Ana Julia Quezada nunca dejó de mentir, ni siquiera con las esposas en las muñecas. El día cinco de marzo, una semana después de la desaparición del pequeño Gabriel, su asesina confesa llamó por teléfono a Miguel Ángel, su exnovio de cuando vivía en Burgos. Él todavía residía allí. Mientras, en Almería, la búsqueda del pequeño tomó días atrás una nueva dimensión por la aparición de una camiseta que parecía ser suya. Ana Julia le contó en esa conversación algunos de los detalles de la búsqueda, pero ni mucho menos todo. Lo que sí le transmitió fue su profunda aversión, su odio irracional hacia la madre del pequeño: "Es mala persona, hay mucha gente que la odia".
Ana Julia no le contó casi nada que fuese verdad. Lo que ninguno de los dos sospechaba era que, en ese mismo instante, una tercera persona escuchaba la conversación que ambos estaban manteniendo: uno de los agentes de la Guardia Civil que investigaban el caso.
La asesina confesa se hace la loca a lo largo de toda la conversación, fingiendo que la cosa no iba con ella, urdiendo una vez más un relato plagado de mentiras. Miguel Ángel le pregunta cuántos años tiene el crío. Ana Julia dice que ocho. Luego explica que el día anterior encontraron una camiseta del crío cerca de la zona en la que desapareció. Su ex queda asombrado. Ana Julia le revela que Ángel, el padre y su pareja está destrozado, que todos están destrozados, hechos polvo. Que incluso ella, dice, que solo hace año y medio que conoce al niño, está destrozada.
Esta y otras conversaciones telefónicas pertenecen al extenso sumario del caso, casi 2.000 páginas a las que ha tenido acceso EL ESPAÑOL. Son fruto de los pinchazos telefónicos de la Guardia Civil al teléfono de la asesina confesa del pequeño Gabriel. Ahora pocos son quienes desconocen los ardides de la novia del padre del pequeño Gabriel, pero los primeros días tras la desaparición del pequeño no era la principal sospechosa. Todo cambió el día que dijo haber encontrado la camiseta del chiquillo de ocho años en una de las batidas, el sábado 3 de marzo, cinco días después de su desaparición.
Desde ese momento muchos comenzaron a sospechar de ella. Sobre todo los agentes de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil (UCO), quienes lideraban la investigación. Fue entonces cuando decidieron, con total discreción, pincharle el teléfono y colocarle micrófonos en el coche para comprobar si el presentimiento que tenían guardaba algún fundamento. Ahí ya lograron revelar su verdadera cara, despojarla de la máscara y de la impostura que mantuvo durante algo más de una semana hasta que el círculo comenzó a cerrarse sobre ella.
“Patricia es mala persona”
Ana Julia mantiene, como decíamos, varias conversaciones telefónicas muy relevantes. En una de ellas le explica a su expareja de Burgos lo que pasó el día de la desaparición. Él le pregunta si ha visto algo extraño. Ella dice que no, que han confiscado todas las cámaras alrededor de 20 kilómetros a la redonda y todos los móviles. Dice que están en alerta por si aquello era la obra macabra de un pederasta. Luego aclara que, de momento, los investigadores no tienen nada.
Ana Julia le confiesa que está “desesperada”. Le relata el hallazgo de la camiseta, dos días atrás, y le asegura que no tiene ninguna duda de que se trata de una prenda de ropa del pequeño Gabriel porque la mañana de la desaparición fue ella “quien lo vistió”.
Su interlocutor abre entonces una nueva vía de conversación. Le pregunta por Patricia, la madre de Gabriel. Quiere saber si la madre tenía la custodia del niño. Ana Julia contesta que sí, que Patricia la tenía Su expareja insiste porque quiere saber más: quiere saber cómo era el comportamiento de la madre con el pequeño. Ana le dice que era bueno, que se llevaban bien, pero que “la madre es mala persona, y hay mucha gente que la odia, debe mucho dinero”.
Luego Ana Julia vierte sobre los oídos de su pareja otra de sus mentiras al sugerir, directamente, que los agentes de la investigación también están centrando sus pesquisas en ese aspecto en concreto.
Las sospechas de Patricia sobre Ana Julia a raíz de la recompensa
¿Qué pasó esa mañana? A las doce, la familia iba a ofrecer una rueda de prensa para informar de los avances en la búsqueda. Una hora antes, a las 11, los padres del niño desaparecido se reunieron con los investigadores para valorar la posibilidad de aumentar el valor de la recompensa que estaban ofreciendo para quien encontrase al pequeño Gabriel, o para que, en caso de que hubiera sido raptado, los supuestos captores cediesen y acabasen entregando al niño.
Sin embargo, los agentes les sugirieron que lo mejor era no realizar ese movimiento. Lo ideal era que todo siguiese tal y como estaba y que no se incrementase la recompensa. A todos les pareció bien.
Algo después, minutos antes de la rueda de prensa, apareció en el lugar Ana Julia. La asesina confesa no había estado presente en la reunión que acababa de tener lugar. Ángel, su pareja y padre de Gabriel, se la llevó entonces a un aparte, al cuarto de baño. Cuando salieron, Patricia advirtió un detalle clave: Ana Julia tenía muy mala cara, se la veía bastante nerviosa.
La tesis principal de los investigadores es la siguiente: que Ana Julia conoció en ese momento que la recompensa no se iba a aumentar. Entretanto, Patricia sabía -no era ningún secreto en el seno de la familia- que la mujer pasaba por problemas económicos.
Hasta las dos y media de ese sábado, la hora de comer, nadie volvió a ver a Ana Julia. Esa tarde encontraron la camiseta de Gabriel que Ana Julia había colocado convenientemente. Luego dijo a los investigadores que lo hizo para “darle esperanzas” al padre del chico. Para que creyese que el niño estaba vivo”.
Ana Julia Quezada nunca dejó de mentir, decíamos, pero su verdadera cara afloró de forma definitiva el día en que la detuvieron. Los agentes la siguieron hasta Rodalquilar, donde cogió el cuerpo y lo metió en su coche para moverlo a otro lugar. Los investigadores observaban en la distancia cómo envolvía el cadáver con una toalla que había extraído del maletero del coche. Cómo lo metió en la parte trasera del vehículo para luego comenzar una huida hacia delante, hacia la nada, sin saber que la estaban persiguiendo.
Los agentes pudieron escuchar, gracias a los micrófonos que tenían colocados en el coche de la mujer la vileza, lo más execrable y amoral de aquella mujer. Pudieron escuchar cómo insultaba al cadáver. Cómo decía, “dónde lo puedo llevar, a un invernadero”.
Cuando la pararon y la obligaron a salir del coche, la mujer solo acertó a mentir, igual había hecho durante las dos semanas anteriores. Ana Julia exhibió entonces una nueva coartada para tratar de escudarse, incluso con las esposas puestas, cuando los agentes se dirigían a abrir la puerta trasera de su coche: “En el maletero llevo un perro”.