El parking está a oscuras. El coche bomba se llevó por delante el tendido eléctrico e hizo estallar las bombillas. Ahora, para poder ver algo, hay que usar las linternas de los móviles. El ambiente es irrespirable. Todo está lleno de hollín y huele quemado. Hubo dos explosiones, a cual de ella más violenta. En el techo hay boquetes. En el suelo, cristales destrozados. Trozos de hierro por aquí, matrículas arrancadas por allí. Y en una esquina, restos de metales fundidos. Es lo único que queda de Xavier J.P., alias El Gordo; el delincuente que se metió en una guerra por el control de los prostíbulos en la frontera francesa. El hombre que quiso volar el puticlub más grande de Europa con un coche bomba y que ha sido asesinado con ese mismo sistema.
Al Gordo lo estaban vigilando y ya sabían dónde vivia. Xavier J.P. se acababa de mudar a Viladecans (Barcelona), Hay quien dice que escapando. En la guerra por el control de la prostitución se hacen enemigos serios. El Gordo llevaba poco menos de tres meses residiendo en un piso de la calle Santiago Rusiñol. Ningún vecino lo conocía. Ni a él, un conocido delincuente de larga trayectoria, ni a las mujeres que con él vivían. Hola, adiós y poco más. Pero sí que llamaba la atención. Un tipo muy musculado, muy bronceado y lleno de tatuajes. Tenía 46 años, pero parecía bastante más joven. Le apodaban Gordo, pero en realidad estaba fuerte.
Al Gordo lo estaban vigilando. A él y a las chicas que vivían con él. De su piso, el 4º-2º, entraban y salían constantemente mujeres latinas. “Al principio vivía con una colombiana; todos pensábamos que era su pareja, pero hace poco se instaló con ellos otra colombiana más. Y entretanto iban pasando otras chicas latinas. Todas muy exuberantes", asegura Pedro, el vecino del 4º-3ª.
Otra vecina apunta que "llamaban bastante la atención todos ellos. En el bloque nos conocemos casi todos y el perfil de los vecinos es… cómo decirte… distinto. Somos gente más sencilla. Ellos no pasaban desapercibidos. Una vez, mi novio vio a una chica muy provocativa entrando en su piso y me hizo una broma bastante estúpida; algo así como: “Mira, esa seguro que cobra”. Yo le reñí, porque no se puede juzgar a la gente por el aspecto. Pero no te voy a engañar, la chica sí que tenía una apariencia muy… despampanante. Esos looks no eran normales en este bloque”.
Al Gordo lo estaban vigilando y alguna noche rondaron su puerta. Se lo cuenta a los Mossos un vecino del bloque: “Una noche salí a pasear al perro. Serían casi las doce. Al abrir el portal me topé con dos hombres que llevaban maletines. Estaban parados, mirando los timbres. Les pregunté a quién buscaban y me dijeron que venían a revisar una instalación en el cuarto piso. ¿Una instalación a medianoche vais a revisar? Me dijeron que sí. No especificaron si eran del gas, de la luz o de internet. Una instalación, me dijeron. Monos de trabajo no llevaban, eso sí que te lo puedo confirmar. Pero tampoco le das más vueltas ni haces más preguntas. Yo qué sé si hay una urgencia. Si tienen que revisar, que revisen. Hará como dos o tres semanas de eso y todavía no había explotado nada...”
Cambiaba de coche por precaución
Al Gordo lo estaban vigilando y él sabía que lo querían matar. Por eso cambiaba constantemente de coche. No llevaba ni medio año en el barrio, pero los vecinos ya le habían visto cambiar de vehículo al menos cuatro veces. Un Golf, un monovolumen, un todoterreno de marca que nadie sabe especificar, un Volkswagen Polo blanco, que dicen que fue el que estalló… Un vecino le preguntó y el Gordo le contestó que "trabajaba en temas de automoción". Ni dio mas detalles.
Al Gordo lo estaban vigilando y buscaban su parking; ese en el que encerraba esos coches que tanto cambiaba para dar esquinazo. Otro vecino del bloque repara ahora en que hace un par de semanas que vio a dos tipos rondando el aparcamiento subterráneo del bloque. “Los vi cerca del portón, como queriendo entrar por el acceso de los coches y les dije ¡Eh, qué hacéis! Les dije eso porque ya nos han robado alguna que otra vez en los trasteros. Pero se hicieron los tontos, se dieron media vuelta y se fueron. Tampoco iba yo a seguirlos. Si se fueron, pues adiós. Yo no te puedo decir que fuesen ellos, pero después de lo que pasó ayer...”.
