“Hay algo peor que la corrupción misma, que es la sensación de impunidad que se puede generar por una tardía persecución, un tardío enjuiciamiento; por que la justicia llegue tarde o llegue mal”- El juez Ruz.
Eran poco más de las 9 y media cuando la voz de José Luis Ábalos retumbaba en el Congreso de los Diputados. España, atenta, con la oreja puesta en el arranque de la moción de censura. “Queremos llegar a la presidencia según establece la Constitución española y no con recurso a cosas ilegales, como la financiación ilegal que han utilizado ustedes para ganar algunas elecciones”, se escuchaba en los transistores. Pero la vida seguía en Móstoles (Madrid). Sobre todo, para el magistrado Pablo Ruz.
Él fue uno de los brazos percutores de Gürtel. Él, en 2011 y como interino de la Audiencia Nacional, tuvo que coger las riendas del caso y continuar con las diligencias mientras un reguero de jueces -Baltasar Garzón, primero; Antonio Pedreira, después- era devorado por la instrucción. Y él, finalmente, fue apartado. Por incómodo. Por persistente. Por minucioso.
Puntual, a las 10 de la mañana ya se encontraba en la sala de vistas número 3 de los Juzgados de Móstoles. Allí, en la planta número 3 de un edificio largo, pero con poco fondo -quizás la antítesis de su periodo al frente de la investigación de la trama corrupta que ahora ha dado por probada la caja B del Partido Popular y que ha sentenciado de muerte al Gobierno de Mariano Rajoy-, tiene su sede el Juzgado de Instrucción número 4. Su titular: Pablo Rafael Ruz Gutiérrez.
Juzgando okupaciones
Acompañado de la secretaria judicial y un par de funcionarios, la sesión comenzaba este jueves. Un juicio detrás de otro, hasta encadenar diez. La duración prevista de cada uno es de quince minutos. Todos por delitos leves. Pero en el menú del día constaban, específicamente, amenazas, hurtos y, sobre todo, okupaciones.
El magistrado Ruz atiende a la reportera de EL ESPAÑOL en el breve receso que posee al final de la maratón en el salón de vistas. Camisa azul, corbata roja estampada, el juez no defrauda en las cortas distancias. Amable, didáctico, pausado. Concede un par de preguntas -“Llevo toda mañana en la sala y ahora tengo que tomar declaración a unos detenido”, se excusa- y sonríe levemente hasta que recibe la esperada pregunta. El guiño se engrandece. La veía venir.
—¿Cómo está viviendo la jornada en el juzgado mientras se debate la moción de censura al Gobierno por la trama Gürtel?
—En la sala no miro el móvil y no estoy al minuto. Pero la vivo como cualquier ciudadano, como uno más.
Balonazo y despeje.
Su huella en los casos más mediáticos
Los que conocen a Pablo Ruz (Madrid, 1975) dicen de él que es trabajador y tímido. No disfruta del foco mediático que se posa sobre él por sus actuaciones en las grandes causas que han sacudido el país por las solapas en los últimos tiempos. Porque la huella de Ruz pasa por los casos Faisán, Saqueo 1 -dentro de la Operación Malaya-, Pujol, Neymar, Gürtel… y los papeles de Bárcenas.
Padre de cinco hijos, se licenció en Derecho por la Universidad Pontificia Comillas e ingresó en la carrera judicial en 2003. Nunca se ha pronunciado ideológicamente, pero se le considera progresista por su pertenencia a la plataforma Otro Derecho Penal es Posible. También posee fuertes convicciones cristianas y asiste a misa con regularidad.
Él mismo dice ser feliz en esta ciudad al suroeste de Madrid. “Las causas de un juzgado así son igual de importantes que otras más mediáticas”, apuntala a las preguntas de EL ESPAÑOL. Lo cierto es que poco revuelo causa en un populoso juzgado que asiste justicia al ciudadano de a pie su presencia. La del hombre que hizo posible la caída de Rajoy.
Cristiano y madridista
Porque dentro de los juzgados de Móstoles, lo que sucede en el Congreso poco parece importar. Al menos, de cara a la galería. El tema del día, más allá de las circunstancias particulares de cada uno y sus vistas, es la dimisión de Zinedine Zidane al frente del Real Madrid. El propio Ruz es forofo madridista.
Lo del banquillo del Bernabéu se mira, se comenta, se escucha. “Es la única exclusiva que podemos dar”, ríe uno de los ocho funcionarios que componen el equipo del magistrado. Es una sala en forma de L invertida, con carpetas y carpetas llenas de folios.
Ya pasadas las tres de la tarde, Pablo Ruz sale de la sala de vistas. Vuelve a excusarse por no poder atender con más detenimiento a la reportera. “En otro día, podríamos hablar con calma. Hoy me pillas bastante ocupado”. Rápidamente, se marcha. Ha de redactar un auto.
A esa hora, en el Congreso...