Paco y José Luis se miran el uno al otro sin entender nada. “Hay que ser miserable”, repiten casi al unísono los dos, guardias civiles retirados forjados en el Grupo Antiterrorista Rural (GAR) en los años de plomo de ETA. “Miserables”, insisten vehementes. Ninguno se explica cómo la Guardia Civil los ha denunciado por vestir el uniforme en el entierro de un compañero con el que compartieron tantos intercambios de disparos con los etarras hace décadas en el País Vasco. Les piden de 601 a 30.000 euros. “Son unos miserables”.
Manolo Martín Conejo, Conejo para los guardias civiles del GAR destinados en el País Vasco en los años noventa, acordó con sus compañeros que cuando falleciera lo enterraran con la boina verde de la unidad de la que tanto orgullo sentía. La promesa, sellada cuando todos sabían que el cáncer de páncreas que padecía sería irreversible, también incluía que ellos lo despedirían rindiéndole honores con sus respectivas boinas y vistiendo el uniforme de la Guardia Civil.
El pasado 15 de marzo el trato se cumplió por ambas partes. Aunque a última hora el hijo de Conejo pidiera entre lágrimas que sacaran del féretro la boina de su padre para quedársela de recuerdo.
Los diez años en el GAR marcaron a Conejo y al resto de compañeros presentes en su entierro: José Luis Serrano El Tigre, Francisco Gómez y Salvador, el único guardia civil en activo, aunque de baja psicológica; el resto son agentes retirados, el primero por enfermedad y el segundo por accidente en acto de servicio.
“Lo nuestro era un hermanamiento, poníamos nuestras vidas en manos de nuestro compañero”, narra Paco. “No se puede describir la relación que fraguamos en el País Vasco, eran días, meses, años durmiendo juntos, cagando juntos, haciéndolo todo juntos —sigue—; lo que nosotros vivimos no lo ha vivido nadie con él, ni sus familiares; porque esos momentos fueron únicos”.
—¿Compartieron también el miedo a ETA?
—[Paco]. Yo nunca tuve miedo. Miedo no. Nunca. Pero sí hemos vivido el miedo de los demás, como cuando llegábamos a los acuartelamientos para darle protección a otros guardias civiles y sentíamos su alivio. No olvidamos ninguno la presión de ir encajonados en los Nissan, siempre a la espera de que abriesen fuego contra nosotros, atentos… Era un estrés mantenido durante 24 horas al día y eso se paga.
Desde su creación y hasta el año 2004, el GAR —acrónimo que ha servido para los distintos nombres de la unidad, desde Grupo de Acción Rural al extinto Grupo Antiterrorista Rural o el actual Grupo de Acción Rápida— ha detenido a 341 personas vinculadas con ETA y su entorno, además de localizar armamento o documentación de la banda o incautar explosivos. Nacieron para dar respuesta a la actividad de los etarras en los años 70, pero han desempeñado actuaciones en Bosnia, Afganistán, Kosovo o en el Líbano. En su servicio contra ETA han sufrido seis atentados directos, registrándose cinco muertos y una treintena de heridos.
“ETA nunca pudo con nosotros"
“Si tenía que caer alguien, caíamos nosotros; el objetivo era la Guardia Civil, pero el miedo nos lo tenían a nosotros”, explica Paco, legionario antes que guardia civil. “Nunca pudieron con nosotros, nunca”, insiste. “Le supimos hacer frente”, apunta José Luis, que cita las comunicaciones intervenidas a Artapalo, el nombre clave que utilizó la dirección de ETA entre 1986 y 1992. “En sus cartas decía —recuerda José Luis—: ‘Cuidado con los boinas verdes, tiran a matar’. Y era así”.
