Cada noche, antes de irse a dormir, Diana López-Pinel abre la puerta de la habitación de su hija y se arrodilla a rezar junto a la cama. Su hija es Diana Quer y ya no está, pero ella mantiene la habitación intacta, tal y como la joven la dejó: los peluches, sobre la colcha; las fotos de infancia, rodeando el espejo de la pared; los libros que le gustaban, encima de la mesa del escritorio. En la puerta, antes de entrar, sigue pegada una hoja de papel, escrita a boli, que la joven colocó años atrás con uno de esos mensajes inocentes y tiernos que evocan el sabor de la adolescencia: “Valeria no toques nada. Pide permiso”.
No se ha tocado nada. Como una suerte de santuario, Diana López-Pinel lo conserva todo igual desde que la joven madrileña de 18 años se marchó a Galicia de vacaciones aquel mes de agosto del año 2016. “Incluso están puestas las mismas sábanas de entonces. Este es mi rincón. Aquí vengo yo”.
La casa es acogedora. A lo largo y ancho de las estanterías de madera del amplio y elegante salón, delante de los libros antiguos y de algunos amuletos, destacan las fotografías de Diana, los recuerdos de la infancia con su hermana Valeria, aquella primera comunión, los primeros pasos, un primitivo carrito de bebé. “Esta es mi forma de afrontarlo, de vivirlo. No rehuir el pasado”.
Diana madre está organizando una manifestación para pedir que no se derogue la prisión permanente revisable en España. Será el sábado por la mañana, en la Puerta del Sol.
Diana hija no está desde que la madrugada del 22 de agosto de 2016 salió de su casa de A Pobra do Caramiñal camino de las fiestas del pueblo. A la vuelta, José Enrique Abuín Gey, alias El Chicle, la amordazó, la ató, la estranguló y la tiró esa misma madrugada al pozo de una nave industrial abandonada en la parroquia de Asados (Rianxo). La acusación de agresión sexual, pese a que la autopsia no la ha podido probar, no se descarta.
600 días después, su madre se sienta para atender a EL ESPAÑOL en la primera entrevista que concede a un periódico. Lo hace para abrir las puertas de su casa primero, de su salón después, y más tarde de la habitación de la joven Diana, incólume como la cripta de un templo sagrado. Diana López-Pinel no pierde esa elegancia innata que posee y que también le atribuía a su hija mayor.
-¿Cómo está?
-Me encuentro en una fase de encajar todo lo que estamos viviendo y lo que hemos ido viviendo. El duelo sigue, pero ya te lo tomas de otra manera. El hecho de saber cuál fue el desenlace y cómo han ocurrido las cosas te da una cierta tranquilidad. Aunque el final no fuera el que nosotros hubiéramos deseado.
-¿Paz, también?
-Paz porque sé que Diana está en el cielo. Es una paz sobrenatural, que viene de la fe. Sí, paz porque 500 días y 500 noches son muchos para estar con la tensión con la que hemos estado. Pensando que en cualquier momento nos podían llamar, bien para decirnos una buena noticia, bien para decirnos algo que, lamentablemente se ha confirmado.
-¿Cómo se supera?
-Yo creo que esto no se supera nunca. Yo creo que es, de alguna forma, tratar de acomodarlo en el corazón, buscarle su sitio, intentar encontrar motivos para seguir adelante, como puede ser mi otra hija, como puede ser poner en valor la vida de Diana…
-A Pobra, el rincón tranquilo de sus veranos ¿Hay muchos recuerdos allí?
-La casa estaba sin hacer cuando descubrimos el pueblo. Ya habían nacido las niñas. Fuimos a un albergue rural y en uno de los paseos que estábamos dando encontramos este pueblo, nos pareció súper bonito, un sitio tranquilo, se podía navegar… Reunía los requisitos para lo que creíamos que iba a ser una infancia de nuestras hijas feliz. Galicia es una tierra que yo quiero mucho. Es una tierra que me ha acogido siempre con cariño. Me quedo con los recuerdos buenos. Han sido todos buenos, menos el último.
“A las cuatro de la mañana nos dijeron que habían encontrado el cuerpo de Diana”
La última vez que Diana López-Pinel estuvo en Galicia fue el pasado 25 de diciembre, el día de Navidad. Fue con su hija Valeria y juntas celebraron esas dos noches las fiestas, en la casa de los veranos. Recuperaron energías, rindiendo una suerte de homenaje a la hermana y a la hija, respectivamente. En ese entonces, todavía quedaba alguna esperanza. Hasta el final siempre queda algo.
Para la madre y para Valeria, este era quizás el modo de buscar esa proximidad, de sentirse cerca de Diana, de afrontarlo todo de cara. Al fin y al cabo, cuenta, es el último sitio en el que la vieron con vida: “Siempre que muere alguien querido, no sé por qué, siempre buscas esos sitios. Yo pienso que no hay que huir de las cosas. Por mucho que quieras esconder la cabeza, siguen ahí. Es mejor enfrentarlas que postergarlas. Ese es mi parecer”.
