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Hay gente en el centro de Barcelona desde primera hora de la mañana. "Jugamos a la brisca mientras esperamos", cuenta un grupo de jóvenes que ha planteado la jornada como una acampada, con sillas y mesas de playa. Llevan ahí desde las diez de la mañana. "Es una fiesta. No habrá incidentes porque nunca los ha habido. Mira cuántas familias vienen con sus niños". Y, en efecto, el elevado número de críos presentes en el acto llama la atención. Bailan, ondean estelades y gritan el eslogan: "¡In-indé-independenciá!". Me pregunto cuántos de ellos son plenamente conscientes de lo que está sucediendo a su alrededor y de lo que están pidiendo.
Una señora mayor manifiesta su contrariedad por la presencia de los infantes en un acto tan multitudinario. "Los niños son muy pequeños para meterse en una cosa tan grande", protesta. "No passa res", le contesta un padre que lleva a su hija a hombros portando una estelada. Y tiene razón. En los cinco años que se lleva celebrando este acto, no se han registrado incidentes. Los niños, ajenos al conflicto político, se sienten parte de la fiesta y no dejan de cantar mientras ondean banderas.
Son las 17:14 en Barcelona. La hora elegida para extender cuatro pancartas que salen de los cuatro puntos cardinales de la ciudad, conocidos como Muntanya, Mar, Besós y Llobregat (los dos ríos a este y oeste de la ciudad). La hora tiene un motivo: conmemorar el 1714, el año de la derrota contra los Borbones. Cuando el reloj marca la hora indicada, una gran ovación surge del corazón de la manifestación. Ya está en marcha la estrella de la concentración por la Diada de Cataluña, aunque hay que esperar un poquito porque el traslado de las pancartas se retrasa.
La concentración está diseñada en forma de cruz. Dos líneas que confluyen en el cruce entre Paseo de Gracia y calle Aragón. La idea es que las cuatro telas amarillas, con leyendas favorables al referéndum, lleguen a esta confluencia cuanto antes. Pero hay demasiada gente y las banderas no acaban de llegar. Por megafonía, un speaker pide paciencia a los asistentes: "Aquí hay mucha gente con ganas de esperar un poquito más en favor de la democracia", arenga por los altavoces.
En la calle, una marea de camisetas de color amarillo fluorescente ha tomado Barcelona. Es el 'equipaje oficial' de la concentración. Por algo menos de 20 euros, los manifestantes han adquirido un kit consistente en dicha prenda de ropa y una mochila, también de color amarillo. Cuando entonan cánticos impresiona; con las camisetas amarillas y los cánticos guardan cierta similitud con la famosa Südtribune; el fondo sur del campo del Borussia Dortmund que ambienta el Westfalenstadion.
También vale la segunda equipación del Barça de la temporada pasada, esa amarilla con las cuatro barras rojas verticales. Es lo más parecido a la senyera que se puede ver en la Diada de hoy. Porque la bandera oficial de Cataluña es casi inédita en esta manifestación. Su número ha caído en picado. Todas han sido sustituidas por la estelada, que ha visto incrementada de forma exponencial su presencia. Raro es ver una senyera. La cuatribarrada sin la estrella estuvo muy presente en las anteriores Diadas. Ahora, su presencia es casi residual. Estelades con el triángulo azul y la estrella blanca; estelades con el triángulo amarillo y la estrella roja (la que portan los independentistas de izquierdas). Todas ellas se pueden comprar a pakistaníes y senegaleses que las venden en plena manifestación mientras gritan "¡Independencia!".
Baile de cifras
Aún no hay confirmación de cifras oficiales, ese dato en el que nunca se ponen de acuerdo la organización del evento, la Policía Municipal, La Cope y la SER. Algunos la cifraban, a ojo de buen cubero, en más de un millón de personas. Un número que coincide con las estimaciones de la Guàrdia Urbana de Barcelona. Si la cifra fuese cierta, supone un descenso importante respecto a 2016, cuando la cifra policial subió a 1,8 millones de personas. Desde las antípodas ideológicas (Societat Civil Catalana) hablan de poco más de 200.000 personas. Es la guerra de cada año, pero los asistentes no creen que haya bajado. "Llevo viniendo a la celebración desde 2012 y nunca he visto tanta gente", asegura Mateu, un hombre que viene desde Puig-Reig para apoyar la causa.
