A José nadie lo llama así. Su abuela le apodó Cheíto por el personaje de la telenovela Topacio, hizo gracia y se le quedó. No debió disgustarle el mote cuando se lo tatuó en la espalda. Era el primero que se hacía. Luego se marcaría el pecho con el rostro de su padre, Camarón de la Isla, y su madre, La Chispa.
Cuando Cheíto empezó a cantar flamenco, Camarón ya faltaba. José Monje júnior, el pequeño de cuatro hijos, nació en noviembre de 1991 y su padre falleció en julio de 1992 a la edad de 41 años. Apenas le quedan recuerdos del año escaso que vivió con el artista de San Fernando.
Dolores Montoya, La Chispa, recuerda a su niño canturreando desde los tres años, siempre flamenco. A veces en compañía de Alonso, el hijo de Rancapino; pero llegado un día, poco antes de los nueve años, Cheíto calló. Así, sin más.
“Ya no volví a echar la voz”, resume Cheíto, desdramatizando la situación con una media sonrisa. “De buenas a primeras pasó —sigue—, yo me callé”.
—¿Por qué se calló?
—Yo cantaba flamenco y no volví a cantar. [Ríe]. No sé, me callé. No por temor. No sé. Un rollo chungo que me daría en la cabeza de chico.
“Mi hijo no quiere que lo agobien, le pasa como a su padre —justifica La Chispa—; la gente le puso tanta atención que se calló, se traumatizó y ya no quiso cantar más”. Hasta hace pocos meses.
“Tuvieron que venir de fuera a subirme la moral”, confiesa el joven a pocos días del 26 aniversario de la muerte de su padre. En noviembre cumplirá 28 años.
Cuando José canta no es Cheíto, se apoda Mancloy, su nombre artístico, que significa príncipe en caló, la lengua de los gitanos; tampoco se arranca por tangos, alegrías o el resto de palos en los que se prodigaba su padre, el más chico de los Monje Montoya rapea para sorpresa de extraños, y menos de quienes lo conocen. En su casa son habituales los discos de Mucho Muchacho, Haze o SFDK.
Casi un millón de reproducciones de su primera canción
Con su primer y único tema ha conseguido más de 822.000 reproducciones en YouTube desde enero. Se llama Dicen de mí, como la canción que su padre grabó con la Royal Philharmonic Orchestra de Londres, y en ella Mancloy rapea mezclando su voz grave, casi susurrada, al torrente hiperbólico de Camarón.
La letra dice: Dicen que tengo que cantar como mi padre, al final salí raper. / Compadre no me compares, porque yo soy yo, y Camarón, el más grande.
“Esa es su carta de presentación, una declaración de intenciones de todo lo que viene después”, argumenta el productor vigués Coke Céspedes. Suya fue la idea de incluir a Camarón en el primer tema; suya es la letra, en un mano a mano con Cheíto; también suya es la labor de reforzar la autoestima de José Monje júnior.
“Cheíto está descubriéndose a sí mismo a pasos agigantados”, apunta el productor. “Tiene un tono grave, no el quejío de su padre; pero lo que tiene siempre estuvo ahí, solo tiene que seguir buscándose y encontrarse —insiste Céspedes—; para eso tiene que vencer su timidez”.
De momento, y a pesar de su incipiente carrera musical, su productor cuenta que Cheíto ya ha conseguido atraer la atención de los raperos nacionales, que se han ofrecido para hacer colaboraciones. “Es un regalo para la cultura hip hop, están todos los hiphoperos flipados por haber conseguido arrastrar al hijo de Camarón hacia nuestra cultura”, asegura Céspedes.
“Él tiene la suerte de que va a entrar del tirón en lo más grande —sentencia—, y debe prepararse para hacerlo bien”.