Al Gordo lo estaban vigilando y al final lo encontraron. Cuando sus enemigos averiguaron dónde vivía, cuando supieron de sus horarios y sus rutinas, cuando los vecinos no vigilaban y pudieron entrar sin problema en el parking, le pusieron una bomba en su coche y le hicieron saltar por los aires. Al Gordo le ajustaron las cuentas pagándole con su misma moneda. Y es que, además de tener un extenso historial de delitos y enemigos, otra cosa que también tenía era pasión por los explosivos. Ya había puesto bombas. Él y su hermano estuvieron presos por intentar volar un prostíbulo de La Jonquera en navidades de 2012. Llenaron de dinamita un Opel Astra blanco, pero falló la mecha. Ahora, cinco años más tarde, al Gordo lo han encontrado y le han hecho saltar por los aires en otro coche blanco.
Un militar brasileño intentó salvarlo
Wendell es un brasileño que vive en el bloque de al lado. La detonación le pilló justo en la puerta del parking. “Yo estaba con un amigo decidiendo dónde íbamos a ir a desayunar. Dio la casualidad de que nos quedamos ahí parados. Entonces oímos una explosión dentro del subterráneo. Empezó a salir humo por todos lados y oí la voz de un hombre gritando. Decía que no. Decía joder, chillaba y se quejaba. Yo he sido militar en Brasil durante cuatro años y entré en el parking por instinto, a ver si lo podía ayudar. Entré y lo único que se veía era humo y un coche blanco ardiendo. No me dio tiempo a llegar, porque enseguida vi una bola de fuego creciendo y una segunda explosión. ¡Boom! Y esa casi me pilla. Salí del parking corriendo, medio cayéndome y ahogándome. No podía ni respirar. Ya no se escucharon más voces. He pasado la noche en Urgencias por inhalación de humos. Pero si llego a acercarme un poco más al coche, me hubiera matado”, dice tosiendo.
Entre los vecinos del bloque hoy no se habla de otra cosa: “Es que no es normal que pongan una bomba en tu bloque, ¿sabes? Que además nos hemos tenido que ir de casa. Nos han alojado en el Hotel Ibis de ahí enfrente. En los pisos no tenemos agua, están cubiertos de hollín y hay rajas en algunas paredes” lamenta Pedro, uno de los vecinos más afectados. Le explica los daños al agente de la aseguradora, que tuerce el gesto y les advierte: “Al ser un coche bomba suele haber más complicaciones. No es algo que pase cada día”. Los vecinos asienten.
A la espera de sepultura
Los restos calcinados de Xavier aún no han sido enterrados. Siguen en la Ciudad de la Justicia de Barcelona, a la espera de que se le practique la autopsia. “Pues no sé qué quieren averiguar más. Reventó con una bomba y ya está, ¿no?”, se pregunta María, una vecina. Su marido le explica que igual la policía tiene que tomar pruebas para saber qué explosivos usaron “o cualquier otra cosa que ellos necesiten” cuenta, mientras los vecinos hacen corros y murmuran en la puerta del bloque.
La calle está llena de Mossos. De un coche bajan tres agentes de paisano que escoltan a dos mujeres encapuchadas. Los cinco se meten con rapidez dentro del bloque. Entre lo vecinos se hace el silencio: “Esas son las colombianas”, acierta uno a decir. No da tiempo a preguntarles nada. Los Mossos tampoco lo permiten.
Al que sí que le preguntan es al de la aseguradora. Lo único que quieren saber los vecinos es “cuándo podremos volver a nuestras casas”. El parking sigue lleno de hollín, el tendido eléctrico se ha fundido, casi todos los coches están dañados de uno u otro modo. Y en una esquina del aparcamiento, los restos de un amasijo de metales fundidos conforman lo que queda de un Polo blanco, el último coche de Xavier J.P., el delincuente que quiso volar un prostíbulo unas navidades. El Gordo lo estuvieron vigilando, al final lo encontraron y lo hicieron explotar con una bomba.