Pamplona

“La víctima no tenía motivo alguno de animadversión hacia estas personas. Sabía que se aplicaría la fuerza para doblegar su voluntad”. La frase la pronuncia Víctor Sarasa, el abogado que ejerce la acusación del Ayuntamiento de Pamplona en el juicio a ‘La Manada’. José Ángel Prenda le observa y niega una y otra vez con la cabeza mientras esboza una media sonrisa. Se le ve tranquilo a lo largo de toda la mañana. Como en las ya conocidas fotos de los cinco presuntos violadores, Prenda ocupa el centro del grupo. A su izquierda, Antonio Manuel Guerrero Escudero, el guardia civil, pone la oreja para que Prenda le susurre las cosas al oído. Vuelven a mirar hacia el frente, hacia la acusación, y sonríen como si la cosa no fuese con ellos.  

Es la primera jornada en abierto del juicio por la violación de la madrugada del 7 de julio de los Sanfermines de 2016. La expectación es máxima. 24 ciudadanos y 46 periodistas tienen acceso a la sala y ven, por primera vez, a Prenda y el resto de ‘La Manada’ cara a cara. Todo comienza muy pronto: a las siete y media de la mañana, ya hay 10 mujeres y dos hombres aguardando la cola para acceder a la sala como público.

¿Y qué se encuentran al entrar? Cinco jerseys a juego, meticulosamente colocados hasta las muñecas. Con ellos se esconden los tatuajes. Cinco vistosas camisas. Cinco pares de náuticos. Cinco botellas de agua sobre la mesa, una por cabeza. Cinco afeitados retocados e impecables. 100 pares de ojos se posan sobre ellos.

La contundencia de la fiscal en el juicio de La Manada

Así apareció ‘La Manada’ por la puerta de los corredores internos que comunican los calabozos con la sala 102 de los Juzgados de Pamplona. Esa impostura viene siendo habitual durante todos los días desde que comenzó el juicio: una imagen preconcebida y planificada para exhibirse de ese modo al público del juicio por la violación de San Fermín. Vestirse de seda.

A las diez de la mañana se abren las puertas de la sala. Al fondo están los tres miembros del tribunal. A la izquierda, los abogados de la acusación y la fiscal. Hay cinco filas de sillas para el público, justo enfrente de los magistrados, al fondo de la sala. A la derecha, Agustín Martínez Becerra, el abogado de José Ángel Prenda, de Ángel Boza y de Jesús Escudero, el peluquero del barrio sevillano de Triana. El letrado espera sonriente junto al resto de miembros de la defensa. Repasa, toma notas, chupa el bolígrafo.

Como siempre, perfectamente uniformado con uno de esos trajes exóticos que lleva año y medio paseando de televisión en televisión. Esta vez, Martínez Becerra, abogado de los Biris y de José María del Nido, luce un modelo beige de cuadros escoceses. La corbata, un amasijo de arabescos elaborada, aproximadamente, en el siglo XIV. Todo ello se advierte a la perfección bajo la característica toga negra. 

La primera fue la fiscal, Elena Sarasate, una locomotora que durante más de dos horas desmontó punto por punto todos los argumentos que los acusados pudieran utilizar en su favor. Sarasate les puso delante la enorme montaña de indicios, los testigos, los informes periciales, los psicológicos, los vídeos, la cámaras de la calle, el robo del móvil. Todo. Todos los presentes coincidían: fue una argumentación “aplastante”. 

Es imposible de creer, dijo la fiscal, que una chica de 18 años, con un nivel universitario y con una experiencia sexual "normal" acceda a mantener sexo con cinco desconocidos a los 15 minutos de conocerlos y practicando acciones sexuales inéditas para ella. Todo ello sin preservativo ni protección alguna. "Lo que ocurrió es lo que ellos dicen que hacen de forma habitual, no lo que ella hace". La fiscal, además, aludió al hecho de la llamada que la joven realiza a las 2.57 a un amigo que había conocido esa noche. Lo hizo cuando llevaba ya siete minutos con los procesados. Si ella quería mantener sexo con ellos, ¿por qué llama al amigo para saber dónde está, para irse con él? La llamada certifica que no quería irse con ellos.

