Con Halloween a la vuelta de la esquina, las autoridades de EEUU están en alerta. Nadie quiere que vuelvan a repetirse los incidentes del pasado año, cuando la fiebre por vestirse de payasos siniestros y salir a asustar a los conductores llegó a poner en riesgo la seguridad en algunas carreteras. Esta escalofriante moda, sin embargo, no es nueva. Hace justo 27 años, América ya temblaba con el estreno la primera versión cinematográfica de la terrorífica novela de Stephen King It, una obra que, entre otros méritos, consiguió que nunca se volviera a mirar a estos artistas circenses sin cierta inquietud.
Aquella película no fue lo único que contribuyó a ensombrecer la imagen de los payasos. También en 1990, un espeluznante crimen conmocionó a la sociedad norteamericana. Una madre de familia fue asesinada en la puerta de su casa por un desconocido disfrazado de payaso, que había aparecido allí con globos y un ramo de flores. El suceso trajo de cabeza durante lustros a la Policía de Florida, que nunca llegó a detener a ningún sospechoso, desatando el pánico en una de las zonas más adineradas del estado, especialmente entre los niños, que literalmente huían al ver asomarse una peluca de color.
Han hecho falta casi tres décadas para resolver un suceso que podría dar para otra inquietante novela. La historia arrancaba en la hasta entonces apacible localidad de Wellington, en el condado de Palm Beach, un 26 de mayo de 1990. A las 10.45 de la mañana, Marlene Warren, casada en segundas nupcias y con un hijo adolescente de un matrimonio anterior a su cargo, se encontraba en su confortable vivienda, ubicada en Aero Club, un lujoso barrio conocido por poseer una pista privada de aterrizaje.
Su marido, que trabajaba en un concesionario de alquiler de vehículos, estaba fuera aquel día. Ella apenas comenzaba su jornada cuando se dio cuenta de que había alguien en su porche. De pie, frente a la puerta, un inesperado visitante vestido de payaso apareció, con una nariz roja, una peluca anaranjada y una gran sonrisa pintada en el rostro. Para hacer el suceso más horripilante, justo al estilo del protagonista de It.
El inquietante personaje no hablaba, sólo permanecía allí, sosteniendo un ramo de flores y dos globos, uno con una imagen de Blancanieves y otro con un mensaje: "¡Eres la mejor!".
Marlene Warren abrió la puerta desconcertada y seguramente algo intrigada ante aquella sorpresa. El payaso se aproximó a ella y, en silencio, le entregó los regalos. Acto seguido, sin dar tiempo a reaccionar a la mujer, sacó del traje una pistola -real, no de agua- y le descerrajó un tiro en la cara. El disparo retumbó en todo el vecindario, mientras su cuerpo se desplomaba sobre el suelo.
El estruendo atrajo también la atención de su hijo Joseph Ahearn, que se encontraba en la vivienda aquella mañana. El adolescente corrió hacia la entrada, donde encontró a su madre tendida sobre un charco de sangre, agonizando. También se topó de frente con el siniestro asesino, al que, pese al disfraz, pudo distinguirle el color de los ojos: marrones.
El payaso se dio la vuelta y huyó introduciéndose en un Chrysler LeBaron blanco, con el que se alejó a toda velocidad. Marlene Warren murió dos días después, según todas las crónicas publicadas con todo detalle por el periódico local The Sun Sentinel.
LAS PRIMERAS SOSPECHAS
En un primer momento, la Policía estaba completamente fuera de juego ante un crimen que parecía perfectamente planeado. "Esto es lo más extraño que he visto en mis 19 años de carrera", dijo a la prensa durante aquellos días el entonces portavoz de la Oficina del Sheriff, Bob Ferrell, ante el modo en que se produjo el crimen.
El caso tomó varios giros, aunque desde el principio parecía que los investigadores sospechaban de una pareja, Richard Keen y su esposa Sheila, que trabajaba en el mismo concesionario que el esposo de la difunta Marlene, Michael Warren, al que también empezaron a contemplar como posible autor.
