El de San Isidro es un día grande en Torre de Miguel Sesmero, un tranquilo pueblo de poco más de mil habitantes situado en la comarca de Llanos de Olivenza, al oeste de la provincia de Badajoz. Sin serlo, la familia Trejo —un apellido habitual en la zona fruto de la consanguinidad— celebra el 15 de mayo, día del patrón de los labradores, el cumpleaños de la menor de sus hijas, María José. Nació en septiembre, pero volvió a nacer por obra y gracia de San Isidro después de un aparatoso accidente de tráfico. “Encomiéndense al santo al que tengan más devoción”, dijo el médico. Y los Trejo rezaron. Apenas quedaron secuelas. Un milagro que los cigüeños, el gentilicio de estos vecinos, atribuyen a su patrón.
Por eso bailan los Trejo, para dar gracias al santo.
La costumbre en Torre de Miguel Sesmero manda terminar bailando la procesión de San Isidro. “Y si nosotros bailamos, tendrá que bailar también nuestro patrón”, resuelve categórico Robustiano, labrador cigüeño de 77 años. Él fue, “en tiempos”, uno de los primeros mozos que hicieron danzar al santo. La edad ya no se lo permite. Aunque baila de gratitud el día de la fiesta más grande de este pueblo situado en la Ruta de las Cruces, por las ermitas e iglesias que alberga la comarca.
La de San Isidro es una ermita austera, de muros encalados y rematada por un minúsculo campanario. Los propios vecinos pidieron permiso al obispado para levantarla de las ruinas hace décadas. El fulgurante blanco de la casa del santo destaca entre los tonos verdes del campo y los álamos del camino del cementerio en donde se ubica. Pocos son los vecinos que acuden durante el año a ver al patrón, no así los días previos a su procesión, momento en el que se acicala el inmueble y se suceden los rezos.
Desacostumbra San Isidro a oír plegarias personales. Sus cuitas están vinculadas a las cosechas y a la demanda de agua de sus fieles. Patrón de los labradores, tiene entre sus cometidos el de proveer de bienes a pueblos como Torre de Miguel Sesmero, en el que la inmensa mayoría vive del campo, principalmente cereal de secano. De ahí la devoción al santo, que sacan en procesión el sábado inmediatamente posterior a la festividad del jornalero santificado.
La jornada empieza en torno a las diez de la mañana con una misa en la que eminentemente participan, y cantan, mujeres. La ermita es tan pequeña que los fieles, unos ochenta, celebran la ceremonia en el patio delantero. En una esquina aguarda San Isidro sobre las andas.
“Le tenemos mucha devoción”, apunta Robustiano, un hombre largo, de andar destartalado y con la cara ennegrecida y llena se surcos por el sol. El mayeto cuenta que fueron las cámaras agrarias, órganos sindicales en su fundación allá por finales del siglo XIX, convertidas en hermandades sindicales de labradores y ganaderos vinculadas al Sindicato Vertical en el franquismo, quienes compraron al santo.
Un San Isidro hecho en serie
“Como nuestro San Isidro hay muchos en los pueblos de la redonda”, explica Robustiano delante de la imagen. “Se hizo en serie, todos iguales; y el nuestro se puso en la ermita, hará ya más de ochenta años”, asegura el labriego. Nadie antes lo veneraba. Y hoy nadie en España lo honra como ellos.
Terminada la misa, la procesión arranca con el himno nacional. Y la charanga, de apenas seis instrumentos, interpreta marchas cofrades. El tono solemne, con el paso riguroso y ceremonioso de los portadores, permanece inquebrantable hasta pasada media hora de inicio del cortejo presidido por el patrón, al que siguen ya cientos de cigüeños.
Están Vitaliano, Aniceto, Conrada, Donato, Ramiro, Celedonia, Teleforo, Zoilo y Anacleto. También Robustiano, que explica el origen de la tradición de hacer bailar al santo.
“A una cuadrilla le dio por bailar, e hizo gracia en el pueblo”, recuerda el septuagenario. “Pero, oiga, que eso va con su debido respeto”, advierte circunspecto. “No se injuria al santo, ni se hace guasa del santo, ni nada por el estilo”, aclara. Robustiano se refiere a los comentarios que provocó un vídeo de la procesión de 2017 y que alcanzó una alta viralidad en las redes sociales. “¡Se montó la mundial!”, añade.
“Nos acusan de ser una camarilla de beodos”
“Y nos han acusado de ser una camarilla de beodos. ¡De beodos! Y beodos no, hombre, en la procesión nadie va borracho, todos van con el debido respeto. No se insulta o desprecia. Todo lo contrario. Es una explosión de alegría, como otra cualquiera, y el santo, como es nuestro patrón, pues si nosotros bailamos, tendrá que bailar él”, insiste.
Pero los recelos han llegado al Arzobispado de Mérida y Badajoz, que, según los lugareños, ha tratado de impedir, sin éxito, que se reparta la tradicional sangría durante la procesión del santo. La instancia religiosa ha malhumorado a los cigüeños, que niegan tajantemente la embriaguez de la feligresía. “Aquí no hay borrachera, entre otras cosas, porque no son horas de estar borracho”, advierte el presidente de la hermandad de San Isidro Labrador de Torre de Miguel Sesmero, Luis Trejo. “Por supuesto que no permitiremos que se deje de dar sangría, como tampoco vamos a prohibir que el santo baile”, afirma.
