La llegada de WhatsApp pilló a Nieves con pareja estable. Madura y con hijos, nunca llegó a imaginar que la aplicación de mensajería instantánea, aparentemente inocua, pondría el punto y final a una relación de más de 12 años. Supo que su novio la espiaba cuando, en un arrebato de celos, él le puso sobre la mesa varias conversaciones impresas que ella había mantenido con su círculo más íntimo. Atónita y sin explicarse cómo habían saltado los mensajes del móvil al papel, Nieves hizo trizas los folios y llena de ira se los arrojó a la cara. Había invadido su intimidad, leído aquello reservado solo para sus ojos, pero que formaba parte de un mundo etéreo al alcance de cualquiera: WhatsApp.
La sentimental no fue la única relación a la que Nieves dijo adiós ese día. Sabiéndose vulnerable, borró sus conversaciones y desinstaló WhatsApp de su terminal, cambió de móvil creyendo que pondría punto y final a aquel dramático episodio. No fue así.
Invadida por la duda, Nieves empezó a indagar sobre cómo su expareja había accedido a las conversaciones que ella consideraba privadas. Preguntó a amigos con conocimientos informáticos, consultó en Google y llegó a la conclusión de que le cotilleaban su correspondencia virtual a través de la aplicación para ordenador WhatsApp Web. Un sistema que permite la sincronización entre el terminal móvil y una computadora siempre y cuando ambos estén cerca. Todo había ocurrido delante de sus ojos.
Su ex solo necesitó acceder al teléfono de Nieves, desbloquearlo con la clave que él sabía y permitir el acceso desde el ordenador a la aplicación de ella. Un proceso que se completa en menos de un minuto y que se podría haber evitado de haber mantenido en secreto la combinación de acceso al móvil.
Poco tiempo después volvió a instalar WhatsApp. Su vida siguió su curso. Madre de dos hijos, formada en la universidad, trabaja como comercial y vive en un chalet adosado en una zona residencial a las afueras de la ciudad. No desvelaremos su verdadero nombre, ni su procedencia, tampoco su edad exacta, más de cuarenta, o cualquier dato que pueda vincularla con su expareja. Ella se siente más cómoda dejando el pasado atrás.
—¿Denunció?
—No, pero me lo planteé. Al final pensé que lo mío no era una situación de peso. Hay mujeres que han pasado por situaciones mucho peor: acoso, violencia de género. Lo dejé pasar.
Su experiencia condicionó su relación con WhatsApp. En los meses posteriores al incidente con su expareja, Nieves cayó en una leve psicosis. No compartía mensajes que dieran pistas sobre su ubicación, sus planes y demás datos que pudieran facilitar a alguien que escucha su rutina. Coordinaba sus citas siempre mediante llamadas. Insistía a sus contactos para que no revelaran información sobre ella a través de la aplicación de mensajería. Protegió su terminal con contraseña. Pero a pesar de todas esas precauciones, la fortuita presencia de su ex en los lugares que ella frecuentaba le hacían sospechar que él seguía espiándola. Y siempre le quedará esa duda.
“ME SENTÍ OBSERVADA Y MIS HIJOS LO PASARON MAL”
“Tenía un poco de miedo, me sentía observada, y mis hijos lo pasaron mal —confiesa Nieves—; llegué a pensar que tenía un localizador en el coche. Hasta que se me pasó. Ya no pienso en eso”.
A la oficina de Jorge Coronado, experto en seguridad y peritaje informático especializado en WhatsApp, llegan mujeres como Nieves. En quantiKa14, su empresa, atienden casos de hackeo —pirateo para el espionaje— de terminales móviles. La relación es de 63 mujeres víctimas por un solo hombre.
El elevado número de casos que viene detectando en los últimos cinco años lo ha llevado a desarrollar una aplicación específica, todavía sin comercializar, para realizar el peritaje informático: WhatsApp Forensic. Con ella se extraen evidencias digitales de las bases de datos en las que se almacenan las conversaciones. “Acreditamos la existencia de mensajes, incluso los que se han borrado; y se utilizan como pruebas en los procedimientos judiciales”, explica el experto.
Sus hallazgos ayudan a dirimir cuestiones que atañen divorcios, custodias de niños o litigios laborales. También denuncias de acoso y violencia de género. “Nos piden autentificar insultos, vemos mensajes con amenazas de muerte y mucho control: ¿Dónde estás? ¿Con quién? ¿Qué llevas puesto?”
Relata Jorge que las mujeres llegan a su oficina muy afectadas. “Paranoicas, en muchos casos; el estado de alerta que genera el acoso y espionaje las hace ser muy desconfiadas”, explica. “Muchas renuncian incluso a tener móvil, portátil, Internet en su casa y no quieren saber nada de lo tecnológico”, sentencia.
