Josefa Martínez Utrilla, Pepa, salía de su casa en el granadino municipio de Guadahortuna. Las agujas del reloj no habían alcanzado aún las dos de la tarde. Tic, tac. Era sábado y lucía el sol. Ella, 43 años, mujer grande, ojos oscuros, pelo largo y azabache, cruzó el umbral hacia la calle. No imaginaba que sería la última vez. Que su marido, padre de sus tres hijos, con el que había vivido tantos años, la asesinaría. Pepa era una de las víctimas de la semanas más negra para la violencia de género en España.
Dos tiros. Estómago y cabeza. Ahí estaba él. Pistola en mano, sin licencia de armas.
Pepa ya no compartía vivienda con su asesino. Madre de tres hijos, siempre había luchado por salir adelante, daba igual la adversidad a la que se enfrentase. Los que la conocían en este pueblo de algo menos de dos mil habitantes al norte de la provincia de Granada, que se asoma ya a la frontera con Jaén, la definen a EL ESPAÑOL como una mujer “fuerte”, con “mucho temperamento”.
Había pasado unas épocas difíciles. Vivía de lo que ganaba con la campaña de la aceituna, como tantas mujeres del interior andaluz. El resto del tiempo lo empleaba como ama de casa. También, con los suyos. Con sus hermanos. Con sus hijos Fernando, Titi y Patricia. Su familia era amplia y conocida. “Estaban muy unidos todos, son una piña muy piña”, comenta otro vecino de Guadahortuna.
Su vida en este municipio granadino fue como “la de cualquier otra muchacha” del pueblo, desliza una señora, ya avejentada, a preguntas de este periódico. “Era una mujer normal, corriente, sin nada reseñable”, apunta. “Era sencilla, una mujer de familia”. Otro vecino, más amigo del matrimonio, relata que tanto Pepa como su asesino habían tenido problemas con distintas sustancias en su juventud. Siempre vivieron en Guadahortuna, con la excepción de un periodo que estuvieron ingresados en un centro de desintoxicación, según este testimonio. Desde que tuvieron a sus hijos, “nunca más recayeron”. El único vicio que Pepa conservaba era el de seguir acercándose con asiduidad un cigarrillo a la boca.
No era raro que Pepa y su marido no estuvieran viviendo en la misma vivienda. Solían alejarse el uno del otro, por temporadas, cuando discutían y tenían problemas. Pero, este sábado pasado, algo cambió. Su asesino se acercó a ella poco antes de la hora de comer. Le descerrajó dos tiros. No constaban denuncias previas por violencia de género. Tampoco antecedentes por agresiones, aunque sí un requerimiento hace años, un episodio de disputas que provocó una llamada de unos vecinos, pero tras el que no se formalizó una denuncia.
A Pepa la trasladaron rápidamente en helicóptero a Granada capital para que recibiera atención sanitaria. No pudo superar las lesiones provocadas por los dos impactos de bala. Finalmente, el domingo falleció. A su marido, detenido, se le imputan delitos de homicidio y tenencia ilícita de armas.
Marisa, la canaria a la que su marido asesinó y después explotó la casa
En La Matula, los vecinos se conocen, se saluda y se ponen al día cada vez que se ven por la calle. Es un pequeño barrio de Gran Canaria que se levanta en la ladera de un valle. Las casas, pocas y separadas de la gran ciudad, están juntas, pegadas. Como sus habitantes.
Número 31 de la calle Felicidad. Allí vivía María Soledad Álvarez Rodríguez, Marisa para quienes la conocían. A sus 49 años, esta madre de dos hijos adolescentes residía en una de las casitas que se erigen sobre una de las empinadas escaleras ancladas en la ladera sur de la confluencia de dos barrancos canarios.
También lo hacía su marido, Ángel. El mismo que, hace unos días, la apuñaló por la espalda con un cuchillo de cocina hasta matarla, la cambió de ropa para esconder su crimen y después provocó una deflagración en el domicilio.
Sus hijos, en ese momento, estaban en el instituto. Tienen 12 y 14 años.
Los vecinos escucharon la explosión. Rápidamente acudieron: las puertas del domicilio de Marisa estaban atrancadas y cerradas. Tiraron abajo las puertas de acceso a la casa y consiguieron entrar. Marisa estaba muy cerca del foco del incendio. Intentaron resucitarla con una reanimación cardiopulmonar. Mientras, asistieron a su asesino. Él sufría quemaduras en la espalda y está ingresado en la Unidad de Quemados del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Ella falleció en el momento.
Según La Opinión, en la vivienda se encontraron dos bombonas situadas en un pasillo, aunque ninguna de ellas explosionó. La principal hipótesis es que un escape de gas ocasionara una deflagración que provocó las graves quemaduras tanto a la víctima como a su pareja.
Magdalena, la dependienta de supermercado en Porriño
El día que su marido la asesinó, Magdalena Moreira Alonso, 47 años, iba a firmar el divorcio. Hacía dos semanas que ambos habían cortado la convivencia. Ella se había marchado de la casa que ambos compartían en As Filgueiras, barrio de Chenlo, municipio de Porriño (Pontevedra) y se había cogido un apartamento en Tui, a pocos minutos de distancia en coche. La mañana del pasado domingo fue a la casa a recoger algunas de sus cosas antes de dejar los papeles en regla y cortar con la relación. Llegó por la mañana, a eso de las diez menos veinte, en su Peugeot 306. Tomás, su pareja, 57 años, volvió a casa del trabajo 20 minutos antes.
