San Isidro. No hay toros en Manhattan. Ni el santo sale de paseo. Ha muerto Thoms Kennerly Wolfe Jr , (Virginia 1930/ Nueva York 2018). Llueve y lo hará toda la semana. A Wolfe se le hubiese estropeado el traje un día normal, pero hoy no. Imagino que lo enterrarán de punta en blanco. No consigo saber donde será el funeral. Vaya periodista de pacotilla. Qué no hubiera dado por leer la crónica de Wolfe de su memorial. ¿Es el periodismo de ficción viejo periodismo? Habrá que preguntárselo ahora con una ouija.
Miércoles. El jet lag y la curiosidad por ver como los diarios cubren la noticia me lanza al Pret A Manger de la calle Madison, el aire acondicionado (lo mido) está a 15 grados. Utilizan la técnica de congelación de la clientela para luego abrasarla con el café y así compensar. El New York Times, el Washington Post y el Daily News le dedican a Wolfe su foto de portada. El New York Post prefiere sacar a Chewbacca para promocionar la nueva peli de Star Wars “Solo”. ¡Es que nadie le va a decir a Disney que dejen de hacer una película al año que ya no mola!
La foto del Times es un clásico del street style de Bill Cunningham, el cronista de las vanidades de la ciudad. Que paradoja. Cunningham para no llamar la atención iba siempre vestido de azul (tipo uniforme militar chino) y en bici. Las vanidades, y su hoguera, le dieron a Wolfe fama mundial, y su carnet de inmortal. Wolfe era lo que los periodistas de moda ahora llaman un total look en si mismo. Un caballero andante que diría Cervantes.
Alguien debería investigar la relación entre el nuevo periodismo y la sastrería. Son las 8 de la mañana y la pequeña tienda de Alden, los zapateros de Massachusetts que calzaron a los Kennedy, ya está abierta. Wolfe se hacía sus botines sureños a medida, pero los Alden estaban entre sus favoritos. El vendedor no sabe quien es Wolfe. Me pregunta si le hablo de la película de El Lobo de Wall Street. Entre la sorpresa y el jet lag le compro unos zapatos y le dejo “olvidado” el diario.
Manhattan sin Tom Wolfe es como el Oak Bar del Hotel Plaza sin Hemingway. El Dry Martini lleva aceituna pero no es el mismo. Manhattan no tiene tiempo para la melancolía. Nueva York tiene prisa por construir más alto y a cada minuto te pide que corras para que la alimentes con tu estrés. Se olvido de Fao Schwarz, su casa de juguetes y ya se ha olvidado de Tom Wolfe. Tiene que encontrar lo nuevo. Darle de comer a Saturno. Y se olvidará también de Arthur Ochs Sulzberg Jr, ex editor del New York Times, al que rendirán homenaje este otoño en una fiesta en el MOMA. Su hijo es ahora el que manda.
Al caer la noche en la Taberna de McSorley (15 E 7th st) bebo en recuerdo de las crónicas de Wolfe en Rolling Stone. La revista pasará a ser mensual en septiembre pero recuperará su legendario formato. “Antes de que nacieras ya estábamos aquí” reza el eslogan pintado en la ventana. Y tienen razón. No antes de que naciese yo, antes de que naciese Wolfe, antes de que perder la guerra con Cuba… antes de todo. La Taberna de McSorley sirvió sus primeras pintas una mañana de 1854 y ahí sigue. Abre a las 11 de la mañana. Hasta 1970 no dejaron entrar mujeres, pero esta noche hay muchas borrachas sin nada de rencor. Wolfe se sentiría bien aquí.
Me pregunto si Wolfe mojó sus labios en estos vasos gruesos que el camarero en vez de lavarlos los remoja y los vuelve a servir. La palabra lavavajillas en McSorley es una blasfemia
Si pides una pinta te ponen dos. Es la norma no preguntes. En la pared un cuadro recuerda a John Smith, que no es el de las zapatillas de Converse, sino un camarero que estuvo allí 61 años atendiendo a la clientela. Lean La Fabulosa Taberna de McSorley (Malpaso) es un puñado de crónicas en las que Joseph Mitchell narra el anecdotario de la clientela. Un libro imprescindible.
Manhattan no está triste porque se marchó Tom Wolfe. Manhattan languidece porque el precio de sus alquileres echó a los hipsters a Greenpoint y ya no quieren volver ni a rastras. Como mucho para tomarse una burguer vegana en el Café Gitane en la calle Mott que acaba de abrir sucursal en Tokyo.
El costumbrismo sigue de moda, pero a sus cronistas Manhattan los olvida lo mismo que uno se olvida de la tarifa del último Uber
No hay rastro de emoción por la muerte de Wolfe en Manhattan. Ni Barnes and Nobles ni las pequeñas librerías del Village han sacado su stock al escaparate. Nada. Tan solo un puñado de periodistas presumen en instagram de haberse hecho un día selfies con él. Los que no lo conocieron recurren al pirateo de sus viejas fotos para invocar su memoria. Imagino que la muerte de Wolfe no ha dejado dormir a Gay Talese (86), ni a su sastre.
La televisión del taxi escupe la noticia de que el paseo de Coney Island ha sido reconocido hoy por el alcalde Bill Blasio (57) como un lugar a proteger.