De chapista a rapero
Cheíto estudió hasta 3º de la ESO en los Salesianos de La Línea de la Concepción, donde reside. Su experiencia laboral se reduce a su trabajo como chapista en un taller de la Volkswagen. Regresó a la escuela para sacarse el graduado antes de casarse con Curra, su mujer. Ambos se conocieron en el ‘pedimiento’ —la pedida de mano— de una de sus primas. Se casaron apenas seis meses después. De la boda han pasado cinco años y el matrimonio ya tiene dos hijos, Joselito, de dos años y medios, y Manuela, que nació en mayo. “Todo ha ido muy rápido, los gitanos corremos mucho para todo”, apunta el joven.
Los Monje Montoya viven todos muy cerca y próximos a La Chispa, en el centro de La Línea de la Concepción. Son cuatro. Luis, el mayor, vive en el mismo edificio que su madre, en el que hay dos pisos independientes justo arriba de la mercería que regenta la viuda de Camarón. Con ella vive Gema, la segunda; Rocío, la tercera, vive detrás de todos y Cheíto, justo enfrente.
“La Chispa nos tiene a todos muy arropados, mi madre es una mujer con mucha fuerza, se vio viuda con apenas 30 años y con cuatro hijos —explica Cheíto—; nos ha sacado a todos para adelante”.
—¿Siente envidia de sus hermanos, que pudieron disfrutar más de su padre?
—En parte sí y en parte no. Ellos tienen más recuerdos; pero lo sienten más. Yo solo sé lo que me cuentan, pero no lo tengo tan marcado como ellos.
—¿Qué le cuentan?
—Me dice mi hermano Luis que yo estaba todo el día detrás de él, no lo dejaba solo ni en su estudio. Siempre fue muy cariñoso con nosotros. Por su trabajo tuvo que pasar mucho tiempo fuera de casa; pero cuando estaba aquí, todo era para sus hijos. Todo.
—¿Cómo es Camarón el artista?
—Camarón es mi padre. Sé lo que es, lo que conlleva, la mochila que llevo en mis espaldas. Pero mi padre es mi padre; como cualquier hijo con su padre, aunque el mío sea tan llamado, tan conocido por todo el mundo.
—¿Pero su padre es Camarón?
—Esa es la cosa, que mi padre es Camarón. Y tiene sus consecuencias, es una gran mochila; aunque la llevamos bien.
—¿Tiene miedo a lo que la gente diga de usted?
—Las críticas siempre estarán ahí, y más siendo hijo de quien soy. Lo hagas bien o mal. Por eso hablo de la mochila. Me van a mirar con lupa.
—¿Pesa la mochila?
—Sí, me pesa y me ha pesado. Todavía no he acabado de salir porque he necesitado que vinieran de fuera para subirme la moral. Mi padre es Camarón, no me vayáis a comparar, yo no voy a llegar a eso. Él fue lo que fue y saldrá alguien igual dentro de mil años, si es que sale.
El templo de Camarón
La conversación con Cheíto transcurre en el estudio de grabación que los Monje Montoya tienen la última planta de la casa. De la azotea, desde donde se ve el Peñón de Gibraltar, se oyen los ladridos del perro de la familia, Hitler, un doberman color marrón. Un grupo de amigos fuma delante de los carteles, bustos, fotografías o las guitarras de Camarón. El espacio es un pequeño museo. Hay recuerdos personales, discos, pinturas... Tanto que apabulla. Abruma. Aunque Camarón nunca grabó ahí.
En mitad de la entrevista para EL ESPAÑOL, aparece La Chispa. La viuda de Camarón no se prodiga en los medios. “Yo no dejo entrar en mi casa a nadie”, advierte de forma amable, desconfiada y suave antes de responder algunas preguntas sobre su hijo.
“Mi hijo y Camarón son distintos; mi niño es mi niño y su padre es su padre; se parecen mucho en la condición, en la forma de ser; pero él no canta como su padre, cada uno tiene su estilo”, explica. “Y jamás saldrá alguien como su padre”, sentencia.
El próximo martes se cumplirán 26 años de la muerte de Camarón. Un cáncer de pulmón, fruto de la adicción al tabaco, le sobrevino cuando grababa Potro de rabia y miel con Paco de Lucía y Tomatito como guitarristas. De nada sirvió su viaje a Estados Unidos en busca de una cura. Su féretro fue envuelto en la bandera gitana y sus restos enterrados en el cementerio de San Fernando, su localidad natal.
