Qué poder de palabra no tendrá el “naturópata” Juan José García Román cuando, en la primera consulta, a 120 euros, persuadió a Cristina Beraza, vecina de Hondarribia (Guipúzcoa), para que abandonara la quimioterapia que le estaban aplicando para atajar su cáncer de ano y se pusiera únicamente a sus órdenes. Le aseguraba que no la iban a curar los médicos de la sanidad pública, que manejan un conocimiento científico mundial, sino él solo, y sólo con sus bolitas de magnesio.
El cáncer de Cristina estaba en una fase inicial y ella podría haberse curado si hubiera seguido con la quimioterapia en el hospital del sistema de salud vasco, pero, según ha denunciado su hija Elena esta semana en EL ESPAÑOL, la mujer, cansada por los efectos habituales del tratamiento, lo abandonó prematuramente a los tres meses convencida por el locuaz “naturópata”, que le decía: “El cáncer sólo existe en tu imaginación”. Murió dos años después. Para cuando volvió a un hospital, era tarde: el cáncer se había extendido y ya era incurable. La familia ha denunciado al pseudomédico alternativo por estafa y le reclama 15.000 euros, el dinero que la mujer se gastó en sus consultas y productos ‘milagrosos’.
La palabrería del "charlatán" desaparece cuando EL ESPAÑOL le pregunta por teléfono su versión de lo ocurrido:
-¿Le dijo usted que dejase la quimioterapia y que le iba a curar su cáncer?
El hombre titubea.
-…Yo nunca hago eso…
Añade brevemente que está en Francia pasando unos días y que ya habló en “el juicio”; un probable lapsus en referencia a que declaró ante las fuerzas de seguridad o el juzgado. Termina diciendo que no quiere comentar nada. Y se refugia en el silencio, como él (según ha denunciado la hija de Cristina) instruía a su supuesta víctima que hiciera cuando desde el hospital le preguntaran si estaba recurriendo a otras ‘terapias’: “No digas nada”.
"Dejó de engañar a unos y se dedicó a engañar a otros"
Juan José García Román ronda los 60 años, está casado y es padre de dos hijas adultas. Es del pueblo cordobés de Castro del Río, a orillas del río Guadajoz, donde Miguel de Cervantes sufrió prisión y algunos cervantistas creen que empezó a escribir El Quijote. Su negocio de “comercio al por menor de plantas y hierbas de herbolarios” así como de “productos alimenticios diversos y herboristería” tiene su sede legal en el número 17 de la calle José del Río de su pueblo, que es un edificio de su propiedad con bajo y dos plantas.
Aquí vivía de forma fija hasta que hace unos años se instaló, cuentan familiares suyos, en un casa con una finca de olivos que se compró en la sierra de Córdoba, al norte de la capital de la provincia, en el municipio de Obejo. Usó para ello los beneficios de la venta de las tierras heredadas de su familia en Castro del Río y, presumiblemente, los ingresos de su actividad a tiempo completo como curandero en la cercana localidad cordobesa de Cabra y en la lejana Hondarribia (o Fuenterrabía), adonde solía desplazarse cada mes.
En su pueblo, en cambio, no actuaba como ‘sanador alternativo’ con regularidad. En Castro del Río, donde ignoraban que lo acusan de estafa en el País Vasco, tienen buena imagen de su paisano, al que describen como un hombre “educado” que se ganó la vida durante años como vendedor de seguros en la empresa Cahispa, en la oficina de Córdoba. De su casa lo veían salir cada mañana con corbata y chaqueta para irse a la capital a vender seguros de todo tipo aprovechando su reconocido don de palabra.
Hacia el final de su etapa en la aseguradora tuvo un conflicto laboral con una compañera de oficina, vecina también de Castro del Río, que lo denunció. Juan José perdió el juicio. El marido de la denunciante afirma que su mujer no está en casa y opta por no decir nada sobre García Román, salvo que el pleito no tuvo que ver con ninguna estafa. No mucho después de ese conflicto, él también salió de la aseguradora. Al perder su empleo, hace años, convirtió su antigua afición autodidacta por las ‘terapias naturales’ en su nuevo negocio, y esta vez por cuenta propia. Pero aunque cambiara de sector y producto, la técnica comercial seguía siendo la misma: una intensa, agresiva pero amable persuasión verbal sobre el cliente/paciente.
-¿Es un charlatán?
Una pariente suya se ríe un poco en el umbral de su casa antes de responder cómo fue su paso de los seguros a las ‘hierbas’:
-Sí… Dejó de engañar a unos y se dedicó a engañar a otros.
Pero matiza que no cree que su capacidad de seducción comercial llegue al punto de “hacer cambiar de opinión” a una paciente con cáncer si ésta no quiere.
Antes de ser vendedor de seguros y luego infundir esperanzas con sus pseudoterapias trabajó en su pueblo como agricultor de los olivos de su familia. A veces, además, arrendaba más tierras y cultivaba remolachas y melones. Esos productos agrícolas se los vendía en parte a compradores franceses. De esas relaciones comerciales surgieron las amistades que tiene en Francia, en la zona de Burdeos, adonde viaja con frecuencia, como estos días. Tiene un vínculo especial con una pareja francesa a la que, según contaba su esposa en el pueblo, él ayudó con sus curas para que pudieran tener un hijo.
Sus viajes a Francia pueden explicar por qué ha pasado los últimos años concentrando sus consultas en la vecina Hondarribia, en el lado español de la frontera, donde le llegó el caso de Cristina recomendada por la dueña de una herboristería del municipio vasco. La hija de la fallecida ha explicado que se decidieron a denunciarlo meses después de su muerte, cuando se enteraron de que el hombre al que acusan de haber estafado a su madre y haber impedido directa o indirectamente su curación seguía pasando consulta en Hondarribia. Quieren que nadie más se ponga en sus manos.
