Lucita tiene más de noventa años y toda una vida en Matadeón de los Oteros (León). Sus azulísimos ojos, que se asoman bajo el pañuelo que le cubre la cabeza y le resguarda del frío invernal que cala en el municipio, nunca han visto más allá de esta comarca del sur leonés. Ella es una de los doscientos habitantes de este pequeño pueblo de paredes de piedra, casas en cuevas, un par de comercios ecológicos y un misterio por resolver. Desde hace 31 años.
Matadeón fue el último escenario en el que las autoridades trataron de buscar a María Trinidad Suardíaz Suero, Mari Trini, y a su bebé Beatriz, de 13 meses, ambas desaparecidas en 1987. Mari Trini, que hoy tendría 55 años, recaló en este pueblo de la mano de su marido, Antonio Da Silva, el Portugués. Él, hombre “de mala vida”, según lo recuerda Lucita, apareció un día de la nada, en un coche que atravesaba la carretera que da al pueblo.
A poco más de media hora de la capital leonesa, el camino es recto, siempre recto. Un giro a la derecha y aparece Matadeón, como un punto de fuga constante para la vista. El acelerador se pisa y el pueblo está fijo en el horizonte. La niebla cubre la vista a primeras horas de la mañana y no permite observar ni un alma en Matadeón. Tampoco parece que la haya. Pero, según pasan las horas y el intermitente sol calienta, sus habitantes se asoman y se congregan en el único bar que hay en el término municipal.
La figura de Mari Trini es controvertida en este pequeño pueblo. El carácter de el Portugués, un hombre 18 años mayor que ella, hacía difícil el trato con la mujer. “Era celoso, de trato agrio. Era un tipo raro, huraño”, afirma Lucita. De hecho, durante mucho tiempo se pensó que la que había desaparecido en algún punto de la geografía asturleonesa era Teresa, la primera mujer de Da Silva.
Ochenta mil pesetas por una casa
“Cuando este señor apareció por primera vez en el pueblo, venía en coche como cualquier otro, con su mujer a su lado y sus niños detrás. Se bajó, llamó a la primera casa que pilló y preguntó si había alguna casa en venta. Y en ese mismo momento, se instalaron y se quedaron una temporada”, cuenta la nonagenaria vecina.
Quien estaba al otro lado de la puerta era Fernando. El hombre estaba en su chalé junto a su mujer cuando fue cuestionado por el Portugués. “Y le dije que sí, que sí que había una casa en venta. Justo la que acababa de heredar mi esposa: una casilla de dos plantas, pequeña, de color verde, con una barbería en la primera planta y una bodega en el sótano”, relata a este periódico. Hace tantas décadas desde que cerraron el trato que no acierta a indicar una fecha exacta -“sobre el 80 u 81”-. De lo que sí se acuerda es de la cifra que acordaron, 80.000 pesetas de la época. “Le dije el precio, le pareció bien y fuimos al notario a hacer el papeleo. En un rato ya estaba entrando por la puerta de la antigua casa”.
Junto a Da Silva iba su primera mujer, Teresa, y sus hijos. Ni Lucita ni Fernando se acuerdan bien de cuántos eran. “Fíjate que como salían poco de la casa, como él no les dejaba hablar con nadie del pueblo y como los chiquillos eran bastante parecidos, no sé decirte si eran dos o tres”, ríe Lucita. Eso sí, todos niños.
De profesión, contrabandista
Da Silva no tenía ninguna conexión especial con Matadeón de los Oteros, tampoco con León. Su profesión -“albañil de puertas para fuera, pero realmente era un hombre dado a la noche”, comenta Fernando- no dependía de los recursos económicos ni naturales que ofrecía la zona. A lo que realmente se dedicaba el Portugués era al trapicheo, al contrabando. “De armas, de droga, de mujeres en burdeles”, se le escapa. A pesar del misterio que envuelve la figura de su antiguo vecino, principal sospechoso de la desaparición de su segunda mujer y su bebé, nadie en el pueblo quiere ser incisivo en sus relatos. “Claro que se sabía a lo que se dedicaba y lo que le hacía a sus mujeres, pero hay que entender que estas cosas han cambiado mucho. No nos podíamos meter apenas en lo que pasaba dentro de su casa, eso era problema de cada uno”.
