El pasado 22 de diciembre se publicaba en el BOE la propuesta del PSOE para la reforma de la ley de la Memoria Histórica. Pedro Sánchez propone inhabilitación profesional y penas de cárcel para todo aquel que remueva el pasado y muestre discrepancias con la versión socialista de 1936: "Serán castigados con penas de prisión de uno a cuatro años, y multas e inhabilitacion de hasta 10 años, quienes inciten o promuevan (...) el odio, la hostilidad, la discriminación o la violencia contra las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo". Una propuesta que ha pasado por el Congreso con el silencio del resto de los partidos y que pretende limitar la libertad de expresión escondiendo, una vez más, el alcance de los más oscuros episodios que el socialismo cometió antes, durante y después de la guerra.
Uno de aquellos oscuros episodios continúa sin resolverse. El mayor tesoro que la II República española expolió durante la guerra -compuesto de oro, alhajas, reliquias y cuadros de gran formato aun hoy desaparecidos- llegó a México hace 79 años.
Indalecio Prieto, entonces ministro de la Defensa Nacional y de cuya muerte se cumplen este domingo 56 años, controló y administró los fondos con la ayuda de presidentes y funcionarios mexicanos. Oro procedente del saqueo al Banco de España, valores bursátiles, material de guerra, joyas y cuadros cuyo destino final es todavía hoy un misterio.
La casa mexicana de Prieto
En el que durante 23 años fuera el domicilio de Indalecio Prieto en la avenida Nuevo León 103 de la ciudad de México nada recuerda al líder socialista; aquel que fuera ministro de Hacienda sin saber de economía, de Obras Píblicas sin experiencia previa en la materia, de la Marina, el Aire y la Defensa sin más recursos que su osadía, su pistola al cinto y su oratoria.
No hay placa en la fachada que recuerde al insigne socialista. Nada, absolutamente nada le recuerda; como si allí, entre las paredes de lo que por entonces fue una gran mansión, nada hubiese sucedido en 23 años de exilio, o los viejos camaradas no quisieran recordar. En el interior se adivina el esplendor que llegó a tener la casa antes de que fuese dividida y cayera en el olvido.
En España, el socialismo venera a Prieto con una placa conmemorativa en la calle de Carranza, donde vivió algunos años. Quien camine por Nuevos Ministerios podrá verle en una gran escultura de Pablo Serrano.
Hoy, la mitad del viejo edificio situado en el barrio del Hipódromo de la Condesa la ocupa un restaurante de medio pelo, donde los camareros sirven con desgana Sopes de Tutano y Chilaquiles. Tan modificado se encuentra el edificio que si Prieto y sus camaradas regresaran de la tumba jamás lo reconocerían. El resto se ha estado alquilando en 200.000 pesos mexicanos, 8.634 Euros al mes. Si don Inda, el magnate, como le denominaba el intelectual mexicano Alfonso Junco, levantara la cabeza, no podría imaginarlo; la elegante mansión, aquella de las escalinatas en donde es fácil imaginar colgando de sus paredes cuadros y tapices; con salones que frecuentemente visitaban los presidentes mexicanos, desde Lázaro Cárdenas hasta Adolfo López Mateos, el gran Bergamín y mangantes sin escrúpulos, se encuentra hoy en obras de un nuevo inquilino y en el olvido.
El atraco a una nación en ruinas
Los mexicanos que pasan frente a la casa, como sucede con la inmensa mayoría de españoles que reside en México, ignoran que allí se ocultó y enajenó el mayor tesoro histórico y económico expoliado por la República española antes de finalizar la guerra. Fue el atraco a una nación en ruinas, que con el paso del tiempo ha engordado esa otra Memoria Histórica que pretenden que olvidemos.
En México, Prieto y los suyos operaron como una banda de mafiosos. Armados y en clandestinidad. Con absoluta impunidad manejaron millones de dólares, en oro, plata, brillantes y tesoros artísticos de un valor incalculable bajo la tapadera de la JARE (Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles) Bienes robados -"incautados" dice la historia- por la República a sus legítimos propietarios.
Las ayudas a los exiliados españoles en México, para quienes en teoría estaban destinados estos recursos, fueron escasas y, en muchos casos, las penurias fueron inmensas para quienes no simpatizaban con las ideas y amistades de los líderes republicanos en el exilio.
