Probablemente, ningún otro periodista en España haya pasado más tiempo que yo durante el último año y cuatro meses tratando de contar quiénes son los cinco acusados de la violación de San Fermín, que desde el lunes 13 de noviembre se sientan en el banquillo de los acusados de la Audiencia de Navarra. Ese esfuerzo, por supuesto, no conlleva mayor o menor acierto ni honra que el de los compañeros de otros medios. No vean ansias de protagonismo en mis palabras. Al contrario. Les aseguro que en más de una y en más de diez ocasiones he deseado no haberme adentrado en las vidas de estos presuntos violadores. Cuánto más lo hacía, más me perturbaba. Pero era mi trabajo.
El periodismo es, entre otras muchas cosas, contarle a la gente quién es esa otra gente que trastoca la vida de una chica que sólo buscaba disfrutar de una noche en la fiesta grande de Pamplona. Y hay que hacerlo más allá de sumarios, instrucciones, autos y formalismos judiciales.
Por la labor de los medios hoy se sabe que varios de ellos son miembros de la peña radical de fútbol Biris Norte, que tres tienen condenas previas de cárcel, que uno era guardia civil en prácticas y otro peluquero en la barbería de su tío en Triana, o que en Pozoblanco (Córdoba), dos meses antes de entrar en prisión, cuatro de ellos se grabaron otro vídeo abusando de una joven inconsciente dentro de un coche (estos hechos se encuentran en fase de instrucción).
Todo el mundo conoce a los encausados como la Manada. Se les acusa de la violación grupal de una joven de 18 años en los Sanfermines de 2016. Y es cierto: la Justicia dictará su sentencia, pero la calle, la gente, quería saber el tipo de personas que son esos cinco “lobitos” que empezaron a llamarse así cuando apenas eran unos críos y ya paseaban en grupo (o en manada) por las calles del distrito sevillano de Amate, donde se criaron y se conocieron.
Este lunes -ropa planchada; barbas rasuradas o perfiladas; caras de ángeles llevados al infierno- los cinco amigos escucharon el relato de Elena Sarasate, la fiscal que volvió a pedir para ellos 22 años y 10 meses de prisión. Por sus expresiones faciales, por sus gestos como llevarse las manos a la cabeza durante algunos pasajes de la fiscal, los miembros de ‘la Manada’ siguen creyendo, en sus más profundos adentros, que no violaron a nadie.
Quizás esa sea la peor conclusión de todas en este juicio: se les condene o no, los acusados piensan que llevar a una chica de 18 años a un rellano, bajarle la ropa, arrinconarla, obligarla a practicarles felaciones a todos ellos y penetrarla varias veces sin que ninguno llevase condón, agarrarla de la cabeza y dirigirla hacia sus genitales como si de una muñeca se tratara, no escucharla gozar ni pedir nada en concreto, pasar con ella 17 minutos, robarle después el móvil y dejarla sola, puede considerarse como sexo consentido, voluntario, buscado.
Las dos horas de la fiscal Sarasate
Ese fue el argumento de la fiscal. Sarasate, durante algún pasaje de su relato de los hechos, que se extendió durante dos horas, dijo: "Nos quieren hacer creer que conocen a una chica de 18 años, con una vida normalizada, que nunca ha mantenido relaciones sexuales en grupo, que nunca ha mantenido relaciones anales ni hecho un beso negro, que ha tenido unas relaciones normales, y que después de 20 minutos de conversación decide irse con unos desconocidos para mantener una relación en grupo, con todo tipo de penetraciones, algunas a la vez y sin usar preservativo".
Las crónicas de la sesión de este lunes, en la que por primera vez se abrió la puerta de la sala 102 de la Audiencia de Navarra a periodistas y a público, narraban cómo la fiscal trató de desmontar la versión que han mantenido los cinco chicos desde el día de su detención, el 7 de julio de 2016.
