Sergio no olvida la imagen de su mujer dando a luz en mitad de la calle. Eran las cinco y media de la madrugada del 11 de septiembre de 2017, aunque esta historia empieza seis meses antes.
A Nekane le costó cinco años quedarse embarazada. Por eso su familia se volcó con ella y, especialmente, su marido, Sergio, quien más había insistido para ser padre. No fue sencillo, el matrimonio tuvo que recurrir a tratamientos de fertilidad, lo que hizo que salieran dos embriones adelante. Dos niñas que tenían nombre: Leyre y Abril. Regalos y ecografías se hicieron habituales en sus vidas. Todo iba bien.
Sergio todavía se sonríe al recordar los meses de gestación, la “inmensa alegría” compartida, los preparativos, las conversaciones que giraban en torno a las que serían sus primeras hijas. Pero su gesto se tuerce al remontarse a la noche de aquel 11 de septiembre del año pasado. Nekane llamó a su marido alarmada, estaba manchando; él dejó su trabajo en el puerto de Algeciras para ir a Los Barrios, el municipio en el que viven. Serían las diez y media cuando ambos llegaron al hospital Punta de Europa de Algeciras, situado a 20 minutos en coche del domicilio de los dos jóvenes. Él tiene 40 y ella 38.
Salieron sobre la una de la madrugada sin pasar por monitores, sin tan siquiera una toma de la tensión, pero con un diagnóstico en la mano: infección de orina; y con la duda de si hacían bien yéndose a casa. La doctora así se lo aconsejó y ellos obedecieron.
Sobre las cinco de la mañana Nekane despertó a Sergio con unos dolores fortísimos. “Noto que vienen, noto que vienen, ya están aquí”, le dijo alarmada. Sobresaltado, agarró el teléfono y llamó al 112 a medida que se iba vistiendo. “Por favor, mi mujer está embarazada de gemelas y está de parto, envíenme una ambulancia”, dijo él. Poco después salieron a la calle. “Ella necesitaba salir a tomar el aire”, explica Sergio.
Al salir de casa, en la entrada, Nekane se echó al suelo del dolor. Estaban los dos solos en mitad de la noche. “No sabía qué hacer —recuerda Sergio—, si me alejaba dos pasos y ella me pedía que no la dejase sola”. Llamaron a un vecino. Hasta tres veces más a la ambulancia. Pero Nekane necesitaba empujar, se había puesto de parto.
UN PARTO DE GEMELAS EN MITAD DE LA CALLE
Incrédulo, Sergio colocó sus manos en la entrepierna de su mujer. Los alaridos de Nekane alarmaron al resto de vecinos, que bajaron con toallas calientes para auxiliar el parto. La primera de las dos niñas venía de nalgas. Ella empujaba mientras que él trataba de facilitarle la salida. “No veía bien, pero asomaban las piernecitas”, explica. “¿Qué hago? ¿qué hago?”, vacila meses después.
Sin saber cómo, Sergio se vio con su primera hija en las palmas de sus manos. Recuerda su cuerpo pequeño, delgado y débil. Admite estar confuso, pero está convencido de que nació con vida. Apenas sin peso.
La ambulancia llegó media hora después de la llamada.
(…)
Moisés está acostumbrado a ver situaciones desagradables. Como socorrista en la costa de Levante ha asistido a ahogamientos. Incluso muertos. Sus ganas de ayudar a quien lo necesita le empujaron a hacerse técnico de emergencias sanitarias. Estaba en prácticas la madrugada del 11 de septiembre. El teléfono sonó sobre las cinco, se montó en su ambulancia y corrió a toda velocidad desde un centro de salud de Algeciras a Los Barrios. Viajaba solo. Recuerda la sirena, las luces…
Cuando Moisés —nombre ficticio para evitar represalias— conoció a Sergio ambos se echaron las manos a la cabeza.
“SI LO LLEGO A SABER, LLAMO A UN TAXI”
“¡¿Y el médico?!”, preguntó alarmado Sergio, con su primogénita en las palmas de las manos. “No hay médico, vengo solo”, respondió Moisés. “Si lo llego a saber, llamo a un taxi”.
“Creía que no era verdad, me quería morir”, explica Sergio a EL ESPAÑOL. “Recuerdo la cara del chico, se quedó de piedra —añade—; le dije que me diera la camilla y me contestó que él no estaba autorizado para intervenir en este tipo de casos”.
Moisés admite hoy que trata de olvidar esa noche. A flashes recuerda a este periódico que al ver la situación llamó al centro de coordinación de emergencias. “Les dije que era grave, que qué hacía”, narra. “Estaba mareado, había mucha sangre, no escuchaba, solo quería que estuvieran cuanto antes con un médico”, asegura el técnico de emergencias.