Los dos narran que era habitual abrir fuego contra los etarras, como el día que murieron tres miembros del comando Donosti —Fernando, Mikel y Martín— en Morlans. Tanto Paco como José Luis se encienden a medida que avanza el relato. “Yo tuve el placer de escupir a las tripas de los etarras”, afirma El Tigre. “A esos ya nunca los va a llevar Pedro Sánchez a su casa —sigue—; ya no tendrán ni gusanos, fueron vilmente acribillados”.
Los guardias del GAR entraron en un bloque de pisos del barrio de Morlans, en San Sebastián. Los etarras, bien armados, se pertrecharon en la vivienda y abrieron fuego contra los agentes. “José Luis Renco iba de número uno —abriendo el operativo— y las balas le alcanzaron la columna, le seccionaron tres vértebras”, recuerda Paco. “Miliki, que iba de dos, entró sudándole los cojones su vida y agarró al compañero del brazo, conforme salía iba disparando con la otra mano y mató a uno de ellos”, continúa José Luis.
El intercambio de disparos duró cuatro horas. El apenas medio millar de vecinos del edificio Tolaretxe, donde se cobijaban los etarras, empezó a oír cómo se vaciaban los cargadores poco después de las diez de la mañana. “Se disparaba sin mirar”, asegura José Luis. “¡En las paredes había más de 600 impactos de bala!”, detalla. La operación, seguida de cerca por el por entonces director general de la Guardia Civil, Luis Roldan, terminó con los agentes abrazándose. “Había compañeros que llevaban las tripas de los etarras en los tacones de las botas —confiesa brusco El Tigre—, se las hundieron en el pecho”. “Mira, se me pone la carne de gallina”, comenta José Luis.
El fallecido Manolo, Salvador, José Luis o Paco también participaron juntos en la búsqueda de los secuestrados Julio Iglesias Zamora o Emiliano Revilla. “Tuve el honor de ser el número uno en la detención de José Ramón Treviño, el arcipreste de Irún —detalla Paco—; tuvimos que subir a pie trece plantas en el barrio de Behobia, no se me olvida ni un detalle”. “Y a tantos otros”, añade su compañero.
“Esta boina huele a Intxaurrondo”, cuenta Paco a sus 54 años sosteniendo la prenda en sus manos. Ya han pasado 21 desde que dejó los GAR y 16 años desde que pasó a ser guardia civil retirado. “Todos hemos sufrido unas secuelas psicológicas tremendas y mucha desatención psiquiátrica —sigue el cabo Navarrete—; muchos de los que pasamos por el GAR estamos hoy de baja o retirados".
Paco se ha divorciado dos veces y sus dos hijas, una de cada matrimonio, no le hablan. “Di mi vida, todo lo que tenía por la Guardia Civil”, insiste.
Meses de ingreso y anécdotas
Las anécdotas eran recurrentes en los meses que los tres amigos acompañaron a Manuel en sus ingresos hospitalarios. José Luis recorría habitualmente los casi 400 kilómetros que hay desde Valdepeñas a Málaga para pasar días con Conejo; Salvador y Paco lo tenían más cerca. “Como el día que estábamos buscando a Julio Iglesias Zamora y a Conejo le mordió una víbora”, apunta Paco. José Luis ríe.
“Él estaba apostado con una metralleta, dando seguridad al resto; al acabar el control, mientras que los guardias recogían el puesto, él se dedicó a juguetear con una serpiente, una viborilla, y le mordió. El dedo empezó a hincharse. Fuimos con Segovia —otro guardia— al hospital, pero teníamos tantísima hambre que decidimos parar a comer. Era paella. Estando comiendo ya empezó a hincharse la mano, luego el brazo… Dijimos que entre pasar hambre o que se muriera Manolo, perdía Manolo”, cuenta Paco entre risas. “Estuvo tres días en la UCI”.
