Un asesinato de película en un poblado de Mallorca acabó con la vida de la promesa del cine holandés
- El cineasta Wouter Van Luijt murió de una paliza en el asentamiento chabolista de Son Banya cuando iba a comprar droga
- El joven de 18 años que presuntamente paró el linchamiento y le llevó al hospital está preso sin fianza como presunto homicida
- Van Luijt tenía 34 años, era una figura reputada del cine de su país y un icono juvenil que había protagonizado anuncios
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“¿Qué siento cuando golpeo? Nada. Cuando encuentro a alguien débil, tengo que pegarle y no me importa nada”.
Lo dice el protagonista de Wolf, la película que llevó al éxito al cineasta holandés Wouten Van Luijn. La frase es de un exconvicto que se dedica a trabajar para una banda de delincuentes y a pegar palizas por los suburbios. Paradójicamente, a Van Luijn lo mataron el viernes en un poblado gitano de Mallorca cuando iba a comprar droga. Y su muerte se parece demasiado a la película que lo encumbró en 2013. Todos esos elementos presentes en Wolf también lo están en el asesinato del propio cineasta. La paliza que le propinaron unos delincuentes en los barrios bajos y su debilidad (sufría aneurisma) acabaron con su vida.
En esta muerte, que se parece demasiado a su cine violento y marginal, todavía hay otro giro de guión. Van Luijn, de 34 años, fue presuntamente rescatado de esa paliza por un buen samaritano. Un mallorquín de 18 años llamado Adrián que dijo que vio a cinco menores pegándole una paliza al holandés en plena noche, cerca del poblado de la droga. Espantó a los agresores y llevó al cineasta al hospital. Pero esta película si que no se la han creído los investigadores. Ahora, Adrián acaba de ser detenido como presunto homicida. Adrián habría ido a robarle la cartera con 700 euros, le golpeó sin conocer la debilidad de su rival y lo mató.
“Creen que hubo más gente implicada. De hecho, se detuvo a otro chaval de 19 años que está en libertad con cargos y se investiga a otro par de chicos. El principal sospechoso ya ha pasado a disposición judicial, pero sigue todo abierto”, cuentan a EL ESPAÑOL fuentes próximas a la investigación. Es posible que haya participado más gente en el robo (hablan de cuatro personas), pero los investigadores tienen bastante claro que el autor material de los golpes que acabaron con Van Luijn fue Adrián.
Un genio enfermo
Wouter Johannes Jozef Gerard Van Luijn era una especie de icono juvenil en los Países Bajos. Sólo tenía 34 años, más de una decena de películas a sus espaldas, clips musicales y ya había sido nominado a un “Becerro de Oro” (el Goya neerlandés) por su montaje de Wolf (2013). Un joven con talento y atractivo. Su característica melena rubia y su barba hipster ya habían sido imagen de campañas de publicidad de cosméticos en medios. Pero era un genio en horas bajas. En Holanda ya había quien hablaba de que estaba en una fase de declive. El problema no era sólo una crisis creativa. También su salud. Wouter estaba gravemente enfermo, aquejado de un aneurisma. Por si fuese poco, consumía droga. Un hallazgo que ha sorprendido en Holanda, donde es realmente conocido pero no existía constancia de ninguna presunta adicción.
Andaba inmerso en otro proyecto que tenía que llevarle de nuevo a la senda del éxito. Van Luijn se reincorporaba el lunes al rodaje de la nueva película con la que tenía que remontar su carrera. Apuraba sus últimos días de descanso en Mallorca junto a su padre, en un hotel de Palmanova (Calvià). El jueves por la noche decidió empezar a quemar la semana de despedida por los bares de Punta Ballena, una de las principales áreas de fiesta de la isla. Primero cenó con su padre, pero a la zona de bares ya se fue por su cuenta. Allí lo vieron las últimas horas de su vida, bebiendo y hablando con personas a las que habría conocido esa misma noche.
Morir en los barrios bajos
Poco antes de las 4 de la madrugada, cuando más pasada va la fiesta, quiso comprar droga. Unos dicen cocaína, pero por la zona hay quien habla de que iba a pillar caballo (heroína). Un conocido le presentó a dos pakistaníes que se comprometieron a acompañarle a Son Banya, el poblado de la droga de Mallorca. Algo así como la Cañada Real insular. Un asentamiento chabolista gitano donde la policía recomienda no entrar solo. Como en su película más conocida, la trama se trasladaba a los barrios bajos de la ciudad y en malas compañías.
