[“Sito lo lleva en la sangre. Si no, no se entiende. Tiene dinero en paraísos fiscales para vivir siete vidas y, en cambio, fíjate… Aún quería más”, dice sorprendido alguien que le conoce desde hace años cuando sólo han pasado unas horas desde su última detención.]
Aún no había salido el sol en Algeciras (Cádiz) cuando agentes de la Policía Nacional ya estaban en el número 4 de la calle Los Abetos. Habían estacionado sus coches en los alrededores y delante del portón de la mansión en la que a esa hora aún dormía el narco, quien afuera tenía aparcado su BMW 320 azul. Eran las siete de la mañana de este pasado lunes.
José Ramón Prado Bugallo, más conocido como Sito Miñanco, se despertó sobresaltado cuando escuchó los gritos de los agentes y el zumbido de los golpes en el portón de su casa. La noche siguiente tendría que haber vuelto a prisión, como acostumbraba de lunes a jueves durante los últimos dos años y medio.
Pero a primera hora de ayer se le acabaron los días de semilibertad. Miembros del Grupo de Respuesta Especial para el Crimen Organizado (GRECO) de la Costal del Sol saltaron la tapia de su guarida, reventaron el portón de entrada a la vivienda y detuvieron a Miñanco. De nuevo, como a finales del siglo pasado, había que dar caza al pontevedrés, el mayor capo gallego de la coca. Llevaba desde 2000 entre rejas, pero no le servía de escarmiento: Sito había vuelto a las andadas pese a que todavía pasaba las noches tras los barrotes de una celda.
Durante el día y los fines de semana, Miñanco disfrutaba de un permiso que le permitía salir a la calle para cumplir el final de su condena trabajando en un parking que él mismo compró hace años y que puso a nombre de uno de sus abogados. Es decir: él era su propio jefe. Y pisar, pisaba lo justo aquel garaje donde lo encontró ocioso EL ESPAÑOL en diciembre de 2016.
Por el día, bien temprano, de lunes a jueves Miñanco salía de la cárcel. A mediados de 2014 se le concedió un régimen de semilibertad porque había conseguido un contrato de trabajo. Pero, en realidad, ayer se conoció que aprovechaba el tiempo para traficar con toneladas de ‘dama blanca’, según ha podido saber este periódico. Curiosamente, lo hacía desde el Estrecho de Gibraltar, el feudo de los narcos del hachís. La Policía Nacional llevaba dos años detrás de él, prácticamente desde que puso un pie en la calle.
“Había vuelto a mover miles de kilos de cocaína, quería sentirse como en sus años mozos”, aseguran fuentes policiales al tanto de una operación dirigida por la juez Carmen Lamela, de la Audiencia Nacional, que mantiene el caso bajo secreto de sumario. Además de a Sito Miñanco, se detuvieron a otras 42 personas y se efectuaron 47 registros en domicilios y empresas. A él se le acusa de liderar una organización criminal dedicada al tráfico de drogas y al blanqueo de capitales.
Con piscina y zona de musculación
Sito Miñanco, de 62 años, había instalado su cuartel de operaciones en su mansión alquilada a las afueras de Algeciras. Se trata de una urbanización apacible a la entrada de la ciudad: grandes chalets entre un vecindario tranquilo y adinerado. Sin embargo, el perímetro de su casa estaba vigilado por diversas cámaras de seguridad.
José Ramón Prado Bugallo contaba entre sus vecinos con varios jueces, abogados y médicos. Precisamente, en la vivienda contigua a la suya reside un conocido letrado algecireño.
Sito Miñanco pagaba varios miles de euros al mes por el alquiler de su mansión. En esta urbanización hay casas por la que se abonan 1.500 y 2.000 euros por un arrendamiento mensual.
La residencia en la que se había instalado el narco junto a su pareja, una mujer más joven que él, tiene una extensión de alrededor de 600 metros cuadrados. La vivienda, de dos alturas, tiene unos 200 metros habitables. Afuera cuenta con piscina y jardín.
Sito había instalado para él y su chica un pequeño gimnasio en la terraza, donde les gustaba practicar deporte: este lunes, a las pocas horas de su detención, aún estaba a la vista una bicicleta estática, una barra con pesas y una cinta para correr.
El narcotraficante gallego apenas cruzó palabra con sus vecinos durante el año y medio que llevaba viviendo allí. A lo sumo un hola y adiós. Se dejaba ver poco, aunque la Policía sabe que sí que frecuentaba la vivienda. En la terraza de su mansión, para que correteasen por el césped, había criado cinco perros de las razas rottweiler y dóberman. Uno se le ahogó hace unos meses. Ayer, cuando entraron los policías, sólo quedaba un animal.
Sus orígenes
Rías Baixas, finales de los 80. José Ramón Prado Bugallo es un treintañero nacido en 1955 en Cambados (Pontevedra). El joven, al que todo el mundo conoce como Sito Miñanco, es un guapo de pelo castaño y ojos azules que ha dejado el contrabando de tabaco y lleva unos años traficando con cocaína, una novedosa droga que llega desde Latinoamérica.
Miñanco es un señor do fume que se ha hecho célebre y rico en Galicia con los paquetes de Winston americano que trae desde Portugal en su veloz planeadora Rayo de Luna. Pero a últimos de aquella década prodigiosa de la movida madrileña, reconvertido su negocio, prefiere el polvo de oro blanco. Por el mismo trabajo obtiene muchísimo más dinero.
Sus socios al otro lado del Atlántico son los miembros del cártel de Cali (Colombia), que ven en él al hombre idóneo para mandar sus cargamentos de cocaína hacia Europa.
El contrabandista cuenta con una organización propia de fieles subalternos, dispone de soplones dentro de la Guardia Civil y disfruta de buena conexión con la clase política gallega. Incluso, tiene a sueldo a un empleado de Telefónica que le advierte cuando uno de sus muchos teléfonos está pinchado, y también a un inspector de Hacienda –hijo de un exmagistrado del Tribunal Constitucional- que se encarga de lavarle el dinero.
La vida le sonríe. A bordo de sus numerosos coches –desde un Ferrari Testarrosa hasta dos Mercedes o un BMW- el Pablo Escobar español se siente inmune. No sólo lo piensa él. La sociedad pontevedresa es de la misma opinión.
Después de que un envío se realice de forma exitosa, el mayor narco de España no escatima en gastos con los suyos: grandes mariscadas, excelsos albariños, prostitutas de lujo… Algunas de esas chicas se las lleva a las dos habitaciones que tiene a su disposición de manera permanente en el hotel Rías Bajas de Pontevedra, donde la noche sale por un pico: 5.000 pesetas de la época. A otras las acompaña a su mansión con piscina, grandes jardines y camas inmensas que tiene en su pueblo natal.
Pero de aquello ha llovido demasiado. Más de 30 años. A las siete de la mañana de ayer los agentes volvieron a tocar a su puerta. Sabían que había montado una organización delictiva para traficar con cocaína y lavar dinero. Le habían seguido durante los meses previos por Madrid, Marbella, Algeciras y Pontevedra. Con Sito Miñanco también cayeron este lunes su hija Rosa María Prado Pouso o David Pérez Lago, hijastro de otro histórico capo del narcotráfico gallego como Laureano Oubiña.
[“Con el dinero que tiene en Panamá y seguía jugando a su juego preferido… Tiene cojones”].