Soy europea, española y catalana. Esposa de Policía Nacional. Y también maestra. Especifico, soy maestra en Cataluña, que no es lo mismo que en el resto del territorio español. Resumiendo, un blanco demasiado fácil estos días en Cataluña. Llevo más de 15 años dando clases en colegios públicos y privados catalanes. Cuando empecé en la educación catalana trabajaba en un colegio concertado y recuerdo un día en el que la Jefa de Estudios, de muy malas maneras, me llamó la atención por hablar en castellano en los pasillos de la escuela. Por supuesto, mi respuesta en ese momento no se hizo esperar y respondí amablemente, pero con seguridad y firmeza, que en clase hablaría en catalán porque así lo marcaba la ley, pero en los pasillos con mis compañeras y amigas hablaría como yo quisiera. Y me fui, indignada, pero feliz y segura de mi postura.
El pasado 2 de octubre no tuve la misma libertad. En un colegio público de la Generalitat de Catalunya donde aparentemente no se adoctrina a los alumnos, se convocó claustro de urgencia para poder hablar de la huelga general. Una huelga que estaba convocada mucho antes de que la policía cargara, mucho antes de ver imágenes en las televisiones, mucho antes de toda la manipulación... mucho antes. Era una huelga que nada tenía que ver con la educación y mucho con la independencia y las ganas del Govern de Puigdemont de sublevar a las masas catalanistas en contra de Policías Nacionales y Guardias Civiles que tuvieron que hacer su trabajo al no sentirse apoyados por sus 'compañeros', los Mossos d' Esquadra.
La dirección del centro se limitó a decir que no era una huelga por la independencia si no por la carga policial. Daba por hecho que todos se sumarían a este 'parón' como ellos lo llamaban, pero ahí estaba yo hecha con un puñado de nervios, noches sin dormir, muchas lágrimas derramadas y miedo, mucho miedo, por ser señalada... levanté la mano: - ¡Yo no me sumo a la huelga!
Un silencio desgarrador, matador y acusador se escuchó en toda la sala. Las miradas todas puestas en mí como si de pistolas se trataran. Sentí de nuevo pánico, terror, ansiedad, angustia... pero debía ser fiel a mis principios y a mis ideas.
Los días posteriores en la escuela no han sido mucho mejores. Marcada de por vida por compañeros que antes eran amables y simpáticos. Compañeros que ahora se tornan enemigos que me ningunean. Compañeros que se ríen en mi cara esperando que salte y lo que se me saltan son las lágrimas al llegar a mi casa. Pero, eso sí, como dice ellos, siempre de una manera pacífica, de una manera tranquila, pero acusando y asediando al enemigo que debe callar porque hay desasosiego, intranquilidad, malestar, angustia y mucha preocupación.
A partir de aquí la guerra en los colegios catalanes está servida. Colegios donde como siempre van niños, colegios con maestros posicionados y partidistas, colegios donde en el minuto de silencio se acusó a los policías porque 'todos los policías son muy malos', colegios donde hay hijos de Policías Nacionales, Mossos d' Esquadra y Guardias Civiles, colegios con aparente neutralidad, colegios con seres indefensos que nada entienden ni deben entender de política, colegios donde estos niños 'hijos de' están señalados y acusados...
Y me pregunto. ¿Qué futuro les espera a mis hijos, hijos de Policía Nacional y maestra contraria a la independencia? ¿Qué futuro les espera? Seguramente un futuro lejos de Barcelona, de Cataluña. Un futuro esperanzador en España. Aunque con todo el dolor de mi corazón tenga que renunciar a MI ciudad, MI casa, MI tierra y MI familia. Porque aunque no sea independentista también he nacido aquí y soy catalana. Catalana como la que más. Y hablo un catalán exquisito, pero he tenido 'la desgracia' de no pensar como ellos. Lo siento, pero debo ser fiel a mis ideas y también a mi España querida que tantas alegrías me ha dado a lo largo de mi vida.
¡Viva España! ¡Y viva Cataluña!
*Silvia Forner es el pseudónimo que utiliza esta profesora destinada en un pueblo costero en la comarca de El Garraf, a unos 50 km al sur de Barcelona.