Sergio no sabe cómo, pero ayudó a subir a su mujer a la ambulancia manteniendo a su hija en las manos. “Digo ambulancia por llamarlo de alguna forma, porque eso era una furgoneta con dos pegatinas y tres luces en el techo; muy básica, muy muy básica”, lamenta el joven. A Sergio todavía le tiembla la voz cuando rememora la imagen de su mujer en la camilla. “Yo iba de pie —explica—, con el culo pegado a la puerta, aguantando el equilibrio y con mi hija entre las manos”.
“QUERÍA LLEGAR CUANTO ANTES”
Moisés llegó rápido al centro de salud más cercano —“quería llegar cuanto antes a un médico, por eso no fui al hospital”—, guiándose gracias a un vecino, que hacía de copiloto. “¡Viene otra, viene otra!”, gritaba Sergio. El médico asistió el parto dentro de la ambulancia, tan precaria, que iban pasándole el material desde el centro de salud. “Los médicos me preguntaron que cómo me habían mandado a mí solo a una cosa así”, puntualiza el conductor.
Sergio salió de la ambulancia. No sabía dónde mirar. En un lado atendían a su hija; en otro su mujer daba a luz a la segunda. “Pero yo sabía que era muy tarde para todo —confiesa—; yo era consciente de que… de que… las había perdido. Era consciente. Había pasado mucho tiempo y habían sufrido mucho”.
Leyre y Abril habían muerto. Ni siquiera se tiene la certeza de que nacieran con vida.
“Ese día no se fueron dos vidas, se llevaron cuatro”, sentencia Sergio.
Tanto él como su mujer están en tratamiento psiquiátrico y farmacológico. Ambos han decidido vender su vivienda, por no recordar el dramático suceso cada vez que pasan por el lugar. Sergio se ha tatuado en el pecho, a la altura del corazón, a Leyre y Abril, “dormiditas, con mis dos manos abrazándolas, como esa noche”.
—¿Le guarda rencor a alguien?
—Estoy peleado con la vida, con el sistema, que ha tenido mucha culpa de lo que nos ha pasado. Los recortes en recursos, en profesionales… No nos explicamos lo que ha ocurrido con nosotros. Los recortes en sanidad tienen nombres y apellidos. La gente piensa que las cosas les pasan a otros, nunca a nosotros; y están muy equivocados, en cualquier momento se te va la vida.
—¿Le guarda rencor al técnico de emergencias sanitarias que conducía la ambulancia?
—Él es también otra víctima del sistema. Emergencias debió mandar una ambulancia medicalizada, con un médico y un enfermero, y no una furgoneta.
(…)
A Abel Torralba, técnico en emergencias sanitarias con 18 años de experiencia y delegado de UGT de Transporte Sanitario en Cádiz, no le sorprende la historia que comparten Sergio y Moisés. Lleva años denunciando que en Andalucía, como en otras comunidades autónomas, no se cumple la ley estatal que atañe a las ambulancias.
En el Real Decreto 836/2012, de 25 de mayo, se establecen las características técnicas, el equipamiento sanitario y la dotación de personal de los vehículos de transporte sanitario por carretera. La misma norma especifica que en las ambulancias no asistenciales, certificadas como A1 y A2, debe ir un técnico en emergencias sanitarias y, cuando el tipo de servicio lo requiera, otro en funciones de ayudante con la misma titulación; en las del tipo B, sí obliga por ley a que sean dos técnicos quienes se desplacen; en la clase C, se exige un técnico, un enfermero y un médico.
AMBULANCIAS DE TRANSPORTE, PARA EMERGENCIAS
Moisés conducía la noche en que Sergio perdió a sus dos hijas una ambulancia A1, que según el Real Decreto es una “no asistencial, que no están acondicionadas para la asistencia sanitaria en ruta”. La que llegó al lugar en el que Nekane daba a luz solo se usan para el transporte de pacientes en camilla o de “enfermos cuyo traslado no revista carácter de urgencia”.
No se explica por qué fue una A1 a la llamada desesperada de Sergio. Aunque de ir una del tipo B, “es muy probable que también hubiese llegado un único técnico de emergencias sanitario”, denuncia Abel Torralba. “La ley es clara, han de ir dos personas; pero la Administración, en este caso la Consejería de Salud de la Junta, lo incumple desde el año 2012”.
