Franco está vivo. Y el franquismo llena la vida política de España. "La Constitución es franquista", "el Congreso y el Senado atufan a franquismo", "las leyes, la Justicia y los jueces hieden a franquismo...". No, no es ninguna boutade, ni una nueva recreación de la novela de Fernando Vizcaíno Casas, Y al tercer año resucitó. Ahora sería a los cuarenta. La cosa no es para menos. Hace unos años, un juez que iba de estrella y terminó siendo expulsado de la carrera judicial por prevaricación, solicitó en un auto el certificado de defunción de Francisco Franco, para constatar si realmente el que fuera jefe del Estado durante casi cuatro décadas murió la madrugada del 20 de noviembre de 1975.
Franco, la dictadura, está instalada en la vida política española. Los separatistas catalanes -y no sólo ellos- dicen que España es franquista, Podemos ve franquismo por todos lados, y el Partido Socialista le sigue a la zaga; el Partido Popular es, naturalmente, "franquista", como Ciudadanos y otros que no están en el populismo oportunista o en el discurso multinacional separatista. Seguramente que Santiago Carrillo, Pasionaria o Rafael Alberti, se debieron quedar embrujados en 1977 al estar en unas Cortes franquistas.
Por tanto, es más que oportuno acudir al testimonio de la persona principal que queda viva de Franco, su hija Carmen. Con 91 años cumplidos el pasado septiembre, Carmen Franco acaba de superar un episodio de salud, aunque le persigue un cáncer terminal. Sigue teniendo la memoria fresca, los ojos vivos y expresivos y firme la voluntad, aún con la facultades fisiológicas más mermadas. La duquesa de Franco se ha caracterizado a lo largo de su vida por ser una persona prudente, reservada y enormemente discreta.
En el otoño-invierno de 2007, el profesor Stanley Payne y yo la entrevistamos a lo largo de varios días y en sesiones largas y bastante intensas. Aquella fue la primera y única vez -hasta ahora- en la que la hija del caudillo ha dado su testimonio personal tras varias décadas de estricto silencio, que plasmamos en la obra Franco, mi padre (La esfera de los libros).
"El núcleo familiar éramos mamá, él y yo". El recuerdo más temprano de sus padres es "viajando en coche": "Viajábamos a Asturias en el verano, y los viajes eran entonces muy largos y pesados. Conducía él, y para distraerse se ponía a cantar, le gustaba mucho cantar y cantaba zarzuela". Aquellas imágenes infantiles le traen la de un "padre que era muy bueno, pero que no se ocupaba mucho de mí ni tampoco jugaba, porque al ser yo mujer, de la educación se encargaba mi madre". Algo de la época. Años después, ya de casada, "Cristóbal y yo nos fuimos a vivir a Madrid, a un apartamento, y lo que hacía era ir a almorzar a El Pardo, o a cazar y a montar a caballo con mi padre. Eso me gustaba mucho".
De la niñez de su padre los recuerdos son de jugar en la calle y de ir al puerto a "oír historias que contaban los marineros sobre Cuba", pero a Franco nunca le gustó hablar de su niñez, quizá por la relación seca y distante que tuvo Nicolás, su padre, con él y con sus hermanos, y porque la relación con su madre, Pilar, fue dura y el matrimonio se rompió cuando Franco era adolescente. Fue cuando ingresó en la Academia de Toledo en 1907, tras no poder ser marino. Le encantaba hacer la carrera miitar, pero en Toledo "no lo pasó demasiado bien, porque era muy pequeñajo, en los dos sentidos, y por su corta edad no le dejaban llevar un mosquetón de verdad, sino una de madera, y eso mi padre lo sentía como una humillación horrorosa, no le gustaba nada".