A las diez y media de la mañana, los obreros que trabajaban en la casa contigua al lugar de los hechos, escucharon tres disparos. Poco después, un cuarto. Les pareció raro pero no se les pasó por la cabeza la idea de que fuese un crimen. Fue a las dos de la tarde, cuando llegó Diego, el hijo mayor, cuando se percataron de lo que había ocurrido. El joven halló los cuerpos sin vida de sus padres. Magdalena tenía la espalda ensangrentada y se la encontraron boca abajo. Tenía tres impactos de bala: uno en la espalda, otro en la nuca y otro en la cabeza.
El cadáver de Tomás yacía inerme al lado con un boquete en el pecho. A su lado, una escopeta. El hombre era aficionado a las armas, por eso poseía un arma de ese calibre. En otra parte de la casa, lejos del horror del crimen el hombre había dejado algunas cosas. En la habitación de al lado, en el dormitorio, se halló una nota escrita para sus hijos. En ella les pedía disculpas por lo sucedido: primero había asesinado a su mujer. Luego se había suicidado de un tiro en el pecho. El hombre dejó, además, 1.800 euros para sus hijos en el bajo de la casa.
Magdalena tenía 18 años cuando se casó con Tomás, una década mayor que ella. La convivencia era en los últimos años insostenible hasta que la mujer decidió separarse de él y marcharse a otro lugar. La mujer seguía en el mismo trabajo, como dependienta en un supermercado cercano. Pese a la mudanza, pese a alejarse de él, el hombre no dejó de atormentarla.
Intentaba siempre verla, del modo que fuera. Tomás era diabético, e intentó aprovechar este detalle en concreto. Antes del crimen, cuentan algunos vecinos, la llamó varias veces para que fuera a casa a verle, a llevarle determinados medicamentos para paliar su enfermedad.
La mujer asesinada deja atrás a tres chicos que la lloran desconsolados. En el supermercado Claudio Mosende, su lugar de trabajo, todos lloran estos días desconsolados. A preguntas de EL ESPAÑOL, los dependientes hablan de ella como una trabajadora ejemplar, una mujer puntual y siempre dispuesta a echar una mano. Llevaba ya tiempo trabajando con un contrato parcial, de jueves a sábado.
Una mujer asfixiada por su marido en Badalona
En esta semana negra para la violencia machista, el cuarto de los asesinatos ha tenido lugar en Badalona. Ocurrió en la madrugada del domingo al lunes, día 18. La mujer, de 40 años, origen guatemalteco, fue hallada por la policía en la casa que compartía con su pareja.
El hombre, de 48 años, confesó a la Guardia Urbana que había asfixiado a su esposa durante una discusión entre ambos. Los hechos tuvieron lugar en el barrio de la Salut, en la localidad de la provincia de Barcelona.
La pareja, también originaria de Guatemala, se entregó después de perpetrar el crimen. Los Mossos d'Esquadra se han hecho cargo de la investigación e intentan esclarecer las circunstancias del crimen.
Días después del crimen, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) y fuentes policiales informaron de que la mujer no había interpuesto ninguna denuncia contra el detenido y que no constaban antecedentes judiciales de violencia de él hacia ella.
A lo largo de esta semana se han sucedido manifestaciones de repulsa en municipios de toda España. Los ayuntamientos de Guadahortuna, Badalona, Porriño y en Gran Canaria han congregado centenares de vecinos que han vuelto a salir a la calle, como en el #8M, como en el #metoo, para exhibir en común la repulsa hacia la violencia machista. La semana más negra del año está a punto de terminar.
María Soledad Álvarez Rodríguez, Josefa Martínez Utrilla, Magdalena Moreira Alonso y una mujer de 40 años que no ha podido ser identificada son, respectivamente, la decimoquinta, decimosexta, decimoséptima y decimoctava mujeres asesinadas por un hombre desde que comenzó el año. En España, en 2018, también han sido asesinadas Jénnifer Hernández Salas, de 46; Laura Elisabeth Santacruz, de 26; Pilar Cabrerizo López, de 57; María Adela Fortes Molina, de 44 años; Paz Fernández Borrego, de 43; Dolores Vargas Silva, de 41; María del Carmen Ortega Segura, de 48 años; Patricia Zurita Pérez, de 40; Doris Valenzuela, de 39; María José Bejarano, de 43; Florentina Jiménez, de 69; Silvia Plaza Martín, de 34,; María del Mar Contreras Chambó, de 21, y Vanesa Santana Padilla, de 21.
La serie 'La vida de las víctimas' contabilizó 53 mujeres asesinadas sólo en 2017. EL ESPAÑOL está relatando la vida de cada una de estas víctimas de un problema sistémico que entre 2003 y 2016 ya cuenta con 872 asesinadas por sus parejas o exparejas.