Unos días antes de que comenzase el juicio a ‘La Manada’, el juez José Francisco Cobo Sáenz, “Chicho” para los amigos, presidente del tribunal de la sección segunda de la Audiencia Provincial de Navarra, tomó la decisión de empapelar todas las ventanas de la sala 102 de los Juzgados de Pamplona. Durante las dos semanas y media en las que estuvieron todos encerrados en aquella habitación escuchando a las partes y analizando las pruebas había un detalle que se le antojaba crucial al magistrado por encima de cualquier otro: mantener a toda costa el anonimato de la víctima. Para ello había que convertir aquella sala en una suerte de búnker.
Aquel gesto no era una pose. El juez más antiguo de los tres que han dictado sentencia a los cinco sevillanos de ‘La Manada’ es el único que se ha mantenido firme como una columna jónica junto a la versión de la víctima en todo momento del proceso. Prueba de ello es que se trata del único de los tres magistrados que siempre ha votado para que ‘La Manada’ continuase encerrada en prisión.
La última de esas ocasiones fue hace dos semanas. El cambio en el voto de la jueza Raquel Fernandino hizo posible que los sevillanos pudieran abandonar la cárcel. Tanto ella como Ricardo González consideraron que era imposible que volviesen a delinquir y que no había riesgo alguno de fuga. El juez Cobo no solo pensaba lo contrario que sus compañeros, sino que además creía que soltarles supondría un enorme perjuicio para la víctima. Era la cuarta vez en dos años que votaba a favor de mantenerles bajo llave.
Este jueves, Cobo volverá a convertirse en el último aliado de la joven. Por la mañana, tendrá lugar la vista convocada por la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra, que él mismo preside, para valorar si Antonio Manuel Guerrero, el guardia civil de ‘La Manada’, tiene que volver a entrar en prisión. Ya de vuelta en casa, el primer día que tuvo que ir a firmar a los juzgados de Sevilla Guerrero fue pillado tratando de renovar su pasaporte. Este hecho encendió al máximo todas las alarmas. La cacareada ausencia de riesgo de fuga se desvanecía ante un hecho tan irrebatible.
De ese modo, el juez Cobo volverá a abogar por la entrada en prisión del condenado a nueve años de cárcel por abusos sexuales. Y de nuevo estará frente al joven el juez Cobo, un hombre, según se cuenta en los pasillos de los juzgados de Pamplona, posee una reputación intachable.
Una brillante carrera propuesta para el TC
José Francisco Cobo tiene 60 años, nació en Logroño en 1958 y lleva en Pamplona desde los 13. Su infancia está, por tanto, enraizada en sus orígenes riojanos, pero la mayoría de sus recuerdos provienen de la capital foral, donde creció, donde estudió y donde trabaja desde hace algo más de dos décadas. Si hay un hecho cierto es que su prestigio como juez en Navarra continúa intacto. Su carrera carece de mácula alguna.
Cobo se licenció en Derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad de Navarra en el año 1979. Tres años después ya entraba, tras pasar las oposiciones, en la judicatura española. Comenzó entonces el ejercicio de una profesión a la que está absolutamente entregado y a la que, años después, accedieron otros miembros de su familia como su hermana. Al año siguiente, ya tuvo su primer destino: titular del juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Estella. Duró poco allí. Al año siguiente, llegó a San Sebastián, donde le fue asignado el Juzgado de Instrucción Número 3.
En algunos de los años más duros del terrorismo en el País Vasco, Cobo estuvo situado en la primera línea para los procesos penales contra los terroristas. Su crecimiento continuó de forma exponencial, ya que en 1988 asumió el Tribunal Tutelar de Menores de San Sebastián. Diez años después de irse volvía a Navarra. Corría 1992 cuando José Francisco ingresó como magistrado de la Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Navarra.
Siete años después, en 1999, obtuvo el asiento que todavía hoy ocupa: la presidencia de la sección Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra. Desde entonces, según cuentan a EL ESPAÑOL personalidades del mundo jurídico navarro, está considerado como un juez con “mano dura” en todos aquellos procesos que le tocan en suerte.
Aún con ese importante cargo en su haber, Cobo nunca abandonó el aprendizaje. Por eso hoy, con el estudio y el paso de los años, es también un prestigioso experto en Derecho de la Unión Europea y en cooperación jurídica internacional. Fue también Representante Español ante el Consejo Consultivo de Jueces Europeos del Consejo de Europa (CCJE). Su conocimiento le llevó también a las disertaciones en público: ha impartido conferencias en por toda España, en Francia y en Portugal. Ha coordinado cursos y seminarios sobre el mundo del derecho y la judicatura en Bulgaria, España, Eslovaquia, Francia y Polonia. Todo ese bagaje hizo que, con el tiempo llegaron los reconocimientos. Hace unos años fue propuesto como candidato a presidir la Audiencia Provincial de Navarra. No iba a ser la última vez que alguien pensaba en él para un alto cargo de la judicatura.
El 22 de septiembre recibió una de las noticias más importantes de su vida: acababa de ser propuesto por el Partido Socialista de Navarra (PSN-PSOE) como uno de los candidatos a entrar en el Tribunal Constitucional. Finalmente no resultó el elegido para irse a Madrid, pero aquella oportunidad hizo crecer, todavía más si cabe, su prestigio en el Palacio de Justicia de Pamplona.