El Protectorado sí que fue un destino feliz para Franco. "Papá donde se hace hombre es en la guerra de Marruecos". Sus ascensos fueron meteóricos siempre por méritos de guerra. Y de allí se traería después la vistosa Guardia Mora y el gusto por lo pinchos morunos. Aunque de comidas "lo que le gustaba era la paella, el pescado y el marisco, y para nada el arroz con leche". Y también se trajo la grave herida de bala en el vientre, salvando la vida milagrosamente.
Franco nunca le contó a su hija cómo fue el noviazgo con Carmen Polo, fue ésta quien se lo contaría a su nietas con todo detalle. Entonces su padre se paseaba por Oviedo montado en un caballo blanco y al poco fue muy conocido en todos los círculos importantes. Pero "mi abuelo no quería que su hija, que entonces tenía 17 años, tuviera una relación con un militar destinado en la guerra de Marruecos. Y al poco de empezar a salir juntos, decidió meterla en un convento de clausura que tenía educandas (novicias). Papá se comunicaba con ella con mensajes e iba todas las mañanas a verla comulgar. El abuelo terminó cediendo y se casaron".
Aquel matrimonio "le aportó [a Franco] mucha tranquilidad y seguridad. Todo lo dejaba en manos de mi madre, la casa, mi educación, todo. Papá estaba muy identificado con ella, pero como estuvo poco tiempo y regresó a África, donde la gente moría, mamá se pasaba el tiempo llorando y rezando. Yo creo que desde entonces se acostumbró a rezar y a llorar".
Estalla la guerra
Por entonces Franco "era una persona muy locuaz, hablaba muchísimo, igual que su hermano Nicolás. Mi tía Isabel decía que le gustaba gastar bromas, pero que luego se volvió serio y de un aburrido tremendo".
La República "no le gustaba, era monárquico, pero la acató y a sus compañeros les decía que los militares tenían que obedecer la ley establecida". De la estancia en Canarias, que Franco se lo tomó como un destierro de Azaña, "me acuerdo de la travesía en barco. Me gustó mucho, y como allí había poco trabajo, papá empezó a jugar al golf y a estudiar inglés". Luego, la guerra; "mi padre se sumó en el último momento tras el asesinato de Calvo Sotelo".
Su padre se refería a la contienda con el término de "la guerra, nunca dijo la guerra civil, y tampoco hablaba en casa de detalles ni operaciones ni de violencia ni represión". El objetivo era intentar hacer una vida normal. "Sí, medio normal. A casa vinieron a vivir mis dos tías, Zita, la mujer de mi tío Serrano Suñer con sus hijos y mi tía Isabel, que no tenía hijos". El recuerdo de las batallas es vago, pero a Carmen sí que le quedó grabada la batalla del Ebro. "Mi madre y yo fuimos a ver a mi padre a Pedrolo, cerca de Zaragoza, donde cogí paperas y nos tuvimos que quedar hasta pasar la cuarentena para no contagiar a mis primos".
Durante la contienda, Carmen grabó un mensaje para los niños del mundo en presencia de sus padres. La grabación recogería la imagen de un Franco que iba moviendo los labios y repitiendo la palabras de su hija al mismo tiempo. "Estaba un poco nerviosa y me lo tuve que aprender de memoria". Con el triunfo absoluto de la Guerra Civil, Franco se volvió más retraído e introvertido. "Decía que lo que dijera se podía tergiversar". Pero no le importaba que le calificaran de dictador. "No le molestaba demasiado, porque al fin y al cabo era una dictadura, y en aquella época no estaba tan demonizada como ahora".
Hitler y Eva Perón
Con el estallido de la guerra europea en el oeste, y en el momento de la máxima tentación de unirse al Eje, Franco viajó a Hendaya en octubre del 40 para entrevistarse con Hitler, entonces dueño prácticamente de Europa. Pero antes tomó precauciones. "Mi padre no quiso que fuésemos con él a San Sebastián y nos quedamos en El Pardo rezando. Antes de irse, dejó encargado a un triunvirato al mando por si era secuestrado, uno de ellos era Muñoz Grandes. Era una eventualidad y Hitler era poderosísimo entonces".