Coronado critica la “poca conciencia de la gente al subir vídeos eróticos a WhatsApp”. “El mejor ejemplo es el caso de La Manada —apunta—, y es algo que me encuentro mucho, es muy habitual”.
Muchas de sus clientas llegan a su oficina cuando el vídeo, de contenido sexual, ya ha saltado de WhatsApp a las webs de contenido pornográfico. El escarnio público y la lentitud de los procedimientos judiciales acusan el daño psicológico de las víctimas. Aunque, por lo general, los casos “acaban en buen puerto”, según el experto.
WHATSAPP, ORIGEN DEL PORNO VENGATIVO
Es lo que se conoce como porno vengativo. “Por hacer daño”, apunta Coronado. Y la Red está llena de vídeos eróticos subidos a Internet con el resentimiento como principal motivación. Jorge abre en un navegador una de esas webs de pornografía. En su buscador introduce la palabra WhatsApp y el portal ofrece un sinfín de vídeos —la práctica totalidad, con mujeres como protagonistas— grabados en la intimidad y valiéndose de la aparente sensación de confidencialidad que transmite la aplicación.
—¿Y es fácil hackear un teléfono?
—Hay dos opciones, de forma remota o accediendo físicamente al terminal. En la primera, es difícil, porque requiere conocimientos específicos; pero la segunda es fácil, es instalar una aplicación. Y la víctima no se da cuenta. Hay aplicaciones que se venden como de control parental, cuando se usan para espiar: MySpy.
Pero es posible blindarse. Al sentido común, como no instalar aplicaciones de dudosa procedencia, hay que añadir, según aconseja el experto, un buen antivirus y tener los sistemas operativos actualizados. Aunque, sobre todo, “es vital cuidar el contenido que se sube a WhatsApp, que genera una falsa sensación de seguridad, de privacidad”.
WhatsApp es la aplicación más popular en España. El 77% de los internautas la tienen instalada en sus dispositivos móviles según se desprende del Panel de Hogares CNMC del IV trimestre de 2016. Nueve de cada 10 reconocen que la aplicación de mensajería instantánea es la más utilizada a lo largo del día. Según la compañía, más de mil millones de personas en más de 180 países usan WhatsApp y el Eurobarómetro señala a España como el país europeo en el que más se utiliza.
En septiembre de 2016, el Centro Criptológico Nacional, vinculado al Centro Nacional de Inteligencia (CNI), publicó un decálogo de riesgos a propósito de la alta proliferación de la aplicación entre los españoles. “La compartición de información personal sensible que se produce a diario en WhatsApp, junto con la escasa percepción de riesgo que los usuarios tienen con la seguridad de la información vinculada a los dispositivos móviles, ha convertido a esta plataforma en un entorno atractivo para intrusos y ciberatacantes”, alertaba.
De secuestros de cuentas, aprovechando fallos de la red, a robo de cuentas y de información mediante ataques de phishing, falsos códigos que otorgan privilegios a los intrusos. “Desde sus inicios —justifica el informe del CCN-CER—, los creadores de WhatsApp han descuidado algunos elementos básicos en cuanto a la protección de la aplicación y de los datos personales que se gestionan en esta aplicación”.
Y no solo en lo tecnológico. La aplicación, lanzada al mercado en 2009 y comprada en 2014 por MarkZuckerberg —dueño de Facebook— por 19.000 millones de dólares, carece de un “manual de gestión emocional” que dé a sus usuarios las claves de cómo utilizarla sin generar situaciones de dependencia o adicción. A esa conclusión llegó la periodista Chary Sánchez, autora del libro ‘Me conformo con verte en línea’ (Culbuks, 2016) y autoproclamada coach —entrenadora— del WhatsApp.
MÁNDAME UN WASAP Y TE DIRÉ CÓMO ERES
La autora desglosa en ocho capítulos sus experiencias personales, las de su círculo de amistades y otros tantos casos fruto de una investigación. Desde La dependencia de estar en línea a Wasapeando con hombres: Mándame un wasap y te diré cómo eres.
—¿Se puede conocer a alguien por sus conversaciones de WhatsApp?
—Sí, obviamente te falta el lenguaje corporal, que es una buena parte de la información; pero su escritura forense, si haces un análisis, te da claves.
—¿Y qué perfiles ha detectado?
—He llegado a la conclusión de que el inseguro se hace más inseguro; el celoso, más celoso; WhatsApp es un amplificador de emociones.
—¿Y es posible salir de esa dinámica enfermiza?
—Es posible, pero solo cuando se toma conciencia de que WhatsApp es una herramienta que crea adicción, que te hace sentir viva cuando estás en línea, y no es así.
Sin pretenderlo, la periodista fue víctima de su propio estudio: la dejaron por WhatsApp. “Él empezó a provocar situaciones incómodas, a mandarme mensajes y más mensajes, hasta que me llevó contra las cuerdas y se acabó la relación. Nunca tuvo la valentía de dejarme cara a cara”, explica. “He sido víctima de una estafa emocional”, confiesa.
