"¿Qué te voy a decir de Joaquín si todo el mundo lo conoce?". Aurelio saca un seis doble y arranca la partida que, como cada día, juega en el bar Lo de Jesús, en El Puerto de Santa María. "Es bueno jugando al dominó, pero lo de su hijo con el balón es arte puro", sentencian sus compañeros de recreo, todos jubilados. "Es que lo de mi hijo no es algo normal", replica el padre de uno de los futbolistas con más carisma del balompié nacional.
Joaquín Sánchez, el jugador del Real Betis, se crió cerca del bar en el que su padre, y representante en sus inicios, juega al dominó. El matrimonio, su madre Ana y su padre Aurelio, y sus ocho hijos vivían en la barriada Fermesa, en una zona humilde y un piso de tres habitaciones, una para los padres y dos para las literas de los cuatro varones y otras cuatro mujeres.
"Juan José, Isabel, Amalia, Aurelio —al que todos llaman Lucas— Ani, María José, Ricardo y Joaquín", recita el padre de todos ellos. "Para mí son todos iguales, solo que Joaquín ha tenido la suerte de ser futbolista y tener una situación más cómoda que los demás", confiesa Aurelio, que antes de representar a su hijo fue propietario junto a su hermano 'El Chino' de un bar en la ribera del río Guadalete.
Joaquín debe su nombre a su tío, al que todos conocían como 'El Chino' por sus ojos ligeramente oblicuos. Soltero, soportó con gusto los gastos de la formación del portuense como futbolista. Sus fichas, los desplazamientos como jugador de Club Deportivo Los Frailes o del San Luis o las botas que se rompían por el uso antes de quedarse pequeñas.
De 'El Chino' Joaquín aprendió a dar. Aunque por pocos meses no pudo darle aquello que tanto había anhelado, ver a su sobrino debutar con el Real Betis. Falleció a los 65 años, un mes después de jubilarse y antes de que el portuense vistiese de verdiblanco con el primer equipo, el 3 de septiembre de 2000, cuando tenía 19 años.
A Joaquín se le humedecen los ojos cuando habla de 'El Chino'.
—Dicen que se parece usted a él.
—Parecerse a mi tío Chino es muy difícil, muy complicado. Era demasiado generoso. Es inevitable no emocionarme al hablar de él. No creo que haya la posibilidad de ser como él. Yo he tenido la suerte de tenerlo como tío, como un segundo padre porque todos nos criamos a su lado.
El futbolista del Real Betis atiende a EL ESPAÑOL justo después de uno de sus entrenamientos, en una de las semanas de mayor repercusión en las redes. Todavía colea su vídeo dedicado a Luis Enrique y su no convocatoria, pese a tener la percha preparada para la camiseta, con la Selección Española para el partido que disputará España contra Inglaterra en el Estadio Benito Villamarín el próximo lunes 15 de octubre.
Joaquín, el internacional
"Tengo dos llamadas perdidas y estoy preocupado", decía el portuense. "Está a muy bien nivel en el Betis. Podría estar, y seguro que nos lo pasaríamos muy bien", replicó el seleccionador nacional.
A la broma también entró el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales. "Luis Enrique no se entera de la película, pero yo fíjate lo que he hecho aquí —poniendo una camiseta de la Selección en la taquilla del jugador del Real Betis—, estás convocado ¡eh! Joaquín, te espero".
—Más allá de la broma de la percha, ¿le hubiese gustado que Luis Enrique se acordara de usted para despedirse de la Selección en el Villamarín?
—Claro, claro que me hubiese gustado volver a la Selección. Uno siempre tiene la ilusión, pero que caiga esa guinda es complicado. Se hablaba de un homenaje, del que me siento muy honrado y orgulloso de que la gente lo pida. Hubiese estado bonito, pero estando en activo, no me lo tomo como un homenaje y sí como una vuelta a la Selección. Creo que por ahí iba Luis Enrique cuando contestaba a mi vídeo. Ese '¿Y por qué no?'. ¿Por qué no iba a poder volver a ir? Me lo tomo como una opción más.
Joaquín ha sido internacional en 51 ocasiones, ha participado en la Eurocopa de 2004 de Portugal y en dos mundiales, el de Corea y Japón, en 2002, y el de Alemania, en 2006. Pocos olvidan su pase sobre la línea que remató Morientes en los Cuartos de final de su primera cita mundialística. El colegiado, el egipcio Gamal Al-Ghandour, anuló el gol aunque todos —menos el linier— vieron que el balón no llegó a salir del terreno de juego. En ese mismo partido, el portuense falló uno de los lanzamientos que apeó a España en la tanda de penaltis.
