Faltaban pocos minutos para las siete de la mañana. Aunque oficialmente no había amanecido, la luz ya inundaba las calles del sevillano barrio de Amate. Todo en silencio, la tranquilidad y calma propias de los primeros instantes del fin de semana. Pero no es un sábado normal. Este 23 de junio, José Ángel Prenda y su Manada han vuelto a su casa.
No querían imágenes y lo han evitado por todos los medios. A pesar del calor que ya comenzaba a inundar la capital andaluza, el Prenda, en otros momentos también conocido como Joselito el gordo, ha llegado a su domicilio, a su guarida hispalense, con una gran sudadera con capucha que ocultaba su rostro y su nueva figura.
Porque Prenda, en los 715 días que separan la maldita madrugada de los Sanfermines de 2016 en la que, junto con sus cuatro amigos, abusó sexualmente de una chica madrileña apenas mayor de edad, se ha deshecho de más de 30 kilos. Sus ratos libres en la cárcel los pasaba entre mancuerna y mancuerna o jugando al fútbol. Y, ahora, cuesta reconocerlo.
Él, que fue el primero que contactó con la joven madrileña en la plaza del Castillo de la capital de Navarra, es consciente de toda la repercusión social, de los gritos en las calles, del jaleo político que ha entrañado su condena y, sobre todo, su puesta en libertad provisional. Quizás no lo es tanto de que ya no es bienvenido en su barrio. Tampoco en su ciudad.
"No quiero que la Manada vuelva a mi barrio. Tengo miedo de encontrarme a alguno de ellos en la calle", se sinceraba Montse, una vecina de Amate, en declaraciones a Diario de Sevilla. Lo hacía, además, a escasos metros de Santa Aurelia, una zona del barrio pegada a la vivienda de la familia de al menos uno de los condenados. "Yo regreso del trabajo a las tres de la mañana y tengo miedo de cruzármelos alguna noche. No me fío, pueden reincidir. Además, tengo una hija menor de edad y temo que le pase algo. Las mujeres no podemos vivir con miedo", recelaba.
No es la única. Otros habitantes del barrio, pequeño, familiar, en el que todos saben quiénes son todos y que vieron crecer a la jauría de niños que se convirtieron, motu proprio, en la Manada, también se mostraban contrariados por la presencia de los cinco condenados por abuso sexual con prevalimiento. Pero rehusaban dar sus nombres. "Cómo voy a salir en el periódico si están a punto de volver y puedo encontrármelos en la calle. No puedo ni hablar. Aquí nos conocemos casi todos y yo tengo un negocio que mantener", indicaba un hombre al mencionado periódico hispalense.
Aunque en Amate, un barrio humilde ubicado al este de Sevilla donde el paro y la pobreza azotan con fuerza ―es una de las zonas con la renta per cápita más baja de España, según las estadísticas―, los cinco condenados, los cinco lobitos, también están acogidos. Una parte de sus vecinos creen en su inocencia, a pesar de que la Justicia, a través de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra, ya dictó sentencia y los encontró culpables.
Sus amigos, su familia, los que una vez los vieron crecer, siguen defendiéndoles. Han vuelto a casa y las celebraciones han comenzado. Atrás han quedado los 23 meses en prisión preventiva, los más de mil kilómetros que separan las capitales andaluza y navarra. La Manada ha vuelto a su guarida.