Al final de la guerra mundial Carmen Franco era una adolescente de 18 años. "Seguía viendo a mi padre igual, como una persona extraordinaria, y así lo he pensado todo el tiempo. Respecto a mí, creo que por entonces no tenía demasiada personalidad y no quería hacer nada extraordinario".
Tras la condena internacional, la ayuda de la Argentina de Perón fue muy importante, aunque la cobró bastante cara. La llegada de Evita Perón a España en junio de 1947 resultó ser una conmoción en todo el país, en los Franco y especialmente en la joven Carmen. "Estuve encantada, se quedó a vivir en El Pardo. Era muy simpática y muy graciosa".
La boda de Carmen Franco
En 1950 Carmen Franco se casó con el doctor Cristóbal Martínez Bordiú. Tiempo atrás había tenido amistad con el hijo del almirante Saturnino Suanzes, gran amigo de Franco y presidente del INI. Sus padres nunca le dijeron nada sobre sus relaciones. "Me casé con Cristóbal tras dos años de relaciones y lo que sí que dijimos desde el principio es que nos iríamos a vivir a Madrid, que haríamos una vida más sencilla que en El Pardo. Cuando empezaron a llegar los niños -he tenido siete hijos-, los llevábamos los fines de semana, vivían allí. De mis hijas siempre han dicho que la preferida de papá era Carmen, pero no es cierto, era la preferida de mi madre, la preferida de mi padre era Merry, que era una chiquilla muy viva y muy impertinente, y papá decía que parecía ferrolana".
A finales de 1959 vino a España el presidente Eisenhower. "A mi padre le hizo una ilusión muy grande. Fue un espaldarazo importante. Eisenhower era muy simpático, tenía un trato estupendo y una conversación muy amena. Papá congenió mucho con él".
La boda de Juan Carlos y Sofía
Sobre el compromiso y boda del príncipe Juan Carlos con la princesa Sofía en mayo del 62, Carmen afirma que a su padre no le preocupó que Don Juan no le hubiera consultado antes. "No le importó demasiado. Era un asunto de la familia y no tenía por qué meterse en eso. Juan Carlos había tenido antes relación con María Gabriela de Saboya, y a mi padre le gustaba más. El hecho de que Sofía fuera ortodoxa tampoco le preocupaba, prácticamente era la misma religión".
El almirante Carrero Blanco elevó el rango de su influencia en el régimen con la puesta en marcha del Plan de Estabilización en 1959 y el ingreso de España en el Fondo Monetario y el Banco Mundial, algo sobre lo que Franco tuvo bastantes reservas inicialmente, pero por lo que España empezó a crecer durante las siguientes dos décadas en dos dígitos, hasta alcanzar la cota de séptima potencia industrial del mundo. Ello trajo la incorporación de los tecnócratas pertenecientes al Opus Dei, lo que impregnó un carácter de renovación en el régimen, transformándose en un sistema autoritario burocrático.
"Atado y bien atado"
La designación del príncipe Juan Carlos en julio de 1969 como sucesor de Franco en la Jefatura del Estado a título de rey, Carmen la siguió por televisión. "Sí, yo no estuve porque en aquel momento no había un espacio para los invitados en Las Cortes. Creo que mi padre respiró pensando: 'la continuidad ya está hecha'. Se quedó satisfecho y contento. Y sobre la frase: 'Todo atado y bien atado', el sentido era que no habría un vacío de poder".
La boda de Carmencita y Alfonso de Borbón causó algunos quebraderos de cabeza en Carmen. "Me produjo preocupación, porque mi hija Carmen era muy joven e inmadura al lado de él, bastante mayor que ella. Don Alfonso era muy buena persona y muy capaz, y también muy triste y demasiado serio para mi hija. Se casaron y duró un poquito".