Joaquín, el compañero
Sostiene Juanito, su compañero en el Real Betis y también en la Selección, que la participación del portuense en el mundial de Corea supuso un antes y un después en la carrera de Joaquín. "Fallar el penalti hizo que la gente lo apoyara y se hizo más conocido —sigue el central—; cuando íbamos por la calle juntos lo paraban por todas partes y siempre, siempre, siempre, respondía con agrado. Es muy amable y tiene la virtud de saber llevar a gente muy pesada, porque también la hay".
Juanito le lleva cinco años a Joaquín, pero pronto hicieron migas en el vestuario. Tanto que llegaron a compartir piso de alquiler mientras que ambos buscaban casa para comprar. Fueron unos seis meses de convivencia.
"Vaya desastre", resume. "No éramos mucho de coger la escoba ni de cocinar, comíamos en la calle, pero esa temporada, la primera de Juande Ramos en el Betis, rendimos a muy buen nivel". "Joaquín era la típica persona que comía cualquier cosa, hamburguesas, chucherías… no miraba la alimentación en ningún sentido; ahora quedo con él para cenar y veo que lo mide todo. Esa es una de las claves que explican que esté rindiendo como lo está haciendo. Cuidar el descanso y la alimentación".
—Joaquín, ¿cuál es el secreto de esa segunda juventud?
—Lo que te mantiene ahí es la ilusión y el trabajo, el no aburrirte y venir a entrenar como si fuese el primer día. La edad, en mi caso, es un número. Al menos a día de hoy, porque sigo disfrutando, sigo compitiendo y sigo siendo uno más de la plantilla. Y eso me hace feliz. Está claro que las condiciones que uno tiene con 20 años no las tiene con 37, pero sigo basándome en mi juego, en lo que sé como futbolista y sigo aportando al equipo.
Cuenta Juanito que Joaquín y él tenían ritmos muy diferentes. "Él dormía mucho de día porque dormía poco de noche; y yo al contrario", comenta entre risas. "Era una máquina de dormir, podía pegarse siestas de seis horas. Había veces que me acercaba al sofá, porque él dormía donde fuera, y lo tocaba para asegurarme de que no la había palmado", narra. "Te hacía la vida divertida; fue una buena época para los dos".
Y sentencia: "Joaquín es la misma persona que yo conocí con 18 años. Era igual de gracioso, con las mismas ocurrencias y el mismo arte; el cambio está en la explotación de su imagen. Antes todos conocíamos a Joaquín, pero Internet y las redes sociales han terminado de hacer que sea una de las personas más populares del deporte español. A Joaquín lo conoce cualquiera, pregúntale a una mujer de ochenta años que no sepa nada de fútbol y te dirá que conoce a Joaquín".
En esa misma línea, su agente, Eduardo Espejo, explica a este periódico que "las redes sociales han servido para acercar más a la gente al verdadero Joaquín". "Y como Joaquín es como es, el cariño que él da, le viene de vuelta —sigue—; las redes han conseguido que el público de fuera del fútbol que antes no lo seguía ahora lo conozca".
Joaquín, el ídolo de masas
Raúl Ramírez es seguidor del Betis, ha visto el equipo en Primera y en Segunda, en la UEFA y en la Copa del Rey y lleva tatuado el rostro de Joaquín en una de sus piernas. Es un dibujo realista en blanco y negro. "La gente flipa, a todos les gusta, incluso a los sevillistas, porque Joaquín le cae bien a todo el mundo", explica este bético de Badolatosa, un pequeño pueblo situado en la confluencia de las provincias de Sevilla, Málaga y Córdoba. "Es mi ídolo —subraya—, para el beticismo él es el más grande, el que mete las ganas al equipo".
El rostro de Joaquín es el primer tatuaje que se hace Raúl. “Siempre pensé en ponerme los nombres de mis padres, pero de momento he elegido este, que ha dado mucho que hablar”, desvela el joven de 23 años y peón agrícola.
La idea de hacerse el tatuaje fue a medias con su tatuador, el malagueño Isidro Ramos, conocido como Easy. “Yo quería tatuar la cara de un futbolista y lancé la idea por Instagram; creía que la gente querría a Messi o Ronaldo, pero no, la gente se interesó por Joaquín”, recuerda.
Cuenta Isidro, que tiene su propio negocio en El Rincón de la Victoria, en Málaga, y que le bastó una única sesión para completar este dibujo que ha sabido plasmar los rasgos de Joaquín. "Lo quería sonriendo, porque lo probé serio y no funcionaba, no era el mismo", confiesa.
