Hacía sol. Siempre hacía sol. Como cada verano desde hace ya 15 años, durante el ecuador del mes de agosto, a Tony Alexander King, el asesino de Sonia Carabantes y Rocío Wanninkhof, únicamente le acompañan el sol y el calor. Pero desde lejos. Preso en la cárcel desde pocos días después de su segundo gran crimen, este depredador, que llegó a considerarse un peligro para todas las mujeres españolas, sólo puede abandonar las cuatro paredes de su celda durante tres horas diarias al máximo. Las 21 horas restantes, a la sombra. Y así será durante los próximos 15 años.
El despejado cielo azul manchego y su arcillosa tierra, rojiza —sobre la que se levanta el penal de Herrera de La Mancha, una prisión de alta seguridad a caballo entre Argamasilla de Alba y Manzanares (Ciudad Real)—, poco tienen que ver con los colores de los alrededores del paraje del municipio malagueño de Monda en el que el criminal se deshizo del cadáver de Sonia hace ya, en la madrugada de este miércoles, 15 años. Allí selló, con un pitillo, su cerco.
Tony King no vive solo, sino que lo hace aislado: considerado un preso de peligrosidad extrema y su mayor privilegio es gozar del régimen más duro, según confirman fuentes penitenciarias a EL ESPAÑOL. No tiene ni preso sombra ni apenas contactos con otros reclusos o funcionarios.
Adicto a los esteroides y al alcohol
Porque King conocía lo que era la impunidad. Este ciudadano británico se había cambiado el nombre —su identidad real era Tony Bromwich—, pero su carácter seguía intacto. Lo conocían como el estrangulador de Holloway y estaba fichado por las fuerzas de seguridad británicas. Había sido condenado por otros crímenes a una década de prisión. Narcisista, retraído, obsesionado con su imagen. Adicto a los esteroides y al alcohol. Había campado a sus anchas por la Costa del Sol desde que huyó de Gran Bretaña por el reguero de crímenes que dejaba atrás. Hasta que los restos de ADN en el cadáver de su última víctima y el encontrado de un cigarro Royal Crown que abandonó junto al cuerpo lo rodearon.
El asesino de Carabantes y Wanninkhof pasa sus días en solitario. Sólo está él en su celda, de 8 metros cuadrados. Vive en un Módulo de Régimen Cerrado de la cárcel manchega. Esa condición penitenciaria, según apuntan las mencionadas fuentes, sólo la tienen los condenados por terrorismo, los presos de peligrosidad extrema, quienes han cometido delitos contra la vida y la libertad sexual de manera especialmente cruenta y los miembros de grupos organizados. Así, los trabajadores que vigilan a King dicen de él que “mucha guerra, no da”. Siempre ha vivido en aislamiento. Incluso las comidas las hace dentro de su celda.
Tony King ingresó primero en la cárcel de Alhaurín de la Torre (Málaga), para ser trasladado primero a Albolote (Granada) y finalmente a Herrera de la Mancha, en septiembre de 2003. Es un penal viejo, que se construyó para concentrar al mayor número de presos terroristas posible en los 80. En los patios y pasillos que King apenas puede transitar un máximo de 3 horas diarias tienen distintos senderos de colores que, en su día, se utilizaron para marcar los recorridos de los internos. Los patios son de dimensiones reducidas y con un desnivel marcado sobre el resto del módulo, quizás con el fin de crear una sensación de mayor presión psicológica sobre el interno.
Ése será el único escenario que vea hasta el año 2033. Será cuando quede en libertad tras más de treinta años tras los barrotes. Sólo ha podido disfrutar de un permiso penitenciario y así continuará siendo: la excepción se dio en septiembre de 2007 cuando acudió, bajo custodia policial y tras previa autorización judicial, al funeral de su hija, que había fallecido ahogada en una piscina. King, el impetérrito King, no se lo creyó cuando se lo comunicaron. Pensó que era una broma, tal y como contó SUR en su momento. Después, al asumir la noticia, se hundió.
