Entrar en un gallinero es como vivir el sueño de cualquier abuela con la única diferencia que la evolución ha llegado para hacer la vida de las gallinas más fácil. Al menos eso es lo que aseguran los productores, que defienden su trabajo frente a cualquier convicción moral de los defensores de los animales. ¿Son las gallinas camperas más felices? ¿Sus huevos son mejores?
En los últimos años ha corrido como la pólvora la creencia de que un huevo campero es mejor que uno producido por una gallina que habita en una jaula. De hecho, grupos animalistas están presionando a los distribuidores para que eliminen de sus lineales los huevos producidos por gallinas en jaula y los sustituyan por huevos de “gallinas felices”. Sin embargo, los productores aseguran que esa creencia no es tal y quieren desmentir la posverdad de la gallina campera. ¿Son las mentiras de ahora más eficaces?
Una de las férreas defensoras del sector avícola es Mar Fernández, presidenta de INPROVO, quien afirma que “la mortalidad de las gallinas camperas es más alta que la de las gallinas que viven en jaulas perfectamente acondicionadas para ellas. En el campo hay depredadores que acechan a las gallinas, sufren estrés y ese día no ponen huevos”, asegura. Para ella, igual que para el resto de productores entrevistados por este periódico, el mejor sistema de producción de huevos es el denominado código 3, es decir, el sistema de producción de gallinas en jaula. “Es una jaula que tiene más espacio para que la gallina demuestre comportamientos más naturales aceptados por la UE. Por eso se introdujo la normativa”, defiende Fernández.
En la posición contraria está Laura Duarte, portavoz de PACMA, quien afirma que “el sistema de cría en jaula es indefendible”. Duarte, defensora de los animales, dice también que “la realidad es que las gallinas que viven en jaulas viven en un espacio en el que no pueden moverse, no pueden desplegar sus alas”. De la misma opinión es Javier Moreno, portavoz de Igualdad Animal: “Trabajamos para poner fin a las jaulas para la producción de huevos porque entre todos los maltratos en la ganadería industrial es el que más sufrimiento les genera”.
¿Cuál es la realidad?
En 2012 entró en vigor una directiva de la Unión Europea que regula los requisitos mínimos para los sistemas de producción de los distintos sistemas de cría de gallinas ponedoras. Con esta directiva, que ya regula lo que la UE entiende como bienestar animal, el sector tuvo que hacer importantes esfuerzos de inversión para acondicionar sus naves a las nuevas reglas del mercado. Una inversión que desde INPROVO estiman en “unos 600 millones de euros sólo en España. Cambiar eso a sistemas alternativos estaríamos hablando de un 20 o un 25% más de coste. No es algo que el sector se pueda permitir cada cinco años. Es algo muy costoso”.
Esta normativa introduce un importante cambio en cuanto a la densidad de las gallinas por jaula. Ahora hay una densidad de 750 centímetros por ave. “Antes estábamos en 550. Otros países están entre 300 o 350 centímetros por ave, donde no existe una normativa para definir cuales son las condiciones de producción y bienestar de la gallina”, confirma Mar Fernández.
En esta misma línea se apoya el director general de DAGU, Juan Gigante, quien defiende que antes de la directiva de 2012 “había un sistema de bienestar más precario que el que se desarrolla en la nueva normativa. La directiva de bienestar animal tiene ya en cuenta los requerimientos de grupos animalistas, que ya tienen una influencia política en el panorama europeo y se incorpora a la producción en jaula nidos, aseladeros (lugares para que la gallina se apoye) y una mayor superficie por gallina”.
La pregunta entonces se plantea así: si hay una nueva normativa con la que las gallinas, supuestamente, viven mejor, ¿por qué hay grupos animalistas que defienden que esto no es así? ¿Quién determina que las gallinas no son felices? Desde PACMA son claros: “Estamos de acuerdo con la mayoría de organizaciones animalistas que proponen la eliminación de gallinas criadas en sistemas en jaula”.
Quienes no defienden esta postura son los productores, que afirman que esta defensa la hacen a veces por ignorancia y otras tantas por una interpretación humana de lo que es el bienestar de la gallina. Juan Gigante es claro en este asunto: “Nos estamos guiando por elementos subjetivos, de lo que unos piensan y otros creen, pero no en un análisis profundo, técnico y científico de los distintos sistemas de producción de huevos”.
¿Cómo saber cuál es el mejor huevo?
Y entre medias de esta lucha está el huevo, cuya composición y calidad no varía en nada tanto si es producido por gallinas en jaula o si proviene de gallinas camperas. Lo explica Enrique Sánchez, director de la fábrica de piensos de DAGU y experto que está en constante contacto con las gallinas. “La calidad del huevo es la misma. Bien es cierto que las gallinas de suelo, camperas o ecológicas tienen unos riesgos añadidos. Por esa razón no podemos controlar qué otras cosas que no son pienso pueden consumir en el exterior. Además están en contacto con animales salvajes que pueden transmitir enfermedades como la influenza aviar”, sentencia.
Esta posición también la defiende Mar Fernández, quien afirma que “la calidad objetiva del huevo no es distinta. Todos los estudios dicen que las diferencias son tan mínimas que no afectan al huevo como alimento. Al consumidor, si se le explica, piensa que está comprando algo mejor porque es más caro. El huevo cuesta más si se produce en lugares alternativos a la jaula porque el equipamiento es más costoso, necesita más mano de obra. Lo que hay que corregir es la percepción de que eso suponga que el huevo sea mejor”.
Una parte importante del huevo es el pienso con el que se alimentan las gallinas. Y hay una cosa clara: los piensos que comen tanto las gallinas en jaula como las camperas son exactamente iguales y, además, el sabor del huevo no cambia, desmitificando dos creencias populares: una, la que defiende que un huevo de gallina campera sabe mejor que uno de una gallina enjaulada. Y dos, la que cree que el color de la cáscara depende del sistema de alimentación y por eso los camperos son marrones. “El color de la cáscara es genético, no tiene nada que ver con la alimentación”, termina Sánchez.