El caso ha llegado al Defensor del Pueblo y del Paciente. “Y nos dan largas”, critica el sindicalista. “Lo único que ha hecho la Junta es cambiar la norma y sacarse de la manga otro tipo de ambulancia, la A1 EE, de equipación especial”, lamenta. Aunque esta nueva clase no se recoge en la norma estatal.
“Quieren evadir al segundo técnico y seguir con la precariedad del servicio”, denuncia. “Pero ¿de qué nos sirve llevar una UVI Móvil si voy solo? ¡Si solo para poner un collarín cervical se necesitan dos personas!”, argumenta Torralba, que a lo largo de sus 18 años de profesión ha vivido situaciones “embarazosas” por culpa de ir solo. También peligrosas.
—¿Tenéis miedo al hacer vuestro trabajo?
—Vamos a algunos servicios con el corazón en la boca. Muchas veces nos responden de forma agresiva. Siempre nos hacen la misma pregunta: “¿Vienes solo?”. Y, cuando les respondemos que sí, se quedan asombrados. Vamos solos, sí. Es ilegal, sí. Esos son los servicios que ofrece la Junta a sus usuarios.
La ley también se incumple en otras comunidades, “aunque en Andalucía es ya un cortijo sin vallar”.
Una anciana se golpea la cabeza
Tarifa, sábado 24 de marzo. Una mujer de 82 años se desploma en mitad de un supermercado Mercadona poco después de sentirse mal. Se golpea la cabeza y empieza a sangrar. Los presentes llaman al 112. Suena el teléfono de Moisés, el mismo técnico de emergencias que acudió al parto en la calle de las gemelas, Leyre y Abril.
“Me activaron a mí y a un equipo médico, pero cuando estábamos saliendo las dos ambulancias, desactivaron a los otros”, recuerda el joven. Al llegar, media hora después del aviso, Moisés le tomó las pulsaciones a María de la Luz, la anciana de 82 años, que estaba pálida y sin apenas pulso. Como en el caso de las gemelas, llamó al centro de coordinación. No le cogieron la llamada. Decidió entonces trasladarla al centro de salud.
“Recuerdo ir rápido, muy rápido —apunta—; tardé menos de cinco minutos, iba acelerando todo lo que podía. Vi que eso era de emergencias, no de urgencias”.
José Núñez, bombero de profesión y sobrino de la octogenaria, esperaba alarmado en el centro de salud. Sabía que su tía se había caído, poco más. “Me extrañó que la ambulancia no llegara antes que yo”, apunta. Cuando por fin apareció y abrieron la puerta, su madre, que acompañaba a su tía, le dijo a José que no escuchaba respirar a su hermana.
“Estaba fría, le tomé las pulsaciones y vi que no había signos de vida”, recuerda el bombero. “¡Mamá, la tita está muerta!”, le dije. “¡¿Qué dices chiquillo?!, respondió su madre”.
(…)
—¿Otra vez, Moisés?
—“Otra vez”, pensé. [Resignado]. Todos los compañeros pensamos lo mismo. Este es nuestro día a día, y nos va a tocar sí o sí. Yendo solos, pasan estas cosas.
“LAS AMBULANCIAS NO SON FURGONETAS”
La Empresa Pública de Emergencias Sanitarias (EPES), dependiente de la Consejería de Salud, argumenta que la ambulancia, una A1, que atendió a María de la Luz se adaptó a la información proporcionada a los servicios de asistencia de emergencias. El Defensor del Paciente alega que no se dotó con el personal necesario para la atención de la accidentada y ha elevado el caso a la fiscal superior de Andalucía. La ley deja claro que las A1 no son asistenciales y, por lo tanto, nunca debió acudir a esta llamada.
“Nos sentimos vendidos. Hay gente que no llama a la ambulancia, coge su coche y se va al hospital”, espeta Toñi Moreno, portavoz de la Marea Blanca.
“Las ambulancias no son furgonetas, llamas porque hay una emergencia; no entendemos que envíen una A1 o una A2; tampoco entendemos que vaya un técnico solo. Si conduce, ¿quién asiste? Estamos cabreadísimos”, espeta Moreno. “No mandan los medios adecuados ni siquiera en caso graves y descarga la responsabilidad en quien llama, en que no facilitó una correcta evaluación al centro coordinador de Emergencias”, zanja.
Moisés maldurmió la noche en la que murieron Leyre y Abril. También cuando acudió al supermercado para asistir a María de la Luz. “No duermes —sigue—, no comes porque se te cierra el estómago, lo pasas mal…”. “No lo quiero recordar”, concluye.
—¿Te planteas dejar el trabajo después de lo ocurrido?
—No, todo está en la mente y psicológicamente estoy bien. Actué lo mejor que supe. Yendo solos, pasan estas cosas.