Pablo Ibar: cuando un desastroso abogado puede salvarte la vida
- El juicio que ahora arranca se celebra gracias a que la defensa inicial del preso español fue considerada deficiente por el Supremo de Florida.
- Cuando en el año 2000 empezó el segundo juicio, Morgan se había enganchado a medicamentos para aliviar sus dolencias. Fue incapaz de encontrar un experto en reconocimiento facial para impugnar el vídeo como prueba.
- Nuevo juicio a Pablo Ibar con pruebas sólidas de que "no estaba en el lugar del crimen".
Dos años antes de que en 1994 se cometiera el triple asesinato que llevaría al español Pablo Ibar a la cárcel durante 24 años, 16 de ellos en el corredor de la muerte, se celebraba en Fort Lauderdale, cerca de Miami, un juicio insólito. Un abogado acusado de desacato se presentaba ante el tribunal acompañado de Smooch, un mono diabético en pañales. Durante los interrogatorios, el simio permaneció sobre los hombros de su dueño, para deleite del jurado y del propio magistrado que, no obstante, acabó mandando al letrado al calabozo.
El protagonista de este episodio, que podría inspirar a los guionistas de cualquier telecomedia norteamericana, se llamaba Kayo Morgan y no estaba loco. Sus compañeros lo describían como “un profesional que nunca parpadeó ni vaciló en la ferviente defensa de sus clientes”, a los que siempre antepuso a los jueces. Aquel día de 1992 no encontró a nadie que se pudiera hacer cargo de su mascota y decidió pasar a la historia judicial de Florida. Tras apelar la condena, logró salir absuelto y famoso, gracias a la anécdota.
Sin embargo, su nombre saltaría a las portadas unos años después, cuando asumió la defensa de Pablo Ibar, el caso criminal más sonado de la época en todo el país. Morgan ya contaba con experiencia en este tipo de juicios y esperaba poder engrosar su historial librando de la pena capital a este hijo de padre vasco, sobrino del famoso boxeador José Manuel Urtain. No fue así. Diversos problemas personales le impidieron dedicarse plenamente a esta tarea. De hecho, cometió errores de bulto que llevaron a su cliente al corredor de la muerte, a pesar de la debilidad de la principal prueba de la Fiscalía.
Tuvieron que pasar dos décadas para que este abogado lograra su propósito, que Pablo Ibar escapara de la inyección letal. Ocurrió en 2016. Por desgracia, Morgan nunca lo vio, aunque su testimonio póstumo fue fundamental. Falleció en 2014, dos años antes de que el Tribunal Supremo de Florida ordenara repetir el juicio por tercera vez. Esta semana ha comenzado el proceso de elección del jurado para el nuevo proceso. Las vistas arrancarán en cuestión de semanas.
Pero para contextualizar su historia, volvamos al inicio de este caso, al 26 de junio de 1994, el domingo que cambió la vida de Pablo Ibar para siempre. Aquella mañana, dos hombres entraban a primera hora en la casa de Casimir Sucharski, el responsable de un famoso club nocturno de Miami, el Casey's Nickelodeon. Este empresario de 48 años se encontraba acompañado por Sharon Anderson y Marie Rogers, dos modelos de 24 años que aquel sábado no iban a salir, pero que finalmente se decidieron a pasar una noche de fiesta
CÁMARA PARA ENCUENTROS SEXUALES
Los dos asaltantes se cuelan por la puerta del jardín y golpean y asesinan a tiros al hombre y a sus acompañantes con la intención de robar. Una cámara oculta en la estancia graba la brutal escena e incluso filma el rostro de uno de los asesinos, cuando éste se quita la camiseta con la que se tapaba la cara. Por desgracia, la calidad de la imagen no es alta. La cámara no es de seguridad profesional, sino una para aficionados de la época que su dueño solía emplear para grabar encuentros sexuales a escondidas, según reveló la CNN en un documental de 2015.