Experto en "terapias orientales"
El “naturópata” se había logrado revestir de una aureola de experto en “terapias orientales”: la dueña de la herboristería Txuntxumela, en la calle Santiago de Hondarribia, lo recomendaba asegurando que había curado a otros enfermos de cáncer, según la denuncia de la familia de Cristina, y el Diario Vasco le sacó en marzo de 2015 una entrevista donde anunciaba una conferencia que el antiguo vendedor de seguros iba a dar en Portalea sobre “medicina tradicional china y sabiduría oriental”.
El acto lo organizaba Natural Bio Denda y se dirigía, decía él, a quienes “no encuentren respuestas satisfactorias tanto en la medicina convencional como en las terapias alternativas actuales”. Junto a recomendaciones genéricas de sentido común sobre comer bien con productos de temporada y caminar, apelaba al “taoísmo” para defender el peregrino principio de que “la alimentación del hombre y de la mujer tiene que ser diferente”. Eran simples e inocuos consejos de una supuesta sabiduría milenaria oriental que buscaban atacar “el causante” de los males en lugar de combatir “los síntomas”, como él criticaba que hace la medicina de “Occidente”.
El problema le vino después, cuando, según los denunciantes, le dijo a Cristina que dejara la quimioterapia de la medicina “oficial” asegurándole que la curaría con las bolitas, polvos y gotas que, aparte del precio de cada consulta, le vendía. En esos botes la enferma se gastaba cada vez 200 euros, ha señalado la hija de la difunta.
Junto a su clientela de Hondarribia, en el extremo norte de España, Juan tenía su otro foco principal de seguidores en el sur, en el pueblo de Cabra, a 36 kilómetros de su natal Castro del Río. Durante un tiempo tuvo abierta una herboristería propia en Córdoba capital, en la calle Carretera de Castro 43, pero los gastos no le compensaban y optó por la fórmula de buscar un despacho dentro de un local ajeno para pasar consulta y vender sus productos con menos costes. Así llegó a la Parafarmacia PR de Cabra, en la céntrica calle Redondo Marqués, donde, desde que esta tienda abrió hace cuatro años, él pasa consulta con regularidad martes, jueves y sábados, si tiene citas concertadas. Usa un despacho de la primera planta sobre la parafarmacia. En el escaparate que da a la calle se anuncia el servicio del “naturópata”, él, junto con el del nutricionista, la “zona de lactancia” o el “cuidado del bebé”.
Las dos dependientas dicen a EL ESPAÑOL que no sabían nada sobre la denuncia contra Juan, como ellas y sus clientes lo conocen a secas, y responden que no les consta aquí “ninguna queja”. “Están todos muy contentos con él”. Una de ellas cuestiona la denuncia de la familia de Cristina Beraza, planteando que ella fue libre al elegir a Juan para enfrentarse a su cáncer.
La farmacia de las bolitas de magnesio
La ‘parroquia’ en la que el naturópata pasa consulta en Cabra la forman mujeres y hombres de edades muy diversas a los que cobra por cada consulta -en Hondarribia eran 120 euros; aquí, no saben- y les vende los botes que él mismo trae y se lleva cada vez que viene. Contienen, dicen las dependientas, “bolitas de magnesio, polvos, gotas, semillas…”, son de la marca Enervital. 'Receta' tratamientos diferenciados para hombre y mujer. Los botes, de los que no tienen muestras en la tienda porque el 'experto' los vende en exclusiva, cuestan “60 euros”, aunque no pueden precisar para qué dolencias las recomienda él. Calculan que cada semana –aunque ya hace varias que Juan no acude- recibe a unas “cinco o seis personas”. De modo que pueden sumar centenares los que le han pedido consejo y le han comprado sus ‘medicinas’ en los cuatro años que lleva pasando consulta aquí.
La parafarmacia donde García Román encuentra los clientes para su negocio es muchísimo mayor que cualquier farmacia, incluidas las de una gran capital. Es un supermercado consagrado a los productos que ofrecen bienestar bajo la etiqueta de saludable, natural y biológico. Pero también aquí, como en todas partes, cunde la seudociencia antisistema a despecho de la razón, a juzgar por el positivo predicamento del que goza el naturópata.
Según la denuncia por ahora aislada que pesa contra él, “lavó el cerebro” a la desesperada enferma de Hondarribia para que dejara la quimioterapia que la podría haber salvado -que vale miles de euros pero la sanidad pública le presta gratis- y abrazara en su lugar la causa de la ‘terapia alternativa’ (pagándosela ella de su bolsillo). Se lamenta la hija de Cristina de que el curandero le generó falsas esperanzas, vendiéndole humo en forma de bolitas-placebo y verbo fácil. Juan José García Román no quiere explicarse. Queda de momento sin resolver la incógnita de si es un inofensivo naturópata al que han malinterpretado, un estafador consciente de que sus productos son inútiles o un peligroso ignorante que está convencido de que puede curar el cáncer con bolitas de magnesio.
En todo caso, seguro que él se acuerda de que justo enfrente de su casa de Castro del Río vivía hace muchos años un hombre llamado Antonio al que los vecinos acudían a falta de médico para que les metiera dentro las hernias y a sus hijos les encajara los huesos descoyuntados. El sanador Antonio cobraba la voluntad, y el paciente agradecido le pagaba con algún fruto de su huerta. Era el ‘ATS’ 'alternativo' del pueblo. Pero no vendía milagros.