La anécdota de cuando casi muere Manolo era una de las habituales del repertorio. “Lo hemos pasado muy bien los últimos meses de vida”, advierte Paco. “Nos hemos reído, hemos hecho burradas —sigue el guardia civil retirado—; hasta desconectarlo de la máquina para llevárnoslo a la calle durante cinco horas”. “Manolo tenía que vivir lo que le quedaba”, añade José Luis, que pasó la Nochebuena con su amigo. “Su madre me ha adoptado como hijo mayor, qué envidia de familia”, desvela el guardiacivil de Valdepeñas.
El fallecimiento de su amigo Manolo pilló a El Tigre en la cama, recuperándose de una varicela que había cogido en el hospital donde estaba ingresado Conejo. “¡Si entrabas a escondidas por Urgencias del Infantil!”, le recrimina con guasa Paco.
José Luis se presentó en el tanatorio ‘La quinta’ de Antequera (Málaga), localidad en la que estaba destinado Manolo, con más de doscientos granos en la cara y 39 de fiebre. Iba vestido con el uniforme de la Guardia Civil y se presentó al capitán jefe de la compañía de Antequera. “Mi capitán, se presenta el guardia civil José Luis Serrano Sánchez retirado”, dijo. Ambos hablaron de su relación con el finado y de la etapa que compartieron en los GAR.
Los honores a un GAR
José Luis veló el cuerpo de su compañero con el uniforme de la Guardia Civil y la boina de los GAR. Al día siguiente, Paco, Salvador y él, los tres de la misma guisa, portaron los restos mortales de Manolo junto con otros tres compañeros del SEPRONA, unidad a la que pertenecía el fallecido.
Al acabar, José Luis se dirigió al capitán para que los presentes cantaran el himno de la Guardia Civil. “Manda tú la formación y ordénalo”, respondió el oficial. Y así fue.
El pasado mes de abril, el mismo capitán firma el inicio de un procedimiento por una falta leve al guardia civil Salvador —se omiten los apellidos por expreso deseo del agente— por un presunto incumplimiento de las normas o instrucciones de uniformidad y una denuncia administrativa para los guardias civiles retirados Francisco Gómez Navarrete y José Luis Serrano Sánchez en base al artículo 36, apartado 14, de la Ley de protección de la Seguridad Ciudadana por el “uso indebido del uniforme de la Guardia Civil generando engaño acerca de la condición de los que lo estaban usando”.
Al guardia en servicio le recriminan que no se atuviera a la uniformidad del cuerpo en el que está asignado. Esto es, que llevase la boina de los GAR cuando actualmente pertenece al SEPRONA. A los otros dos, que vistieran el uniforme de la Guardia Civil siendo personal retirado.
“Nosotros como guardias civiles retirados podemos lucir el uniforme”, contesta Paco. “Yo no soy una majorette y no iba de majorette; yo iba de lo que he sido, de lo que he mamado, de aquello por lo que me he entregado, de guardia civil. No llevaba ninguna insignia ni ninguna condecoración que no me perteneciera”.
Los GAR solo se diferencian del resto de guardias en el uso de la prenda de cabeza. “Y tenemos una boina que crea mucha envidia”, apunta el cabo Serrano.
José Luis sigue con el discurso y enseña su placa y su carnet que lo identifica como guardia civil. “Estoy dolido y ofendido, porque desplazarme 300 kilómetros para honrar a un compañero y que un mando me quiera meter una sanción de 600 a 30.000 euros…”, asegura el de Valdepeñas. “En el informe pone ‘con ánimo engañoso’ y yo nunca traté de engañar a nadie, porque lo primero que hice al llegar al tanatorio fue presentarme al capitán. Si en aquel momento hubiese considerado que era incorrecto, me lo hubiese dicho; y no lo hizo, todo lo contrario, vio con buenos ojos mi presencia para honrar a mi compañero”, detalla El Tigre.
No salirse del protocolo
Antes de enfundarse el uniforme de la Guardia Civil, José Luis pidió consejo a un coronel amigo, Jefe de la Agrupación, para saber si podía usarlo para despedir a un compañero. “¿Qué me puede pasar?”, le preguntó. “Nadie se va a meter contigo si no te sales del protocolo”, le respondió. “Hay que ser miserable, esa es la palabra, miserable para querer proceder hacia mí, sin salirme del protocolo”, critica el guardia, que ha vestido el uniforme en varias procesiones religiosas.
