Anna María Giménez Martínez, Ana Mari, regresaba, una y otra vez, a bailar country. Con sombrero y botas camperas, la mujer, de 48 años y de la pequeña localidad gerundense de Sant Joan les Fonts, danzaba y danzaba “para evadirse, para desconectar”, afirman quienes la conocían a EL ESPAÑOL.
Ana Mari había sufrido una vida difícil, pero también tenía hambre de seguir adelante. Antonio Jiménez, el hombre con el que se había casado y había tenido dos hijas, la amenazaba y ya había intentado asesinarla. Hasta que este sábado, finalmente, lo consiguió.
Le descerrajó dos tiros a bocajarro, frente a sus dos hijas, en mitad del pueblo. Dejó a Ana Mari muerta, en el suelo, y huyó. Acabó ahorcándose en un árbol.
La cocinera del cole
Los Giménez Martínez eran muy conocidos en Sant Joan les Fonts. Naturales de Murcia, emigraron a la comarca de La Garrocha, donde rápidamente se establecieron. Allí, una niña Ana Mari fue al colegio municipal, la Escola Castanyer, donde, tras terminar sus estudios, terminaría trabajando. Allí se hizo con los mandos de la cocina del centro educativo. Despachaba comidas a todos los niños de la localidad. Por eso, unido a su “simpatía” y a “su luz”, era tan conocida en el pueblo. Todos la querían, todos sabían quien era.
Quizás el aspecto que más resaltan de ella sea su “sonrisa”, su “vitalidad”. Era “una mujer con ganas de vivir y luchar por su familia”, lloran ahora sus conocidos. También su amor por la música country, que la llevaba de peregrinaje por toda la zona para disfrutar bailando: su recuerdo sigue muy presente en municipios vecinos como Porqueras o Bañolas. Era una habitual de la discoteca Replay. “Los que bailamos country por aquí somos como una familia y, al final, nos acabamos conociendo todos”, admiten sus compañeros de danza.
Sus dos hijas, de 25 y 23 años, continuaban viviendo con ella. Las jóvenes le insuflaban fuerza y ánimos para “seguir adelante”. Y este sábado las tres se dirigían a uno de los grandes eventos que tienen lugar en Sant Joan les Fonts: la feria de Brujería.
Tiroteada frente a sus hijas
En torno a las 16 horas del sábado, en la Avenida Cisteller, Antonio vio su momento. Él no vivía ya en el pueblo, sino en Campdevànol, a unos cuarenta minutos en coche. Observó a su exmujer y a sus hijas. Estaba rompiendo la orden de alejamiento que tenía y le dio igual. Se bajó del coche, pistola en mano.
Le disparó. Un par de tiros directos a la cabeza de su exmujer. Ana Mari murió en el acto, frente a sus hijas. Mientras, Antonio se volvió a montar en el vehículo y arrancó. Arrolló gravemente a su hija mayor mientras huía, puesto que la joven se puso en medio para intentar detenerlo. Ahora, la chica se recupera de sus graves heridas en el Hospital Josep Trueta de Gerona.
Horas más tarde, los Mossos d’Esquadra encontraron al asesino. Habían iniciado un operativo que controlaba carreteras, pero lo localizaron gracias a la llamada de un vecino de Montagut y Oix. Había un cadáver colgando de un árbol de una zona boscosa. Antonio se había ahorcado.
Un maltratador cuya vida gira en torno al sometimiento
El hecho de que Ana Mari hubiera denunciado la violencia que sufría por parte de su expareja, incluso teniendo una orden de alejamiento en su poder, refleja, según cuenta la psicóloga experta en violencia de género Bárbara Zorrilla a este periódico, que “las órdenes de protección pueden ser disuasorias, pero muchas veces sólo son un papel”. “Cuando se hace una VPR (valoración policial del riesgo), el estatus del nivel de riesgo puede ir de ‘no apreciado’ a ‘extremo’. Y sólo en este último caso hay escolta policial. No es un escudo físico, no siempre son adecuadas o están ajustadas a la realidad de la peligrosidad del agresor o del nivel de amenaza”, explica la experta.
“Su perfil es el de un maltratador cuya vida gira alrededor de su mujer: ella no es un sujeto libre, sino objeto suyo, de su propiedad. Así, en cuanto la mujer pone un límite y una denuncia, no lo soporta”, manifiesta la psicóloga. “Ellos se suicidan porque su vida es su pareja, lo que les da seguridad y control sobre el mundo es el sometimiento de su pareja. Sin él, no saben qué hacer”.
Las otras víctimas del crimen, las dos hijas de Ana Mari, necesitarán ayuda profesional, según cree Zorrilla. “Es una de las experiencias más traumáticas que te puede suceder en la vida: no sólo matan a tu madre, sino que lo hace tu padre. Tu figura de apego, que te cuida y protege. Todo desaparece: todo tu sistema de valores y significado del mundo se desvanece”.
Anna María Giménez Martínez es la trigésimo novena mujer asesinada por un hombre desde que comenzó el año. En España, en 2018, también han sido asesinadas Manoli Castillo, de 44 años; Maguette Mbeugou, de 25; Nuria Alonso, de 39; Nerea y Martina, de 6 y 4; María de los Ángeles Egea, de 41; Jhoesther López, de 32; Yésica Domínguez, de 29; Dolores Mínguez, de 60; Ivanka Petrova, de 60; Ana Belén Varela Ordóñez, de 50; Leyre González, de 21; María Isabel Alonso, de 62; María Judith Martins Alves, de 57; Paula Teresa Martín, de 40; Cristina Marín, de 24; Ati, de 48 ; María Isabel Fuente, de 84; Martha Arzamedia de Acuña, de 47; Raquel Díez Pérez, de 37; Jénnifer Hernández Salas, de 46; Laura Elisabeth Santacruz, de 26; Pilar Cabrerizo López, de 57; María Adela Fortes Molina, de 44; Paz Fernández Borrego, de 43; Dolores Vargas Silva, de 41; María del Carmen Ortega Segura, de 48; Patricia Zurita Pérez, de 40; Doris Valenzuela, de 39; María José Bejarano, de 43; Florentina Jiménez, de 69; Silvia Plaza Martín, de 34; María del Mar Contreras Chambó, de 21; Vanesa Santana Padilla, de 21; María Soledad Álvarez Rodríguez, de 49; Josefa Martínez Utrilla, de 43; Magdalena Moreira Alonso, de 47, y una mujer de 40 años que no ha podido ser identificada.
La serie 'La vida de las víctimas' contabilizó 53 mujeres asesinadas sólo en 2017. EL ESPAÑOL está relatando la vida de cada una de estas víctimas de un problema sistémico que entre 2003 y 2016 ya cuenta con 872 asesinadas por sus parejas o exparejas.