El 17 de la calle Solsona (Badalona) es un edificio de cinco plantas. Cada piso tiene 140 metros cuadrados. Son pisos grandes… pero no tan grandes como para que dentro vivan 17 personas. 17 guatemaltecos que pagan 100 euros por cabeza a los propietarios chinos. 100 euros al mes por persona para que les dejen ocupar, en condiciones inhumanas, un trocito de estos pisos patera.
Entre los habitantes había un matrimonio de Guatemala. 40 años tenía ella, 48 años tiene él. La madrugada del domingo al lunes, él la estranguló y la mató. Luego fue por su propio pie a entregarse a los Mossos d’Esquadra. Sostiene el homicida confeso que lo hizo en defensa propia. Que fue su mujer la que intentó liquidarlo a él primero. Que ella agarró un cuchillo de grandes dimensiones e intentó apuñalarlo, pero que él logró esquivarla. Y que entre el forcejeo y la rabia, la cosa se le fue de las manos y la acabó matando.
Nadie sabe, por el momento, cuánta verdad hay en esa declaración. Nadie lo sabe porque nadie los conocía. Ni en el barrio ni en la calle. Ni siquiera estaban empadronados en la ciudad. No existen denuncias previas por malos tratos. Esa mujer no había pedido ayuda a las instituciones. En el Ayuntamiento la han definido como “una víctima invisible”. Además, aunque a él sí que lo habían visto alguna vez emborrachándose en el bar de abajo, a ella los vecinos de la calle ni siquiera le ponen cara. Una mujer que, a efectos prácticos, no existía.
Un edificio en ruinas
El bloque de pisos está en estado ruinoso. Las paredes se caen a trozos. La ropa está tendida en el interior de los rellanos. En las escaleras hay basura y suciedad por todas partes. Las condiciones de vida son insalubres. La mayor parte de los inmuebles están ocupados. Hay gente de muchas nacionalidades y nunca hubo problemas. En el bajo viven españoles. En el primero y en el tercero viven rumanos, en el cuarto marroquíes y en el quinto pakistaníes. “Gente de todas partes. No había ningún problema hasta que llegaron ellos”, asegura el vecino rumano del primero, que tiene aparcado en el rellano su carrito de Supermercado Sorli con el que recoge chatarra.
Cuando dice ellos se refiere a un grupo de guatemaltecos que llegó hace un par de meses al segundo piso. Nadie sabe de dónde vinieron, ni a qué se dedicaban, ni cuánto tiempo pensaban pasar viviendo en esas condiciones. Los propietarios del inmueble son chinos y cobraban 100 euros por cabeza por residir allí. No pusieron ningún tipo de restricción en cuanto a número de residentes. Si podían pagar 100 euros, podían vivir ahí. Punto. Eso provocó que el segundo piso se acabase convirtiendo en un piso patera atestado de gente. Durante estos dos meses han estado viviendo entre 14 y 17 personas. Los propietarios chinos se aprovechaban de que estas personas habían llegado hacía poco tiempo a España, muchos estaban en situación irregular y su poder adquisitivo era ínfimo.
“Bebían mucho. Se emborrachaban. Nos daba miedo. Tenemos dos niños pequeños y no podían dormir porque de noche hacían mucho ruido”, asegura el matrimonio rumano del primer piso. Ella explica que lleva “6 años viviendo aquí. No somos okupas. Nosotros le compramos el piso a un gitano. No un gitano de Rumanía como nosotros. Un gitano de Badalona que nos lo vendió y que dice que cuando nos volvamos a Bucarest nos lo comprará otra vez”, relata confiada. Ella también jura que, aunque el inmueble no está en las mejores condiciones, nunca hubo problemas de convivencia hasta que el piso superior se convirtió en un piso patera.
Echaron al asesino del bar por borracho
En el Bar Lucena, que esta a 10 metros del edificio, se llevan las manos a la cabeza cuando se enteran del montón de gente que vivía en el piso: “¿17 personas ahí dentro? Como no se monten uno encima del otro como los castellers...” exclama uno de los clientes. El dueño es una de las últimas personas que vio al asesino. Y da fe de su afición por la bebida: “El sábado lo tuve que echar del bar porque no se tenía ni en pie. Me pedía cerveza y yo le dije que ya no le servía más, que se fuese a su casa”, explica, asegurando que “no sé a qué se dedica ese tío, ni cómo se llama, ni nada. A veces bajaba a beber y nada más. A ella ni siquiera le pongo cara”.
En efecto, el hombre se fue a su casa ese sábado, a dormir la mona probablemente. Cuentan los vecinos del bloque que el domingo hubo fiesta en el piso patera. O al menos jaleo. “Nosotros a veces hacemos fiestas con los rumanos del tercer piso, pero duran dos o tres horas y luego dejamos a todo el mundo tranquilo”, cuenta el matrimonio del primero. En cambio, los guatemaltecos la estiraron durante todo el día y parte de la noche.
Nadie sabe qué pasó en la habitación de ese matrimonio la noche del domingo al lunes. La única certeza es que él mató a su mujer y luego se entregó a la policía. El resto de ocupantes no han hablado. No están en el piso. Han declarado ante los Mossos d’Esquadra y luego se han esfumado. Nadie confirma ni desmiente que ella quisiese matarlo primero con un cuchillo. Tal vez llegó muy pasado de vueltas y tuvieran una discusión. Tal vez tal discusión no existió y él simplemente la agredió hasta la muerte. Todo son especulaciones.
Todo son especulaciones porque los Mossos, por el momento, no informan de más. Después de la detención, un agente de la policía catalana permanecía sentado en las escaleras que van del primer al segundo piso, bloqueando el paso a la prensa y diciendo: “¡No puedes pasar!”.
15 mujeres asesinadas en España en 2018
El asesinato en el piso patera es el segundo crimen machista de Cataluña este año y el número 15 en España en lo que llevamos de 2018. Estos últimos días han sido especialmente críticos en este sentido, porque en Guadahortuna (Granada) un hombre también mató a su mujer y se investiga un crimen similar en Porriño, Pontevedra.
El suceso ha causado impacto en el barrio de La Salut. Los vecinos, en los bares, comentan lo sucedido: “Este era un buen barrio. Estamos casi al lado de la playa, fíjate bien. Pero ahora está muy degradado. Los pisos son viejos y están casi todos ocupados. Muchos inmigrantes sin papeles y mucha gente en paro se viene aquí a vivir barato. Y claro, también hay mucho listo, como los chinos, que se aprovechan de la miseria de la gente. Por eso metieron a 17 personas a vivir en un piso”, explica un vecino que vive en el 15 de la calle Solsona. Desde ahí se ve la playa. También se ven cámaras de televisión informando de lo sucedido y Mossos llevándose pruebas del bloque 17. Del resto de habitantes del piso patera, en cambio, no queda ni rastro.