Aunque la falta de nitidez hace difícil identificar claramente a los individuos, la Policía imprime la fotografía del rostro del asesino y la distribuye para localizarlo. Tres semanas después, llega un aviso desde una Comisaría de un condado cercano. Han arrestado a tres varones por un intento de robo con violencia y uno de ellos, Pablo Ibar, se parece al hombre en busca y captura. La madre del joven, María Casas, también reconoce a su hijo en esa instantánea antes de saber por qué le estaba preguntando la Policía, según la versión de la acusación. Ella lo negaría en el juicio posterior.
Desde el primer momento, Ibar negó rotundamente su participación en aquel suceso. En la escena del crimen no se encontraron sus huellas dactilares, ADN, restos de cabello, sangre o cualquier rastro biológico. La Policía tampoco halló entre sus pertenencias nada que hubiera sido sustraído del lugar de los hechos. Además, cinco testigos aseguraban que Pablo estaba en la casa de su novia Tanya, ahora su mujer, cuando se produjo el asalto.
Aquí entra en juego Kayo Morgan. María Casas lo busca para pedirle que represente a su hijo. En aquella época, este abogado había salido en los medios varias veces por haber evitado la pena de muerte en casos complicados. Aunque inicialmente ambas partes acordaron un calendario de pagos, finalmente optaron por solicitar que se le asignara el juicio como abogado de oficio.
Pablo no era el único acusado. La Policía inculpó también a su amigo Seth Penalver, después de que un compañero de piso de Ibar testificara, según los agentes, que vio aquella mañana a ambos en un coche similar al del empresario asesinado y que los dos acudieron a la vivienda que compartían para recoger una pistola. Este testimonio también decayó luego en la fase judicial.
Penalver e Ibar se sentaron en el banquillo en un proceso conjunto. Este primer juicio, que comenzó en abril de 1997, fue declarado nulo al no haber acuerdo entre los miembros del jurado. Aunque la mayoría se inclinaba por la culpabilidad, debe haber unanimidad. Durante aquellas sesiones, el abogado de Pablo contrajo una neumonía, que desencadenaría en una bronquitis crónica, sinusitis, insomnio y finalmente una depresión que lo acompañaría hasta 2006.
Es aquí donde comienza el segundo calvario de Pablo, en paralelo al de Kayo Morgan.
“Mi capacidad para representar a Ibar durante el nuevo juicio de 2000 fue deficiente, especialmente en el nivel exigido para un caso de pena de muerte. Pensé que podía superar las circunstancias, pero me equivoqué. El juicio estuvo plagado de ejemplos de mi debilidad y de mis pobres esfuerzos por responder a una agresiva fiscalía”.
Son palabras del propio Kayo Morgan una vez dejó de representar a Ibar. Están recogidas en una declaración jurada que se incluyó en el último recurso de 2012 de la nueva defensa del español, para intentar que el Supremo de Florida mandara repetir el juicio por falta de una defensa adecuada.
“Pablo comentó varias veces mi aparente mal estado de salud, incluso afirmando en los primeros momentos del caso que no se tomaría a mal si yo lo abandonaba. Pero le seguí diciendo que todo estaba bien y que podía con ello. Bien por orgullo, bien por ignorancia o por ambos; no podía admitir fallarle a él o a su madre y no sabía que lo haría hasta que fuera demasiado tarde”, continúa la confesión del letrado.
Las desgracias de Morgan comenzaron a finales de los 90. El abogado ya había tenido encontronazos con los jueces durante sus vistas, llegando a ser sancionado en varias ocasiones. Sin embargo, esto nunca afectó a su desempeño profesional. Los problemas reales empezaron al involucrarse en una relación sentimental con una mujer adicta a las drogas a la que dejó embarazada.