La viralidad de su trabajo hizo que el propio Joaquín autografiase la pierna de Raúl, tinta que después tatuaría Isidro para completar el dibujo definitivo, que incluye parte del escudo del Real Betis y la palabra 'Hulio', una de las bromas habituales del jugador de El Puerto de Santa María.
"Sé que esto es para toda la vida —zanja el tatuado—, aunque por ahora eso no me preocupa”.
Poco antes de atender a EL ESPAÑOL, Joaquín recibe un pisotón fortuito en el último lance del entrenamiento, pero firma sonriente las fotos que después se repartirán entre los aficionados que lo han solicitado. Otras veces graba vídeos para cumpleaños, bodas o personas enfermas que no pueden desplazarse a la ciudad deportiva. "Nunca dice que no”, explican fuentes cercanas al futbolista de dentro del club.
"Al mes podemos recibir hasta quince solicitudes de lo más diverso, desde peticiones de ayuda a invitaciones de boda de gente que Joaquín no conoce”, explican. "Nosotros se las filtramos, pero por lo general atiende a quien se lo pide, porque es consciente de que es el centro de atención”, siguen.
"Me han propuesto cosas muy raras", confirma su agente. "Una chica me llamó porque se casaba y había pactado con el padre que si Joaquín aceptaba ser el padrino de la boda, el padre daría un paso atrás y renunciaría a serlo a favor del jugador del Betis", narra Espejo. "Situaciones de este tipo hay, pero esta es una de las más extrañas", asegura.
Fuentes cercanas al futbolista también cuentan que las familias que llegan a Joaquín con niños enfermos suelen sorprenderse con la respuesta del portuense, que, lejos de cumplir con una foto, se implica con los padres y se interesa por la situación. “Tiene mucha empatía, es muy besucón y eso le llega a la gente —desvelan—; tanto es así que muchos se echan a llorar de la emoción”.
Joaquín, el filántropo
Poco se sabe de la labor social callada que lleva a cabo, pero quienes lo conocen aseguran que está especialmente implicado con tres familias, una de Huelva y dos de Sevilla, que atraviesan malos momentos a causa de distintas enfermedades. "Ha llegado a ir a casas de personas que se lo han pedido, siempre sin darle publicidad, porque ha entendido que la situación lo merecía", explican. "Y eso no es una pose, él es verdad —siguen—; Joaquín es distinto a los demás, puede parecer un tópico, pero no lo es". "Es… magnético".
—Joaquín, ¿un futbolista debe devolver a la sociedad parte de lo que recibe de ella?
—Por supuesto, siempre. Porque todo lo que tenemos es gracias a ellos, lo económico y el cariño, y hay que devolverles cada uno lo de pueda, colaborar en cuestiones en las que uno crea y se sienta más identificado. Independientemente de que todos los que llegamos a ser futbolistas nos lo hemos ganado, no nos ha caído del cielo. No es fácil llevar una vida con una exigencia tan grande mantenida a lo largo de los años.
—¿Esa faceta más solidaria es en parte por haber sido el más pequeño de ocho hermanos?
—Sí, hay mucho de eso. Aunque también va con la condición, está claro. Nos hemos criado en una familia de ocho hermanos, todos muy unidos, muy cercanos y está claro que el poder ayudar siempre que se pueda, siempre que sea necesario, es algo importante. Me siento un privilegiado por todo lo que la vida me ha dado. Me siento un afortunado en todos los sentidos y el poder ayudar a los demás me ayuda a sentirme realizado.
Cuenta Aurelio que a su hijo nunca lo ha movido el dinero. El piso de Fermesa pasó a la historia y sus padres ahora viven en una de las urbanizaciones más cotizadas de El Puerto de Santa María, cerca de inquilinos como la familia Ruiz Mateos. “Joaquín le da a su madre un dinero todos los meses y ella lo distribuye entre los hermanos”, apunta el padre de familia. "Con nuestra paga de mil euros al mes no podríamos vivir donde vivimos sin que él nos ayudase; y a los hermanos no les ha pagado las hipotecas porque ninguno se embarcó en eso", desvela Aurelio.
"Y viene mucho a vernos, siempre que puede", cuenta. "Las Navidades las pasa con nosotros; el Año Nuevo con la familia de su mujer", desvela Aurelio. Joaquín está casado con Susana Saborido, contrajeron matrimonio en 2005 en El Puerto de Santa María, tres años después de conocerse. Tienen dos hijas, Daniela de doce años y Salma de ocho.
