Hace siete años, a las puertas de las elecciones catalanas, Artur Mas era un primo lejano de los Kennedy. O eso pretendía. Había viajado a Quebec para empaparse de realismo independentista y su discurso de campaña era claro: empeñarse en la independencia sólo tendría un efecto: dividir el país en dos. Como cualquier otro Kennedy, consideraba a su familia un activo y posaba en la casa de verano familiar, bronceado y relajado, al lado de Helena Rakosnik, su mujer. Cualquiera con un poco de ojo para la fotogenia política se daba cuenta en seguida de que los Mas, juntos y sonrientes, parecían una versión despreocupada del lado Oeste de la Casa Blanca. Cosmopolitas pero cercanos. Nada que ver con el duralex y la formica que los Pujol exhibían en su piso de General Mitre para certificar -todavía entonces- austeridad familiar y que conducían instantáneamente a un capítulo oscuro de Cuéntame. No, los Mas no eran los Pujol. Y había entre unos y otros tanta distancia como entre la BBC y el Nodo.
Helena Rakosnik acababa de superar en esa época un cáncer. Y esa circunstancia, cuenta alguien que entonces trabajaba con su marido en la antigua Convergencia de forma muy cercana, fue un punto de inflexión. Helena cambió el paso atrás por al paso al lado y, por primera vez, esta profesora que trabaja desde hace treinta años en la empresa que gestiona los autobuses turísticos de Barcelona, empezó a desplegar presencia en medios de comunicación y en actos públicos.
¿Tuvo ella algo que ver en el tránsito de Artur Mas desde Quebec y los tiempos en los que se presentaba como el paladín de la moderación hasta hoy?. “Yo no diría tanto", continúa mi fuente, "Helena no ha sido nunca como la mujer de Carod Rovira, más independentista que su propio marido. Ha estado muy preocupada por no meter la pata, por no cometer errores, por no perjudicar de ninguna forma la carrera de su marido. Con ella no se hablaba abiertamente de política. Se preocupaba de la intendencia, de si había que cuidar de los padres que estaban muy mayores o de los hijos. En realidad, nadie conocía de forma concreta sus ideas políticas, más de allá de la admiración por su marido”.
Ahora que el país ya está dividido y con Artur Mas convencido de que la historia le debe aún la Presidencia que le arrebató Anna Gabriel volvemos a ver a Helena en primer plano. Esta vez, la foto tiene un punto incómodo y seguramente humillante para ella. Aparece a su pesar, saliendo del Patronato de la Fundación a la que Rosa Oriol, alma y madre de Tous, le dio nombre en julio de 2010 y que había sido puesta en marcha por Lucia Caram, la religiosa contemplativa, que ha encontrado en sus casi 200.000 seguidores en Twitter el secreto del don de la ubicuidad.
No era un momento fácil para la familia Tous. Lluis Corominas, pareja de Alba Tous, una de las cuatro hijas de la saga y presidenta desde 2008 de la compañía, llevaba desde 2006 enredado en un proceso judicial por la muerte de un presunto asaltante a su chalet. Un proceso largo en el que primero fue absuelto, reabierto más tarde por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y que finalmente se zanjó con un acuerdo judicial que incluía una condena de dos años sin entrada en prisión y una indemnización de 300.000 euros para la familia del fallecido.
A pesar del juicio, largo y mediático, a pesar de la crisis, a pesar de que nadie, ni ellos mismos, imaginaron que su gran hit, el omnipresente oso cumpliría sus 32 años, los Tous han bandeado los últimos tiempos no sólo sin problema, sino con mucho éxito.
Si alguien ha conseguido ser a la vez extremadamente catalán y extremadamente internacional es la familia Tous. Mejor, seguramente, que ninguna otra marca. Y no sólo porque, como recalcan desde su departamento de comunicación, tengan 600 tiendas en 50 países o porque su ingresos crecieran en 2016 un 9,4% respecto al año anterior, sino porque han conseguido un complicado intangible en el mundo de la joyería: continuar siendo deseable una vez que eres accesible. Y mientras, han construido y apuntalado puentes que les han llevado a otra complicada ecuación: mantenerse como una familia muy privada, casi hermética para el mundo exterior, pero extraordinariamente bien relacionada.
Los Tous, que vendieron un 25% de la empresa a un fondo de inversión suizo, no han relajado ni un milímetro su presencia en la marca. Las cuatro hijas de Rosa Oriol y Salvador Tous, de hecho, trabajan en ella. Alba ocupa la Presidencia de la marca y Rosa la Vicepresidencia. Y sus otras dos hermanas, Laura y Marta, también tienen puestos relevantes en la firma. No parecen, desde luego, ni lo han pretendido nunca, una familia relajada que deja fluir la marca entre generaciones, al estilo de los Missoni, y que se reúnen alrededor de grandes platos de pasta, tartas caseras y botellas de vino mientras la matriarca cuenta historias divertidas y provocadoras sobre el origen de la saga. No, los Tous, si hay que posar o contar su día a día, prefieren una cocina de diseño, tan simple, previsible y controlable, como los trajes negros en invierno, blancos en veranos con los que se viste indefectiblemente un pareja que lleva casada desde el año 65 y que ha transformado, su imagen, seguramente de forma involuntaria, en un icono viviente aún más reconocible que el oso.
No es fácil a priori imaginar a la contenida Rosa Oriol encajando con sor Lucia Caram, que ha hecho de la provocación y el independentismo marca de la casa. La “monja cojonera” según su propio slogan, defensora a ultranza de Mas, de Messi y del referéndum del 1 de Octubre por ese orden. ¿Cómo se construyó y se mantuvo esa relación con la que han acabado los Tous para preservar a la empresa de la quema prenavideña en redes sociales? Difícil saberlo. Quizá no fuera más que ingeniería social. Quizá una química tan inesperada como la que se despertó entre Rosa Oriol y Kylie Minogue cuando la australiana protagonizó una de sus campaña de publicidad. Quizá una manera de repartir huevos en distintos cestos. En cualquier caso, el procés ha convertido esa conexión en el puente sobre el rio Kwai. Y ya saben cómo termina la película, con una voladura ruidosa e inevitable.