“26 años ya”, repite La Chispa.
“Mi marido me despierta orgullo, pasiones, recuerdos siempre —confiesa—; él ha muerto, pero está vivo para todo el mundo”.
—Nadie conoce a Camarón como usted, ¿qué consejo cree que le daría a su hijo?
—Que sea él mismo y que haga lo que le gusta.
—¿Cómo vive la familia que salgan hijos dedicados a la música?
—Hay que hacer lo que la herencia manda; lo que han vivido en su casa.
—¿Manda la sangre?
—Sí, el flamenco se lleva en la sangre y cantaor se nace.
—¿Rapearía Camarón con su hijo?
—A él le encantaría. No sé lo que hubiese hecho hoy él en esta época. Era antes con una guitarra y un micro y mira lo que hacía, imagínate hoy con la tecnología que hay.
—¿Cómo definiría a Camarón?
—Mi marido fue un genio. Para mí no es el artista, no es Camarón; es mi marido. Yo perdí a mi marido, a la persona.
—¿Cuál es el mejor legado que deja Camarón?
—Su música. Camarón es patrimonio del mundo.
—¿Cómo vive el ver a su hijo iniciándose en la música?
—Cheíto está empezando ahora. No me ha dado tiempo a verlo. Todavía no han empezado a dar lo que tiene, pero él tiene un pellizco que no tiene otra gente.
Quienes conocieron a Camarón dicen que ven en Cheíto su timidez, sus manos y su forma de comer. También tiene ese punto reflexivo, como meditabundo o abstraído, al responder las preguntas. Mirando sin mirar. Alargando los silencios. También es menudo, como su padre. Ambos comparten también un tatuaje en el dorso de la mano, una media luna con una estrella. “Significa amante de la noche, porque él era un apasionado de la luna”, responde José.
Camarón, en la piel
Todos en la familia tienen el mismo tatuaje. Aunque el pequeño tenga muchos más: el pie de su hijo, el nombre de su mujer, motivos indígenas o el nombre de su madre con un diamante. El que más llama la atención es el de sus padres, con Camarón capturando todo el protagonismo.
“Ya que no lo tuve en vida, pues así lo llevo siempre conmigo”, confiesa Cheíto. El joven admite que habla todas las noches con su padre. “Le pido fuerzas, que me cuide”, detalla.
—¿Le habla de música?
—No. Por ahora no. Pero creo que estaría orgulloso.
De Camarón escucha La leyenda del tiempo o Potro de rabia y miel, “dos discazos”. Aunque no sabe con qué canción quedarse.
—¿Qué piensa cuando escucha a su padre?
—En que no sé cómo podía cantar así. Parecía que iba a acabar y subía. [Silencio]. Era una metralleta.
—¿Le hubiese gustado cantar con su padre?
—Claro. Mucho. Pero nadie dijo que la vida fuese justa.
—¿Hubiese hecho un rap?
—Claro que sí. Mi padre escuchaba de todo: desde un sitar de la India a los Beatles, él era un amante de la música.
—¿Sueña llegar a donde llegó su padre?
—A Camarón no hay quien lo supere, con que llegue a un cuarto ya voy sobrado.
En el horizonte más cercano, Cheíto aspira a que una discográfica se fije en él. Mientras tanto, seguirá sacando canciones como independiente, apostando por la autoproducción. Buscándose, como le dice su entorno. “Mi familia me decía que era muy raro porque no hacía nada”, confiesa José Monje júnior. “No sabían por donde iba a arrancar, tenían el temor de no saber por donde iba a saltar, y ahora me dan ánimo —zanja el hijo de Camarón—; porque por ahora vamos bien”.
“Dice que quiere hacer rap y ojalá pueda vivir de lo que le gusta”, resuelve La Chispa.
—¿Lo tiene más fácil o más difícil un hijo de Camarón?
—El camino lo tiene hecho; el nombre, también.