María (nombre ficticio) estaba desesperada. Ella, madre de dos hijos, recientemente divorciada, jamás esperaba que su exmarido, el hombre con el que se había casado, el padre de sus retoños, fuera a utilizar a Fénix para maltratarla a ella.
Fénix, cuatro patas, dos orejas, hocico húmedo e inquieta mirada, su perro, vivía en el domicilio familiar junto a los dos niños de manera permanente. María y su exmarido, que compartían la custodia de las criaturas, eran los que se trasladaban puntualmente, cada quince días, a la casa. Y fue entonces cuando esta madre reparó en las vejaciones que sufría el animal, aunque el objetivo final fuera ella.
Tomó una decisión. Tajante, dura, de las que se atragantan en el estómago. Por más que le doliera, a María no le quedó otra que entregar a su mascota en adopción. “Mi ex le pega y deja de alimentarle para hacerme daño”, lloró María cuando fue a entregar a Fénix a la asociación Ayuda a Mascotas en Riesgo (AMAR).
Agredirlas sin tocarlas
La historia de María no es ficción. Ella lo vivió en sus propias carnes hace unos días en Murcia. Sin embargo, en España cada vez se detectan más casos en los que la violencia hacia las mujeres deriva a sus seres queridos: es una manera más sutil y menos penada por la ley de causarles dolor. De agredirlas sin tocarlas. De maltratarlas, al fin y al cabo.
EL ESPAÑOL recopila cinco casos recientes en los que la Justicia probó este nuevo método de violencia. Varias asociaciones y partidos políticos, como PACMA, vienen advirtiéndolo. Incluso el FBI americano lo consideró probado en el año 2016 como una nueva variable de violencia interpersonal.
“Es cada vez es más habitual. La violencia es una manera de dominación y se ejerce en su extremo más débil, los animales que conviven con nosotros”, relatan a este periódico desde PACMA.
Uno de cada cuatro hogares, con mascota
Si bien la ley de violencia de género no recoge a los animales de compañía como parte del núcleo familiar -sí como violencia simbólica-, lo cierto es que cada vez es más y más común que las mascotas convivan con las familias. Según datos de la Asociación Madrileña de Veterinarios de Animales de Compañía, con cifras actualizadas a 2015, casi el 40% de los hogares en España poseía, al menos, a una mascota.
Ese aumento, apuntan desde el partido animalista, es una de las claves de la problemática. “Cada vez más familias que conviven con un animal y eso puede facilitar el daño a un ser querido y muy vulnerable. Es un grado de perversión añadido. Quien es capaz de ser violento con un animal también puede serlo con una persona”.
El forense Miguel Lorente, que fue delegado del Gobierno para la violencia de género con el Gobierno de Zapatero, precisa que, si bien los animales de compañía no están recogidos como tal en el texto legislativo, sí que se les incluye en “el contexto de violencia. Si ya de por sí la inclusión de los menores tuvo polémica en su día, la mascotas era inimaginable”, suspira en una conversación con este periódico.
“Es violencia ampliada, similar a agredir a otros familiares, amigas, a nuevas parejas. Los maltratadores buscan obtener efectos para dañar, intimidar, de demostrar que no va en broma. Hay una serie de violencia simbólica en la que se incluye el vejar y matar a la mascota. Pero no sólo eso. Romper recuerdos de la familia, fotos, deshacerse de regalos importantes, todo eso forma parte”.
La profesora de Filosofía del Derecho y Sociología Jurídica de la Universidad de Zaragoza María José Bernuz afirma en una investigación cómo la relación entre violencia de género y violencia animal se vertebra en tres grandes vértices. Uno, cómo el maltrato animal puede ser una violencia psicológica, un mecanismo efectivo de dominación y control de mujeres y niños. Dos, la consideración de la violencia contra los animales como un indicador fiable sobre la existencia de otras posibles formas de violencia interpersonal. Tres, los efectos que tiene en los menores ser testigos de violencia contra sus animales.
Lorente asiente ante esa tesis, pero apuntala: “No tienen por qué ser simultáneas ni todas llevarlas en cada caso”. No se trata de que dos más dos sumen cuatro. Pero sí que se puede analizar cada caso para poder sustraer que, en todos los supuestos, es violencia de género. Para Ángel Navarro, coordinador de AMAR, el quid reside en que “la mascota se convierte en uno más de la familia. Los maltratadores utilizan la mascota para dañar a su pareja y a sus hijos. La frecuencia tiene que ver con que cada vez hay más mascotas y el apego, por tanto, es mayor”.
2. Ahogar al perro en la lavadora
Hace apenas unos días, la Fiscalía de Las Palmas solicitó la apertura de juicio oral contra un vecino de Las Palmas de Gran Canaria que centrifugó al perro de su mujer en la lavadora, según las conclusiones provisionales del ministerio público.
