A los once años, tal y como ella misma y sus asesores de prensa nos han hecho saber repetidamente, Meghan Markle vivió el despertar de su activismo. Después de ver un anuncio en televisión con el eslogan Las mujeres de toda América pelean contra la suciedad de las ollas dedujo que los fabricantes de detergentes consideraban que el sitio de las mujeres estaba en la cocina y escribió a Hilary Clinton, entonces Primera Dama, para protestar por ese mensaje sexista. Al parecer Hillary contestó a su carta animándola a continuar con su batalla y la empresa de detergentes cambió el eslogan del anuncio. Se peleaba contra la suciedad de las ollas, pero los luchadores ya no eran sólo las mujeres sino “la gente de América”.
Desde que se anunció su compromiso con el Príncipe Harry, hemos oído esta historia una y otra vez y hemos visto, también una y otra vez, el video del discurso en el que la declamaba, en un acto organizado por Naciones Unidas hace dos años. Meghan sonreía y hacía una pausa al final esperando el aplauso y el publico, efectivamente, se conmovía y aplaudía. Como ocurrió con Kate Middleton, los medios de comunicación de todo el mundo nos hemos fascinado con la aparición de una nueva estrella invitada en la soap opera de la Monarquía Inglesa.
En esa realidad paralela que son las Casas Reales ha surgido un personaje que parece dibujado por un guionista talentoso que la ha dotado de un divorcio, una carrera en la televisión, amigos poderosos con miles de seguidores en Instagram, y padres de distintas razas. Es decir, Meghan tiene un pasado. Un pasado inofensivo pero exótico , mucho más jugoso que el de Kate con dos únicos hitos: desfilar en ropa interior en la Universidad y acertar con el McQueen de su boda. El pasado de Meghan incluye muchos elementos que puede aprovechar un equipo de comunicación imaginativo: origen humilde, carrera exitosa, padre escondido desde hace años (y descubierto por el Mirror) en un pueblecito mexicano, madre profesora de yoga y sí, conciencia social.
Después de unas semanas de frenesí mediático, todo el planeta sabe que Meghan Markle es actriz, que creó The Tig, una página web dedicada a la moda y el estilo de vida y que se considera a sí misma “una activista en favor de los derechos de la mujeres”. Aunque, en realidad deberíamos decir todo esto en pasado. Este verano anunció que dejaba Suits, la serie de televisión en la que ha trabajado durante los últimos siete años y que “soñaba con crear una familia”. Ha cerrado también su página web donde ahora aparece una nota dando las gracias a sus seguidores con el fondo de un collage en el que se mezclan fotos de platos y terrazas de restaurantes con vistas al mar con imágenes de Meghan besando a niños en África. Y paradójicamente, parece que lo único que conserva es un activismo que tuvo su punto culminante en el episodio del detergente y que ahora está reconduciendo con la ayuda de la oficina de prensa de Buckingham Palace hacia la filantropía, las causas humanitarias y el apoyo a los desfavorecidos.
Mientras esto se sustancia, sabemos que ha conseguido el visto bueno de los perros de la reina Isabel, que ha cometido un error protocolario de calado opinando sobre el Brexit y que recibió el anillo de compromiso mientras un pollo se asaba en el horno. Porque ese es el tipo de cosas que hace y cuenta una futura duquesa de Sussex. También sabemos que su prometido le habla “del amor que profesa a su abuela, la reina” y de lo mucho que echa de menos estos días a lady Di. Que su padre está orgulloso de ella y que su entrenadora personal es su mejor amiga. Que lo suyo fue un flechazo y que tendrá que examinarse para conseguir la nacionalidad británica. En resumen, que contrariamente a lo que nos aconsejaban nuestras abuelas, lo deja todo por amor, siguiendo la estela de Grace Kelly que renunció a una carrera mucho más brillante que la de Meghan para ser desgraciada al lado de un señor mucho más bajito que el príncipe Harry.
Las renuncias no tienen nada de malo, siempre que no te consuma después la fiebre por ser considerada una estadista y se asuma que lo que se conoce de una princesa o de una reina generalmente es el nombre de su modisto, la procedencia de las piedras de su diadema y el tamaño de sus pesañas postizas. Meghan Markle está a punto de convertirse en la primera feminista silenciosa de la realeza. Pretender que esa posición tiene algo que ver con la igualdad de género resulta un poco, digamos, chocante. Algo así como comparar a la Bella Durmiente con Marie Curie.