Ninguna de las dos sabían entonces que esa misma noche, a 15 minutos de allí, un hombre corpulento, con una prominente dentadura, cubriéndose el rostro con una sudadera, esperaba en una céntrica plaza de Boiro, con el maletero del coche abierto y las intenciones más siniestras, al acecho en busca de una nueva víctima. Su nombre, José Enrique Abuín Gey. Su alias, El Chicle.
Unos días después, esa misma semana, Diana y Valeria volaban camino de Madrid de vuelta de sus días en A Pobra. Fue al poco de llegar cuando se enteraron que, en sentido contrario, un enorme destacamento de la Guardia Civil se preparaba para desembarcar en Galicia. Iban a detener al principal sospechoso de la desaparición de Diana. Iban a detener a El Chicle.
No fue hasta ese momento cuando Diana López-Pinel y Juan Carlos supieron de la existencia de este hombre, que llevaba en el punto de mira de los investigadores prácticamente desde el principio.
-Nos dijeron desde allí que habían detenido a una persona que creían que estaba implicada. Después, ya cuando confesó, fue la llamada a las cuatro de la mañana para decirnos que efectivamente habían encontrado el cuerpo de Diana.
-La chica a la que Abuín intentó raptar en Boiro vivió unas circunstancias similares a las de su hija.
-Siempre lo enfoco hacia el lado de la fe. Pienso que Dios nos ha mostrado todo claramente. Incluso esto. Es decir, vamos a verle en acción. Os lo voy a mostrar en acción. Para que veáis qué clase de personaje es y que no puede estar insertado en una sociedad de gente de bien. Para que veáis lo que hace con las mujeres. Fíjate cómo estas dos personas, que estaban dentro de un bar, deciden ir por otro camino y al final y consiguen ayudarla. Por que si no, esa chica hubiera acabado como Diana. Es todo como muy… A ver… No sé cómo decirlo. Hay mucha mano de Dios en esto.
-¿Existe perdón para 'El Chicle'?
-Yo creo en la justicia divina, no te puedo decir. Creo en la justicia divina, aparte de la justicia en la tierra. Quién soy yo para juzgar a nadie. Ya en su momento tendrá lo que se merece. Tanto aquí como en el otro lado.
(...)
Diana desaparece la noche del 21 al 22 de agosto de 2016, la última madrugada de las fiestas de A Pobra. Está en casa con su madre, viendo una película, con el pijama puesto en el sofá. A eso de las diez, una amiga le escribe para bajar, y termina animándose. Le pregunta a su madre si puede bajarla al pueblo. Diana madre asiente, y deja a su hija en el centro de Pobra, en la plaza del pueblo. Le da un último beso antes de que se baje del coche. "Empecé a sospechar algo nada más levantarme y ver que no estaba en la cama. Ahí me entró una angustia que no te puedo explicar con palabras. Empecé a llamarla al teléfono, no me lo cogía, no me lo cogía…".
El pasado 12 de abril habría cumplido 20 años.
“Estaba en lo mejor de la vida”
Diana madre vuelve a posar ante la cámara con el rostro cansado. Se coloca justo al lado de una de las instantáneas que más le gustan de su hija. En ella se ve a la pequeña sentada en una silla de bebé, con un gorro de color rojo y el chupete en la boca.
-Esa foto me encanta. Es ella de pequeña. Es preciosa.
-¿Qué tiempo tenía? ¿Seis, siete meses?
Diana madre pierde su mirada durante un momento en la fotografía. Sus ojos se sumergen profundamente en ella, como visualizando ese momento en el pasado. No contesta a la pregunta. A los pocos segundos, vuelve su mirada a los reporteros para realizar una proposición.
-Ahí no habría cumplido ni un año, recuerdo que había empezado ya con los alimentos sólidos, y por eso le hice esa foto… ¿Queréis subir a ver la habitación?
La abrupta proposición no da tiempo a la respuesta, porque Diana madre sube automáticamente por las escaleras de la casa, enfilando hasta arriba para llegar a la habitación de Diana, justo enfrente de la de Valeria. Es de algún modo, su santuario. No se detiene y abre la puerta.
La estancia es grande. Encima de la cama hay siete peluches y un cojín, todos con formas de animales. Un gran cuadro con la joven recién nacida lo observa todo desde la pared. El lugar tiene la apariencia de un panteón familiar con todo perfectamente colocado, todo dispuesto e intacto. Diana madre contiene la respiración. “Aquí vengo a rezar todas las noches. Ves, en la cama están las marcas de cuando apoyo los brazos. Y antes de irme a dormir, le doy un beso al cuadro”.
-¿Ella cómo era?
-Pesó un kilo y 70 gramos. Era una niña fabulosa. En todos los aspectos. Fíjate que Diana nació muy prematura, con apenas seis meses de gestación, y cómo una criatura tan pequeñita se ha convertido en un símbolo tan grande. Lo que creo que debo hacer por ella es que su legado quede, que su muerte no haya sido en vano. Hoy me preguntaban, ¿qué te diría tu hija si te pudiera hablar? Ella me diría: mamá lucha, lucha porque nadie tenga que pasar por lo que he pasado yo.
