Caso real, nombres ficticios. A Anselmo no le sorprendió el deseo de su mujer, Marta, de querer divorciarse. Hacía ya varios meses que la relación se empezó a degradar, consumiéndose por la rutina después de doce años de matrimonio y otros tantos de noviazgo. La calma con la que él acogió la noticia estaba en la línea con el ambiente sosegado que reinaba en casa las últimas semanas de convivencia, mientras que se enfriaban los últimos rescoldos de su amor. La serenidad estaba justificada, en buena parte, por mantener un trato cordial delante de sus hijos, de cuatro y ocho años, ajenos a todo.
Ambos de nivel socioeconómico alto y de una edad aproximada de 35 años, el proceso de divorcio se inició sin sobresaltos. Al menos durante el tiempo que se mantuvo en secreto la relación extramatrimonial que ella había estado manteniendo durante meses. La infidelidad de Marta encolerizó a Anselmo y la tensión se fue contagiando entre ambas familias como se extiende una onda en mitad de un tranquilo estanque de agua. Las buenas formas se perdieron.
La prioridad que antes fueron los niños pasó a ser la revancha, el rencor y el deseo de una justicia divina que jamás llegaría. Los reproches y las malas formas generaban fricciones en las entregas y recogidas que la custodia compartida planteaba para los menores.
La presencia en los juzgados se hizo frecuente. La falta de entendimiento dejó en manos de un juez decisiones como si el hijo mayor haría la comunión o si podían subir fotos de los menores a las redes sociales. La custodia compartida ya no era válida para Marta, que pasó de ver a su marido en el salón de casa a verlo en los juzgados. Nunca más se hablaron, lo hacían sus abogados, testigos de cómo la mala gestión de un divorcio puede arruinar vidas.
En España, durante 2017, 102.341 parejas decidieron poner fin a su matrimonio, un 1% más que el año anterior. Por tipo de proceso, se registraron 97.960 divorcios, 4.280 separaciones y 100 nulidades. El 77,2% de los divorcios en el año 2017 fueron de mutuo acuerdo y el 22,8% restante contenciosos. En el caso de las separaciones, el 83,8% lo fueron de mutuo acuerdo y el 16,2% contenciosas.
La duración media de los matrimonios fue de 16,6 años, cifra ligeramente superior a la de 2016 (16,3 años). Los matrimonios disueltos por divorcio tuvieron una duración media de 16,4 años, mientras que la de los matrimonios separados fue de 22,7 años.
“Un proceso de divorcio pasa por distintas etapas, el problema es cuando se inicia en momentos de resentimiento, porque hay que dejar enfriar los sentimientos e iniciar la separación de forma serena; si se hace desde el rencor es difícil llegar a acuerdos”, recomienda la abogada especializada en Derecho Familiar Ana Belén Ordoñez, miembro de la Asociación Española de Abogados de Familia.
En sus 10 años de experiencia en este tipo de litigios ha visto cómo las nuevas realidades han abierto nuevos escenarios. Desde madres solteras que inician una nueva relación con alguien que quiere seguir viendo a los niños, aunque no sean hijos biológicos, tras la separación a la lucha de los abuelos por entrar en el régimen de visitas.
“Los juzgados cada vez tienden a equiparar a mujeres y hombres, pero venimos de una tradición en la que la custodia iba por defecto a la madre”, explica la abogada de Ley 57 abogados y coautora del libro recién lanzado ‘Después del divorcio. Guía práctica de la modificación de medidas’. La mujer, por el rol de cuidadora al que tradicionalmente se la ha asociado, “tiende a creer que cuidará mejor de sus hijos que su marido y hay padres que renuncian a la custodia a favor de la madre porque creen estar invadiendo un terreno que no es suyo”, apunta la experta en divorcios.
La abogada cuenta a EL ESPAÑOL que pese a que en la calle todavía se atribuyen estereotipos a hombres y mujeres —“ellos, más empoderados económicamente; ellas, más calculadoras”—, ninguno de esos tópicos sobrevive a un proceso de divorcio que, de no hacerse convenientemente, puede durar años. “Hay parejas que llevan toda la vida discutiendo”, sentencia.
Para evitar alargar pugnas innecesarias durante mucho tiempo, estos son los diez errores fatales, según los especialistas, que tanto ellos como ellas deben evitar en un proceso de divorcio.