DETENIDO POR ATACAR A UNA EMBARAZADA
En 1999, en pleno proceso Ibar, su novia y futura madre se escapó del centro de atención especial al que había ingresado tras quedar en cinta. El abogado salió a buscarla durante toda la noche. Cuando la encontró y trató de hacerla regresar, ella llamó a gritos a la policía, que acabó deteniéndolo a él por agresión, al creer que estaba atacando a su pareja. El destino quiso que cuando fue puesto a disposición judicial, se cruzara con Pablo Ibar en los juzgados.
Kayo Morgan se vio de repente lidiando con las adicciones de la futura madre, sus problemas de salud, el posterior cuidado del bebé y las posibles sanciones que del Colegio de Abogados podía imponerle.
Cuando en el año 2000 empezó el segundo juicio, Morgan se había enganchado además a los medicamentos para aliviar sus dolencias. “Comencé a tomar prednisona para calmar los problemas respiratorios y de sinusitis. Desde principios de 1998 hasta 2005, la norma fue la dependencia de antibióticos, inhalantes, prednisona y medicamentos antidepresivos”, relató en su declaración jurada.
Volvamos a 1999. Ese año tenía que arrancar el segundo juicio a Ibar, que debía ser también conjunto con Penalver. No obstante, los problemas de salud de Morgan obligaron a separar ambos procesos a la espera de la recuperación del abogado. A pesar de todo, y en paralelo, ambos acusados acabaron condenados a muerte en el año 2000.
Pero es aquí cuando sus caminos legales divergen drásticamente. Tras sendos recursos, la Corte Suprema de Florida anuló en 2006 la condena de Penalver y dictaminó que las imágenes grabadas durante el asesinato no eran suficientes para establecer su identidad de manera concluyente. Se ordenó celebrar un tercer juicio, entre 2012 y 2013, que terminó revocando la condena a muerte del amigo de Ibar, tras pasar 18 años en la cárcel, 13 de ellos en el corredor de la muerte.
Pablo no tuvo tanta suerte. El Supremo de Florida confirmó en 2006 su pena capital sólo un mes después de anular la de Penalver. Tras cambiar de abogados, y después de nuevas apelaciones, en 2012 se volvió a rechazar la repetición del juicio. Finalmente, en febrero de 2016, el mismo alto tribunal rectificó y consideró que debía repetirse el proceso. La razón, que efectivamente la defensa llevada a cabo por Kayo Morgan fue defectuosa y perjudicó las opciones del acusado de ser encontrado no culpable.
La resolución del Supremo indica que Kayo Morgan falló en varios aspectos, aunque el principal y más dañino para Ibar fue no encontrar un experto en reconocimiento facial para impugnar el vídeo como prueba, algo que había sido clave en la absolución de Penalver. De haberlo conseguido, el caso de la fiscalía habría quedado debilitado.
El error es considerado mayúsculo porque durante el primer juicio un antropólogo forense, el doctor Mehmet Iscan, declaró a petición de la defensa de Penalver que “las características faciales de la persona del vídeo no coincidían con los mismos indicadores de Penalver”. Al término de aquella sesión, este experto le confesó a Morgan en privado que “era incluso menos probable” que se tratara de Ibar. El abogado intentó que repitiera bajo juramento aquel testimonio en favor de su cliente, pero el perito tenía viajar fuera del país. Trató de buscar a otros, aunque ninguno se ajustaba a su presupuesto, por lo que abandonó aquella vía, a pesar de que Pablo le pidió expresamente contar con un forense. Su letrado le convenció de que no era importante.
En la resolución del Supremo de 2016, aprobada por cuatro de los siete jueces encargados de la apelación, se señala que “la vida personal de Morgan impactó en su trabajo”. “Admitió que su mente no estaba funcionando completamente durante el juicio, que realizó malos interrogatorios, que buscó atajos y que tuvo difícil concentrarse. Después de que el jurado emitió su veredicto, fue hospitalizado. No asistió a la lectura de la sentencia de Ibar”, recoge el citado auto.