A Diana, los primeros días de su vida le costaron más que a un bebé normal. Necesitó muchos más cuidados. A los cuatro meses de salir del hospital, la pequeña contrajo una meningitis bacteriana y tuvo que volver a la UVI. Le tuvieron que hacer tres punciones lumbares. Estuvo a punto de morir.
En ese mismo parto, los Quer vivieron otro momento complicado cuando perdieron a su otra hija, la que iba a ser la hermana gemela de Diana. También prematura, no pudo sobrevivir al parto. Diana logró salir adelante. Hay una máxima que en su familia se mantiene y se enarbola ahora como un mantra: Diana nació luchando, Diana murió luchando.
Diana salió adelante tras unas primeras horas críticas en su venida al mundo. Al abandonar el hospital, a los padres de Diana le dijeron: “Si sobrevive el primer año, tiene muchas posibilidades de tirar para adelante”.
Diana madre se entregó por completo al cuidado de la pequeña. “Imagínate el miedo con el que te vas de allí. Es tremendo. Todo salió bien, ella peleó mucho, porque es una luchadora nata. Y ahora estaba en lo mejor de su vida”.
“A Diana le han quitado 70 años de vida. Eso sí es una cadena perpetua”
Hace apenas un mes,trascendía una carta que El Chicle enviaba a su familia. “A los siete años, ya estaría fuera”, decía. Era la primera vez que reconocía haber asesinado a Diana Quer, y lo hacía en una carta enviada a sus padres.
Un mes después, los Quer han emprendido su cruzada particular para que la prisión permanente revisable no sea derogada. Junto a ellos, los familiares de otras víctimas de asesinatos perpetrados en los últimos años: Juan José Cortés (el padre de Mariluz Cortés), Antonio del Castillo (padre de Marta del Castillo) o Rocío Viéitez, cuya pareja, David Oubel se convirtió en el primer condenado de España por esta pena tras asesinar a sus dos hijos con una sierra radial en Moraña (Pontevedra).
-¿Perciben que hay quien puede entender de otro modo diferente lo que ustedes proponen?
-Pienso que sí, pero porque los mensajes que se están dando no son del todo claros. Es una pena que se aplica en casos de extrema gravedad. Desde 2015, cuando entró en vigor, solo se ha aplicado en dos casos. Eso nos asegura que este señor cumpla la pena completa mientras se está rehabilitando. Y va a estar obligado a rehabilitarse.
-¿No es también una especie de cadena perpetua?
-No lo considero una cadena perpetua. Cuando un hijo fallece, como en mi caso, ¿cuántos años le han quitado a Diana de vida? Le han quitado, prácticamente, 70 años. Eso sí que es una cadena perpetua.
-¿Qué han hecho mal los medios de comunicación durante estos años con el asesinato de su hija?
- A ver, a mi no me gusta el morbo. De mi hija se han dicho cosas que son absolutamente falsas. Yo dije que mi hija era muy casera, que no era normal que se fuera. A mí no me hace daño por mí. Sí me hace daño por ella. Ella era una persona extraordinariamente buena. Sí me han hecho daño algunas cosas es por ella.
Repercusión
-¿Por qué ha tenido tanta repercusión el caso de Diana?
-Yo creo que Diana transmite, a través de las fotos de sus redes sociales, que tenía una bondad natural y transparente. Ella era una niña de 18 años. La juventud ha sido consciente de que también les puede pasar a ellos. Ha llegado más por eso, justamente. Hemos tomado conciencia de que nos puede pasar a todos. Toca. Y cuando toca es duro, muy duro.
-¿Hubo algún momento que usted sintiese que no iba a volver a ver a Diana?
-Yo la esperanza no la perdí hasta que me dieron la noticia. Yo esperaba un milagro. Hay una parte racional que te va preparando mentalmente para que pueda ser lo contrario. Sí que pensé que, al pasar de los días, con el correr de los meses, pudiera llegar la situación de que no la volviera a ver.
En julio de 2016, un mes antes del crimen, Diana, Valeria y su madre hicieron su último viaje juntas. Cogieron un avión y se marcharon las tres de viaje a Grecia durante algunas semanas hasta irse a Galicia en agosto. Fueron días íntimos y felices. La mirada brillante de Diana López-Pinel los rememora. Mientras repasa los recuerdos, parada en el centro de la habitación de su hija, que es su refugio, observa la pequeña puerta por la que se accede al vestidor de la estancia. Dentro está toda la ropa que utilizaba Diana. “Está toda ahí, intacta”, suspira.
La mujer se pierde entre las ropas, hasta el fondo del vestidor, y rebusca por un instante entre las perchas. Extrae un vestido rosa salmón, palabra de honor, con una especie de cinturón negro de brillantes ceñido justo debajo del pecho. Se lo compró a su hija en aquel viaje. Los ojos se le iluminan a Diana López-Pinel, y sonríe cuando pronuncia la última frase de la entrevista, mientras exhibe la prenda con orgullo: “Está sin estrenar. Fíjate, lleva todavía la etiqueta...”.