Después hay una elipsis en la historia. La siguiente escena es el cuerpo de Van Luijn herido de muerte en el Hospital Universitari de Son Espases. Lo trajo un alma caritativa. Un héroe que supuestamente le estaba salvando la vida. Un joven de 18 años a bordo de un coche de alta gama, un Volkswagen Tiguan. El chico explicó en el hospital que conducía por el entorno del poblado gitano a las 4 de la mañana. Vio entonces como cinco menores de edad le estaban pegando una paliza a un hombre en el Camino de la Milana. Los ahuyentó. Tocó el claxon, les puso las largas y los chavales se largaron. Él fue a socorrer al agredido y se encontró a un turista rubio de pelo largo medio muerto. Lo auxilió, lo montó en el coche y lo llevó a que lo intentasen salvar. O eso explicó en el centro de salud.
La paliza, la droga y el aneurisma
Van Luijten perdía la vida esa misma noche. La causa oficial de la muerte fue una hemorragia interna provocada por los traumatismos de la paliza. De todos modos, el análisis forense ha determinado que los golpes que le dieron no eran mortales de necesidad. Su agresor no sabría que la salud de Van Lujiten era delicada. La debilidad que le provocaba el aneurisma sumada a la cantidad de sustancias consumidas en esa noche loca, fueron letales.
“No se imaginaba el agresor que lo podría matar de un puñetazo. Lo más probable es que fuese solo a pegarle para robarle. Le dio y cuando vio que no se movía se asustó y por eso lo quiso ayudar”, dicen en el entorno de la investigación. Porque el mismo viernes, las pesquisas ya habían dado un vuelco. El buen samaritano no decía toda la verdad. La policía lo llevó a declarar y tomó nota de todas las incoherencias. Adrián decía que había encontrado al holandés apaleado fuera del poblado, pero luego admitió que los golpes fueron dentro. Adrián, que no tiene carnet de conducir pero sí un coche de alta gama, dice que estaba dando una vuelta a las 4 de la mañana por el entorno del poblado, pero esa no es zona para dar vuelta a esas horas para alguien como él, que ni siquiera pertenece a las familias de la zona.
Los ladrones de poca monta
Adrián no es un camello, sino uno de los ladronzuelos que pululan por Son Banya para robarle el dinero a los guiris que vienen solos a comprar coca a un lugar tan peligroso. Abundan, sobre todo de noche. Son muy jóvenes, algunos de ellos menores, y viven de pegarle palos a los más incautos y débiles en el peor lugar de la isla. Allí se encontró a su presa fácil de la noche. Un guiri pasado de vueltas, enclencle y con pinta de tener dinero en el bolsillo.
Van Luijn no llegó a comprar la droga. Al parecer se separó de los pakistaníes y se quedó solo. Sus agresores lo abordaron en la calle 5, aún queda por saber cuantas personas. Veinteañeros todos. Adrián F. le fue a robar la cartera y Van Luijn se resistió. Vio entonces que el guiri la llevaba bien nutrida. Un palo de 700 euros a un tipo en clara inferioridad física. Creen que Adrián le pegó varios puñetazos y el rubio se le desplomó inerte en el suelo. El robo se le había ido oficialmente de las manos.
Sacar el marrón del barrio
Adrián se asustó y tuvo que asumir el marrón. Un muerto ya son palabras mayores y él no pertenece a las familias de la droga del interior del poblado. Dejar allí un cadáver para complicarle la vida a los camellos es cavar tu propia tumba. Van a saber quién eres y dónde te escondes antes que la misma policía, así que lo mejor es sacar al muerto de encima, y nunca más literalmente. Adrián cargó él solo con el cuerpo moribundo del guiri sin saber que llevaba a un famoso cineasta holandés. Lo dejó en el hospital y se inventó la historia de que lo salvó de “cinco gitanos menores de edad que le estaban apaleando en un camino entre Son Banya y Son Farriol”. La policía no se lo creyó. Lo detuvo el viernes por la tarde. Las imágenes de seguridad de una estación de servicio próxima pueden haber sido claves para la resolución del caso.
A Adrián le imputan la muerte del holandés y un delito contra la seguridad vial, porque no tiene el carnet de conducir. Ha pasado a disposición judicial en el Juzgado Número 7 de Palma de Mallorca. También se han presentado cargos contra su presunto cómplice de 19 años, aunque ha sido puesto en libertad. Los investigadores no descartan alguna otra implicación de última hora. Y mientras, en Holanda lloran la muerte de la gran esperanza del cine patrio. El mundo de la cultura se vuelca en condolencias, los periodistas neerlandeses llegan a la isla y los informativos abren con escenas del caso Van Luijn. Escenas de las que estaba acostumbrado a montar en sus películas. Un caso demasiado parecido a su cine: unos delincuentes matando a palos a un tipo en los suburbios por un asunto de drogas.