De su época como representante de su hijo, Aurelio recuerda el día que subió a Mourinho en su coche para llevarlo del hotel Alfonso XII a la casa de Lopera, entonces presidente del Betis. "El fichaje por el Chelsea estaba hecho, eran 36 millones de euros para el club más otros tres por un amistoso; y seis por temporada para Joaquín, que firmaría cinco años", cuenta a EL ESPAÑOL. "Yo me llevaría tres millones de euros y Jorge Mendes otros tres por la operación", apunta.
"Él estaba en Madrid y lo llamé para que cogiese el primer avión para Sevilla, que tenía que firmar —relata el padre—; y él me respondió que tranquilo, que él se volvería en el AVE y que de firmar nanai, que estaba a gusto en el Betis, viviendo en Sevilla y que de ahí no se movía. Y no firmó. Él tenía la última palabra". "Lopera me llamó como loco: ‘¿Qué ha pasado con el niño?’. Se lo rifaba toda Europa y a él le perdió su amor por el Betis”.
"Podía haber hecho una fortuna", sentencia Aurelio. "Pero nunca le movió el dinero; ha ganado, sí, pero a fuerza de muchos años", asegura.
Parte de ese dinero le ha servido al de El Puerto de Santa María para reforzar su vínculo con la entidad verdiblanca. Con una inversión de 1.100.000 euros en compra de acciones, Joaquín es el cuarto máximo accionista del Real Betis. Y no esconde su deseo de convertirse en el futuro en presidente del club.
Joaquín, el bromista
"Joaquín es un ser excepcional en todos los aspectos", descerraja su agente. "Él tiene un don, y yo no paro de decírselo —continúa—; está tocado por una varita y se ha convertido en lo que es: un jugador espectacular y una persona que no actúa, Joaquín es Joaquín, nunca lo veréis ser lo que no es".
En el bar que hace años fue de su padre y que ahora regenta su hermano Ricardo, el bar ‘El Chino’, la clientela confirma sin pudor que "Joaquín era un niño muy picardeado".
Cada día, a las seis de la mañana, Joaquín y Ricardo —también interior diestro como su hermano— desayunaban en el bar, cercano a la estación de trenes de El Puerto de Santa María, y se iban para Sevilla. Las tardes también se pasaban detrás de la barra o alternando con la clientela.
"Se crió en el bar y sabe como tratar y ganarse a la gente”, apunta su padre. "Joaquín cuenta un chiste y el primero que se ríe es él", subraya Aurelio. "Es bastante cachondo y eso que en la familia no somos tan graciosos, yo puede que un poco más; la madres es más seria".
Su hermano —"un fenómeno, que no cuajó", según Aurelio— confirma que Joaquín le debe el sentido del humor a la barra de ese bar en el que ahora él sirve desayunos. "Los clientes nos buscaban la lengua y éramos niños muy picardeados; el ‘Juaki’ siempre ha sido un niño muy gracioso, era el centro de atención".
—Joaquín, ¿cuándo se pone serio?
—Tengo momentos serios, por supuesto. [Ríe]. No se puede estar todo el día de cachondeo, intento tener una sonrisa y disfrutar de la vida, pero está claro que de todo no se puede bromear. Trato de ver el lado bueno de las cosas y sacarle sentido del humor a casi todo.
En el bar hay un par de referencias a Joaquín: una foto suya y la camiseta con la que debutó en primera división.
El parecido entre Ricardo y Joaquín es asombroso. Los gestos, la forma de hablar, el tipo de humor. Ambos se pasaban los días enteros, "siempre con una pelota". "Éramos tres, él, yo y un balón", recuerda. De noche, cuando compartían confidencias, hablaban de su futuro. "Nos preguntábamos si algún día seremos futbolistas; y nos respondíamos que sí, que éramos buenos y lo seríamos", confiesa. "Con eso soñábamos".
"Mi hermano siempre ha sabido lo que quería, se lo tomó a pecho y mira a donde ha llegado. Siempre ha sido un niño muy responsable en lo suyo y al final ha tenido su recompensa", subraya Ricardo.
Y zanja: "Eso sí, las cachitas se las hacía yo". Ríe.
—Joaquín, ¿se lo rebate?
—[Risas]. Es que me las hacía. Él era muy muy bueno, tenía muchísima calidad, mucha técnica. Los dos jugábamos de interior diestro y él era mejor en las distancias cortas, un privilegiado; yo tenía más explosión, más velocidad. Pero sí, las cachitas me las hacía él a mí. También porque él me llevaba tres años y, claro, además del cuerpo, yo me enfadaba mucho y él aprovechaba ese momento para tirarme el caño.