1. Creer que en un divorcio habrá un ganador
Siempre es recomendable intentar llegar a un mutuo acuerdo porque en un procedimiento contencioso aumentan las tensiones y situaciones incómodas, dejando a un lado lo más importante, el interés de los menores. En un divorcio contencioso, las partes siempre pierden, siendo el perjudicado más directo el menor, que es quien soportará las decisiones judiciales ante una falta de acuerdo de sus padres.
2. Alienar a los hijos
Intentar que el menor se distancie del otro progenitor es una práctica muy común entre las parejas que se divorcian, que entienden que esta es una forma de ganar la batalla que iniciaron con el divorcio. Este tipo de actuaciones solo dañarán al menor. Por ello, hay que evitar todo tipo de críticas o insultos al padre o la madre delante del menor.
3. Creer que los menores son propiedad de uno u otro
No se puede pretender tener la posesión de los menores. Aún cuando la guarda y custodia se le haya concedido a uno de los progenitores lo normal y razonable, para el crecimiento y maduración de sus hijos, es que ambos progenitores formen parte de su vida. Eliminar a los padres o las madres de la vida del menor supondría la falta de una figura afectiva fundamental para su desarrollo.
4. Poner trabas a incluir al hijo en familias reconstituidas
Cada vez más se da la circunstancia que después de un divorcio cada progenitor rehace su vida con una nueva pareja y estas, a su vez, cuentan con hijos de parejas anteriores. Ante este acontecimiento, los madres y padres deberán facilitar la adaptación de los menores a estas nuevas circunstancias con el fin de que este se sienta lo más cómodo posible en esta nueva realidad y no se deriven consecuencias negativas en su desarrollo personal.
5. Pensar que con la custodia acaban las obligaciones
Es un error creer que con la asignación de la custodia del menor, ya sea esta compartida o exclusiva, se acaban las obligaciones de los progenitores. El hecho de que uno de los progenitores tenga la custodia exclusiva no quiere decir que desaparezca la patria potestad, que seguirá siendo conjunta. Por tanto, ambos progenitores, con independencia del tipo de custodia, tienen que involucrarse en las decisiones relativas al menor.
6. Tomar decisiones relativas al menor de forma unilateral
Otro de los errores que se suelen cometer en los procesos de separación o divorcio es pensar que cada progenitor tiene el poder de tomar decisiones relativas al mismo de forma unilateral. Las decisiones a tomar en relación con el menor tienen que consensuarse entre ambos progenitores por lo que es de vital importancia una relación cordial y una comunicación fluida.
7. Tener comunicación directa si no existe buena relación
La comunicación entre los excónyuges, especialmente en temas relacionados con los hijos comunes, se hace totalmente necesaria a pesar de la ruptura, en aras de que no se vea afectada la situación de los menores. Sin embargo, cuando existen disputas o tensiones entre los padres hay que evitar a toda costa la comunicación directa, realizando esta a través de un tercero que sea lo más imparcial posible, como un profesional o un familiar que adopte una postura neutral. Y bajo ningún concepto utilizar al menor como mensajero.
8. Judicializar todas las decisiones relativas a los menores
Los padres y madres son quienes mejor conocen a sus hijos y quienes mejor pueden saber que quieren o que les conviene. Se debe intentar dejar el pasado a un lado y tomar decisiones conjuntas sobre aspectos relativos a los menores y a su futuro. Hay que evitar acudir a un Juez cada vez que los progenitores no se pongan de acuerdo sobre si el menor debe o no debe hacer algo.
9. Involucrar a terceras personas
A menudo, se tiende a introducir dentro del conflicto a familiares o allegados que no hacen más que dificultar y entorpecer las relaciones entre los progenitores, suponiendo una verdadera traba a la normalización de la situación. Si existe una mala relación entre los progenitores no se puede hacer partícipes a otras personas en esta pues lo único que se consigue es una posible ruptura de lazos familiares o afectivos del menor, así como introducir nuevos elementos de conflicto a los ya existentes. El divorcio es de los padres y no de las familias.
10. Anteponer el interés personal al del menor
Es habitual que, durante las crisis matrimoniales y los posteriores procesos de divorcio, los progenitores olviden cuál es el verdadero interés a proteger: la estabilidad y situación del menor. Pese a que los progenitores ya no tengan buena relación y decidan acabar con esta, no se puede pretender romper todo el entorno del menor, acabando con las relaciones con los familiares del otro progenitor o amigos. La vida cambia para los padres pero la de los hijos se debe mantener.