Son las siete y cuarto de la mañana en Fuente el Saz de Jarama, al norte de Madrid, en la frontera con Guadalajara. Manuel, un camionero jubilado, duerme con su mujer en una casa a orillas de la carretera. Un ruido seco se cuela en su habitación a pesar del doble cristal de la ventana. Cuando se asoma, sólo ve oscuridad. El amanecer todavía no ilumina la calzada de doble sentido, ni siquiera diez metros de ancho. Manuel vuelve a acostarse.
Un par de horas después, este vecino de barba canosa y gafas de pasta pone rostro al golpe que le sacó de la cama. Cuando sale de casa, se topa con un conductor que ha detenido su coche tras divisar un cuerpo tirado en la hierba, a unos centímetros de la carretera. Es una joven que yace boca abajo ensangrentada. A su alrededor, unos apuntes, un reproductor de música y los cristales de otro vehículo del que no hay rastro. Llega la Policía. También un helicóptero del Samur, que tan sólo puede certificar su fallecimiento.
*El vídeo muestra el recorrido que hizo Alejandra en dirección al autobús
Han pasado veinticuatro horas de aquella mañana de lunes. Manuel Fuentes, transportista, desgrana el relato de lo vivido y señala a su izquierda, donde se levanta la urbanización El Juncal, apenas perceptible desde el asfalto: “Me han dicho que se llamaba Alejandra, que tenía 17 años. Vivía ahí… Qué tragedia. Yo no la vi hasta dos horas después de haber escuchado el golpe”. Justo antes de aquel ruido transcurrieron los últimos cinco minutos de Alejandra -los que solía emplear en ir desde la puerta de su casa hasta la parada del autobús-, ahogados con un atropello y un conductor a la fuga.
Un sendero que no es sendero, interiorizado a la fuerza por los vecinos de la zona porque no existe otra manera de cruzar. Los coches circulan a más de cien kilómetros por hora. De noche, el posible peatón es difícil de divisar. Cientos de habitantes de Fuente el Saz han pedido a las autoridades en más de una ocasión que les doten de una infraestructura que borre el peligro de esos "cinco minutos" de trayecto.
La parada del 184
A Manuel le contaron lo que luego trascendió: Alejandra, estudiante de segundo de Bachillerato, salió de casa hacia las siete y media para ir al colegio. A cinco minutos de la puerta hay una parada de autobús. El 184 conecta con Algete, el pueblo de al lado, donde se encuentra su instituto. “Un coche la atropelló por delante y la lanzó más de cincuenta metros”, dice este hombre de camisa de cuadros con un puro en la boca. Se mantiene entero: “Yo trabajaba en un tráiler, he visto muchas muertes así. Es horroroso. Quise taparla con una manta, pero me dijeron que esperara a que llegaran las autoridades”.
Es martes por la mañana en esta “carretera de los horrores”, así la llama la dependienta de la gasolinera más cercana. Manuel espera hasta ver la calzada desierta para volver a casa y dejar atrás el trozo de hierba donde pereció Alejandra. Los cuerpos policiales sospechan que fue arrollada cuando ni siquiera había empezado a cruzar. El impacto la arrastró casi cincuenta metros.
“Sí, sí, ya sé que lo han detenido”, responde Manuel preguntado por la identidad del conductor huido. Francisco Solano fue arrestado a las doce y cuarto de la pasada madrugada, menos de veinticuatro horas después de presuntamente haber atropellado a Alejandra. Estaba subido en un avión en el aeropuerto de Barajas, a punto de despegar camino de Buenos Aires. Él conducía el Mercedes oscuro que golpeó a la joven de diecisiete años. Con la luna delantera destrozada, a falta de un retrovisor y con el parachoques reventado, huyó hasta El Casar, primer pueblo de la provincia de Guadalajara, donde abandonó el auto.
Detenido en un avión a punto de despegar
Manuel, que da vueltas en círculo ante la puerta de su casa, de valla verde y alta, no conoce los detalles del arresto. Según cuenta un policía a este periódico, el presunto conductor homicida fue interceptado gracias a la colaboración de un vecino de Pozuelo de Alarcón, en Madrid. Francisco, de 53 años y nacionalidad paraguaya, contó a una tercera persona lo sucedido muy cerca de su casa. Este vecino, que había bajado a fumar un cigarro, vio en internet que aquel atropello podría ser el de Fuente el Saz. Se presentó en comisaría y contó lo que había escuchado. Los agentes dieron con el domicilio de Francisco, donde una mujer les dijo que el conductor del Mercedes se había ido corriendo con las maletas a no sé dónde. A las doce y cuarto de la noche fue capturado en el avión. Ahora se enfrenta a tres delitos: homicidio imprudente, denegación del deber de socorro y contra la seguridad del tráfico. Una pena que podría rondar los ocho años de cárcel.
Con motivo de una obra en un terreno cercano, Manuel trabó relación con el padre de Alejandra, “un tipo encantador, simpatiquísimo”. “Creo que llevan viviendo aquí más de veinte años, pero no los conocía, es que en esta zona somos muy independientes”. Este transportista de verbo ágil y expresión concisa cuenta que recogió una de las zapatillas de Alejandra: “Se la di a un tío suyo. Me contó que su padre, que trabajaba de noche, a veces la llevaba al colegio, pero que ese día no pudo”.
No existe camino que una la vivienda de Alejandra con la parada de autobús. Es el suelo blando, húmedo, embarrado, hasta alcanzar la puerta de casa de Manuel. Ahí, uno cruza. Ni badenes, ni radares, ni pasos de cebra. “Ayer mismo tuve que decirle a una mujer que se apartara de la carretera, esto es peligrosísimo”, se despide Manuel.
En el instituto de Alejandra
A las dos y veinte, cuando suena el timbre en el instituto Al Satt de Algete, apenas hay alumnos de segundo de Bachiller. “Se han enterado esta mañana, muchos ayer no lo sabían. Cuando han llegado, se han organizado para mandar coronas de flores. Estaban destrozados. Aunque no se han suspendido oficialmente las clases, les hemos dicho que hicieran aquello con lo que se sintieran cómodos. La gran mayoría se ha ido a casa… Imagínate. Esto es una tragedia”, cuenta un profesor del centro en el aparcamiento.
En los corrillos de otros cursos se escucha la historia de Alejandra. Dos alumnas, aunque más pequeñas que ella, la conocían del autobús: “Se la veía muy centrada en los estudios. Era tímida, muy educada… No sé, un amor”. En sus redes sociales se definía como apasionada del cómic, también del fútbol. Daba muestra de unos logrados dibujos a lápiz.
Con la pérdida afloran esas anécdotas que uno no era consciente de haber guardado: “Una vez le pedí un cigarro y me lo dio”. En apenas cuarto de hora la explanada frente al colegio queda vacía, en silencio.