Los beneficios del saqueo se repartieron el tesoro arbitrariamente. Destacados exiliados como Carlos Espla o José Andreu Abelló colaboraron estrechamente con Prieto en la administración de los bienes y en las sociedades que posteriormente se crearon y ya entonces fueron duramente criticados por la vida de lujo que llevaban, pero también contribuyeron al silencio intelectuales como Josep Renau, Ramón Gaya, Kati Horna, Wenceslao Roces o José Bergamín, que en la República ocuparon cargos de responsabilidad. Nada de aquello habría sido posible sin la generosa ayuda del presidente Lázaro Cardenas, que apoyó la llegada masiva de españoles a Sudamérica. Los llamados refugiados.
La carta de los refugiados a Prieto
“Los que suscriben, refugiados políticos españoles y como tales titulares del patrimonio que usted como presidente de la JARE tiene en su poder (…) Lejos de cumplir con aquellos deberes, la JARE, así como el Comité Técnico, han prostituido su función, distribuyendo el dinero común de modo ilícito entre los amigos y partidarios de los gestores del mismo, obligando a la masa a vivir en la más paupérrima de las miserias (…) Entre tanto, usted y sus parientes y amigos, viven en casas suntuosas como la que usted posee en Nuevo León 103, y dilapidan crapulosamente el dinero colectivo (…) A cuenta del patrimonio de los refugiados, ustedes llevan una conducta en este país que hace honor a los plutócratas y terratenientes españoles contra quienes el pueblo vertió su sangre en la guerra civil.”
Esta carta enviada, enviada por las Asociaciones de Refugiados Españoles en México el 6 de septiembre de 1.940, da fe de las críticas que Prieto y los suyos sufrieron por los exiliados republicanos en México. Un robo de magnitudes épicas que no aparece reflejada en la versión frentepopulista de la II República que nos ofrece el PSOE y calla el resto del llamado progresismo político.
Lo vivido en la gran casa mexicana de Indalecio Prieto del barrio de La Condesa bien merece una placa para que todo el que pase frente a ella recuerde lo que allí aconteció desde 1939 a febrero de 1962, fecha en la que a los 79 murió Indalecio Prieto.
El saqueo republicano
El relato del saqueo republicano en México comienza el 30 de marzo de 1939 en el puerto de Tampico (México), cuando faltaban días para el final de la guerra española y las tropas republicanas huían en desbandada con sus enseres camino de Francia tras la caída del frente catalán.
En un apartado muelle de la compañía Petróleos de México, después de permanecer anclado durante días en Veracruz sin atreverse a desembarcar, con nocturnidad y el apoyo del presidente mexicano Lázaro Cárdenas, se vaciaron las bodegas del barco y el cargamento fue llevado secretamente en tren hasta la ciudad de México.
El Vita había partido de Southampton el 4 de Marzo de 1939 ante la sospecha de que las autoridades aduaneras británicas intervinieran el tesoro que transportaba, ya que el Reino Unido acababa de reconocer al gobierno de Franco. Para evitar ser interceptados por la armada británica, el capitán Ordorica, con una tripulación vasca de 23 marinos, navegó hasta la altura de las Canarias, ya en poder del ejército nacional, y bordeando el archipiélago se dirigió a las Antillas. Desde allí, ruta directa hasta México.
En sus bodegas se trasportaba parte del oro, producto del saqueo de 586.000 kilos de oro del Banco de España el 14 de septiembre de 1936; oro en lingotes y monedas sin cuantificar procedentes de la Generalitat, reliquias, diamantes, cajas de seguridad del Monte de Piedad y Montepio, joyas y cuadros de gran tamaño de un valor extraordinario que ocupaban el mayor volumen de lo embarcado, –al menos así los certificaba Amaro del Rosal, quien fuera único director de la Caja General de Reparaciones en donde el gobierno de la República fue depositando los bienes de particulares (Desafectos) incautados desde 1936 a 1939-.
El tesoro de El Vita
El tesoro que transportaba el Vita formaba parte de un plan secreto diseñado a los dos meses de iniciada la guerra por el entonces ministro de Hacienda Juan Negrín, consistente en depositar en el extranjero los bienes necesarios que garantizaran el futuro de los republicanos en el exilio: decretos de incautación de oro de particulares, traslado a Rusia del oro almacenado en el Banco de España a los escasos 90 días del levantamiento militar, Constitución de la Caja de reparaciones en donde se almacenó los bienes incautados a la Iglesia y particulares...