Y nadie está borracho, ni tan siquiera achispado. Se reparte sangría mientras que San Isidro baila los últimos éxitos musicales del año. De Enrique Iglesias a Maluma o Raffaella Carrá y Raphael o Los del Río. Los más jóvenes bailan los temas actuales; los mayores, no perdonan los pasodobles. El vaivén es contagioso y tras el santo se viven momentos de éxtasis colectivo.
La liturgia en Torre de Miguel Sesmero, ‘la Torre’ para la gente de pueblos vecinos, no exige etiqueta. Los hay que van en vaqueros, camisa o chándal. A pocos lugareños sorprende la coreografía errática del patrón, llena de giros inesperados y arranques. “¡¡Viva San Isidro!!”, gritan los fieles que lo portan sobre unas sobrias andas de madera policromadas, rematadas con cuatro jarras con claveles rojos, gladiolos y paniculatas, un arreglo floral que evoca al campo de quien el santo es patrón.
Desde la distancia mira Donato Trejo Díaz. Tiene pocas ganas de fiesta desde que enviudó, hace poco más de un año. “Ella se llamaba Romualda Trejo Díaz, era prima hermana mía dos veces”, aclara a sus 88 años este cigüeño que nunca ha faltado a una romería.
“Una juerga bastate buena”
“San Isidro ha bailado siempre”, recuerda. “Ha sido muy alegre, una juerga bastante buena, y muy bonita”, completa.
—¿Y usted ha bailado con San Isidro?
—¡Bueno…! Cuando joven, ya no. Y bailaba bastante. No dejábamos títere con comedia. Pero ya con 88 años, imagínate, demasiado que estamos en estas tierras todavía.
Él fue uno de los primeros que bailó con el santo. Cuenta que surgió, sin más. “Nos dio por bailar y bailamos —esgrime—, hizo gracia la cosa y seguimos bailando… y hasta ahora”. “Así le damos gracias por las cosechas, porque ahora no hay hambre como antes, que había a punta pala”, asegura. “Este año la cosecha es bien buena, sí señor”, añade.
—¿Por obra del santo?
—Si supiéramos que es por San Isidro lo sacaríamos más veces. Y bailaríamos más.
Aunque cada año hay problemas para encontrar voluntarios que carguen con el santo, una imagen muy pesada de escayola que quita las ganas al cada vez más envejecido vecindario. “Hay que buscarlos uno a uno; pero al final siempre hay gente”, apunta Robustiano.
Los jóvenes participan en otras cuestiones, como la de arreglar las carrozas que acompañan al santo en la romería, adornadas con flores de papel de seda de colores. “Antes eran mucho más espectaculares, se gastaban mucho dinero y se invertía mucho tiempo en ellas; ahora son más austeras, pero porque la gente no tiene tiempo”, explica Candelaria, de 46 años, una de las más activas del cortejo y trabajadora en la residencia de mayores del pueblo. “Era mucho más participativo”, concluye.
“No queremos que desaparezca esa fiesta”
Hay quien se acerca a los músicos a pedirle canciones, como si de una discoteca se tratase. La charanga se vuelve más animosa según el santo se acerca a lo que los cigüeños llaman ‘la pila’, una zona apartada ya del pueblo donde desfilarán las carrozas delante de San Isidro. Solo hay dos, una de niños y otra de mujeres. Entre ambas se disputan unos mil euros en premios, a la mejor decoración y a la mejor composición musical.
—¿Candelaria, no teme que nadie malinterprete esto como algo blasfemo?
—No, para nada. No es ofensivo. Es nuestra forma de demostrar la alegría por los dones que nos da el santo. Para nosotros es una fiesta muy grande y no queremos que desaparezca.
Fallados los premios, los cigüeños recogen al santo en la ermita y siguen hasta la finca El Charnazo, donde seguirá la juerga.
Entre bailes se conocieron Rosi y su marido ‘Vicentín’. Fue en una romería de hace casi sesenta años. “Antiguamente se vivía mal, pero lo pasábamos bien en San Isidro, llevábamos nuestra tortilla de patatas y unos huevos cocidos, echábamos un paño al suelo en la rivera y te divertías. Ahora hay más cosas, la gente tiene más; pero quizás nos divertíamos más antes, porque no había otra cosa”, razona.
Rosi y Carlos, ‘Vicentín’, suman ya cincuenta de casados. “A San Isidro le debo mi marido, dos hijos y cuatro nietos —revela la cigüeña—; todos preciosos”. Por eso se emociona cuando lo ve bailar sobre las andas. “Muchas veces no puedo contener las lágrimas”, confiesa.
Hoy baila por su marido, “que está malito”. “Así le rezamos, es nuestra forma de darle las gracias y pedirle”, insiste. “Y yo sé que, si bailo con él —zanja—, me lo concederá”.