José Mancilla tiene 89 años, es natural de Guaro (Málaga) y su vida en los últimos años ha sido un infierno. Con demencia y brotes de violencia, su familia decidió ingresarle hacer alrededor de un lustro tras quedarse viudo debido a que les era imposible ocuparse de él. Se temía que tuviera un accidente. Y, al final, lo que todos sospechaban ha ocurrido.
Todo sucedió cuando el pueblo de Guaro disfrutaba del último día de sus fiestas. Mientras los niños apuraban el fin de las atracciones y los ciudadanos se agolpaban en la plaza bailando, la Guardia Civil acudía a la residencia DomusVi Sierra de las Nieves. Alertados por un trabajador por el fallecimiento de una de sus internas, los agentes de la Benemérita llegaron al centro, situado a un costado del pueblo totalmente mimetizado con el entorno.
Durante la madrugada del domingo pasado, Mancilla se libró de la sujeción que le unía a la cama y emprendió a golpes y a patadas, según Diario Sur, con una compañera de módulo hasta matarla. Pudo ser identificado gracias a las cámaras de vigilancia situadas en el complejo residencial.
El pueblo, estremecido por todo lo ocurrido, prefiere resguardarse de las cámaras y las libretas de los periodistas. Los pocos que hablan de él lo hacen positivamente. Y no son alabanzas ditirámbicas de gente que quiere quedar bien de cara a la galería. Son palabras sinceras de vecinos.
Guaro es un municipio situado en los pies de la Sierra de las Nieves, recientemente declarado parque nacional, a 45 minutos de las dos grandes ciudades de la provincia: Málaga y Marbella.
Nadie quiere dar su nombre. Todo el mundo lo conoce. Afincado en el pueblo toda la vida, José, de profesión agricultor, ha pasado desde su adolescencia pegado a una chapulina y un trozo de tierra. Su mote lo atestigua: “El Calabaza”. “Era un hombre sencillo, de campo. Jamás ha tenido problemas con la gente del entorno”, manifiesta una vecina, que insiste en considerar a la familia otra víctima más del suceso: “Con 90 años y la mente totalmente ida… Pienso en la familia y se me remueven las entrañas. La gente habla de ellos, pero ni la familia ni él mismo tiene la culpa de nada”.
La llegada del periodista interrumpe las espontáneas tertulias de cualquier banco del pequeño municipio. No quieren hablar del tema con un foráneo y se limitan a contar “lo que ya ha salido en la tele”. En cada bar, el mismo gesto de indiferencia. Todo el mundo insiste en la gran confluencia de coches y cámaras que ha pasado por allí los últimos días, lo que les ha forzado a comentar con escepticismo un tema de conversación que surge de manera natural en cada rincón del pueblo.
Uno de sus nietos, José Manuel, ha aguantado el envite de la mejor manera posible. Pausado y triste por la situación, explica en declaraciones a EL ESPAÑOL que los suyos están pasando por “una mala situación” por la otra familia: “Nos ponemos en su piel y pensamos en lo mal que lo deben estar pasando…”.
José Manuel habla de su abuelo con un tono de dulzura que solo es posible emplear con los más allegados. Resume su vida en dos palabras: “campo y trabajo”. En una época en la que un reloj era un lujo, era el sol el que marcaba el comienzo y fin de su jornada laboral. Dura y sin perspectivas de éxito, José se dejó el cuerpo y el alma en llevar a su casa “el jornal”. “En definitiva, vivía para trabajar”, recuerda su nieto con un inusitado orgullo.
Uno de sus vecinos del campo habla de él como una persona seria, recia y muy educada. “Nunca le he visto un mal gesto, una mala palabra. Fue un accidente y nada más”, cuenta de manera sucinta y con desconfianza.
José Manuel no se rinde. Sabe lo dura que es la realidad, pero en su discurso asoma un atisbo de esperanza: “Entre todos intentaremos reponernos de la situación”.
Un entorno de trabajo complicado
La gran mayoría de empleados de la residencia son de pueblos de los alrededores, lo que explica el cuidado de los guareños al hablar de lo sucedido. “Nadie te va a decir nada malo de los empleados. Ha sido un accidente. Ni ellos ni el pueblo son culpables”, detalla una vecina.
Una de las trabajadoras del lugar, que prefiere salvaguardar su identidad, asegura que la víctima llevaba poco tiempo ingresada en la unidad de Trastornos de la Conducta. El ambiente en el entorno de trabajo está, desde entonces, muy “cargado”. “Es exactamente igual que cuando ocurre una desgracia en tu casa. No nos creemos lo que ha pasado”, detalla.
Este periódico se ha puesto en contacto con uno de los trabajadores que ha tratado con más cercanía a los afectados, pero ha declinado comentar el caso debido al shock que le ha provocado la situación.
Varios empleados han confirmado a EL ESPAÑOL que la dirección apenas se ha comunicado estos días con ellos. “Solo nos pusieron una nota de agradecimiento. Todos los trabajadores tenemos el ánimo bajo, merecemos saber algo más”, relata.
Uno de los regentes de los pocos bares de la comarca asegura que lo que más teme de todo es la mala imagen que pueda llevarse el municipio y las trabajadoras de la residencia. “La gente solo les echa las culpas a ellas… ¿Y la dirección, qué?”, advierte.
Denuncian falta de personal
Animados por todo el revuelo y por sentirse en el centro de las críticas de todos, el personal ha decidido movilizarse y denunciar su situación. El sindicato CSIF asegura que solo trabajan en el turno de tarde tres auxiliares para los más de 128 residentes y denuncia que no se están cumpliendo las ratios exigidas por normativa. “En este centro deberían prestar servicio al menos 38 auxiliares”, especifican. La organización no descarta “tomar las medidas legales oportunas para que se solucione esta situación”, que desgraciadamente ha salido a la luz por culpa del accidente.
Este periódico ha intentado ponerse en contacto con personal de la administración y del comité de empresa, pero estos han declinado comentar lo sucedido.