Y así, punto por punto, Sarasate fue enhebrando su discurso, manteniendo al final su solicitud de  22 años y diez meses de prisión para cada uno de los acusados. "No hay ningún motivo espurio, ya que los acababa de conocer, no sabía ni siquiera sus nombres o no tenía explicación alguna para denunciarles si las relaciones sexuales habían sido consentidas. Tampoco la excusa del robo móvil es definitiva, porque la joven explica que ha sido agredida sexualmente a los ciudadanos que la socorren cuando la encuentran llorando en la calle".

Prenda y los suyos pemanecen serios durante la “demoledora” declaración de Sarasate. Sin embargo, conforme avanza el juicio van dando dando rienda suelta a las emociones. Uno bosteza. Otro se lleva las manos a la cabeza. Un tercero cuchichea con uno de sus abogados. Un cuarto llega incluso a llamar a varios periodistas para que se acerquen a él. Así ocurrió todo.

Interés por las ilustraciones

Ilustración del aspecto del juicio general. Guillén Zazpe

Me toca el asiento número 23, justo enfrente de Alfonso Jesús Cabezuelo, el militar, y Antonio Manuel Guerrero Escudero, el guardia civil. Están rodeados por seis policías forales, tres a un lado y tres detrás. Cabezuelo lleva la barba afeitada, un grueso jersey de color gris y una camisa azul.

A lo largo de la intervención de los abogados de la víctima, Cabezuelo tamborilea con los dedos en la barbilla, intercambia palabras con su abogada, sentada justo delante de él y con Guerrero Escudero. El guardia civil es el que conserva un aspecto similar a la noche de la violación. Lleva un jersey azul marino, una camisa blanca de cuello ancho, abundante gomina en la cabeza y el cabello peinado hacia atrás. Es el único que conserva una barba frondosa. Eso sí, convenientemente retocada.

Mientras, los abogados de la víctima prosiguen con su argumentación."Ella no tenía escapatoria, el lugar era una auténtica ratonera. Bastaba con que uno de ellos se colocara en la salida para impedir su marcha. Además, todos ellos superaban en peso y envergadura a la mujer, por lo que la intimidación física era evidente".

Hay un momento que revela el narcisismo, el ego de los cinco miembros de ‘La Manada’. La fiscal y las acusaciones continúan el relato, punto por punto, de todos los aspectos por los que ratifican que lo que sucedió aquella noche de San Fermín fue una violación y no sexo consentido. Ratifican que piden 22 años de cárcel para cada uno de ellos. Sin embargo, al guardia civil y al militar parece interesarles más algo que ocurre a su izquierda, entre el público, justo donde estamos nosotros.

A mi izquierda está Guillén Zazpe, nuestro ilustrador en el juicio, y más allá Ulises Culebro, de El Mundo, esbozando sus respectivas visiones de los cinco miembros de ‘La Manada’. Cabezuelo y Guerrero Escudero no dejan de mirarles y comentan cosas al oído. Entonces, llega otro de los recesos. Se produce en torno a las dos de la tarde. Apenas son cinco minutos, pero al militar le da tiempo a preguntar por ese detalle que le ha llamado la atención. Cabezuelo hace un gesto hacia Ulises y Guillén. Les pide que se acerquen. Quiere ver los dibujos que están haciendo.

Ambos ilustradores acceden y se acercan hacia ellos con sus libretas y les muestran algunas de las caricaturas. Prenda se une. Los tres, con los ojos bien abiertos, observan comentan y sonríen ante lo que ven en los cuadernos de los dibujantes. Es la novedad que más ha suscitado su atención a lo largo de la mañana.

