Me enervan, debo admitirlo, quienes desean para el cuñado real un tipo de castigo cruel e inusual. Una vez condenado, bien está que cumpla su pena. Muchos dijeron que jamás pisaría una cárcel y, mientras usted lee estas líneas, está sucediendo. Pero hay a quien no le basta.
Cuando algunos españoles leen que Urdangarin se puede comprar con su dinero en la prisión un televisor de 14 pulgadas lo consideran un escándalo y hablan de “retiro de lujo”. Aunque cualquier interno pueda hacerlo. Hay quien protesta como si Urdangarin fuese compañero de retiro de Napoleón. Según sus tesis, en lugar de ir a pasar sus días en una celda de 12 metros cuadrados, está conviviendo con el Emperador en la Villa dei Molini de la isla de Elba, atendido por un volquete de sirvientes y convertido en un termotanque de macarones.
Bastó que se supiera que la prisión de Brieva había sido sometida a una obra para que algunos medios afirmasen poco menos que las autoridades habían diseñado un palacete de cinco estrellas para el exbalonmanista. En realidad, fue una obra licitada en 2014 que se llevó a cabo en los módulos de mujeres y que se terminó mucho antes de que Urdangarin supiese con certeza que iba a pasar una temporada a la sombra.
En mis conversaciones de los últimos días con funcionarios de prisiones, sí creen que ha habido cierto privilegio en la elección de la cárcel. Pero creen que Urdangarin se ha equivocado al ejercerlo. Porque va a sentirse sólo de una manera absolutamente nueva para él. Y para casi todo el mundo.
La soledad de la prisión
La cárcel, en general, es un lugar solitario. Bernard Kerik, el antiguo hombre de confianza de Rudy Giuliano, que supervisó el sistema correccional neoyorquino antes de dar con sus huesos en la cárcel, es un hombre que ha vivido los barrotes desde ambos lados. En una ocasión escribió, hablando de su experiencia, que “la privación de libertad es mucho más profunda de lo que uno puede imaginar” y que ir a la cárcel es “como morir con los ojos abiertos”.
Por supuesto, no quiero comparar las cárceles de EEUU con las españolas. Ni siquiera quienes se están movilizando en defensa de la dignificación profesional del personal de prisiones creen que exista una crisis tan grave como para hablar de inseguridad objetiva en caso de ingresar Urdangarin en una prisión convencional.
Las fuentes con las que he hablado creen que la elección de Brieva es un acuerdo alcanzado con la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias. Creen que ésta no podría permitirse un problema de seguridad sobre Urdangarín o su familia, que no deja de ser la Real. “Si a Urdangarin le agrede otro interno caería el director de la prisión, que es un cargo político de libre designación”, explican.
La soledad del aislamiento
Los funcionarios consultados aseguran que aunque Urdangarin tiene ciertas ventajas, como un comedor para él solo o una sala de vis a vis “exclusiva”, no es la mejor solución para el flamante interno.
Preguntados sobre si existe la posibilidad de que suceda como en las películas, donde un fajo de billetes abultado puede permitir al preso disfrutar de privilegios, no sólo lo niegan sino que, en realidad, se sienten insultados sólo con la sugerencia. “Nosotros sólo tenemos nuestra honradez. Si la pierdes nunca la recuperarás y ningún preso te respetará”, añaden.
Además de los encuentros por el cristal y los conyugales, Urdangarin tendrá a su disposición un minipatio para ejercitarse y algún material para hacer ejercicio. Pero siempre en soledad. Probablemente hubiera estado más cómodo en una prisión pequeña y nueva. Sonó, por ejemplo, la de Mahón, nueva y muy pequeña, con 50 internos de baja peligrosidad.
La soledad sin el móvil ni internet
La ausencia de internet es uno de los motivos por los que espero llevar una vida respetable y alejada de la trena. Y es que no sólo están prohibidos los ordenadores en las celdas: también están vetados los móviles. Incluso las computadoras de la sala de ordenadores, en los centros que las tienen, están desconectadas y se utilizan sólo para impartir cursos de informática.
¿Es imposible encontrar móviles en las cárceles? Ni mucho menos. Si hablamos de contrabando, son un producto muy demandado por los internos. Especialmente si tenemos en cuenta que puedes conseguir en AliExpress microteléfonos de apenas una pulgada que es fácil esconder por la vía anal o vaginal. Los funcionarios saben que es peligroso, porque estos dispositivos pueden permitir a un maltratador seguir acosando a su víctima o a un narco manejar sus negocios desde prisión. Y aunque en muchas cárceles hay inhibidores de señal, no pueden instalarse si están cerca de una población. Los funcionarios, a menudo, encuentran cosas a base de chivatazos y cacheos de celda. “Pero si el interno lleva el móvil permanentemente en el ano, solo lo pillarías cuando se lo saque”, me explican.
Sin móvil, Urdangarin no podrá hacer cosas imprescindibles para la vida moderna, como recibir WhatsApps o leer EL ESPAÑOL. Parafraseando a Jean-Louis Guez de Balzac, “la soledad es estupenda siempre que puedas tuitear sobre lo estupenda que es la soledad”.
En suma, las tres soledades de Iñaki Urdangarin suman una sola, inabarcable y terrible para quienes nunca han estado solos, para quienes han estado rodeado de compañeros de equipo, de socios, de familia y de pelotas. Es una soledad que exige redaños y que poca gente firmaría. Una soledad como para hacerte amigo de tu pelota de voleibol. Una que los propios funcionarios de Brieva no recomiendan y que a Roldán, su último preso célebre, le costó muchos kilos, una depresión y recuerdos atroces.
Si Ibsen decía que el hombre más fuerte es aquel que está más solo, Iñaki Urdangarin será, al menos durante unos meses, uno de los hombres más fuertes de España.