Distintos abogados que le han tenido enfrente durante algunos procesos penales le ven como un “un excelente profesional”, “muy cercano” y “sin ningún caso escabroso a sus espaldas”. La máxima de su proceder quedó plasmada hace nueve años en una entrevista que concedió a Diario de Navarra: “No puede haber justicia sin verdad”.
La primera condena por violencia machista en Navarra
Además de haber dedicado buena parte de su carrera a procesos relacionados con la lacra de la violencia machista, el juez Cobo tuvo que fajarse en toda clase de terrenos. Uno de ellos fue el narcotráfico, y en concreto el gallego, un árbol cuyas ramas comenzaban a extenderse en la década de los 80. En su libro “La conexión gallega”, el periodista Perfecto Conde, ex redactor jefe de Intervíu, narra cómo José Francisco Cobo se cruzaba en la vida de Luis Falcón, alias Falconetti. El 23 de abril de 1988, el famoso contrabandista gallego fue detenido en su casa de Vilagarcía y trasladado inmediatamente a San Sebastián. Allí un juez riojano lo reclamaba como cerebro de un alijo de una tonelada de hachís descubierta en Fuenterrabía.
Pero, sin duda, si por algo se le recuerda en Pamplona al juez que ha creído siempre a la víctima de “La Manada” es por haber sido designado para juzgar el primer caso de violencia de género en la historia de Navarra con jurado popular. Se trataba del asesinato de Alicia Arístegui Beraza a manos de su pareja. El hombre la apuñaló en plena calle en el centro de la localidad de Villava, un municipio del área metropolitana de Pamplona.
Aquel fue un crimen que sacudió la conciencia colectiva de la sociedad navarra. El asesinato tuvo lugar el 9 de abril de 2002, a las 9.12 de la mañana. Alicia Arístegui, de 37 años, esperaba con una amiga en una parada de autobús de la calle Mayor de Villava. Hacía unos minutos que había dejado en el colegio a sus dos hijos, de 13 y 10 años. La existencia de la mujer se resquebrajaba entre las amenazas de muerte de su marido, Jesús Gil Peláez, un año mayor que ella: “Si te divorcias, te mato”. Aquel hombre la asesinó a cuchilladas. José Francisco Cobo rubricó la sentencia del jurado: 22 años de prisión.
Proteger a la víctima durante el juicio
Cuando la fase de instrucción del caso de ‘La Manada’ tocaba a su fin y se veía ya el juicio en el horizonte, el presidente del tribunal que iba a juzgar a José Ángel Prenda y sus cuatro secuaces tomó otra decisión trascendental para proteger a la víctima. Durante las semanas anteriores, Agustín Martínez Becerra, el abogado de los cinco sevillanos, había proclamado a los cuatro vientos y solicitado de todas las maneras posibles que quería que las dos semanas del proceso se celebrasen a puerta abierta, con el incandescente foco mediático colocado al máximo durante dos semanas en los banquillos de la sala 102 de los juzgados de Pamplona.
Pero el presidente de la sala que les juzgaba no cedió. José Francisco Cobo Sáenz exigió que el juicio se celebrase íntegro a puerta cerrada. Lo hizo por dos motivos: para salvaguardar “el derecho fundamental a la intimidad” de la denunciante y para alejarla de una “indeseada e indeseable exposición pública aireando aspectos relativos a su intimidad corporal y vida sexual”. Lo más importante era no exponer a la víctima bajo ningún concepto.
Por eso, tan solo se les concedió a los cronistas dos jornadas, las dos últimas, para presenciar el juicio desde dentro de la sala. Ahí la joven no estaría presente, las cámaras no podrían acceder al interior. Pero sí que estaban ellos. Martínez Becerra les quería convenientemente vestidos, con náuticos en los pies y gomina untada en sus cinco repeinadas cabezas. Así fue como se presentaron Sin embargo, lo importante ya se había conseguido: salvaguardar a una chica que tenía 18 años en el momento que cinco jóvenes veinteañeros la acorralaron en el pasillo del interior de un portal de Pamplona.
En aquella sala, Cobo escuchó todos los testimonios del caso y pudo ir valorando todas las pruebas. Una de las más duras la tuvo ante sí cuando declaró Jesús Escudero, el peluquero del grupo. Escudero desveló que fue el último de los acusados que permaneció en el interior del portal antes de que todos se marchasen y que mantuvo una breve conversación con la chica antes de salir a la calle. La joven estaba tirada en el suelo y ya le habían robado el teléfono. Una conversación que da la medida de los cinco jóvenes:
—"Yo le dije adiós y giré la cabeza. Le puse cara mía de pena como diciendo adiós, nos vamos, como no vamos a seguir contigo de fiesta, lo siento".
El juez nunca tuvo duda, pero después de escucharles y de ver los vídeos, todavía menos. En la sentencia, José Francisco Cobo ya no definió como un “pasillo” al pequeño habitáculo en que los cinco acorralaron a la víctima. Aquello era una auténtica “ratonera”.