Y sobre si Franco pensó en algún momento cambiar la Ley de Sucesión, Carmen se muestra tajante: "Jamás, jamás. Eso ni se le pasó por la cabeza. Lo que sí es cierto es que don Alfonso tenía una espina clavada con don Juan y sus seguidores, porque ni a él ni a su hermano don Gonzalo les consideraban infantes, ni príncipes ni nada, y les llamaban los 'doños'. A nosotros nos daba risa, no nos importaba nada, ni a mi padre ni a mi madre ni a mí."
Carrero, presidente
En mayo de 1973 Franco desdobló la Jefatura del Estado de la Presidencia del Gobierno, y le dijo a Carrero que se preparara para ser presidente. "Mi padre comprendía que debía ser así, sobre todo para el futuro. Se daba cuenta de que ya estaba muy viejo y que un presidente más joven daría mayor agilidad en el gobierno y en el Consejo de Ministros". Pero el gobierno de Carrero apenas si duró siete meses. El 20 de diciembre una conspiración, quizá gestada por sectores que preparaban el cambio, puso en las manos de ETA, como brazo ejecutor, los medios para que fuera asesinado. "Aquello desmoronó a mi padre. Fue casi como si lo hubieran matado a él.
Carmen Franco está convencida de que el almirante no hubiera continuado como jefe del gobierno después de la muerte del caudillo. "Habría dimitido encantado. Con Carrero hablé alguna vez y me dijo que lo haría inmediatamente, que él había servido a mi padre, pero que el Príncipe de España, como le llamaban, que necesitaría otra gente totalmente diferente a él, que no era la persona adecuada. El príncipe necesitaba una persona totalmente suya, no anterior".
La designación de Carlos Arias fue una total sorpresa. Se habló incluso de presiones en El Pardo para que no fuera el almirante Nieto Antúnez. "Casi todos los amigos suyos estaban muertos, y contemporáneo suyo no quedaba más que Nieto Antúnez. Torcuato no le caía demasiado simpático, pero no sé por qué eligió a Arias.
Respecto al aperturismo y las asociaciones políticas, Franco dejó hacer aunque lo viera con recelo. "Creo que mi padre comprendía que después de un lapso de tiempo tan largo sin partidos ni democracia la gente tenía ansia de eso. Pero mi padre achacaba a los partidos políticos el fracaso de la República. Yo creo que estaba preocupado, pero lo comprendía. Deseaba que el Movimiento se perpetuara un poco, pero en el fondo de su corazón sabía que era imposible. Por ello, el intento de aperturismo de Arias no le molestaba, y que empezara a abrir el régimen no le parecía mal, aunque él se veía impotente para seguirlo."
Los últimos días de Franco
En el verano de 1974 Franco recibió el primer aviso serio de muerte con el episodio de tronboflebitis. "Nosotros lo vivimos en el hospital, y con mucha preocupación, porque ahí mi padre empezó a sangrar por el intestino. Creo que comprendía que aquello era la recta final y lo aceptaba, aunque luego duró un año más con vida". En aquella crisis Franco cedió los poderes al príncipe para luego retomarlos.
A mediados de octubre del 75 se presentó el último episodio de lo que fue una larga y terrible agonía de Franco, hasta su óbito el 20 de diciembre de 1975. "Sí, fue muy larga, y tanto mi madre como yo no queríamos que saliera de El Pardo. Preferíamos que hubiera muerto en la cama, perfectamente, sin necesidad de tantas operaciones. Pero como tuvo hemorragias y había que detenerlas hubo que operar."