Ahora narra su experiencia en los institutos que la reclaman. Explica a los adolescentes que el acoso y la violencia machista empiezan en línea y les previene para que eviten relaciones tóxicas con la aplicación. “He visto que las jóvenes ven con normalidad que un chico con el que salen les pida la ubicación, que se hagan selfies para saber si efectivamente están en el lugar en el que dicen estar o que le manden una foto con la ropa que llevan para que ellos les den el beneplácito; y me parece horroroso”, apunta Sánchez.
—¿WhatsApp es un peligro al alcance de cualquiera?
—Sí, sin duda. Ese mal no distingue de edades, de profesiones, de clases sociales… a todos nos afecta emocionalmente de la misma forma. WhatsApp lanza la aplicación y te dice “ahí la llevas”, pero no da un manual de gestión emocional. Dice que te cuesta un euro, pero no te habla de las rupturas, las infidelidades, las dependencias, adicciones… No nos avisaron de eso.
Por eso, la autora insiste en que es necesario instruir a la juventud para que sepa cómo gestionar WhatsApp a nivel emocional. Aunque después de llamar a muchas puertas, pocos son los que están decididos a financiar sus acciones.
“WhatsApp es una herramienta muy buena —sentencia la periodista—, pero que puede volverse peligrosa”.
DIEZ CONSEJOS DE LA ‘COACH’ DEL WHATSAPP
1. La foto de perfil no debe ser comprometida ni mostrar información de tu vida privada.
2. Los estados de WhatsApp se deben usar para expresar información positiva y de carácter profesional, no como altavoz de tu estado emocional.
3. Los estados de 24 horas están para subir contenido, si alguien te los mira no te sorprendas.
4. La ubicación de dónde estás se debe usar como localización, nos para controlar a tu pareja.
5. Si no respondo a un mensaje y estoy en línea, es porque no he podido, estoy en otra cosa, o simplemente no me ha dado la gana de responder.
6. Cuando quieras hablar con alguien levanta un teléfono y llámalo; ¿qué es esto de tener que escribir un mensaje ‘¿Te puedo llamar?’ antes?
7. WhatsApp es un canal para comunicarte, no para controlarte, gritarte, ni insultarte, recuerda que la violencia de género también comienza en línea.
8. Enviar fotos comprometidas y practicar el ‘sexting’ tiene unas consecuencias.
9. Evita discutir en línea, sobre todo en grupos de amigos, clase, deporte, etc. Es fácil etiquetarte por un mensaje.
10. El 14 de febrero está a la vuelta de la esquina y cupido este año llega en forma de emoji, de corazón y de gif, así que aconsejo que le digas a tu pareja que se deje de tanto ‘amor en línea’ y te lleve a un buen restaurante a cenar.
SALIR DE WHATSAPP ES POSIBLE
Raquel vio el peligro de WhatsApp en una escena tan cotidiana como bañar a su hija pequeña. En un momento, mientras que la enjabonaba y comentaban el día a día, sonó un aviso en su teléfono, siempre a mano. Y ella atendió el nuevo mensaje. Su hija le espetó: “Mamá, ¿me escuchas?”.
“Eso me sobrecogió”, explica Raquel. A la mañana siguiente, todavía rumiando las palabras de su hija, decidió mandar un mensaje colectivo y desinstalar la aplicación. “Lo dejé, porque estaba muy metida y la aplicación me quitaba tiempo de mis hijos, había una dependencia, era algo tóxico”, cuenta esta madre de dos hijos, profesora de un instituto de Sevilla. “Nadie se pregunta cómo nos afecta a nivel emocional”.
Su decisión sorprendió a su círculo de amigos. Todos le decían que cómo era posible salir de WhatsApp. “¿Te lo puedes quitar? ¿Estás loca?”, le preguntaban. Pero ella lo hizo.
Raquel recuerda la primera noche sin WhatsApp. La sonrisa de su marido iluminada por la luz de la pantalla del móvil y las ganas de echarle mano al móvil inerte, sin alertas ni mensajes. “Tenía envidia porque lo veía compartiendo cosas con nuestros amigos y yo estaba al margen de todo eso”, detalla. Pero el tiempo fue corriendo a su favor.
“Los primeros días te sientes muy rara —confirma—, pero cuando te desintoxicas, lees más, aprovechas el tiempo, no hay problemas de interpretación en tus comunicaciones…”. Tiempo después notó otros beneficios. “Me sentí liberada, relajada”.
Pero Raquel volvió.
“La gente te pide que vuelvas y, a fin de cuentas, WhatsApp me facilitaba las cosas —sostiene—, la coordinación de asuntos relacionados con mis hijos, el flujo de información en mi trabajo…”.
De todo esto, Raquel aprendió. “Sé que puedo estar sin él —sentencia—, y si me vuelvo a ver superada, saldré otra vez”.