“Salirse del protocolo es ponerse en un cruce a cortar el tráfico o ir a un puticlub vestido de uniforme para no pagar las copas, que es lo que algunos suelen hacer”, añade Paco. “A nosotros ni nos han visto ni nos verán hacer eso”, zanja.
“He visto a coroneles y generales retirados que visten el uniforme sin haber pedido permiso —insiste el cabo Serrano—; aquí hay una doble vara de medir y a nosotros nos han aplicado la del pringado”.
El artículo 36 de la Ley de protección de la Seguridad Ciudadana tipifica como infracción grave el uso público e indebido de uniformes, insignias o condecoraciones oficiales, o réplicas de los mismos, así como otros elementos del equipamiento de los cuerpos policiales o de los servicios de emergencia que puedan generar engaño acerca de la condición de quien los use.
El proceso sancionador está esperando que sea despachado por el subdelegado del Gobierno de Málaga, que será quien expediente a los guardias civiles retirados. “Pero vamos a plantar pelea, habrá recursos… de hecho, esta entrevista es el inicio de la pelea”, advierte Paco. “Hay jurisprudencia del Supremo favorable a guardias que han vestido el uniforme estando retirados”, completa José Luis. “Vamos a llegar a donde haya que llegar”, afirma Paco.
La 'vendetta'
“No entiendo por qué en la Guardia Civil nos están haciendo eso. Bueno, sí, intuyo que ellos tienen ese ánimo espurio contra mí”, concluye Paco.
—¿Y por qué ese ánimo espurio?
—Supongo que porque en su día denuncié a personas del cuerpo que eran corruptas y que esperan la sentencia firme del Supremo. Y parece ser que no he sido bien visto en la Guardia Civil por ello.
Paco también tiene otro procedimiento judicial abierto contra él. Le acusan de dos delitos, uno contra la salud por tráfico de hachís y otro por tenencia ilícita de armas, “para la que supuestamente tenía licencia”, se defiende. El juicio está señalado para mitad de noviembre de 2018. La Fiscalía le pide más de cinco años de cárcel y otros cinco millones de euros por unas conversaciones telefónicas que le implican en una operación de hachís cuando ya estaba fuera de la Guardia Civil.
“Yo he sido detenido, he cometido un error y asumiré lo que venga. De hecho, ya lo estoy pagando después de nueve años esperando el juicio. Lo único que trato es de reparar el daño que he podido causar a esa parte de la sociedad y, en la medida de lo posible, es lo que estoy haciendo”, esgrime Paco.
Sus declaraciones ante la Policía Nacional llevaron a que se desarticulase la Unidad Antidroga de Málaga. Su confesión iba contra el teniente jefe de la unidad, que espera la sentencia del Supremo, y contra otros guardias “que han llegado a firmar acuerdos después de que les imputasen hasta 16 delitos”, apunta el cabo Serrano. “Dicen que Roma no paga traidores y ellos me consideran un traidor”, resuelve Paco. “Yo no tengo sentencia —sigue—, pero a mí ya me ha condenado toda la Guardia Civil”.
—¿De ahí la sanción del uniforme?
—[Paco] Parece ser que al coronel jefe de la comandancia de Málaga le llegó al oído que yo estaba en el entierro de un amigo vistiendo el uniforme. Y hace tiempo que yo soy non grato para la comandancia de Málaga, si no para la Guardia Civil completa. Y vieron la oportunidad de hacerme daño. El resto son daños colaterales.
“A mí esto me ha salpicado sin comerlo ni beberlo”, resuelve José Luis, que critica que la Guardia Civil los está tratando peor que ETA. “Aquello entraba en el contrato, pero contra esto no podemos combatir”.