Una desaparición en mitad de la madrugada
Han pasado quince años desde que Sonia Carabantes desapareciera. La chiquilla, que estudiaba 4º de la ESO, iba caminando sola de vuelta a casa. Recorría apenas 200 metros de donde la había dejado una amiga. “Fueron unos días muy intensos”, admite en conversación con este periódico el que fuera alcalde de Coín en aquellos funestos días, Gabriel Clavijo. Eran las fiestas del pueblo, un municipio a poco más de media hora en coche de la capital de Málaga. Sonia desapareció en mitad la madrugada. Las cámaras de seguridad habían captado cómo a la joven le habían estado molestando en la caseta municipal unos hombres, entre los que se encontraba su asesino.
Los siguientes días fueron un torbellino de emociones que es difícil de desenhebrar más de una década más tarde. “Se mezclaban muchas sensaciones, había mucha tensión. Decidimos desde el primer momento que el operativo de búsqueda se situaría al lado de la casa de los padres de Sonia. Para que se sintieran acompañados, para que vieran que se trabajaba”, cuenta el exregidor a este periódico. El resultado fue que cada día que duró la desaparición, algo más de 72 horas, se movilizaron cerca de 2000 personas diarias. Era un diez por ciento de la población total del pueblo, pero no todos eran vecinos: habitantes de la comarca, de lo largo y ancho de la provincia, e incluso efectivos de venidos de fuera de Andalucía recalaron en Coín para encontrar a la chica.
En una época donde ni se dibujaban las redes sociales, el poder del roce, del cariño, de la solidaridad desbocó Coín. Nadie hablaba de otra cosa que no fuera encontrar a Sonia. “Era una búsqueda multigeneracional”, apunta Clavijo.
Su asesinato marcó un antes y un después
Porque el caso de Sonia Carabantes marcó un antes y un después. Era poliédrico: igual que facilitó —con la peor experiencia posible: el asesinato cruel de una chiquilla— a partir de ese momento que los diversos cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado compartieran informaciones [La Policía Nacional conocía que King residía en la Costa del Sol, avisada por Scotland Yard, y la Guardia Civil desconocía el dato] y se unificaron las bases de datos de ambos Cuerpos en una sola. Lo hicieron con el mismo software que utilizan las policías europeas, estadounidenses y la Interpol. También supuso el primer azote en la conciencia criminalística del valor de las pruebas de ADN. Así, se aprobó la Ley Orgánica 10/2007, de 8 de octubre, reguladora de la base de datos policial sobre identificadores obtenidos a partir del ADN.
Pero también se cobró una conciencia más: la femenina. El miedo inundó la zona. Se temía que hubiera un depredador, un asesino rondando. Y las mujeres estaban inquietas. Marisa, vecina de Monda, es una de ellas. Tenía algo más de 30 años cuando sucedió. “Y desde ese momento no fui capaz de quedarme a dormir sola, sin mi marido o sin alguien, en nuestra casa del campo. Había miedo: nadie entendía qué podía pasar. Era una niña que volvía a casa tranquila y desapareció”, afirma a la reportera. Su esposo, Herminio, participó en las batidas ciudadanas: “Todos queríamos encontrarla, pero, la verdad, es que nadie quería tener la papeleta de descubrir un cadáver”, admite.
Ese día, el que apareció el cuerpo, “por la mañana fue una patrulla por allí, pero no vio nada. Como se peinaban las mismas zonas varias veces, una segunda patrulla vio algo en el arroyo, piedras movidas y un olor fuerte, y llamó directamente a la Guardia Civil. Yo no he visto una movilización como la que allí se hizo de forma absolutamente espontánea para la búsqueda solidaria”, relata Clavijo.
