En el aeropuerto de Huesca-Pirineos no entran aviones. Literalmente. Un día normal allí es como una de esas tediosas e interminables jornadas de verano en cualquier pueblo de interior. El único movimiento es el de unos pocos empleados que acuden hasta su trabajo como por mero formalismo. Hay personal de la limpieza pero aquello no hace falta limpiarlo, principalmente porque nadie lo mancha. Está como una patena, y raro es ver las maletas de los pasajeros deambulando por su interior. Los días que está programado que aterrice algún vuelo en las pistas se convierte en una fiesta.
Una solitaria pista de aterrizaje, llana como un mar de asfalto, todas las facilidades del mundo, una considerable tecnología… Pero por allí va menos de un pasajero al día. Es el aeropuerto al que menos gente llega de toda España. Un lugar desértico del cual apenas salen aviones cada mes.
Según datos de AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea) a los que ha podido acceder EL ESPAÑOL, el aeropuerto oscense registró 31 pasajeros comerciales en todo 2016, 95 si se cuentan los 64 militares que pasaron por el lugar. Un auténtico erial. Entretanto, una pequeña escuela de pilotos de vuelo sin motor se entrena allí cuando los aviones de pasajeros no tienen que despegar. Que es la mayoría de los días del año.
“Este último año se ha batido el récord por el transporte de aficionados en un partido que jugó el Huesca en Lugo”, responde un concejal local a este periódico. A partir de la temporada que viene, la zona experimentará un cambio muy importante que puede repercutir en el buen rumbo del aeropuerto. El Huesca acaba de ascender a Primera División y eso puede suponer un enorme incentivo en el ámbito del transporte. Equipos lejanos como el Sevilla, el Betis o el Málaga tendrán que llegar en poco tiempo a la capital de la provincia más norteña de Aragón.
Ahora, con el ascenso ya consumado, EL ESPAÑOL analiza las causas de otro fracaso cuya raíz reside en los años de bonanza de las instituciones públicas, los años de las obras faraónicas, de tener, como decía antaño Aznar, un aeropuerto por provincia, que decía que todo debía estar conectado con Madrid.
Tal exageración se llevó en aquellos años al extremo en casos como el de Huesca, una ciudad de 50.000 habitantes que posee un aeropuerto internacional pero que al final nadie acaba pisando. Quien más, quien menos, se va para Zaragoza a coger el avión.
Caída en picado
El aeropuerto de Huesca ahora languidece, pero lleva años cayendo en picado por la escasísima afluencia de pasajeros. En 2014 obtuvo 262; en 2015, 242 y en 2016, la cifra no llegó a los cien. Tan precaria es su situación que hasta el helipuerto de Algeciras registra más viajeros partiendo desde allí a otros destinos que desde las lejanas tierras aragonesas.
El aeropuerto fue inaugurado en 2007, pero fue Francisco Álvarez Cascos, tres años antes, quien colocó la primera piedra a finales de febrero de 2004. Dos semanas después, 11-M, elecciones generales, victoria del PSOE. En Huesca, el proyecto arrancado por el PP iba luego a ser gestionado por el PSOE.
El proyecto iba a costar 40 millones de euros y era idea de Rodolfo Aínsa, exsenador del PP. Implicado en distintos casos de corrupción, a lo largo de los últimos años ha tenido que declarar en varias ocasiones ante el juez. En aquel momento era un histórico dirigente al frente de la diputación de Huesca. Con fanfarria y toda clase de trompetas, aquel hombre anunció que Huesca se iba a convertir lo menos en Nueva York, con gente cosmopolita de todos los lugares allegándose a comprobar las delicias de la tierra. A ojo, o no tan a ojo, Aínsa apuntaba que aquello iba a tener 160.000 pasajeros anuales.
La cifra es un abismo absoluto con lo que allí se ve en la actualidad, pero lo cierto es que muy pronto se comenzó a advertir que aquello era un absoluto despilfarro. Como diría Rajoy, un auténtico bluf.
