Alemania tiene un siglo XX complicado y oscuro. Basta con recordar el funesto III Reich. El norteño Land de Schleswig-Holstein, cuya Audiencia Territorial excarceló la semana pasada al líder independentista Carlos Puigdemont, es una de esas regiones donde debe de doler hacer memoria. Porque, en su día, esta región que hace frontera con Dinamarca fue una de las zonas alemanas donde los nazis consiguieron más éxitos en su camino al poder. Y, sobre todo, porque tras la II Guerra Mundial, la reinserción de miembros del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP, según sus siglas alemanas) fue cosa habitual.
Notables del régimen totalitario de Adolf Hitler también trataron de gozar allí, con más o menos éxito, de una segunda oportunidad. “Schleswig-Holstein tiene tristemente esa fama. En los 60 y los 70 se supo que había aquí muchos casos de auténticos criminales de guerra ocultos, que durante una década o más vivieron sin ser molestados”, dice a EL ESPAÑOL Karen Bruhn, historiadora de la Universidad Christian Albrecht de Kiel. “En los años 60 se investigó, pero las pesquisas se centraron en las personas más relevantes, y mucha gente con pasado en el partido nazi pudo integrarse en el nuevo estado democrático”, abunda Bruhn.
Nombres como Werner Catel, conocido por practicar la eutanasia a niños en tiempos del nazismo, es una de esas figuras relevantes. “Catel es un ejemplo muy conocido, vivió hasta su muerte en Kiel y fue profesor en la Universidad de Kiel después de la guerra”, recuerda Bruhn. Kiel es la capital de Schleswig-Holstein. A ochenta kilómetros al sur de esa ciudad se encuentra Lübeck, donde viviría hasta sus últimos días Ernst Lautz, quien fuera fiscal general del III Reich. Este hombre fue condenado a una pena de diez años de cárcel en Núremberg. Acabó siendo liberado anticipadamente en 1951, lo que aprovechó para instalarse en Lübeck hasta su muerte en 1977.
Catel y Lautz son sólo dos ejemplos de prominentes nazis a los que la vida en Schleswig-Holstein les brindó una segunda oportunidad. Precisamente una segunda oportunidad, un nuevo impulso, es también lo que daba hace unos días la Audiencia Territorial de Schleswig-Holstein a Puigdemont al decidir la excarcelación del líder independentista tras doce días en prisión preventiva. Los jueces alemanes que se ocupan del caso Puigdemont no encontraron justificado privar de libertad al líder independentista catalán. Tampoco lo extraditarán a España por rebelión –o alta traición, según la apelación del delito equivalente en el Código Penal alemán-.
Tras pagar 75.000 euros de fianza, Puigdemont está libre. Ha cambiado su celda de la cárcel de Neumünster por Berlín, ciudad a la que llegó el sábado pasado. Aún le quedan al expresident, eso sí, cuentas pendientes con las autoridades alemanas. Éstas estudian ahora con detenimiento la extradición de Puigdemont por el delito de malversación. Sea como fuere, en Berlín, la causa independentista parece haber recobrado nueva vida. Lo demuestra, por ejemplo, que Puigdemont diera una conferencia de prensa en su primera mañana como berlinés.
Un médico que practicaba la eutanasia a niños
En el caso de Catel, en 1960 comenzó a hacerse público su papel en el sistema de eutanasia a niños con enfermedades mentales en el régimen nacionalsocialista. Su jubilación, al hilo de la polémica generada, pareció ser producto de las circunstancias. Se ha estimado que fueron víctimas del sistema de eutanasia del que participó Catel unas 5.000 personas. Tras su jubilación en Kiel, Catel siguió intelectualmente en activo, escribiendo varios libros, fundamentalmente sobre su especialidad médica, la pediatría.
Un abogado del estado nazi
Lautz, el abogado del estado nazi condenado a diez años de cárcel en Núremberg, por su parte, participó en la ejecución de las leyes contra polacos y judíos en los territorios anexionados por el III Reich en el este de Europa. Aquello le costó una condena por crímenes de guerra. Pero ese castigo resultó abreviado como también fue reducida la cadena perpetua impuesta a Franz Schlegelberger, quien fuera ministro de Justicia del III Reich entre 1941 y 1942.
