23 horas del martes 21 de noviembre. Un joven veinteañero vuelve a su casa en Santa Olalla (Toledo) después de pasar la tarde con varios amigos. Cuando está a sólo unos pasos de abrir la puerta de la vivienda, donde le esperan sus padres, de repente varias personas se le acercan por la espalda, le tapan la boca y lo introducen en un coche.
Dentro del vehículo, sus captores, tres hombres que rondan los 30 años, le vendan los ojos y lo amordazan. Son delincuentes conocidos en la zona: tienen antecedentes por extorsión, tráfico de drogas y lesiones. Dos son españoles. El otro, rumano.
Después de darle vueltas durante 10 minutos por los alrededores del pueblo, de 3.200 habitantes, los hombres que retienen al chico le piden el teléfono de sus padres. Le confiesan que quieren llamarles para reclamar un rescate. Saben que el chico retenido procede de una familia adinerada y conocida de Santa Olalla, situado a 45 minutos de Madrid por la autovía A5.
El rehén, presa del pánico, entrega un número a sus captores, que llaman inmediatamente. La madre coge el teléfono. Los secuestradores de su hijo le dicen que quieren 45.000 euros. "Si no pagas, le matamos", dicen a la señora.
Al instante, para confirmarle que el retenido es su hijo, se lo ponen al teléfono. Al chico sólo le permiten decir: "Paga, paga, paga". La llamada apenas dura 30 segundos.
Inmediatamente después de colgar, los secuestradores trasladan al chaval hasta un prostíbulo cercano. Se llama Los Ángeles. Está a cinco kilómetros de Santa Olalla, junto a la autovía de Extremadura. Allí, sin que el joven sepa dónde está, lo encierran en el interior de un cuarto de baño de un par de metros cuadrados. No hay luz ni calefacción. Lo dejan amordazado de pies y manos con varias cuerdas. Con el paso de las horas sólo le dan de comer un trozo de pan duro y algo de agua.
Una vez abandonado el rehén, sus captores siguen el plan urdido días antes. A las 3 de la madrugada vuelven a llamar a la madre del chico retenido. Le insisten en que tiene que pagar 45.000 euros y le dicen que tiene pocas horas de plazo para recabar dicha cantidad de dinero. "Volveremos a llamar por la mañana (...) No se os ocurra denunciar", le aconsejan, aunque en ese momento la familia del chaval ya se ha puesto en contacto con la Guardia Civil.
La tercera llamada, 12 horas después
La tercera llamada no se produce por la mañana, como habían dicho que harían los captores. Tarda en llegar 12 horas. El teléfono de la madre no vuelve sonar hasta las tres de la tarde del miércoles 22 de noviembre. En ese momento la Guardia Civil ya sigue el rastro de los delincuentes, que en cada llamada usan distintos teléfonos móviles y varían continuamente su ubicación para impedir que los agentes ubiquen el punto exacto en el que están.
Cuando los delincuentes vuelven a ponerse en contacto con la familia del rehén ya se ha hecho cargo de la investigación el equipo de Secuestros y Extorsiones de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil. Al frente de ella está el capitán Álvaro Montero. "A esa hora ya sabíamos que eran tres delincuentes de la zona. Por decirlo de algún modo eran los más malos del lugar", explica este agente a EL ESPAÑOL.
Cuando recibe esa tercera llamada, la madre ya sabe qué debe hacer. La UCO le ha pedido que acuerde una entrega ficticia del dinero con los secuestradores de su hijo. El encuentro se produciría unas horas después, a mitad de tarde.
"Abortaron el plan"
Sin embargo, los planes se trastocan cuando la Guardia Civil se percata de que los captores no acuden al encuentro. "Debieron de sospechar que estábamos detrás de ellos y abortaron el plan", cuenta el capitán Montero. "Algo les llevó a soltar al chico poco antes de las siete de la tarde en mitad del monte, a unos kilómetros de su pueblo".
Al joven lo encontraron caminando solo en torno a las 19.15 horas de la tarde del miércoles 22. Había estado retenido 20 horas. Ya no iba con los ojos vendados. No sufría lesiones ni mostraba rastro de violencia alguno.
"Estaba en shock, muerto de frío y con señales rojizas en tobillos y muñecas producto del roce de las cuerdas con las que lo maniataron, pero nada más", cuenta el capitán de la Benemérita. "Antes de liberarlo le dijeron que no denunciase, que si lo hacía le matarían a él y a su familia, y que en unos días irían a cobrar el dinero que le habían exigido a la madre".
Poco después de encontrar al chico, la Guardia Civil detuvo a los secuestradores en un prostíbulo cercano que estaba cerrado pero del que tenían llaves. También registraron otros tres inmuebles. Se les incautaron 5 kilos de hachís y una pequeña cantida de cocaína. También se les intervinieron dos pistolas, munición, varios miles de euros en efectivo y los tres vehículos con los que habían estado moviéndose.