El hecho de que Da Silva pasara temporadas intermitentes en este pueblo leonés no ayudaba a sus habitantes a comprender el comportamiento de su vecino. Aparte de una complexión corporal extraña -“era como si tuviera dos cuerpos: de cintura para arriba, era como gordo; de cintura para abajo, muy delgado. Además, medía poco más de medio metro”-, su carácter malhumorado, vejatorio para con las mujeres, ahuyentaban a los de Matadeón. “Yo no le dirigí la palabra ni una sola vez”, rememora Lucita. “Antes, cuando había que ir a por agua a los pozos, mi marido les ofreció que cogieran el agua desde el nuestro, porque teníamos uno en casa, en vez de ir hasta el más cercano que estaba unos kilómetros más allá. Y vamos cómo le sentó el ofrecimiento. Se enfrentó con mi difunto marido y casi llegan a las manos. Que si le estaba faltando al respeto, que si quién se pensaba que era él. Después de eso, jamás volvimos a intentar hablar con él”.
A su primera mujer, Teresa, sí que la trataba. “Ella era muy amable, solícita. Nunca decía una palabra más alta que otra, siempre llevaba una sonrisa cuando nos encontrábamos en la tienda”. La dulce voz de Lucita, que mientras cuenta a la reportera sus vivencias va buscando los recortes que ha ido acumulando durante los años acerca de la desaparición, sólo varía al hablar sobre el Portugués. La calidez del timbre se convierte en un muro infranqueable que no permite ahondar más en los recuerdos de la mujer, quien vive a escasos diez metros del terreno donde se asentaba la casa verde de Da Silva.
Cuando fueron volviendo en los años posteriores a su mudanza, la escasa relación que tuviera Teresa con alguien del pueblo se enfrió. “Alguna mirada desde lo lejos, sí, pero hasta ahí. Por eso, cuando desapareció Trinidad todos pensamos que se trataba de Teresa. No sabíamos que el Portugués se había vuelto a casar. Ellas, además, eran físicamente muy parecidas. Ni nos dimos cuenta de que eran mujeres distintas y fue hace un par de años cuando unos agentes nos volvieron a preguntar”. Eso fue en marzo de 2016, cuando la jueza de instrucción número 2 de Gijón, Ana López Pandiella, decidiera reabrir el caso de la desaparición de Mari Trini y su bebé.
Doble identidad
El solapamiento de matrimonios fue posible a la doble identidad de el Portugués. El enlace con Teresa, quien sigue viva hoy en día, lo formalizó bajo el nombre de Mauricio Ramos Lopes, según revelaba Diario de León. Así consta como padre de varios de los hijos de Teresa, nacidos entre 1974 y 1976 e inscritos en el Registro Civil de Viana do Castelo. “Fue su familia quien me dijo que se llamaba Antonio María da Silva”, aseguraba la propia Teresa al periódico leonés. Según su versión, cuando se casaron en Francia en 1974, muy cerca de la frontera con Suiza, no llevaron los papeles al consulado de Portugal para validar el matrimonio, así que no tuvieron que divorciarse.
Da Silva vivió con esta otra identidad entre 1974 y 1977, cuando recuperó su nombre auténtico para solicitar trabajo en las minas de wolframio del pueblo en el que nació, San Francisco de Asís (Covilha), en la región centro de Portugal. Cuando se casó con Mari Trini en 1985 ya lo hizo con su nombre real.
Emigrantes recién casados
La pareja contrajo nupcias el día de Reyes en Villaviciosa (Asturias). Ese mismo día Mari Trini, recién casada, viaja con él a Suiza. Pero, por los malos tratos que recibía, volvió a Asturias tras pedir auxilio en la Embajada de España, tal y como le aconsejó su abuela a través de una conferencia telefónica. No era el primer episodio de violencia de género. Lo recuerda bien Lucita, porque ya había sucedido en Matadeón. “Una vez, la mujer tiró a través del patio que daba a casa del vecino un papelito en el que pedía ayuda”. Pero Mari Trini volvía con él.