Durante los tres largos años de guerra civil, de muertes y soflamas republicanas que animaban a la población al sacrificio, Negrín, con el respaldo de Azaña envió bienes al extranjero por valor de miles de millones de las antiguas pesetas: oro, joyas, valores bursátiles, cuadros de los más grandes pintores españoles, e importantes trasferencias en millones de libras a destacados dirigentes republicanos.
Para hacerse con el cargamento que transportaba El Vita, Negrín envió desde Francia a quien creyó era su hombre de confianza, el doctor José Puche, eminente médico y científico que ocupó diversos cargos durante la República y finalmente se exilió en México participando con Prieto en el Comité de Ayuda a los Refugiados Españoles.
Recordemos que a esas alturas de la guerra, el gobierno, altos funcionarios, e intelectuales republicanos habían huido de España ante el desmoronamiento del frente de Cataluña. Los hechos demuestran que por aquellas fechas Negrín no confiaba en Prieto, y Prieto aún menos en Negrín y sus amistades comunistas, que lo habían apartado del ministerio de la Guerra.
Cuenta la historia que el doctor Puche no llegó a tiempo al puerto de Tampico (México) debido a una enfermedad que le retuvo en Nueva York, y que para cuando finalmente llegó a México renunció a hacerse cargo del gran tesoro. ¿Qué motivos pudo tener Puche? Se contó en su momento que, por azares de la vida, fue Indalecio Prieto -que casualmente se encontraba en México- quien se hizo cargo de los bienes pasando a formar parte de una historia en la que nunca estuvo invitado.
La realidad de aquel retraso de Puche en llegar a México no fue producto de una enfermedad. Partió de Francia cuando el Vita estaba en México, como consta en su visado de viaje, que puede verse en el Ateneo español de la ciudad de México. Llegó cuando el tesoro estaba a buen recaudo, lo que hace pensar que la operación pudo ser planificada a espaldas de Negrín y que tenia un claro objetivo y beneficiario.
La historia 'vendida' por Prieto
Prieto vendió la historia a sus camaradas como fortuita, pero nada de lo sucedido hubiera sido posible si él no hubiese viajado a México desde Chile, si el doctor Puche no hubiera retrasado el viaje y sin la connivencia del entonces presidente mexicano Lázaro Cardenas, incomprensible responsable final de entregar a Prieto el control de los fondos del Vita y los bienes que el Gobierno republicano tenía depositados en México, eximiéndole de impuestos, otorgándole la venta de material aeronáutico propiedad de la República española, reconociéndole como única autoridad republicana en México y finalmente accediendo de manera arbitraria y en contra de los intereses de México al no reconocer al Gobierno de Franco. Hasta 1977 no se restablecieron relaciones diplomáticas entre México y España.
Una fortuna incalculable que los historiadores valoraron inicialmente en poco más de 50 millones de dólares de la época, ateniéndose exclusivamente a las cuentas oficiales que Prieto quiso ofrecer en las actas del Jare. En ellas no se incluyeron multitud de ventas y reliquias pérdidas, como el manto de las ochenta mil perlas, diamantes y rubíes robados de la Catedral de Toledo, y aún menos mención se hace de los cuadros de gran formato y de valor incalculable que componían el mayor volumen de lo embarcado en El Vita.
Una contabilidad que tampoco refleja los pagos que permitieron al dirigente socialista, como a sus más íntimos colaboradores, llevar un elevado nivel de vida durante los 25 años de exilio mexicano, digno de "plutócratas y terratenientes", como les calificaban los exiliados españoles que no recibieron ayudas. En su momento se calculó que el tesoro del Vita podría estar valorado en 400 millones de dólares de la época. Nadie lo sabrá porque Prieto nunca quiso inventariar el cargamento. Sus razones tendría.
El rastro de las joyas
El domicilio de Prieto en la avenida Nuevo León de la ciudad de México tenía comunicación con la calle Michoacán 64, hoy acceso de garaje, y ocupaba una mayor extensión de lo que hoy es el número 103. En aquella casa Prieto y sus camaradas organizaron el sistema de fundición de oro y plata y extracción de gemas para que las joyas no pudieran ser reconocidas y reclamadas en el futuro por los legítimos propietarios.
Con la desinteresada ayuda del presidente Cárdenas vendieron directamente al Banco de México una primera partida de 1.488 kilos de oro con excepción del pago de impuestos. Parte del dinero obtenido por aquella venta de oro se envió a Estados Unidos y hasta la fecha se desconoce quién fue el beneficiario final.