¿Y cuál es exactamente la causa? Porque lo que están pidiendo los manifestantes es celebrar un referéndum el próximo 1 de octubre. Sin embargo, lo único que se ve son banderas estelades y camisetas de color amarillo fluorescente con el lema 'Sí'. No hay lugar para el 'No'. Los cánticos por la independencia emergen cada pocos minutos. No hay mucha variedad de repertorio. A veces entonan: "Votarem, votarem". Una mujer yerra y canta: "Forcadell, Forcadell", que es una de las heroínas del procés y es la palabra que ella ha entendido.
Por todo el contorno de la concentración han plantado casetas con dos elementos: botellas de agua y urnas para donaciones. Son las 'cajas de solidaridad'. Desde megafonía piden a los asistentes que donen: "Si todos los que estamos aquí donamos un poco, el Estado español no podrá parar la democracia", asegura el speaker en un escorzo dialéctico. Las cajas están a rebosar de billetes. Las botellas de agua no tienen precio establecido: se paga la voluntad.
Minuto de silencio por el atentado
La concentración está perfectamente organizada. Para participar desde dentro se requiere inscripción previa. Así, la organización ubica a los participantes en una zona determinada en función de su procedencia. Por ejemplo, los que vienen de los valleses (Vallès Oriental y Occidental) se sitúan en el vértice más alto de la cruz; en el inferior, situado en Plaza Cataluña, se colocan los de la comarca del Baix Llobregat y los que proceden del resto de Països Catalans: es decir, de la Cataluña Francesa, las Islas Baleares o la Comunidad Valenciana.
El buen humor reina en las calles. Son muchos los que portan pancartas sarcásticas: papeletas para votar o memes bromeando sobre la presunta imprenta de las que tienen que salir dichas papeletas. No hay música en los altavoces. Los cánticos los pone la gente. Por megafonía sí que hay un par de locutores que informan del punto exacto en el que se encuentran las telas volantes. Piden paciencia porque se han retrasado más de la cuenta. También pinchan algunos cortes de entrevistas con políticos, lo que provoca abucheos cada vez que habla alguien que no es partidario de la independencia.
Los abucheos se tornan ovación cuando por megafonía entra Arnaldo Otegi en un directo. El político vasco ha querido estar presente en los actos independentista. En castellano anima a los asistentes a que participen en "esta fiesta previa a la proclamación de la República Catalana".
Antes de la llegada de las banderas se guarda un minuto de silencio en memoria de las víctimas de los atentados del pasado mes de agosto. Es el único momento en el que cesan los cánticos. El silencio es sepulcral y el espectáculo sobrecogedor: no todos los días se ve a un millón de personas reunidas y guardando silencio.
Casi a las cinco y media de la tarde, las pancartas llegan al cruce de Aragón con Paseo de Gracia, que está lleno de banderas del País Vasco, Córcega, Gales, Quebec, Tirol del Sur, Flandes y otros movimientos separatistas mundiales. La multitud recibe con una ovación cerrada las pancartas, que acaban cubriendo la confluencia de las dos calles. Los asistentes dan por acabada la concentración y se dirigen hasta Plaza Cataluña para asistir a los parlamentos que personas relevantes del proceso independentista realizan desde un escenario montado para la ocasión.
Eso algunos. Otros optan por unirse a la manifestación paralela convocada por fuerzas de izquierda como CUP, Arrán o Lluita Internacionalista. Banderas de Andalucía con la estrella roja, ikurriñas, hoces y martillos ondean entre la multitud a ritmo de batucada. Esta manifestación no es tan multitudinaria, pero parece mucho más amena por la música. Los niños entran en la marea de gente y bailan, espoleados por la percusión y al amparo de pancartas que piden, no solo romper con España, sino con todo el sistema capitalista. ¿Vieron los niños la quema de banderas española y francesa? Espero que no.
Finalmente, los asistentes se acaban de dispersar y cada uno se marcha a su casa. Otros optan por visitar la estatua de Rafael de Casanova, el austracista convertido en símbolo del independentismo a pesar de las protestas de sus descendientes. El monumento está lleno de flores y los japoneses tiran fotos sin saber muy bien quién era ese señor al que todos veneran.
Los manifestantes presentan rostros de cansancio. "Un día muy duro, esto cansa mucho", confiesa una mujer sexagenaria que se sienta a mi lado en un banco de Ronda de Sant Pere, mientras yo acabo de escribir la crónica. "Tranquila, esta es la última", le promete su marido. No se refiere a que van a abandonar su apoyo al soberanismo catalán. Todo lo contrario. Se refiere a que el año que viene confía en que Cataluña será independiente y no será necesario volver a congregarse para pedir las urnas. "Votarem i marxarem", le promete a su mujer.