Fernando también recuerda cómo una mañana Mari Trini llegó corriendo, cuando aún no se asomaban ni las primeras luces el día, y llamó de manera apresurada a su puerta. Le pidió que la llevara en coche al pueblo de al lado, donde había por entonces un cuartel de la Guardia Civil. “Quería denunciarlo. Pero al final se echó para atrás. El Portugués la recogió y se volvieron a casa”, rememora.
La escapada de Mari Trini de Suiza sería, probablemente, la definitiva. Pero, sin saber nadie cómo, cuando ella bajó del tren en Gijón, él estaba allí esperándola. Se aprovisionaron con aceite, garbanzos y otros regalos como para fingir que venían los dos de Suiza para visitar a la abuela. Y Mari Trini ya estaba embarazada, probablemente en los últimos meses de gestación.
A madre e hija las acogieron las monjas
El día 28 de junio de 1986, en el hospital de Cabueñes, Gijón, Mari Trini dio a luz a una niña a la que puso el nombre de Beatriz. La joven madre tenía 23 años. Ambas fueron acogidas por las monjas de la casita de La Guía, que asistían a madres solteras y sin recursos. El Portugués estaba detenido por la Guardia Civil tras un episodio violento. Lo siguiente que se supo de la madre y la hija fue que retomaron la relación con Da Silva y se fueron a vivir a Berbes (Ribadesella, Asturias). Desde ese momento, nada.
El Portugués estuvo en la cárcel en Orense y en León en 1989, dos años después de la desaparición de las mujeres. En esa época murió uno de los hermanos de Mari Trini, Francisco, a raíz de un atropello. Antonio Da Silva incluso aparece en la esquela como cuñado, según informaba Diario de León.
La denuncia de desaparición la interpuso en 2002 el hermano pequeño de Mari Trini, Carlos, tras quince años sin saber de ella. Él era su último familiar con vida y el que tomó la iniciativa de buscarla. El porqué de la demora es imposible de saber, pero el hecho de que Carlos sobreviviera gracias la mendicidad y los servicios sociales ayudan a aclarar el embrollo que supone la desaparición de Mari Trini.
La Policía comenzó las investigaciones ese mismo año al aceptar la denuncia, pero sin ningún avance llamativo. Antonio María da Silva fue interrogado en Portugal y declaró que no sabía nada de su mujer y su hija.
Búsqueda tras búsqueda
En 2015, fue la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de la Comisaría de Gijón quien comenzó unas averiguaciones más extensas.
A ambas mujeres se las buscó en Matadeón, en el solar que hoy únicamente acoge los contenedores de basura de reciclaje del municipio. La bodega que tenía la casa había quedado intacta tras la demolición que tuvo que encargar el Ayuntamiento. “Estaba que se caía y hubo que proceder de esta manera. Desde el consistorio se intentó contactar con el Portugués para que se hiciera cargo de los gastos, puesto que era su propiedad, pero no hubo manera”, cuenta a este periódico el alcalde, Miguel Ángel Lozano. De hecho, aún poseen el expediente.
Allí no se encontró nada. Un amasijo de hierros y algo de ropa, pero poco más. En Berbes también se buscó, sin éxito. La última novedad fue la búsqueda en una balsa cercana a este municipio asturiano en la que el sospechoso habría arrojado dos coches en 1987, según el relato de un vecino a la Policía.
Lo último que se supo de el Portugués fue en 2013. Era un sin techo que vagaba por la costa portuguesa. Y de Mari Trini y Beatriz, nada. Tampoco se espera ya. "Si ni las han encontrado ni ellas han aparecido, probablemente no lo hagan jamás. Será una historia que se quede para siempre en Matadeón", concluye Lucita.