Recuerda a un hombre con una respiración muy profunda. Notaba el contacto en su costado izquierdo y su cara. Todo era muy desagradable. Ella estaba drogada. Había, al menos, dos hombres en su habitación. Presuntamente, cometiendo una violación sobre ella.
La mujer tiene 35 años y es militar con destino en el acuartelamiento del Ejército del Aire en Bobadilla (Antequera). En la mañana del 11 de diciembre, se levanta con las medias bajadas y molestias en el pecho. Estaba en su propia cama, en el cuartel. No sabe cómo ha llegado hasta ahí. La noche anterior hubo celebración, pero no recuerda haber bebido tanto. Sin embargo, tiene un fuerte dolor de cabeza. Al ir al baño, advierte un detalle que inmediatamente pone en conocimiento de las autoridades: hay semen en el pantalón de pijama y también en sus medias.
Con el paso de los días, la militar fue recordando poco a poco lo que había ocurrido aquella noche. Hasta ahora, este proceso ha permanecido oculto a la opinión pública. Lo cierto es que el día 12 de diciembre la soldado interpuso una denuncia en los juzgados de Antequera. Interpuso dos más en las que amplió los detalles que fue recordando semanas después. EL ESPAÑOL ha tenido acceso a estos documentos. En él, la mujer relata cómo varios de sus compañeros la habrían violado tras drogarla en un bar.
Agentes del Cuerpo Nacional de Policía investigan el caso. Según ha podido saber este periódico, se encuentra en fase de instrucción en cuatro juzgados a la vez: en el 1 y el 2 de Instrucción de Antequera, en el Juzgado Togado Militar 21 de Sevilla, y en el 24 de Málaga.
Lo que sigue es un relato del calvario al que, presuntamente, la soldado se vio sometida en los últimos meses, destinada en el cuartel aéreo de Bobadilla, situado a las afueras de Antequera, en una llanura inmensa a poco menos de una hora de la capital malacitana.
Un sargento, un cabo y droga en la cerveza
Tarde del 10 de diciembre de 2017. Es la festividad de la Virgen de Loreto, la patrona del Ejército del Aire. Día de fiesta. Hay que disfrutar, así que la soldado sale de copas con el resto de sus compañeros militares por los bares de Bobadilla.
Los soldados salen a festejar la jornada a eso de las tres de la tarde. Pero la fiesta empezó dentro del cuartel de Antequera. Hasta esa hora, ella y sus compañeros se toman al menos dos quintos de cerveza dentro del recinto. De allí se marchan hasta un local cercano para tomarse un par de cervezas más. Allí se quedan hasta las cuatro menos cuarto de la tarde. A partir de esa hora, el día se junta con la noche, ya que el resto de la celebración transcurrió hasta la madrugada en el pub Gabana.
El lugar está a treinta minutos de distancia del cuartel si se va andando, cinco si se coge el coche. La soldado de 35 años se toma allí una caña pequeña y dos copas hasta la hora de la cena. Hubo bocadillos acompañados de otras tantas cervezas a esa hora, ya con la noche sobre el cielo de Málaga. Hasta ese momento, no sucede nada extraño.
En un momento determinado, antes de la una de la madrugada, la mujer se va un instante al baño y deja en la barra su cerveza. Así lo cuenta la soldado en la primera de las tres denuncias que interpone. Al volver, se da cuenta de que algo no va bien. Le da un trago al botellín y advierte que la bebida tiene un regusto extraño, más amargo de lo normal. En ese instante no le otorga más importancia a este hecho. A la postre iba a resultar la clave.
La mujer sigue en el bar. Cuenta en la denuncia que hay un instante en el que estaba apoyada en la barra hablando con dos de sus compañeros. Uno es sargento primero. El otro cabo mayor. Deben de ser en torno a las doce de la noche. De forma instantánea, todos se alejan de ella y se quedan los tres solos. Uno de ellos muestra especial interés por ella. Se acerca “más de lo debido” y le empieza a acariciar la pierna. La soldado se queda muy sorprendida. Era algo que no se esperaba. La cosa no iba a quedar ahí.
Del mismo modo, y prácticamente a la vez, la mujer nota cómo otra mano le toca el muslo pero por la parte de atrás. Ella se resiste y le da un manotazo a uno de los compañeros. Otros dos se acercan a ella y empiezan a decirle al oído, de forma lasciva: “Es que no veas como vienes”. Dice la mujer que en ese momento ya debía de haberla drogado.
A uno de los compañeros, presente en el lugar, le dice que se siente muy incómoda, humillada tras lo que acababa de ocurrir. “Como un cacho de carne”.
Con el paso de las horas, el estado de la soldado empeora. A la una de la madrugada, la mujer decide volver a la base a dormir. Está "muy perjudicada". La acompaña en el trayecto un superior. Al llegar, advierte que la habitación tiene la llave puesta en la puerta. La acuesta en su cama y se marcha.
