“Es un poco Twin Peaks [la serie estadounidense de los 90 que investigaba el asesinato de la estudiante Laura Palmer]. El caso Gabriel Cruz tiene ese punto, esa sensación de que lo hemos tenido delante de nuestras narices. Es un thriller”.
La psicóloga Vanessa Fernández, especialista en Psicopatología de las Emociones, explica así el suceso que ha sacudido las entrañas del país, que ha arrancado los instintos más primitivos y que ha anidado en la conciencia de investigadores y ciudadanos. La desaparición y muerte de un chiquillo de ocho años en Níjar (Almería).
Este domingo se cumplen siete días desde que se confirmaran los peores presagios. Que Gabriel no volvería a casa. Que no nadaría más en su ansiado mar. Que se le había encontrado, sí, pero sin vida. EL ESPAÑOL trata de responder al por qué de Gabriel. Qué tiene el pequeño niño pescaíto que no hayan reunido otros casos mediáticos que también sacudieron el espinazo nacional, pero a otra escala mucho menor. Lucía Vivar, Nadia Nerea, Asunta Basterra, Ruth y José Bretón, Marta del Castillo, Mari Luz, Yéremi Vargas...
Cobertura mediática y personajes identificables
Un amplio despliegue mediático. Influencers compartiendo el vivaracho rostro de Gabriel de manera masiva. Y una familia, que bien podría ser desectructurada, pero que ha resultado ejemplo de cómo gestionar una paternidad a dos timones. El pasaporte hacia la emoción.
“Quitando la cobertura de los medios, que ha estado presente en nuestras vidas desde trece días, la respuesta a ese porqué está en la empatía. Cada persona se identifica con el caso en un rol distinto, porque los abarca todos: madres, padres, parejas, exparejas, gente con niños pequeños, abuelas…”, enumera la también doctora en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid y profesora de la institución.
Lo cierto es que el reparto de personajes implicados es tan misceláneo que emana verdad. Cualquiera puede verse representado. “Tiene tantos componentes que es difícil no identificarse”, constata la especialista.
Cuestión de humanidad
Los sentimientos que se han mostrado a lo largo de la investigación de la ‘Operación Nemo’ de la Guardia Civil son los más primigenios, los más básicos, los más simples. Ahí radica su fuerza: la culpa, la traición. La rabia, los anhelos de venganza. “Cualquier persona ‘normal’, si se me permite la expresión, va a sentirse afectada. Lo contrario sería hasta frío [...]. Me llama la atención cómo hay personas que frivolizan al respecto, que dicen que no es para tanto el caso”. A nivel emocional, lo es.
Porque es la vuelta a los orígenes, a la humanidad más transversal. Un suceso que ha tocado la tecla de por qué somos como somos. La reacción que se ha generado “es la propia de un mecanismo de adaptación de nuestra especie, que nos interesa que cuidemos los unos de los otros. Nos duele tanto una pérdida de uno de la especie porque es la base más importante. Y más aún de un niño, que cimentan la sociedad”.
“Aparte, [el caso Gabriel] parece una película de terror. Por comparar con el más cercano en el tiempo: no es para nada igual que el de Lucía Vivar, la niña del tren de Pizarra (Málaga)”. El carácter accidental del segundo ayuda a asimilarlo, a explicarlo. A razonar y no a sentir descaradamente. Sin freno ni control. Un anclaje que pare el instinto.
Ciudadanos activos en la búsqueda
Patricia Ramírez y Ángel Cruz, los padres del pequeño Gabriel, además, hicieron una llamada a la ciudadanía desde el minuto uno. Querían apoyarse en ellos, pero también convertirlos en un factor activo en la búsqueda de su chiquillo. Esta acción de los progenitores juega un papel clave. “La petición de la propia familia de que se involucre el resto: nos han pedido que dibujemos pececitos, que vayamos a una manifestación, que nos concentremos por Gabriel. Han pedido fuerza por parte de la población. Antes éramos un agente pasivo, ahora éramos todos un poquito responsables de mandar ánimos a la familia”.
En un vídeo difundido a los medios de comunicación y a través de las redes sociales, la madre del menor pedía, cuando llevaba diez días sin tener noticias de su hijo, “mantener encendida la vela” de la búsqueda del pequeño. Animaba a la ciudadanía a realizar dibujos que lo inunden todo con mensajes de aliento y peces (“A Gabriel le encantaba el mar”), una iniciativa que partió de los propios compañeros de colegio de niño desaparecido.
No se recuerda un despliegue similar en los anteriores casos mencionados, que recorrieran todo el país. “Las cosas, con retrospectiva, parecen que han impactado menos, que otros sucesos han sido menos importantes de lo que realmente fueron. Pero lo cierto es que este niño ha involucrado a mucha más gente que el resto”, afirma Vanesa Fernández. Las redes sociales y la inmediatez de las conexiones entre usuarios también son un elemento a tener en cuenta. La retroalimentación, la rápida difusión.
Por eso, el sentimiento de rabia y venganza “es mayor al estar involucrados”. La sed de noticias, de compartir. “Todo el mundo queremos saber cómo está Ana Julia dentro de la cárcel, por ejemplo, porque la rabia es parte del duelo”, opina Fernández.
Que la ‘Operación Nemo’ haya tenido un inicio y final tan pegados en el tiempo sólo ha contribuido a la sensación de thriller, de estar viviendo una escena propia del cine negro. “Hay dos cosas importantes: una, porque no te da tiempo a reaccionar. Estás con las emociones más a flor de piel. Por otro lado, el hecho de que un niño muera como consecuencia del acto de un ser humano es mucho más difícil de asimilar que si fuera de una causa natural o accidental. Como sucedió, por ejemplo, con Lucía Vivar. Es súper doloroso, pero a nivel de asimilarlo es algo accidental”. Sin culpas.
“Cuando la muerte de un ser querido [como ya era Gabriel para España] es debido a causas provocadas por otro ser humano, el dolor es muchísimo mayor y difícil de asimilar. A la pérdida se le une la rabia, y en otros caso no aparece una manera igual”. Al final, es necesario el duelo. También el público.