Para Aínsa, todo era maravilloso. Aquella opulencia le parecía justificada. Aínsa era amigo personal de Francisco Álvarez Cascos, uno de los nombres más conocidos de aquel segundo gobierno de Aznar, en aquel entonces ministro de Fomento. Fue con él con quien ideó la construcción de aquel lugar en el que desembarcarían gentes de todo el mundo. “Huesca nunca podrá pagar lo que Aznar y Alvarez Cascos hicieron por esta tierra”, dijo de él.
Aínsa fue muy insistente, hasta el punto de tratar de levantar el proyecto con buena parte de los miembros de su partido en contra. No se arredró, siguió adelante y acabó con la construcción que él tenía por insignia de la localidad.
El coste de todo el proyecto ascendía, según las fuentes consultadas, a 60 millones de euros. Las previsiones eran del todo fantasiosas: vuelos regulares a Madrid y Barcelona, charters a Palma, Tenerife, Londres, París… Esas eran las esperanzas cuando, en 2007, la instalación fue inaugurada. Cuatro años después, en 2011, los vuelos comerciales se han cancelado en Huesca. Por eso a la ciudad no llega prácticamente nadie.
4 millones de euros al año
Ahora, el mantenimiento del aeropuerto de Huesca vale cuatro millones de euros al año. Desde las instituciones locales, regionales y autonómicas no se propone alternativa alguna para mejorar las condiciones del lugar, para que haya más pasajeros, para que haya más tráfico. Resulta curioso ver cómo dirigentes de toda clase de partidos del lugar reconocen (entre susurros) que aquel aeropuerto no debería haberse construido nunca.
El aeropuerto de Huesca-Pirineos generó a la sociedad AENA durante 2014 un coste por cada pasajero de 13.000 euros. Han pasado ya cuatro años, pero se trata de una cifra muy superior a la de los costes originados por usuario en el resto de instalaciones de la red de aeropuertos.
Las cifras las aportaba Aena en aquel entonces en su página web, como queriendo alarmar de la situación en la que allí se vive. El coste es ese, pero hay que tener en cuenta una cosa: en cuanto cae la noche, las luces del aeropuerto se apagan. No solo las del interior, también las de la pista y las de las torres. Así, el aeropuerto queda totalmente apagado, sin actividad alguna. No es el único déficit del lugar. Ni un solo controlador aéreo trabaja en Huesca.
Actualmente, las quince personas que trabajan en el edificio matan las horas largas de la semana mientras ven la vida pasar. Hace 7 años los números rojos y las deudas acorralaron a los dueños. Ante la escandalosa falta de actividad en las instalaciones, se estableció un grupo interdisciplinar que se pusiese a pensar qué pasaría con el aeropuerto una vez que este cerrase. Quién iba a asumir la inversión y el coste final. Quién iba a poner el dinero. Todavía no se ha encontrado una solución.
Años después de construir su aeropuerto, el exsenador del PP Rodolfo Aínsa tampoco era capaz de encontrar soluciones para aquello que había proyectado como la llegada de la pólvora, un soplo de modernidad para Huesca. Sin embargo, sí que se le ocurrió alguna que otra teoría tan surrealista como estrafalaria. En este caso, relacionada con las corridas de toros en Cataluña, prohibida en 2010 durante la época de José Montilla como president.
Todo un aficionado al mundo y la idiosincrasia del toreo, Aínsa propuso sacar beneficio a aquello para proporcionárselo a Huesca. Así se lo dijo a TV3: “Me enteré de que se suprimieron las corridas de toros en Cataluña y dije: 'Fíjate qué bien. A Huesca nos irá bien: vuelos chárter y que los catalanes que les guste este arte se vengan aquí. ¡Y a las diez de la noche están de vuelta en su casa en Barcelona!”.
Tal disparate nunca llegó a consumarse. Mientras tanto, el aeropuerto de Huesca continúa languideciendo. Quizás solo el ascenso a Primera División pueda salvarle de seguir hundido en el último puesto de la liga de AENA.