¿Supersubmarina? “Están bien”. “No han salido de aquí”. “Se les ve por los bares”. “Se han juntado a tocar alguna vez”. ¿Y subirse a los escenarios? “Es pronto. A José, El ‘Chino’ (cantante), todavía le falta”. Han pasado dos años desde aquel fatídico accidente de tráfico que cercenó su carrera, pero en Baeza (Jaén) todavía se les espera. “Volverán, no sé cuándo, pero lo harán”, apuestan los vecinos más optimistas. “Seguro”, asevera Andrés, tío de Jaime, el guitarrista, en conversación con EL ESPAÑOL. Lo peor, parece, ha pasado. En el cajón, oculta, hay una maqueta inédita del grupo. Su música, aunque atrapada, continúa latiendo a la espera de una señal para brotar. No ha muerto. Sigue ahí, como ellos.
La maqueta, según ha podido confirmar EL ESPAÑOL, existe y fue grabada antes del accidente. Podría publicarse (o no), pero las canciones están ahí. Sería el cuarto disco del grupo tras Electroviral, Santacruz y Viento de cara –obviando directos y EPs–. El primero de estudio desde 2014. El que retomaría la actividad del grupo desde que, llegando de un concierto de Valencia, los componentes de Supersubmarina chocaran con una furgoneta y fueran ingresados en el hospital. Entonces, las guitarras dejaron de sonar.
A día de hoy, también su verbo. Hasta el regreso, ni una palabra. Los representantes han cerrado desde entonces el camino a cualquier periodista que quisiera proponer reportajes o entrevistas con los componentes del grupo. “No van a hablar. Cuando haya algo que anunciar, lo haremos”, espetan. ¿Por qué? “Durante este tiempo, han tenido momentos de bajón. Unos u otros. Pero ahora están todos bastante mejor”, cuentan personas cercanas al grupo. Esa es la única razón de un secretismo casi absoluto y, para sus vecinos, incomprensible. “¿Que no quieren hablar? Es raro”, se extrañan en los bares de Baeza. Sin embargo, así es. Su normalidad contrasta con su cautela.
Desde el accidente, en la cuenta de Supersubmarina, tan solo tres post. El primero, en diciembre de 2016, para dar las gracias. El segundo, en julio de 2017, para anunciar su regreso a Madrid: “Hemos estado los cuatro juntos con amigos celebrando la vida. Estamos muy contentos”. Y un tercero, hace un año: “Hoy estamos de cumple y nos hemos bajado a la oficina para celebrarlo. Felicidades, Pope”. Desde entonces, sus caminos se han disociado de los canales oficiales del grupo. Cada uno, individualmente, ha informado sobre su vida, aunque no sobre su estado de salud. En Baeza, sin embargo, su parte médico es público.
JOSÉ Y JAIME SIGUEN DE BAJA
José, el ‘Chino’, sigue yendo a rehabilitación. “Va al logopeda y a fisioterapia”, comenta Gregorio, camarero del bar Flipper situado en la Plaza de la Constitución. Acude de lunes a viernes y descansa los fines de semana. Y, por las tardes, pasea con su novia actual –su anterior pareja lo dejó después del accidente–. “Es fácil encontrártelo por aquí. Viene y se toma algo. Está mejor”, cuentan los vecinos. No se esconde. Ha ido poco a poco, progresivamente. Primero en la cama, después en la silla de ruedas... "Y, ahora lo miras y dices: ‘¡Guau!’. Es un campeón. Yo estoy seguro que va a volver a cantar”, explica Andrés, tío de Jaime, desde su estudio fotográfico. De hecho, ya ha comenzado a tocar la guitarra, como publicó en una foto en Instagram.
Mientras se recupera, el Chino puede hacer de consejero con su primo de mismo nombre José Marín, que tiene un grupo llamado Pacmen. Él ha sido el que más ha tardado en recuperarse. De hecho, está en pleno proceso, pero avanzando cada día, como relatan sus paisanos, que han visto todo el proceso y ahora, en la Plaza de la Constitución, lo ven junto a su pareja tomando algo en los bares.
El otro que sigue de baja es Jaime, el guitarrista. “Hace dos meses le operaron y se está recuperando. Todo va bien”, explica su tío Andrés a EL ESPAÑOL. Juanca, el batería, se ha casado este año y, esta misma semana, está en Japón de luna de miel. Y Pope (bajo), el menos afectado, ya ha empezado a hacer sus ‘pinitos’ con un nuevo grupo. Todos, cuando pueden, se juntan. Acuden al K’novas a tomar café o cenan en cualquiera de los bares de la Plaza de la Constitución. “Y, alguna vez, quedan para ensayar”, comentan los vecinos.
