal que ha sufrido la capital en 16 años. “Tenía mi edad, nos conocíamos desde hacía mucho tiempo. Trabajaba en una oficina cercana. Su mujer me llamó y me lo dijo”, dice el embajador sobre el amigo querido que sirve para ponerle un rostro, un nombre, a las estadísticas del terror.
Con la autoridad del que lo ha sufrido en carne propia, Masood Khalili insiste en que hay que combatir el fanatismo yihadista como si fueran los “nazis” de hoy. “Porque la misericordia con el lobo es crueldad con el cordero”, avisa. Aunque recurre a otro símil bestial para ilustrar la idea de que ningún animal es tan cruel como estos humanos “enemigos de la humanidad” que atacan a su propia especie: “Un lobo no quema la casa de otro lobo. Un burro no quema la casa de otro burro”.