Al día siguiente, la mujer tiene “fuerte dolor de cabeza” y no recuerda nada de la noche anterior. Habla con una de sus compañeras al despertarse y también con su superior, quien le cuenta lo que pasó al llegar al cuartel. Ella solo recuerda ir luego al baño, ya de madrugada. Ellos, en cambio, le plantean la posibilidad de que haya sido violada. Su superior le ofrece hacerle un test de drogas y ella accede. Resultado: “Positivo en sustancias barbitúricas”. Alguien le había echado algo en la bebida. Según ha podido saber este periódico, esta mujer nunca antes había dado positivo en consumo de drogas en el cuartel. Su comportamiento era de absoluta normalidad. Aquello no cuadraba. Era obvio que alguien le había echado algo para que no estuviera en plenitud de sus facultades. Y empieza a sospechar del momento en que se va al baño y deja la cerveza en la barra.
Muy preocupada, la mujer habla con el teniente de Enfermería. Éste, a su vez, dialoga con uno de los comandantes, quien se dirige directamente a la soldado. Es muy claro: hay que denunciar los hechos. Al cabo de dos días, el 12 de diciembre, la soldado se decide a denunciar lo ocurrido en la noche de la Virgen de Loreto.
Con el paso del tiempo, los fragmentos de esa velada vuelven a recomponerse en su memoria. Los detalles vuelven poco a poco a su cabeza: recuerda que en la habitación había dos hombres. Todo estaba a oscuras. Uno de ellos, con una respiración muy profunda. Notaba su contacto en el costado izquierdo. También en su cara. Volvió a su mente la desagradable sensación que debió sentir en aquel momento. De asco, como de vomitar. Luego llegó la constatación. La mujer había dormido con las medias y el pantalón de pijama. A la mañana siguiente, al ir al baño, halló en ambas prendas restos de semen. Estos ya se han mandado a analizar.
El abogado de la víctima, Javier Rincón, abogado penalista y director de Rinber Abogados, cree que no se tardará en localizar a los responsables.
Una segunda violación en septiembre
Lo más grave a extraer de las denuncias de la soldado tiene que ver con uno de sus compañeros. En la denuncia, la mujer explica que hay uno en concreto que siempre está intentando ligar con ella. Y hay algo que le ha dicho en más de una ocasión, en conversaciones siempre de contexto sexual: que tendría que drogarla para conseguir tener sexo con ella.
En la misma denuncia, la mujer narra otro grave episodio acontecido varios meses atrás de la presunta agresión sexual de diciembre. Lo que pasó esa noche no era la primera vez que ocurría. La soldado explica que en septiembre fue víctima de otra presunta agresión sexual. Tres meses antes de la segunda.
Ocurrió una noche que se quedó a dormir en la base. Uno de los compañeros aprovechó para abordarla en un pasillo. Era de noche. La cogió, la empujó hasta su habitación y la empezó a besar. La mujer dice en la denuncia que “este hecho no le desagradó, por lo que continuó besándose”.
Al poco, el compañero se muestra con intención de mantener relaciones sexuales. La tira sobre la cama. La sigue besando. Ella le dice que no. Él insiste y ella vuelve a negarse en repetidas ocasiones. Justo en ese momento entra en al habitación otro compañero. Ella aprovecha para quitárselo de encima y se dirige hacia la puerta, camino de su habitación.
En el pasillo, el compañero que había tratado de abusar de ella vuelve a insistir. La empuja de nuevo a la habitación. Ella exige que la deje en paz, que si no va a gritar y que se va a enterar toda la base. Pero él no se da por vencido y continúa con los manoseos. En plena desesperación, ella vuelve a insistir y le dice que los besos vale, pero que nada más.
Al final, el hombre acaba metiéndola de nuevo en la habitación. Sigue besándola en contra de su voluntad mientras dice que no quiere tener relaciones sexuales con ella. Sin embargo, no abandona los tocamientos. Ella, ante su insistencia, le dice que tiene la regla. Que no quiere que siga haciendo lo que está haciendo en ese momento. A él le da igual. Sin mediar palabra, el soldado se baja los pantalones y la fuerza a tener sexo anal. “No pudo concluir ya que no se dejaba”, explica la denuncia interpuesta por la víctima.
Como se encuentra con el período, la cama y el suelo quedan manchados. El hombre detiene su intención de forzarla en contra de su voluntad. No contento con eso, le recrimina haberlo llenado todo de sangre. En ese momento ella sale de la habitación.
La soldado no quiso contárselo a nadie durante meses porque le daba vergüenza. También por lo que pudiesen pensar “el resto de compañeros sobre su persona”. De ese modo, imploró al presunto agresor que había tratado de perpetrar la violación que no dijese nada, que no quería que su reputación saliese dañada, ya que era muy vergonzoso para ella.
Sus palabras del pasado diciembre aún resuenan en el cuartel: “Me sentí como un cacho de carne”.