Las autoridades empezaron a indagar en los registros telefónicos, aunque sin concretar cuáles eran sus indicios. Sin embargo, una teoría empezaba a tomar forma.
Los agentes habían logrado reconstruir los movimientos del payaso asesino -o payasa- previos al suceso. De hecho, horas después de que se apretara el gatillo y de que trascendieran los escabrosos detalles, la Policía recibió una llamada del dueño de una tienda de disfraces de la zona, informando de que varios días antes había vendido un traje similar a una mujer de cabello castaño. Dos dependientes llegaron a identificar a la supuesta clienta como Sheila Keen.
El día después del tiroteo, los detectives además descubrieron que el ramo de flores y los globos de helio eran similares a los que vendía una tienda de comestibles llamada Publix, llegando incluso a localizar el local exacto donde habían sido adquiridos los de la escena del crimen. El autor los había comprado en los suburbios de West Palm Beach, alrededor de las 9:22 horas de la mañana del tiroteo. Había pagado con un billete de cien dólares. El vendedor creía recordar que había sido una mujer de pelo castaño.
Se da la circunstancia de que esa tienda estaba cerca del apartamento de Sheila Keen, donde para colmo los vecinos afirmaban que habían visto en varias ocasiones a Michael Warren, el viudo, del que incluso pensaban que estaban casados.
La mujer fue interrogada por los detectives, pero siempre negó cualquier relación sentimental con su jefe. Además, aseguró que el día del asesinato estaba trabajando haciendo recados para el concesionario.
Michael Warren, que también negaba cualquier papel en el crimen de su esposa, tenía incluso una coartada. Aquella mañana estaba en camino a una carrera de automóviles con unos amigos, que corroboraron su versión.
EL MÓVIL: AMANTES Y SEGUROS DE VIDA
Pese a todos los indicios, faltaban pruebas concluyentes. Dos años después del suceso, en 1992, The Sun Sentinel revelaba que los detectives tenían en su punto de mira a la mujer y al viudo, y apuntaban a un posible móvil económico. "Michael Warren y Sheila Keen tenían varios motivos para querer matar a Marlene Warren. Entre ellos, supuestamente mantenían una relación sentimental, y había varios seguros de vida, de hasta cinco cifras, a nombre de la víctima, que cubrían todas las propiedades del matrimonio, incluido el concesionario de automóviles, la lujosa casa de Wellington, y otras propiedades”, declaró la Policía.
A pesar de las sospechas de los detectives, nunca consiguieron convencer a los fiscales del caso para que les autorizaran el arresto, ya que consideraban que no había pruebas suficientes.
Pasaban los meses y las detenciones no llegaban. No obstante, la investigación por la muerte de Marlene llevó a la Policía a interesarse por al negocio de alquiler de automóviles de Michael. Aunque no encontraron pruebas que lo incriminara en el asesinato, sí que descubrieron irregularidades en el negocio que terminaron por meter a Michael en prisión. Fue condenado en 1992 por 43 cargos de alteración del cuentakilómetros, hurto mayor y crimen organizado, un caso que lo mantuvo en los tribunales y en la prensa hasta que fue a la cárcel en 1994.
LA FAMILIA SOSPECHABA
Durante los tres años que Warren estuvo entre rejas, su lista de visitantes incluía a su madre, su hermana y su abuela, y varios amigos. Quien nunca le visitó fue Ahrens, el hijo adolescente de la víctima, que no volvió a tener noticias de él en años. Cuando fue liberado en diciembre de 1997, Michael desapareció del condado de Palm Beach.