“Era una cría joven, un día de feria. Todavía se me hace un nudo en la garganta. No dejas de pensar que a cualquiera le podía haber ocurrido”, admite, con la voz algo entrecortada, el exalcalde. “Después se hizo un buen trabajo de investigación y rápidamente se dio con el asesino. Y eso le da mucha más tranquilidad a la ciudadanía”.
Fue estrangulada con saña
La autopsia reveló que Sonia había muerto estrangulada, pero que había sido víctima de un ensañamiento brutal, desmedido. El informe forense también dictaminó que la joven se intentó zafar de King, que luchó y lo arañó todo lo que pudo. Al final, gracias a esa resistencia, conseguiría que se le identificase. Porque en sus uñas se había quedado con el ADN del británico. Restos de piel que le sentenciarían para siempre y que resolverían otra injusticia judicial cometida contra Dolores Vázquez, la hasta entonces culpable de la muerte de Rocío Wanninkhof que siempre pregonó su inocencia y que fue víctima de juicios paralelos que poco tuvieron que ver con la Justicia. En ese momento, Vázquez esperaba un segundo juicio tras haberse anulado el fallo del primero.
El cuerpo de Sonia fue hallado en Cerro Gordo, un paraje que pertenece a Monda en el límite con Coín. Tony King, que conocía la zona porque era asiduo a un bar del pueblo, frecuentado principalmente por la población británica que se asienta en la zona, muy próxima a Marbella, se deshizo de él en un terreno sin vallar y cuyo acceso no estaba asfaltado. La zona, después de 15 años, ha cambiado bastante. Continúa allí la legión de olivos y pinos. También el estridente sonido de las cigarras, a pleno cantar en agosto. En 2003, apenas había en aquel momento una casa, justo encima de la finca en la que se encontró el cadáver. Era un sitio inhóspito, que apenas empezaba a vislumbrar otro futuro con la construcción, años después, de un polígono industrial.
Pedro es el dueño de la finca en la que se encontró el cadáver de Sonia. Apenas hay ahora una casilla y un techo bajo el que guarecerse del sol. “Este campo siempre ha sido de mi familia: lo compró mi abuelo, lo heredó mi padre y ahora es mío”, apunta a la periodista. Recorre el arroyo, seco, en el que un grupo de voluntarios localizó a la niña desaparecida. No duda en ningún momento en señalar el punto exacto donde encontraron a Sonia. “Fue por el olor, la encontraron por eso. Era fortísimo. Llevaba aquí varias horas, debajo de unas ramas”.
"Me abandonó Aznar, me abandonó Acebes"
Pero para la madre de Sonia, Encarna Guzmán, la vida no se ha movido un instante desde aquel día. Viuda desde hace un par de meses, asegura a este periódico que “hace quince años que estoy mala, porque estoy mala. Estoy atacada de los nervios, pero tengo que poner buena cara. A mí ya nada me sirve: antes, cuando me hacía falta, me abandonó Aznar, me abandonó Acebes, que dijeron en la televisión que tenían los avisos de la Policía sobre este hombre. Pero tuvieron que esperar a que matara a mi niña”, llora la madre, al otro lado del teléfono.
Guzmán hace balance de estos quince años, que siguen siendo “una pesadilla”. “La seguimos teniendo en el recuerdo, día a día. Pero nadie dice nada, nadie tiene la culpa de nada”, lamenta. “Se volcaron conmigo: el pueblo, los vecinos, la gente. Pero los principales no. Y no me dieron ni disculpas”.
Tony Alexander King fue condenado a 36 años de prisión y a pagar trescientos mil euros de indemnización a la familia por el asesinato de Sonia. Cumplirá un máximo de 30 años a la sombra. Pero la desafección, el abandono que sienten los Carabantes es igual: “Ahora, con el movimiento feminista, se están haciendo cosas para que la mujer esté más protegida. Pero el que mata una mujer sale al tiempo y no pasa nada. Como pasó con mi hija, como pasará con este desgraciado”.