En El Mundo, Ana María Ortíz señalaba: “La narración de ella (la chica) a las acusaciones le pareció tan honesta (a la fiscal) que ni siquiera omitió detalles que le podían perjudicar. Todos señalaron el reconocimiento de que se besó con uno de ellos como un punto a su favor. Y que no añadiera agresividad al modo -"agarrada"- con que le entraron en el portal. ‘Si bien la violencia no fue extrema o inusitada, la intimidación fue gravísima; tan grave que impidió cualquier capacidad de resistencia o huida de la víctima’, decía la fiscal para apoyar que ‘no hubo consentimiento’ pese a que no se enfrentara a ellos”.
En este periódico, EL ESPAÑOL, el compañero Brais Cedeira perfiló a un grupo de narcisistas que reían, cuchicheaban entre ellos y en el que sólo uno, Ángel Boza, se mostraba cabizbajo, ausente, con la mirada perdida. En esta crónica se destaca una frase del abogado de la denunciante, quien este lunes también expuso sus conclusiones tras dos semanas de juicio. El letrado subrayó que la chica no denunció por despecho, como sostienen los acusados, y que no se negó explícitamente porque entró en shock. “La víctima no tenía motivo alguno de animadversión hacia estas personas. Sabía que se aplicaría la fuerza para doblegar su voluntad”.
Otro de los periodistas enviados a Pamplona para cubrir las dos últimas sesiones del juicio para El País, Manuel Jabois, centró su crónica en las preguntas lanzadas por la fiscal para tratar de desmontar el argumento principal de las defensas, aquel que dice que lo sucedido dentro del portal número 5 de la calle Paulino Caballero de Pamplona fue sexo consentido, que la chica sabía a lo que iba con todos ellos y que denunció por las malas formas con las que se despidieron de ella los cinco miembros de ‘la Manada’.
“¿Por qué las imágenes muestran a un grupo disperso en el que ella camina adelantada con solo uno de ellos? (...) ¿Por qué en los vídeos la chica sale con los ojos cerrados, no dice una palabra y se deja mover si los acusados dicen que fue participativa? ¿Por qué un grupo de cinco hombres que ha mantenido sexo con una mujer de mutuo acuerdo, se va dejándola semidesnuda, mientras el guardia civil le roba el teléfono móvil y deja tiradas por el camino la tarjeta y la funda?”.
Al final de la crónica, se describe otro pasaje del relato de la fiscal: “(La chica) no dudó cuando le propusieron llamar a la Policía, y ya ante los agentes le costó explicarse. Nadie de los que tuvo delante dudó de su versión. Dos días después no podía expresarse con normalidad a causa del llanto. Un año y medio después sigue en tratamiento. A una agente, aquella mañana, la agarró del brazo y le dijo: "No me dejes sola, por favor". La chica buscaba el calor de un abrazo amigo tras sufrir la mordedura de una manada.
"Son buenos hijos"
Al día siguiente, este martes, llegó el turno de las defensas de los cinco acusados. La intervención que más atención acaparó fue la de Agustín Martínez, letrado de tres de los miembros de ‘la Manada’.
Martínez expuso unas conclusiones que resultaron antagónicas con las escuchadas un día antes en la sala. Se centró en los cambios de testimonio de la joven. Subrayó que la chica, como le reconoció a una policía, sabía que se le estaba grabando, que no entró a la fuerza en aquel portal, como señaló en su primera declaración, y que nadie le tapó la boca, como mantuvo en un principio.
Martínez explicó que el juicio se celebraba tras aceptar “una escueta denuncia” basada en prejuicios sostenidos en los informes de la Policía y de los psicólogos que atendieron a la chica. Señaló que en la calle se estaba celebrando “un juicio paralelo” que buscada “desembocar en una condena”.
El letrado de José Ángel Prenda o del militar Alfonso Jesús Cabezuelo Entrena llegó a citar a García Márquez durante su exposición de los hechos. En algunos pasajes usó frases rimbombantes. Al final, reconoció que sus defendidos podían parecer “salvajes” y “patanes” en sus conversaciones privadas y que “no eran ejemplo de nada”, sin embargo dijo que son “buenos hijos”.
Pero como la Sección Segunda de la Audiencia de Navarra no juzga ni una cosa -los mensajes previos al viaje a Pamplona- ni otra -la forma de actuar de los cinco acusados con su familia- las palabras de Agustín Martínez fueron frases para galería. El juicio ha quedado visto para sentencia.