DOS JUECES LO QUERÍAN CULPABLE
Aunque el alto tribunal de Florida da la razón a Pablo, en gran parte gracias a la admisión de culpa que hizo Morgan antes de morir, es interesante también el voto discrepante de dos de los jueces del Tribunal que analizó el caso en 2016. En su escrito coinciden en que la defensa llevada a cabo por Kayo Morgan fue deficiente, si bien no creen que el perjuicio de esta mala praxis fuera la causa del veredicto.
De hecho, argumentan que aunque ninguno de los expertos faciales que cita la defensa cree que se pueda identificar a Ibar en el vídeo, tampoco llegan a “excluir por completo” que fuera él quien aparece en las imágenes. Además, recuerdan que hay un testigo, Gary Foy, vecino de la víctima, que reconoció a Ibar como uno de los dos hombres que salieron de la casa conduciendo el coche del asesinado. En opinión de ambos magistrados, ésta es la diferencia con el caso de Penalver, al que Foy nunca reconoció.
En cualquier caso, estos argumentos tendrán que esperar a que comience el nuevo juicio, donde se revisarán también muchos otros testimonios que figuraron en las vistas anteriores. Tanto la fiscalía como la nueva defensa, encabezada por el reputado abogado Benjamin S. Waxman, tienen pros y contras con la repetición del proceso. Por ejemplo, Ibar contará con una mejor y más cara representación legal -supera el millón de dólares-, expertos adecuados y un cambio normativo en los EEUU que obliga a que cualquier condena a muerte, una vez declarado culpable, tenga que ser impuesta por unanimidad del jurado.
Además, tendrá la oportunidad de rebatir la estrategia del fiscal que consiguió poner en duda puntos claves de la versión de Ibar, como la coartada de que estaba en casa de su novia cuando ocurrió el asalto.
Por su parte, la acusación del Estado de Florida volverá a reclamar la pena capital, con una nueva baza. En 2016 anunció que gracias a las últimas técnicas de análisis genético había conseguido localizar restos de ADN que coinciden con los de Ibar en la camiseta utilizada por el asesino para taparse el rostro. Una prenda que, además, tiene impreso un logotipo de Consolidated Electric Supply, empresa relacionada con el empleador de la madre de Pablo.
La defensa del sobrino del difunto Urtain ya avanzó que impugnará las evidencias genéticas. EL ESPAÑOL ha contactado con la Fiscalía para conocer si mantiene que estas pruebas serán válidas durante el juicio y conocer sus expectativas ante la reapertura del caso. Por el momento, prefieren no hacer comentarios.
LA INDIGNACIÓN DE LAS VÍCTIMAS
Quien sí expresó su opinión es la familia de una de las víctimas. La hermana de Sharon, Anderson, Deborah Bowie, cree firmemente que Ibar y Penalver fueron los asesinos y está indignada por tener que encarar un quinto juicio 24 años después. “El mismísimo Dios podría bajar y declarar que esos dos fueron los que cometieron el crimen, y nuestro sistema encontraría la manera de anular la condena y ordenar un nuevo juicio”, comentó al Sun Sentinel tras conocer el auto de 2016.
Ella y otros familiares de los tres asesinados volverán a presenciar el juicio que arrancará en breve. Algunos, como los padres de Casimir Sucharski, ya no están. Quien tampoco estará es Kayo Morgan. En 2014 falleció como consecuencia de un cáncer que comenzó en los riñones y luego se extendió por todo el cuerpo. Murió en brazos de su madre a los 63 años, tras tres décadas de carrera profesional.
Tras conocerse su la noticia de su defunción, ella contó a la prensa que su hijo supo que estaba enfermo en 2011. “Le dieron entre seis meses y un año de vida, pero duró tres años”, recordó. Antes de marcharse de este mundo, Morgan se aseguró de dejar su declaración jurada para la apelación de Ibar. El cliente, para él, siempre lo primero. Al menos, al final.