Schlegelberger sí que fue firmemente condenado en Núremberg a cadena perpetua. Se probó allí su participación en crímenes de guerra y contra la humanidad. Sin embargo, por motivos médicos, se le dejó en libertad en 1950. Vivió dos décadas en Flensburgo hasta su muerte en 1970. Flensburgo, prácticamente en la frontera germano-danesa, se encuentra a apenas media hora en coche de Schuby, la localidad en la se produjo la detención de Puigdemont el pasado 25 de marzo.
La viuda de un arquitecto del Holocausto judío
Otra personalidad tristemente célebre por su vinculación al nazismo originaria de Schleswig-Holstein es Lina Heydrich. Esta mujer falleció en su ciudad natal, Fehmarn (este de Schleswig-Holstein), en 1985. Lina llevó buena parte de su vida el apellido de su primer marido, Reinhard Heydrich. A este alto cargo del III Reich se le considera uno de los arquitectos del Holocausto. Por su carácter implacable y frío, Adolf Hitler lo llamó en su día “el hombre con el corazón de acero”.
Heydrich moriría en 1942 tras resultar herido en la llamada Operación Antropoide. Éste fue un atentado llevado a cabo por agentes checos y eslovacos que terminaría costando la vida al que era responsable de la Oficina Central de Seguridad del Reich y líder nazi en el Protectorado de Bohemia y Moravia –hoy la República checa–. Su mujer, Lina, demostró que nunca llegó a olvidarlo. Le dedicó sus memorias, publicadas en 1976. Se titularon Leben mit einem Kriegsverbrechen (Ed. Ludwig Verlag, 1976) o “Vida con un criminal de Guerra”.
Casos como los de Heydrich, Schlegelberger, Lautz o Catel puede que sean los más notorios. Pero hubo una ingente cantidad de personas con pasado nazi que rehicieron su vida en Schleswig-Holstein. En la Alemania de después de la II Guerra Mundial, la desnazificación no llegó inmediatamente después del suicidio de Hitler o con la capitulación alemana del 7 de mayo de 1945. En el caso de Schleswig-Holstein, se da la circunstancia de que, antes del conflicto, ya era una de las regiones que más apoyo al partido nazi había experimentado.
“En las elecciones generales de julio de 1932, el aumento de los votos al partido nazi alcanzó un récord del 51% cuando en el resto del país el aumento fue del 37,7%”, según las cuentas del historiador Anthony McEllignott, de la Universidad de Limerick (Irlanda). Quienes como él han estudiado el caso de Schleswig-Holstein, observan que en ninguna otra región alemana creció tanto el apoyo al partido nazi en su fase de ascenso político.
La región más nazi en los años 30
De ahí que a Schleswig-Holstein él la llame “la provincia marrón”. El marrón, en el código cromático con el que se identifica a los partidos políticos alemanes, es el color atribuido al NSDAP. Actualmente, el de la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de la canciller Angela Merkel es el negro y el del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) es el rojo. Tras la II Guerra Mundial, la influencia marrón en la política alemana podría darse por desaparecida. Pero los nazis seguían ahí. En el Parlamento regional de Schleswig-Holstein, sin ir más lejos.
“En Schleswig-Holstein, de las elecciones al Parlamento regional de 1958, se sabe que un 50% de los miembros de la cámara eran antiguos miembros del partido nazi”, explica Bruhn, la especialista en historia del norteño Land alemán. “Pero estos miembros no tuvieron un comportamiento antidemocrático, las antiguas élites del régimen funcionaron aquí, sí, pero integrados en el nuevo país”, comenta esta historiadora, aludiendo a la Alemania Occidental.
Por lo pronto, no se puede decir lo mismo de los independentistas catalanes. Éstos, con Puigdemont al frente en Berlín, todavía están enfrentados con el orden constitucional español. En palabras recientes a EL ESPAÑOL de la embajadora de España en Alemania, Maria Victoria Morera, los separatistas sólo desean la “independencia sí o sí”. El expresident, aunque pendiente de ulteriores decisiones judiciales sobre su extradición a España, está en libertad. Con él parece crecer la lista en Schleswig-Holstein de personas que pudieron disfrutar del aire libre pese a ser cómplices, si no de de los peores fines, de algunos hechos muy cuestionables.