Al igual que el joven Ahrens, el resto de la familia de la asesinada siempre tuvo claro que el marido estaba involucrado. Shirley Twing, su madre, relataba entonces que Marlene ya le había advertido. “Me dijo, mamá, si me pasa algo alguna vez, él (Michael) lo hizo”. La última vez que esta anciana octogenaria vio a su hija con vida fue dos años antes de su asesinato. Marlene había acudido al entierro de su hermano mayor, que murió en un accidente de coche. Según la versión de su madre, les llegó a revelar dónde escondía el dinero en su casa, por si le ocurría algo, y les contó que sospechaba que su esposo tenía una aventura.
Shirley Twing acudió a Palm Beach para ver por última vez a su hija. "La mantuvieron con vida hasta que llegué allí. Estaba en muerte cerebral. Falleció en mi cumpleaños", recordaba.
EL CASO, CONGELADO
A falta de avances, la muerte de Marlene se convirtió en un caso de los denominados fríos, es decir, dormidos a la espera de que prescribiera. Sin embargo, en el año 2014, la Oficina del Sheriff del condado recibió fondos económicos que le permitieron resucitar varias investigaciones, entre ellas, la del payaso asesino, desaparecido sin dejar rastro.
"Había una serie de circunstancias que apuntaban hacia Sheila Kenn", explicaba recientemente el ex detective e investigador principal Bill Williams. "Pero sólo porque puedas señalar con el dedo a los sospechosos, no significa que tengas suficientes evidencias para condenarlos".
Esta vez, los avances en técnicas de identificación del ADN permitieron a los detectives hacerse con evidencias suficientes para detener a Sheila Keen, tras comparar su material genético con el encontrado en el vehículo con el que huyó el asesino.
Capítulo aparte merece la historia de aquel coche -curiosamente de alquiler-, que había sido robado un mes antes del suceso. Una pareja de Nueva York lo contrató a una compañía cuyo eslogan comercial era idéntico al de la empresa de Michael Warren. Por eso, cuando llegó la hora de devolverlo, esta pareja, por error, telefoneó a la agencia del Warren, donde, según declararon, alguien les indicó dónde debían dejar el auto. Allí lo aparcaron y, misteriosamente, desapareció.
LA PISTA DEFINITIVA
Lo más sorprendente se produjo cuando la Policía procedió a localizar a la presunta asesina. Sheila ya no vivía en Florida, ni tampoco se apellidaba como en 1990. Ahora se llamaba Sheila Keen Warren, aunque en su nuevo vecindario la conocían como Debbie. En 2002 se casó con Michael, el marido de la víctima. Ambos vivían en una casa en Abingdon, Virginia.
Sheila -o Debbie- fue detenida el pasado 27 de septiembre y trasladada a Palm Beach el 4 de octubre. El fiscal le imputa un delito de asesinato en primer grado y pide la pena de muerte para ella. Actualmente está analizando si además detiene al viudo, que la pasada semana declaraba a los medios que eran inocentes y que lo que le estaba ocurriendo a su nueva esposa era “muy grave e injusto”.
Cuando se produjo el asesinato, el barrio de Aero Club contaba sólo con 25 casas a lo largo de una pista de césped abierta donde los residentes guardaban sus aviones. Todas las familias se enteraron de lo ocurrido. En una vivienda cercana se encontraba Debbie Brisson, que se estaba preparando una fiesta.
"Se podía escuchar a su hijo llorar", comentaba esta pasada semana a los medios, que se han volcado con el caso. "La forma en que todo ocurrió fue horrible, con el payaso, las flores, los globos… Todos nos enteramos. Desde entonces, los niños tenían pánico a los payasos”.
Estos días previos a Halloween, televisiones y periódicos emiten especiales sobre este crimen, que ha tardado 27 años en resolverse. Justo los mismos que ha necesitado Hollywood para llevar a las carteleras una nueva versión de It, con un payaso algo más sofisticado, aunque igual de turbador. Casi tres décadas puede parecer demasiado, pero la investigadora principal de este caso, Paige McCann, lo ve de otro modo. “En ocasiones sólo tienes una oportunidad de acertar. A veces la paciencia es la mejor aliada”.