Raúl Lobato es Guardia Civil. A los 19 años, y tras completar su ingreso en el cuerpo, la aguja del tatuador rozó por primera vez su piel. La tinta desfiló entonces por su hombro izquierdo dando forma a un lobo, en honor a su familia. Después de ese, uno tras otro, distintos tatuajes cubrieron la parte superior de su cuerpo hasta llegar a las muñecas, el único espacio visible bajo el uniforme.
Tatuajes inocentes, personales, íntimos, como el que luce, también en la muñeca derecha, el ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska. “Ni pena, ni miedo”, se lee en tinta sobre su piel. Una declaración de principios e intenciones que da título a su biografía, publicada en 2016.
Explica el prefacio de la obra, que el lema fue grabado en un geoglifo que el poeta chileno Raúl Zurita instaló en el suelo del desierto de Atacama. Una señal de compromiso con la que el ministro se identifica cada día: “Que el miedo a las consecuencias de nuestros actos no debe paralizar nuestras decisiones futuras”.
Como le ocurre a Raúl, cada tatuaje adquiere un nuevo significado. En su caso,los dos últimos, que datan del mes de enero, son un regalo de su esposa. El primero, son las iniciales de su escritor favorito, J.R.R. Tolkien. El segundo, hace referencia a la popular saga del novelista: El Señor de los Anillos.
“Son una forma de expresar mis sentimientos. Son arte, cómo me pueden pedir que los borre”, explica a EL ESPAÑOL este agente, que también es Vicepresidente segundo de la Asociación Española de Guardias Civiles (AEGC) y vocal suplente del Consejo del Instituto Armado.
Marlaska, el defensor de los tatuados
El pasado lunes Marlaska ordenó a la Dirección General de la Guardia Civil retirar el borrador de la orden a través de la cual se pretendía regular el atuendo y el comportamiento de los guardias y que prohibía los tatuajes. El ministro, que solicita a los altos mandos consenso, se ha convertido en poco tiempo en el único apoyo de la administración para los agentes. “Se han dado cuenta después de 16 años de que una persona cuando entra al cuerpo no tiene limitaciones respecto a los tatuajes”, explica Lobato, que en total tiene 4. Después del lobo, vino el pescador que asoma la cabeza sobre el hombro derecho y que hace referencia a una de sus aficiones preferidas, la pesca.
Fue la anterior administración la encargada de dar rienda suelta a las restricciones, que hoy son objeto de debate. Hasta ahora la normativa, que pretendía prohibir los tatuajes visibles y a la que se había llegado sin el apoyo de las asociaciones profesionales, daba un plazo de tres meses a los agentes para eliminaran de su piel cualquier rastro de tinta. Una premisa absurda según las asociaciones. “El tratamiento puede durar hasta 15 meses de sesiones de láser y es carísimo. Además puede acarrear efectos secundarios o quemaduras en la piel”, indica Lobato. Como alternativa, la cúpula directiva de la benemérita planteó en el borrador que está siendo discutido estos días que los agentes usaran unos apósitos específicos para cubrir sus dibujos. Parches que, según la AEGC, cuestan 15 euros cada uno y que tienen que ser de color carne o caqui, haciendo juego con el uniforme.
Los agentes afectados, que han amenazado con llevar a los tribunales el texto de la orden general si finalmente fuera aprobada por el director de la institución, Félix Vicente Azón, reclaman ahora, con el apoyo de Marlaska, coherencia. “El texto regula cuestiones en el ámbito de los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos en una orden general, que no es el marco legal apropiado. Debería existir una ley orgánica, la única forma jurídica donde se puede regular”, explica Luis Vioque, vocal del Consejo de la Guardia Civil y representante de la Asociación Unificada de Guardia Civiles, (AUGC). El texto además no se adapta a las costumbres de la sociedad a la que sirve, recalca.
De hecho, según Lobato, desde que la Benemérita anunció que se iban a prohibir los tatuajes, se ha elevado el número de agentes que se han tatuado y que de no existir la supuesta prohibición, no pensaban hacerlo. “Somos Guardias Civiles del siglo XXI, la Guardia Civil es del siglo XX y alguno queda por ahí del siglo XIX”, afirma.
Según la AUGC, el porcentaje de guardias civiles tatuados no es motivo de preocupación dentro del cuerpo. “Lo que provoca esta norma es crear un problema donde no lo hay”, afirma Vioque. De hecho, de salir adelante, los mandos podrían solicitar ficheros en los que se especifique la identidad y tatuajes de los agentes que los llevan. “Vas marcado como el ganado, solía decirme mi abuelo. Ahora me siento exactamente igual”, explica Lobato. Si la norma saliera adelante, en una convocatoria de ascenso los tatuajes podrían ser motivo excluyente. Una cuestión que será peleada el próximo 13 de septiembre por las asociaciones. “El texto no se ajusta a la realidad del tiempo que vivimos y se excede en muchos casos”, concluye Lobato.