Aunque, de momento, no ponen fecha a su vuelta a los escenarios. Eso sí, tienen una obligación: hacer su primer concierto tras el accidente en Baeza, donde no van a tener ningún problema para organizarlo: “La alcaldesa es la hermana de José”, comentan los vecinos, aunque la edil no quiera hablar de nada que tenga que ver con el grupo. En el pueblo fue su primera actuación y allí será su regreso. Esa es la promesa que le hizo Ernesto, uno de sus agentes de representación, a los familiares. Y es el sueño que albergan todos los componentes del grupo, que esperan el momento en que puedan anunciar su vuelta mientras las cicatrices supuran.
BUSCANDO A SUPERSUBMARINA
Hasta entonces, hasta su regreso, será imposible escuchar o leer alguna declaración suya en medios de comunicación. “Han recibido muchas llamadas, pero no van a hablar”, cuentan desde su entorno. Ese es el acuerdo al que llegaron cantantes y representantes. Ni siquiera acudiendo a Baeza. Allí, el ‘único’ recurso de cualquier visitante es recorrer sus lugares de peregrinación. El primero, El Burladero, el local de su amigo José Carlos, el bar que les pagó su primera maqueta. Allí debutaron y allí los descubrió Sony; aunque el escenario, ahora, es una cocina. En el local, colgado, luce un plato con la firma de todos los componentes del grupo y el cartel de su primera actuación. Pero, sobre todo, allí siguen cerrando con una de las canciones de Supersubmarina. Qué mejor forma.
El Burladero es donde echaron los dientes. Algunos, incluso, empezaron de camareros. Ese fue el comienzo de Supersubmarina y donde actuaron también como Inflamables. “Era un grupo que tenían antes, pero el cantante, Terry, se cansó. Le hicieron una prueba de voz a José y fue el inicio del grupo”, recuerda Andrés. El resto es historia. Tras los primeros fuegos artificiales, el grupo tuvo su primera crisis. “Nos compramos los instrumentos y los dejamos ahí aparcados. Un día estábamos yo y Pope viendo un Real Madrid – Mallorca y lo vi preocupado. Le dije: ‘¿Qué te pasa?’. Y me dijo: ‘Que me he comprado el bajo y mi padre me dice que no toco’. Lo cogí de la mano y se forjó su interés por la música”, recordaba ‘el Chino’ en un documental. A partir de ahí, todo empezó a rodar.
A escasos 200 metros de El Burladero está la Barbería, su segundo templo, del que es socio Juanca, el batería del grupo. El bar lo abrió un año antes del accidente y ahora se mantiene como otro lugar de peregrinación. Nada más entrar, vinilos y premios del grupo. Y, a continuación, una zona de invierno, otra de verano y un sótano para cenas y conciertos. Allí, obviamente, también suena Supersubmarina. Como en el Café Central o en el Teatro Montemar, donde también tocaron antes de dar el salto de salas pequeñas de Jaén a catapultarse hasta llegar a Madrid. A Penelope, a la Joy Slava, a la Riviera y al Palacio de los Deportes. En Baeza comenzó un sueño; en Madrid alcanzaron el cielo.
VISITAS DE LA PRINCESA LETIZIA
En Baeza, en los bares, no hay nadie que no tenga una anécdota o un comentario sobre ellos. Entre sus familiares, aquellos primeros días en los que José y Jaime tocaban los tambores de Colón como si fueran una batería. Entre los camareros, cómo a José le gustaba tocar la guitarra y cómo aprendieron junto a otros grupos del pueblo como Air Andalus. Días que pasaron soñando, pero sin imaginar hasta dónde iban a llegar. Tocar, para ellos, era un entretenimiento. Pero, poco a poco, fueron llenando.
Hasta que llegaron a un lugar que nunca imaginaron. "Un día, de hecho, no me acuerdo dónde, José le dijo a un empleado que no dejara pasar a nadie al camerino. Fue la Princesa Leticia a uno de ellos y pidió entrar. No la dejaron. No sabían que era ella”, bromea el propio Andrés. Después, vinieron otros muchos. No cambiaron, seguían yendo a Baeza y visitando el Burladero, pero llegaban con cámaras, con periodistas de la Rolling Stone y mucho que contar.
Casi una década de no hay entradas, de giras, de festivales y de guitarras sonando. Tres discos y muchos kilómetros hasta que aquel 14 de agosto la rueda dejó de girar. “Fue un momento de shock para ellos y para todo el pueblo. Aquí se les quiere”, reconoce un vecino. Volvían de Valencia cuando la música dejó de sonar. El primer año, según reconocen en Baeza, no se les vio mucho. “Estaban recuperándose”, comentan. De hecho, las noticias fueron llegando a cuentagotas. Ahora, dos años después, la pregunta es obligada: ¿volverán? ¿cuándo? ¿por qué tanto secretismo? Sólo ellos las pueden responder. Y lo harán. Pero cuando estén preparados. Cuando puedan subir al escenario y vislumbrar esa luz sagrada que, como proclamaba Paul Auster, no es sino “el antídoto de la oscuridad”. Una oscuridad cada vez más nítida. La leyenda de Supersubmarina continúa.