Desde el pequeño hurto construyeron una estructura mafiosa que golpeó con dureza en la Comunidad de Madrid. En la cúspide de la organización, tres búlgaros coordinaban a sus huestes, un puñado de chicas jóvenes de su mismo país que eran expertas en el robo. Las llamaban las cardarashis y habían robado al menos mil smartphones.
Aprovechaban los espacios concurridos para sisar los terminales que después vendían en el mercado negro. Se movían con rapidez y sostenían su actividad en un entramado de pisos distribuidos en diferentes municipios. La Guardia Civil asestó un golpe definitivo a la organización al detener a 31 de sus miembros.
Las cardarashis eran el corazón que hacían latir al clan. En búlgaro, cardarashis significa carteristas. Eran 19 chicas jóvenes; 11 de ellas, menores de edad. La más joven tenía 14 años. Eran ellas las que aprovechaban los tumultos para hacerse con sus botines.
¿Cómo habían llegado a España y a integrarse en esta célula? Sus familias, procedentes del norte de Bulgaria, las “cedían” a los tres cabecillas de la organización para que las tutelaran. O lo que es lo mismo, para robar. Los líderes de la estructura, a su vez, las confiaban a otros mandos intermedios, nueve jefes que coordinaban a las jóvenes en diferentes grupos de actuación.
Las chicas apenas hablaban castellano y su integración con la sociedad era inexistente. "No tenían vínculos familiares, ni trabajo reconocido en nuestro país".
Su escenario favorito, en el que se sentían más cómodas para cometer los hurtos, eran las fiestas patronales. Causaron estragos en municipios madrileños como Tres Cantos, Las Rozas, Majadahonda, Villanueva de la Cañada, Torrelodones, Soto del Real, Colmenar Viejo, Pinto o Pozuelo de Alarcón.
"Aspavientos y choques fortuitos"
“Aprovechaban circunstancias de consumo de alcohol y drogas para actuar, a sabiendas de que el estado de vigilancia queda mermado”, apunta la Guardia Civil. El método era siempre el mismo: utilizaban “aspavientos y choques fortuitos” para robar los teléfonos móviles y las carteras, que rápidamente entregaban a sus compinches. Operaban durante toda la noche y ocultaban los terminales en bolsas escondidas entre matorrales y arbustos.
En manos de los cabecillas quedaba su posterior exportación a países del extranjero, principalmente a su Bulgaria natal. Allí vendían los terminales a un precio que rondaba los 70 euros. No dudaban en colgar fotos en sus redes sociales en las que mostraban fajos de billetes obtenidos con estos métodos delictivos.
Jefes, subjefes y ladronas
La estructura del clan, compuesto por 31 personas, estaba perfectamente jerarquizada. Los tres cabecillas eran los máximos responsables de todos los movimientos. Contaban con una red de nueve pisos en San Cristóbal de los Ángeles, Carabanchel, Villaverde y Vallecas. En ellos se alojaban todos los miembros de la organización.
Estos jefes determinaban en qué escenarios debían producirse los hurtos. Las fiestas patronales y los espacios concurridos eran los lugares más suculentos para actuar.
Una vez elegido el dónde y el cuándo, los máximos responsables delegaban la actividad a nueve subjefes, encargados de coordinar las células de actuación. Éstos se encargaban del transporte y de la organización de los despliegues.
En el último escalón se ubicaban las 19 cardarashis, sigilosas y expertas en el robo.
La Guardia Civil explica: "En el caso de que en el transcurso de alguna de sus actuaciones pudieran ser identificadas, [las cardarashis] se retiraban para no levantar sospechas".
La 'Operación Bulgaris'
El Instituto Armado arrancó el la operación -a la que bautizó con el nombre de Bulgaris por el país de procedencia de los detenidos- el pasado mes de junio, con las fiestas del municipio madrileño de Tres Cantos como contexto.
Los agentes presenciaron la llegada de once individuos a bordo de tres taxis que despertaron sus sospechas. Resultaron ser búlgaros. Les identificaron y comprobaron que tenían "numerosos antecedentes policiales". Los sospechosos abandonaron el municipio.
La actuación se repitió al día siguiente. Los mismos individuos llegaron a Tres Cantos en varios turismos. La Guardia Civil, a través de un dispositivo encubierto, detectó su presencia. Inmediatamente se procedió a la detención de cinco de ellos.
A partir de ahí y hasta el pasado mes de octubre -cuando explotó la operación Bulgaris-, los agentes tiraron del hilo hasta dar con los 31 miembros.
El botín de las 'cardarashis'
De acuerdo a las cifras manejadas por la Guardia Civil, el clan desarticulado está detrás de al menos 187 delitos de hurtos. El dato podría ser mayor, habida cuenta que en los nueve domicilios registrados se encontraron un millar de teléfonos, carteras robadas, documentación, 2.500 euros escondidos en una persiana y dinero de diversas divisas que sumaba un valor próximo a los 5.000 euros.
Los detenidos tienen entre 14 y 58 años. El Instituto Armado detalla el historial delictivo que se les imputan: “pertenencia a organización criminal, delitos continuados de hurto y blanqueo de capitales”. Tras ser puestos a disposición de la autoridad judicial competente se decretó fuertes medidas cautelares para los adultos.
El dispositivo policial ha permitido la caída de las cardarashis, el clan más activo en el hurto de teléfonos de los últimos años en la Comunidad de Madrid.