Farko, un Yorkshire de apenas cinco kilogramos de peso, murió a causa de las graves lesiones causadas por el centrifugado. El acusado se enfrenta a una pena de 18 meses de prisión como presunto autor de un delito de maltrato animal doméstico.
Florencio, de 61 años, "aprovechó" que su esposa se fue al domicilio de sus padres con el hijo en común para meter al perro en la lavadora, reza el escrito de acusación. Una vez dentro del tambor, el acusado accionó un programa de lavado de "intensas revoluciones", con el ánimo de "acabar" con la vida de Farko.
El perro sufrió lesiones, hemorragias y hematomas "con ciertos signos" de lucha, resistencia, regurgitación y sofocación, hasta que finalmente falleció por ahogamiento, según revelaba la necropsia practicada por la veterinaria.
La esposa del acusado encontró a su mascota sin vida dentro de la lavadora el 24 de julio de 2017, a primera hora de la mañana, tras regresar de casa de sus padres a la vivienda familiar. El móvil no está claro, pero los investigadores apuntaban a una discusión del matrimonio esa misma mañana.
3. Disparar al caballo por "resentimiento" a la mujer
Calixto (nombre ficticio), un hombre condenado anteriormente por violencia de género y doméstica y amenazas, decidió vengarse de su mujer, con la que se encontraba en trámites de separación, “debido al resentimiento que sentía hacia ella”, según recoge la sentencia, a la que ha tenido acceso EL ESPAÑOL.
El hombre, escopeta en mano, se dirige a la finca familiar en la que vivían sus hijos y su mujer. Estaba esperándolos. Poco después del mediodía, aparecen dos de sus hijos. Les dispara y ellos huyen al exterior de la vivienda. Igual suerte corre el tercer vástago.
Mientras esperaba a su todavía mujer, Calixto se deshace de seis mil euros a través del inodoro. Billete tras billete, los quema y los arroja. Finalmente, de la rabia, decide matar a los caballos que poseía la familia. El tribunal considera probado que su ánimo era “el de darles muerte”.
“Calixto actúa movido por el resentimiento contra su esposa e hijos por haber sido condenado anteriormente por malos tratos en el ámbito familiar (violencia de género y doméstica), amenazas continuadas en dicho ámbito y falta continuada de amenazas. [...] A consecuencia de sus actos, mata a uno de los caballos y hiere al otro”.
4. Aplastar al perro para probar su intención de matarla
Día de Reyes de 2007. Leandro y Eloísa (nombres ficticios) son una pareja que lleva junta un año y medio. Viven juntos, con los dos hijos menores de ella. Por la mañana, Leandro sale a pasear a uno de los perros de su pareja. Cuando vuelve a casa, regresa con un palo.
Leandro comienza a agredir a Eloísa. Le pega con el palo, le grita, le ordena que se vista para irse a la calle. La amenaza de muerte. Intenta ahogarla, aunque no lo lleva a cabo. Al salir a la calle, le pone una navaja en los riñones. Le exige 4 millones de pesetas porque quiere viajar a Palma de Mallorca. Ella, además, debe pagárselo. Su argumento: que le ha arruinado la vida.
Según recoge la sentencia en los hechos probados, “acto seguido, Leandro llamó la atención de la mujer diciéndole que mirase lo que iba hacer con la perra, cogiendo a un cachorro que le había regalado días antes y lo estampó contra el suelo, pisándole la cabeza acto seguido, lo que produjo la muerte del animal. La muerte cruel y despiadada del cachorro que éste mismo había conseguido días antes tiene la explicación lógica de aumentar el miedo de la mujer”. Minutos antes de asesinar al animal, Leandro llamó la atención de Eloísa. “‘Mira lo que hago con la perra’”, le advirtió. Quería mostrar lo que “podría sucederle a ella cuando era capaz de hacerle eso al animal”.
5. Apalear al perro como preludio de la agresión
La Audiencia Provincial de Barcelona recoge en una sentencia el testimonio de una testigo, que declara haberse cruzado por la calle con una pareja, que iba con una niña y dos perros, en 2013. “El hombre parecía bastante violentado, gritando y discutiendo (el motivo que se argumenta por el que iba colérico era porque habían sido advertidos por la Guardia Civil Urbana de que los perros no llevaban bozal)”.
Seguidamente, éste da una fuerte patada al perro en la vía pública, que sale corriendo. Él le persigue. Continúa pegándole: patadas, golpes, azotes. “Una vez llegaron la mujer y la hija al domicilio, pudo visionar desde la calle (ya que éstos se encontraban en un primer o segundo piso) una discusión, en la cual el hombre gritaba y vio cómo golpeaba a la mujer cayendo ésta después al suelo”.