Prenda y el peluquero

Ilustración de Jesús Escudero durante el juicio en Pamplona. Guillén Zazpe

La imagen del Prenda es la que más ha sorprendido a los presentes. No parece él. A algunos, los primeros días, les costó reconocerlo. Ya no tiene aquella papada, tampoco barba. De los 108 kilos que pesaba hace un año y medio, unos 30 se han esfumado. Llega afeitado. Viste una camisa a rayas marrones y blancas y un jersey azul. Lleva náuticos. Joselito El Gordo ya no es Joselito El Gordo. Pero sigue enfrentándose a una condena de 22 años de cárcel por la violación a C., la víctima.

Prenda es el que más ha cambiado de los cinco en este año y medio. Al menos por fuera. El también miembro de Los Biris sigue negando la violación. Al principio, el joven muestra gesto serio. Pero poco a poco va soltando la sonrisa en la cara. “La sola presencia del señor Prenda la intimidó”, explica uno de los abogados de la acusación. Prenda arquea la ceja, irónico, negando una vez más la montaña de indicios.

Durante casi toda la mañana, Prenda mueve la cabeza de un lado a otro una y otra vez. Hay uno de los pasajes de la presunta violación especialmente vejatorio para la víctima, quizá el que más de todos los que se pueden ver en los vídeos y documentos extraídos de los móviles de 'La Manada'. Esta fotografía la pide Prenda, y se realiza a las 3:26 de esa madrugada. 30 segundos después, las cámaras de la calle Paulino Caballero captan a los cinco jóvenes saliendo del portal, dejándola tirada en el portal tras robarle el teléfono. Si tan consentido era el sexo, se pregunta Sarasa en su intervención, ¿por qué hicieron algo así? “Es el corolario a la humillación a la que sometieron a la víctima en el portal. Lo que hace el señor Prenda es la plasmación gráfica de la vileza”, remacha.  Prenda levanta las manos, esboza una sonrisa y se encoge de hombros. Se vuelve a su izquierda hacia el guardia civil y le susurra algo al oído. Ambos ríen.

Es la una y cuarto de la tarde y Prenda empieza a bostezar. A su derecha, Jesús Escudero, el peluquero, con la misma perilla de aquel entonces, se lleva una y otra vez las manos a la cara ante las palabras de los abogados de la víctima, como diciendo “están locos”. “La metieron en un cubículo. La imposibilidad de salir de allí era total”, prosiguen los abogados.

Viste un jersey gris y una camisa de color verde. La raya del pelo, al lado, aplastada con un kilo de gomina. Escudero parece nervioso. Desde nuestra posición, se advierte cómo mueve las piernas, inquieto, mientras sonríe y niega con la cabeza a las palabras que llegan de enfrente.

Boza, aislado y solo

Ilustración del Prenda durante el juicio en Pamplona. Guillén Zazpe

Ángel Boza se encuentra en el extremo derecho de la mesa de los acusados, en la esquina más lejana del público, la más cercana al tribunal. Las seis horas de la primera jornada de las conclusiones del juicio, Boza se las pasa observando a un punto fijo en la pared de enfrente, ido, como si estuviera a miles de kilómetros de allí.

Hay que recordar un detalle importante. Boza no pertenecía al grupo de ‘La Manada’. Se planteaba el viaje como una “prueba de fuego” para entrar en el grupo. Boza es un reincidente en el delito de conducción bajo los efectos del alcohol y las drogas y en negarse a realizar dichas pruebas ante la autoridad. Suma condenas de prisión de nueve meses. Era de los que hablaba de usar “burundanga” o “retinoles” para mantener sexo con mujeres.

Mientras los demás cuchichean, comparten susurros al oído, ríen entre ellos y consultan a los abogados, él tiene la mirada perdida, los ojos vagando por las paredes verdes de la sala, ausente. Ni mira a sus compañeros.

Cuatro de la tarde. Termina la primera jornada. Prenda emite el enésimo bostezo mientras el juez suspende la sesión. “Hasta mañana a las diez de la mañana”. ‘La Manada’ estrecha la mano de Agustín, el abogado, y abandona la sala por la misma puerta por la que entraron, hacia los calabozos de los juzgados. Luego, bajan a la furgoneta con los cristales tintados. Después, de vuelta a sus celdas. De donde vinieron. 





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