El Palentino siempre está ahí. Es uno de esos lugares que justifica la supervivencia de la ciudad. El progreso y las épocas engullen Madrid y la escupen, a cada rato, de una manera distinta. Salvo este bar-ciudadela encadenado a Malasaña desde la temprana posguerra, que hace mucho se libró del paso del tiempo. Con su luz blanca, su olor a barrio y las copas a tres euros. Parecía que para siempre... Hasta este jueves. Casto Herrezuelo, insigne camarero y copropietario, ha muerto.
La persiana echada y un folio escrito a mano dejaban en silencio a los repartidores que se amontonaban frente a la chapa: "Cerrado por defunción. Don Casto Herrezuelo. Muchas gracias". Y una cruz pequeñita. Un silencio que, como pólvora en redes sociales, se extendió a las dos Españas, reunidas sin apenas esfuerzo en El Palentino, donde acudían Dragó, Esperanza Aguirre, Manu Chao, Santiago Segura, Andrés Calamaro... Y Álex de la Iglesia, que imaginó aquí su última película.
Don Casto Herrezuelo era ese Clint Eastwood de la noche malasañera, que atendía con ritmo castrense a todo el que decidía empinar el codo a orillas de la calle Pez. Camisa de manga corta, pelo canoso y piel morena, arrugada, como de labrador. Tanto Casto como Loli, la otra propietaria y encargada del turno de mañana, han venido reconociendo que El Palentino es el último bar de su especie. A tenor de los últimos artículos que les citan, ni los hijos de uno ni de los del otro tienen la intención de mantener vivo este paisaje.
Allí desde los 16
Sin pretensiones, con sus pepitos de ternera y sus vasos de tubo, el garito se convirtió en una leyenda, con Casto -y también Loli- como figura reseñable del reparto. Entrado 2018, su carta, sabe Dios cómo, se transformó en una camiseta distribuida con éxito en Nueva York.
Casto Herrezuelo (Paredes de Nava, 1938) se parapetó tras esta barra cuando calzaba dieciséis. Su padre, también palentino, compró el bar a otro paisano que utilizó el gentilicio para bautizarlo. Y hasta hoy, hasta que se fue, dejando una estela de historias en las que apareció como ese personaje al fondo del cuadro que, en caso de faltar, arruina la imagen.
En una entrevista con El País, Loli reconoció que fue Casto el artífice de convertir El Palentino en paraíso del brindis asequible, pagado solo con monedas. Igual que sobrevivió al paso del tiempo, El Palentino no padeció inflación o deflación. Se puede ser rey con billete de cinco.
Dragó: "El Palentino era el ministerio del Interior de Malasaña"
A Fernando Sánchez Dragó la noticia le pilla en un taxi. "¡No fastidies!". Narra con conocimiento de causa. Un artículo suyo permanece enmarcado a la entrada del bar. El escritor define El Palentino como un rompeolas de diferentes, un ministerio del Interior de Malasaña.
-¿Y eso?
-Si te robaban, se lo decías a Casto. Él conocía a todo el mundo, también a los cacos. Oye, al final te recuperaba lo perdido. "Venga, no le robes a este, que es del barrio". Por allí se desperdigaba un particular consejo de ministros... Su barra podía llenarse de informantes, detectives, amantes... Cuando me enteré de que los hijos de Casto y los de Loli no pensaban seguir con esto, me angustié bastante.
Dragó se refiere a Casto como "Castilla la Vieja", un hombre de pocas palabras, sin un mal gesto. Lo conocía desde que murió Franco y puede justificar su buena labor de confesor.
De la Iglesia: "Casto era inamovible, como una roca"
Álex de la Iglesia, en conversación con este diario, cuenta que suele coincidir más con Loli, a la hora del desayuno. La grandeza de este lugar, en palabras del director, es precisamente no querer ser nada, ni siquiera tratar de lucir bonito. "Me llamó la atención porque sobrevive sin intentar, sin pretenciosidad. Esa luz blanca, violenta... Ni siquiera se percibe una sensación de agradar. Uno va y se encuentra a gusto, como en casa".
De la Iglesia también destaca el afán democrático, tampoco buscado, de El Palentino. "Tanto Casto como Loli acogen igual al famoso que al corriente, al político de un lado y del otro. Allí nadie te violenta. Nunca".
Sobre Casto Herrezuelo, en concreto, reseña su carácter de "roca": "Es inamovible, parecía que iba a estar siempre ahí, pasara lo que pasase".
Y las generaciones van llegando. Porque El Palentino es el primer bar que a uno le enseña su padrino madrileño al llegar a la ciudad. Luego esas cuatro paredes quedaban prendidas del recuerdo y podían revisitarse pasado el tiempo, incluso habiendo hecho la vida, pero ahora Casto no estará. Remará Loli hasta que el cuerpo aguante. Cuando llegue el momento, Madrid deberá alumbrar otro Casto si no quiere quedarse coja, duramente moderna.