Hace dos años salí a la calle de Pamplona, mi ciudad, para gritar con fuerza. Para bramar que mi libertad no puede estar condicionada por la brutalidad de uno o varios hombres. Lo hice vestida de blanco y rojo. Era el 7 de julio de 2016 y aquella fue la primera concentración a la que asistía creyendo de verdad en lo que representaba, porque vociferaba la máxima feminista que defiendo: no tengo que vivir la noche con miedo a que me pase nada.
Cinco hombres habían violado a una chica que apenas tenía un año menos que yo en aquel momento. Lo hicieron en la noche de San Fermín. Hoy, asociaciones feministas me piden que vista de negro el día del chupinazo, me lo dicen a mí -que también lo soy- y a todas las mujeres que vayan a disfrutar de las fiestas. Como si el luto tuviera que teñir a las mujeres durante uno de los festejos más famosos del país. El negro es la percepción visual de máxima oscuridad, como un camino hacia el abismo, el color relacionado con la pérdida, con la resignación obligada de asumir un daño.
1. Mi autonomía comienza en la elección de mi ropa
Mi camiseta será blanca porque no quiero que su tono marque mi derecho a disfrutar de la calle abarrotada. Porque no creo en la diferenciación de género para saber gozar de la salubridad de un festejo y no quiero sentirla cuando mi ropa refleje eso mismo. No lo haré porque mi autonomía comienza en la elección de mi vestuario y mi opción pasa –y pasará siempre– por el orgullo de una indumentaria que unifica a una ciudad.
Porque si, al final del día, la solución es que la mujer cambie una vez más su forma de actuar, de vestir, de expresarse, la lucha por la que trabajamos día tras día va hacia atrás.
2. Una indumentaria igualitaria
Hay un uniforme en San Fermín que no diferencia entre géneros. La indumentaria de estas fiestas iguala a todo el mundo, sin diferencias y con el orgullo de hacerlo igual las mujeres y los hombres. Forma parte de una tradición que no segrega. Hay dos colores que representan la costumbre del 6 de julio: el blanco y el rojo, y un pañuelo al cuello, simulando la leyenda que cuenta que al santo lo mataron de forma ruda. Este día concurren las emociones de los pamplonicos, sumidos en el inicio de nueve días que reflejan la celebración de su folclore musical y gastronómico, aunando la lucha por el hermanamiento entre mujeres.
Porque la tradición en la vestimenta se asentó en los años sesenta y, desde entonces, el recuerdo de Pamplona se tiñe sobre él. Porque sigo luchando para que la noche no sea el prólogo del miedo para las mujeres y no creo en la diferenciación como medio a la igualdad.
3. Porque mi grito no se refleja en mi camiseta
No lo haré porque ninguna indumentaria me valida como mejor o peor feminista, como luchadora de unos derechos que, aun dados por hecho, todavía no han llegado a toparse con la igualdad. Vestiré de blanco y rojo porque los derechos de la mujer, por los que lucho de forma férrea, no pasan por el color negro y, mucho menos por la imposición. Recuerdo a mi familia, explicándome qué es la lucha, cuando pienso en el asfalto: “Las calles están hechas para la protesta”. La reivindicación se hace en la calle, sin pautas de etiqueta.
4. Una iniciativa que no nace en Pamplona
Es una decisión que no surge de las asociaciones feministas de Navarra, un proyecto que no aúna la tradición que se vive en el territorio foral y que, por su naturaleza, desconoce la costumbre que rodea a San Fermín. No vestiré de negro porque Yo sí te creo, sin condiciones, sin requisitos ni cláusulas que marquen mi vestuario.
5. Porque Pamplona brama contra 'la Manada'
Ninguna ciudad de España se ha manifestado como lo ha hecho la capital foral contra los cinco sevillanos que agredieron aquel día a la joven madrileña. Es la localidad que más manifestaciones ha registrado desde que se hizo pública la sentencia y la más rápida cuando los cinco miembros de la Manada salieron de prisión. Pamplona lideró un movimiento que todos juntos supimos repetir dentro del panorama patrio, sin necesidad de uniformes.