Hay constancia de ventas de joyas a "La Violeta" y a un tal señor Cortés y numerosas ventas a Ángel Mijares y siempre bajo el secretismo y medidas de seguridad que obligaba la situación.
Un negocio próspero y peligroso
El negocio era tan próspero como peligroso. En junio de 1940, Prieto compra 10 fusiles ametralladores y establece en la casa-taller medidas de seguridad propias de ampones.
Ante la sospecha de que se estaban produciendo robos se decide proveer de largos blusones blancos sin bolsillos a los empleados para evitar la tentación de que algún brillante o esmeralda pudiera terminar en poder de los trabajadores. Se revisan hasta los dedos de los operarios para evitar que una micra de oro o plata pudieran perderse.
A pesar de ello descubren el robo de dos de sus más estrechos colaboradores: Emilio Palomo, a quien se le conmina a devolver lo sustraído y abandonar México y a Luis García Galiano, antiguo concejal del Ayuntamiento de Toledo que por entonces fundó la empresa Mazapanes Toledo, que sigue vendiendo turrones y dulces navideños en la ciudad.
Aquellos robos de los que nunca se conoció el monto con exactitud mas allá de lo declarado oficialmente, es muy probable que formen parte de los restos encontrados en las lagunas del volcán Nevado de Toluca, que pueden verse hoy en el museo INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia de México) y en el Museo Subacuático de Playa del Carmen. Maquinarias de relojes oxidados a los que se despojó de la caja de oro o plata, relicarios a los que se extrajeron las gemas de valor, y cajas de seguridad del Monte de Piedad de Madrid en donde los españoles guardaban miserias y ahorros.
La última partida de oro
Cuando en noviembre de 1942 vendieron la última partida de oro y joyas comenzó la venta de valores latinoamericanos en poder de la República. Cuenta la contabilidad oficial que no se obtuvo un gran beneficio de aquella operación ante los recursos impuestos por el Gobierno de Franco en los mercados internacionales que frenaron las ventas. Otra de las partidas que manejó Prieto con absoluta independencia la componían 22 aviones Bellanca B-28 y dos Boeing 247 adquiridos por el gobierno de la Republica española en Estados Unidos, así como los motores de aviación y piezas de repuesto que corrían el riesgo de ser incautados.
Después de muchos avatares y operaciones financieras de dudosa o nula legitimidad, los motores y materiales de repuestos fueron vendidos a Prieto con la connivencia del presidente Cárdenas por la simbólica cifra de 1 dólar, y más tarde vendidos al Gobierno de Canadá en 667.332 dólares. Los 20 aviones Bellanca y los dos Boeing cuyo valor alcanzarían varios millones de dólares de la época fueron generosamente donados por Prieto al gobierno Mexicano.
El yate Vita, anclado en el puerto de Acapulco, finalmente se vendió al Gobierno de los Estados Unidos por 140.000 dólares y con ellos se pagaron las nominas atrasadas al capitán Odorica y su tripulación.
De los cuadros de gran formato y de un valor incalculable, como los definió Amado del Rosal en el listado de bienes que se embarcaron desaparecieron para siempre, sigue desconociéndose su destino final. Jamás se hizo mención alguna en la documentación que Prieto almacenó en su casa, ni en la contabilidad aportada. Se cuenta en México, que de la nada y sin justificación alguna aparecieron colgados en los salones de algún que otro presidente mexicano cuadros de grandes pintores españoles. Goya, Zurbarán, Murillo, Zuloaga... Existe la creencia de que alguno de aquellos cuadros que componían la expedición de El Vita fueron vendidas a un gran coleccionista norteamericano de Nueva York adonde consta que con frecuencia viajó Prieto desde México.
Quizás, si hablaran las paredes de la casa de la avenida Nuevo León 103 terminaríamos encontrando las obras desparecidas o, quien sabe, con suerte cualquier día y sin percibirlo los hayamos visto colgados en alguna de esas magníficas exposiciones itinerantes con las que nos premia el museo de El Prado.
Hoy, en aquella casa de la avenida Nuevo León de la ciudad de México que aún guarda el secreto del destino final de los cuadros, con lo que se comercia es con Sopes de Tuétano y Chilaquiles que un viejo camarero sirve con desgana.