La primera intervención fue tremenda. "No daba tiempo a trasladarlo y tuvieron que improvisar. Queríamos que hubiera muerto en El Pardo. La agonía fue por una serie de circunstancias. Y fue muy dura, muy dura, porque fue muy larga, y yo me siento un poquito responsable de haber dejado que lo llevaran a La Paz. Cuando los órganos empiezan a fallar, es mejor no insistir, pero los médicos tenían la manía de luchar hasta el final. Fue más bien una decisión de los médicos y no de la familia. Estábamos hechos polvo. Podíamos habernos negado, pero si ves a una persona sangrar... Yo estaba entonces con mi madre, que también estaba enferma del corazón. La hora a la que falleció no la sé exactamente. Nos lo comunicaron cuando nos levantamos, a las nueve de la mañana. Pero debió de ser pasada la una de la madrugada, o así. El sentimiento era de una enorme tristeza".
Semanas antes, hacia el 18 de octubre, Franco redactó de puño y letra su testamento político en el que Carmen añadió alguna palabra. "Calculamos que fue por entonces, porque fue de los últimos días que entró en el despacho pequeño. Un día, ya en la cama, me dijo que fuera a buscar las notas que tenía". ¿Le pidió que lo pasara a máquina y destruyera el original manuscrito?. "Sí, me lo dijo. No lo hice por tener un recuerdo suyo. Yo lo había leído y, por ejemplo, donde decía: 'su lealtad al príncipe', le dije: 'pon Juan Carlos, porque ya es príncipe, para que no vuelva a ser una cosa así, nebulosa'. Y me dijo: 'sí, sí, por Juan Carlos', y con mi letra puse Juan Carlos. Y luego, alguna otra pequeña cosa".
Una coronación y un entierro
La coronación de Juan Carlos tuvo lugar el 22 de noviembre. Y al día siguiente el funeral en el Palacio de Oriente y posterior enterramiento en el Valle de los Caídos. "Fui a la coronación a Las Cortes cuando juró Juan Carlos, y con algunos de mis hijos; los mayores, Carmen, Mariola, y creo que Francis vino también, a la ceremonia religiosa. Al funeral fue mi madre también. Mi madre está enterrada en El Pardo, donde quería, y decía que 'a tu padre Dios sabe dónde lo van a enterrar'. Yo no fui al Valle, porque mi madre se encontraba enferma, se encontraba muy mal y me quedé en El Pardo con ella. Fueron mis hijos, los mayores. Yo lo vi por la televisión".
Carmen Franco vio muy pocas veces a su padre llorar: "Sí, muy, muy pocas veces. Al final sí, el primero de octubre en la Plaza de Oriente, pero lloraba de emoción, esto pasa también un poco con la edad y con el estado emocional. ¿Los momentos más tensos vividos en El Pardo?. "La muerte de Carrero". ¿Interés por el dinero? "Hacía una vida bastante sobria. Sobre el patrimonio de los Franco a su muerte, Carmen recuerda: "El Pazo de Meirás, que se lo habían regalado, aunque ahora se cuestione, pero fue un regalo que hicieron a mi padre durante la guerra. Otro regalo fue El Canto del Pico, en Torrelodones, cerca de Madrid. En realidad, también quisieron regalarle el Palacio de Ayete y algunos otros más, pero no los aceptó. Además, una finca que tenía mi madre en Asturias, la finca Valdefuentes, en Arroyomolinos y la casa de Madrid (donde reside Carmen Franco)".
Sobre la actitud con la que se juzga la figura de su padre piensa Carmen que "es humano, pero para nosotros es duro y no es agradable". ¿Ve amenazada su seguridad o su patrimonio? "No. Vivimos tranquilamente y nos dejan vivir. En algún momento pensamos que si la época esta de revanchismo que vendría, fuera muy inmediata a la muerte de mi padre, mi marido, Cristóbal, sí pensó en poder ir a trabajar a los Estados Unidos, pero mi madre y yo no pensábamos que podría ocurrir. No sé si con mi padre ocurrirá como con Napoleón, que estuvo una época muy vituperado en Francia y que luego volvió a tener un reconocimiento. Pero eso depende de tantas circunstancias que no sé cómo será recordado mi padre".